por ROBERTO LUIS JARAMILLO // Si quieren saber cómo cambió y engordó mi figura, miren un retrato que se me hizo en tiempos de la preguerra. Observen cómo estaba poblada mi ciudad quebrada arriba y quebrada abajo. No digo mucho de los solares húmedos cercanos al río, o de las malolientes orillas del zanjón de Guanteros. Allá, en aquellos zancuderos, un rico minero compró todos los solares y armó una hacienda provisional llamada Guayaquil, un feo y grande lote de engorde. Miren nada más y se darán cuenta de hacia dónde apuntaba mi crecimiento.
por JORGE IVÁN AGUDELO // En un periodo que va de 1914 a 1925, Tomás Carrasquilla escribe, para el periódico El Espectador, dieciséis piezas breves, habitualmente emparentadas con la crónica, que tienen a Medellín como escenario y protagonista.
por JORGE IVÁN AGUDELO // Avanzando en su diario, Piglia sentencia: para leer hay que aprender a estar quieto. Y los protagonistas de la foto, que a su manera también leen, detenidos en 1962, en su infancia, se mueven, o, para ser más precisos, parecen moverse, expresar bellos desacomodos, gestos sin cálculo, contrarios a lo uniforme o a las poses.
por JORGE IVÁN AGUDELO // Veo la foto, y aunque sé que es Medellín, su plaza, una época lejana, lo que taladra, en azaroso contrapunto, es la sentencia de Juan Rulfo, su descripción de otro pueblo, de Luvina: “Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza”.
Gladis Rojas tenía seis años cuando llegó con su familia a Moravia. Una cuadra que se pagaría con la siembra de legumbre y la recolección en el basurero. El tren era el gran personaje del barrio. Pero de pronto se enteró de que no solo dejaba ropa usada, confites o galletas a su paso.
por MARÍA ALEJANDRA BUILES // En los años veinte un grupo de mujeres “revoltosas” empezaron a sonar con fuerza en la literatura antioqueña. En aquel entonces eran contadas las mujeres que se atrevían a hablar más allá de temas de etiqueta, belleza y las aclamadas “artes culinarias”.










