por LUIS MIGUEL RIVAS // Ustedes no saben lo que es oír el nombre de uno saliendo de ahí, de la radio. O sea, que las palabras con las que a uno lo bautizaron las esté escuchando todo el mundo en todas partes: “Un saludo para Manuel, ‘El Muelas’”. Uno como que existe más, uno es más grande que uno. A uno lo están diciendo en la radio.
por FERNANDO MORA MELÉNDEZ // Los nombres de pila, o los apodos, empezaron a oírse los sábados en el horario de seis a diez de la noche. Desde el inicio los oyentes sintieron que aquel gesto era algo más que saludarse; se estaban reconociendo como parte de una tribu urbana en torno a los ritmos afrolatinos y caribeños
por JUAN LUIS MEJÍA //
Vivo con nostalgia de carnaval. Pero no es una nostalgia individual. Es la ausencia de la alegría colectiva de la sociedad de la cual provengo que, un buen día, decidió vivir en una especie de cuaresma perpetua (con todo lo que ello significa). Voy a tratar de explicarles el triple salto mortal que me ha llevado de la indiferencia y —por qué no— del reproche a la nostalgia del carnaval.
por PASCUAL GAVIRIA //
El olfato me lleva hasta la tractomula cargada de cebolla roja. Dos coteros pasan parte de la carga a un camión pequeño que llevará un viaje a Tierralta. Desde las tres y media de la mañana le están poniendo el hombro a la cebolla que llegó desde Ipiales luego de treinta horas de viaje. Una Coca Cola litro y dos vasos en la mitad del remolque son el pequeño cebadero de los dos hombres que están cerca de acabar su trabajo con los 740 bultos de ese bulbo oloroso.
por GUILLERMO CARDONA // En cualquier caso, abra el ojo, porque en la gramática de las flores la amapola representa el sueño; la valeriana, la capacidad de adaptación; la violeta, el pudor; el cartucho, el amor carnal; la belladona, la franqueza; el clavel rojo, el corazón que suspira; el capullo de rosa roja, la inocencia; el girasol, la adoración (eres mi sol); y el narciso, por supuesto, el egoísmo.
por MAURICIO LÓPEZ RUEDA // Don Eladio Durango produce fique desde hace más de 35 años. Es un hombre añejo acostumbrado a trabajar la tierra. Tiene una pequeña finca en la vereda La Cano, en Girardota, cuyo paisaje está adornado por hermosas cascadas como collares de diamantes saliendo de ese bosque agreste que se aferra a la cordillera oriental, a fuerza de peñas y árboles ancestrales.
por ANDRÉS DELGADO // Hace décadas, la abuela Guillermina pedía al abuelo que llevara bagre en el mercado y una tracamanada de tíos y sobrinos comíamos suculentos platos de sancocho. Hoy por hoy, nadie te invita a bagre en casa propia. Para comerlo hay que salir a restaurantes.
por ANDRÉS DELGADO // En la Cevichería Ostras Miramar se venden jugos afrodisiacos. Si fueran más exagerados en su publicidad, dibujarían un cañón de la artillería napoleónica y su eslogan diría: “para la guerra”. Pero no. En la esquina del edificio Portacomidas, en la Plazoleta Nutibara, donde está ubicado el negocio, hay un eslogan mucho más discreto: “Porque es hora de invertir en su salud”.
por ANDRÉS DELGADO // Desde el fondo oscuro me mira un cúmulo de ojos intimidantes, así que no hay de otra que gastarse una cerveza. Avanzo muy despacio por el pasillo. Así debe ser el infierno: largo, estruendoso y rojizo. No sé dónde sentarme. Este infierno tiene ventiladores y mujeres que cuchichean en las mesas y me miran como colegialas, las coperas.
por DORA LUZ ECHEVERRÍA // Aunque el Gordo Aníbal era bien ducho en el oficio, los de la mesa del fondo lo retaron cuando comenzó a tratar de calmar los ánimos, y uno de ellos, ya de pie, dijo mirándome provocador: “también traen niñas a Guayaco, ¿será que brindamos con ella?”, “hombre negro, yo no creo, no ves que ni tan niña será, con esa culifalda”…










