por JUAN LUIS MEJÍA //
Vivo con nostalgia de carnaval. Pero no es una nostalgia individual. Es la ausencia de la alegría colectiva de la sociedad de la cual provengo que, un buen día, decidió vivir en una especie de cuaresma perpetua (con todo lo que ello significa). Voy a tratar de explicarles el triple salto mortal que me ha llevado de la indiferencia y —por qué no— del reproche a la nostalgia del carnaval.

Por más de tres décadas, tarde a tarde, Jorge Uribe ha visto los esplendores y declives del parque. Su balcón es una platea privilegiada para contemplar las guacamayas que se posan en los tulipanes africanos y ver las escenas callejeras del otro lado de la calle Venezuela.