Jorge y Ethel: la promesa infinita
Fernando Mora Meléndez
Este autor aún no ha publicado su biografía.
Ahora hay Unv.Centro contribuciones y 614 entradas.
Fernando Mora Meléndez
Mario Jursich Durán
Por DANILO ARIAS Y PASCUAL GAVIRIA
Fotografías de Juan Fernando Ospina
Durante la primera semana de febrero, en una habitación del albergue operado por la Fundación Hermanos de los Desvalidos, se recuperaba el único caso de covid-19 en habitantes de calle que en los últimos días había identificado la secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos en Medellín. Separados en otras habitaciones estaban al menos veinte colegas de calle enfermos de tuberculosis.
Mientras que la ciudad y el país esperan por la inmunidad de rebaño, bien sea por el crecimiento de los contagios o la aplicación masiva de vacunas, se podría decir que la población que vive en la calle ha pasado por una pandemia que impuso algunos muros y algunas puertas y que, al parecer, ha dejado altos índices de letalidad. No se trata de una suerte de inmunidad propia, pero sí hay condiciones referidas a la edad, a su forma de vivir, a sus contactos y a sus posibilidades de testeo que los convierten en un rebaño muy singular, un poco alejado de las curvas probables y los modelos más predecibles.
En tiempos en que los protocolos de bioseguridad y los hábitos de higiene se promulgan como una religión, podría pensarse, por lógica elemental, que la población más lejana a los nuevos rituales de la asepsia sería una de las más expuestas a los estragos del coronavirus. No es fácil, además, la aplicación de los protocolos de bioseguridad, en realidad de ningún protocolo, entre quienes viven en una especie de estado de necesidad permanente.
De acuerdo con registros de la alcaldía, desde que inició la pandemia y hasta el pasado 23 de febrero, en la ciudad se habían identificado 230 casos positivos en habitantes de calle y solo uno de ellos ha muerto por coronavirus. En el censo de 2019 el Dane estimó que en la ciudad viven 3214 habitantes de calle. Actualmente la oferta institucional de Medellín atiende, de diversas maneras, a 2054 usuarios, 1160 menos que los señalados por el censo. Respecto a la cifra de contagios es necesario decir que siempre habrá un gran subregistro, una diferencia entre los casos positivos confirmados y los casos totales. El virus va más rápido que las pruebas. Algunos expertos han hecho cálculos —en poblaciones determinadas, bajo parámetros de comportamiento y testeo identificados— según los cuales es necesario multiplicar por siete el número de contagios confirmados para hacerse una idea cercana al total de contagios. Por supuesto no es una regla de tres y para tener relativas certezas se hacen las pruebas de seroprevalencia, especies de muestreos al azar, como si fuera una encuesta, para ver el avance del virus en una muestra representativa.
En los habitantes de calle las condiciones son muy particulares: no hay protocolos pero no comparten en espacios cerrados como transporte, hogares y trabajo donde se sabe se da el mayor número de contagios; buscan atención médica en casos extremos y comparten elementos para el consumo de drogas; tienen poco contacto con población que no hace parte de sus espacios de vida en la calle. Además, como veremos, han tenido un importante acceso a las pruebas para detectar el coronavirus. De modo que no es sencillo hacer comparaciones del comportamiento del virus con la población de la ciudad en general y con quienes pasan por algunos de los sitios de atención que ofrece Medellín para habitantes de calle.
Ante la realidad que impuso la pandemia, la administración municipal, siguiendo la Política Pública Social para los Habitantes de Calle que existe en Medellín desde 2017, continuó con la labor asistencial con cambios necesarios en algunas de sus condiciones.
El Centro Día 2, ubicado en la calle 57 con Cundinamarca, y cercano a la estación Prado del metro, es el espacio más grande de atención, con una capacidad diaria de 440 personas, que por cuestiones de distanciamiento físico se redujo a la mitad.


“Hablamos con ellos y les manifestamos la situación. Si bien les dijimos que esta era su casa, dejamos abierta la posibilidad para que decidieran quiénes debían quedarse y quiénes podían liberar un cupo, con el compromiso de no estar saliendo y entrando constantemente”, recuerda Cristina Cardona, coordinadora general del proyecto Habitante de Calle que, desde inicios de 2020, es operado por la Universidad de Antioquia a través del Parque de la Vida.
Algunos de los que no pudieron acceder al Centro Día, sobre todo adultos mayores y personas con enfermedades preexistentes, fueron ubicados preferencialmente en pensiones y hoteles cercanos, contratados por la alcaldía, que a lo largo de la cuarentena los acogieron con posibilidades de alimentación.
Si para toda la ciudad el confinamiento fue difícil, para la población en situación de calle fue un ofrecimiento de cuidado muchas veces imposible de aceptar. Centro Día pasó de ser un lugar de atención transitoria para convertirse en su hogar. “Muchos, por su nivel de dependencia de la droga, abandonaban la cuarentena, salían a consumir y sabíamos que no podíamos desperdiciar recursos, así que decidimos continuar recibiendo personas en reemplazo de los que salían”, comenta Cristina.
Al principio, las admisiones se abrieron día por medio y posteriormente, con la flexibilización de las medidas gubernamentales y la baja detección de casos positivos, la posibilidad de guardar la cuarentena en el Centro Día se amplió a cualquier día de lunes a viernes. Eso sí, el derecho de admisión fue reservado. Antes de ingresar, no solo había estrictos protocolos de desinfección, sino tamizajes y se hicieron 885 pruebas de covid en todos los niveles de atención del programa. La secretaría de Salud hizo algunas pruebas adicionales de manera aleatoria. Los casos positivos fueron aislados y atendidos en una carpa especial donada por la Organización Internacional para las Migraciones que se mantiene hasta hoy en el patio central de la sede principal. Eso significa que al menos a un 30 por ciento de la población que, según el Dane, vive en las calles de Medellín se le ha realizado la prueba; si se toma en cuenta la cifra de quienes reciben atención institucional el porcentaje de los testeados llegaría casi al 45 por ciento. En Medellín se habían realizado —hasta el 22 de febrero— 628 979 pruebas, según proyecciones del Dane al terminar el 2020 la ciudad tenía 2 930 000 habitantes, de modo que al 21 por ciento de los ciudadanos se les ha realizado la prueba, un poco menos si tenemos en cuenta que algunas personas se han hecho más de un testeo. Es claro entonces que los habitantes de calle han tenido mayores posibilidades de conocer su condición de sanos o contagiados que la mayoría de los habitantes de casa. Y su positividad —casos confirmados frente a las pruebas realizadas— ha sido más baja que la del total de la población en Medellín: mientras para ellos es del 22 por ciento para el total de habitantes es cercana al 29 por ciento.
Las dudas frente al comportamiento del virus, la incertidumbre frente a la vida y el cansancio por el confinamiento también llegó a los habitantes de calle y entre aquellos más receptivos y atentos a la información que circulaba y los más incrédulos y escépticos, se usaron distintas estrategias para soportar el encierro y la abstinencia: videoconciertos, talleres, música, baile, los juegos de mesa y de calle…
“A nosotros nos tocó cambiar el diario vivir. Teníamos que hacer muy amena la estadía de los usuarios, hacer contención emocional y diversificar actividades. Se fueron celebrando las fiestas: Semana Santa, feria de flores, Día de la madre, Día del padre. Dijimos que teníamos que seguir viviendo como todo mundo, pero al interior de la sede”, explica Cristina.
En un pequeño círculo afuera de la oferta institucional están aquellos que no lograron un cupo en el Centro Día o en algún hotel o pensión. Sin embargo, en tiempos de covid cualquier ducha es trinchera. Por eso, apelando a la figura del autocuidado, la administración municipal habilitó puntos transitorios de higiene que se mantienen hasta hoy y atienden un promedio diario de cuatrocientos habitantes de calle.
En contenedores adecuados con duchas y pocetas los usuarios reciben al ingreso en una mano un trozo de jabón, para el aseo personal y su ropa, y en la otra una ración de champú. Los puntos se encuentran instalados en zonas estratégicas del Centro, como las ruinas del Bazar de los Puentes, el sector del río cercano a Barrio Triste, la Oriental con San Juan y otro más que operó hasta el 31 de diciembre en los bajos de la estación Prado del metro.

La posibilidad de un baño, una comida o un momento de descanso marcan la diferencia. Los contrastes son acentuados entre aquellos que pueden y quieren acceder a algún tipo de atención y aquellos que no. Aquí sí alegan una inmunidad de calle. Los que no acuden a los programas parecen no creerle a una pandemia que ya ha cobrado la vida de más de dos millones y medio de personas en el mundo, acaso porque tienen urgencias que solucionar o porque el bicho nuevo llega como una amenaza que se suma a otras viejas conocidas como la tuberculosis o las gripes estacionarias tan comunes en la población habitante de calle.
Tal vez uno de los sectores más críticos en el Centro de la ciudad sea el Bronx, en Cúcuta con La Paz. En un día normal, casi a mediodía y en la cuadra más densa, pueden aglomerarse hasta ochocientas personas para las que no existe el distanciamiento físico ni lavado de manos ni tapabocas, y el alcohol antiséptico no se desperdicia en funciones de lavado sino en la coctelería primitiva.
En la acera de la cuadra con mayor posibilidad de sombra se arruman casi todos; algunos duermen en el piso, la mayoría consume y otros están pendientes de algún juego de azar o de aquello que puedan rebuscarse en la basura. Es tanta la gente que cualquier vehículo que pasa debe hacerlo despacio y pidiendo permiso.
Al frente, en la otra acera, en varias chazas cubiertas con plásticos negros para protegerse del sol, se exhibe como bufé una amplia variedad de estupefacientes que se pregonan y se ofrecen a todo el que pasa ojeando la mercancía. Hasta esa zona también llega la institucionalidad pero de una forma diferente: cada tanto los visita la tanqueta acompañada de hombres de negro que reparten bolillo a todo lo que encuentran en su camino con el fin de “limpiar la zona”, unas horas después del operativo continúa la dinámica como si nada hubiera pasado.
La inexistencia de protocolos mínimos de bioseguridad en medio de una pandemia que podría resultar escandalosa para buena parte de la ciudad está acompañada de una incredulidad ambiente: “Aquí no ha llegado eso, no se han llevado el primero [muerto] por covid”; “Sí nos hemos enfermado de la gripa, pero nos hemos encerrado cuatro o cinco días en la casa, nos pasa eso y a trabajar otra vez”; “¿Covid? No, amor, no sé qué es eso…”; “La pandemia empezó y yo no he escuchado que se murieron diez o veinte. Esa gente se ha muerto es de sobredosis y de ese chirrinchi”.
Las percepciones son compartidas por externos que siguieron la cuarentena de cerca en el sector. “Yo nunca llegué a ver personas enfermas. Creo que esta gente es muy inmune, porque la inmunidad se genera a partir de enfermarte, y vivir en la calle implica estar infectándote todo el tiempo. Más bien los vi afectados en su cotidianidad, porque ellos viven de la actividad del Centro, que estuvo cerrado por un buen tiempo”, menciona Jorge Calle, un fotoperiodista que ha centrado su trabajo documental desde hace más de diez años en esta población.
El interés de Jorge en el tema y la alianza con una abogada, Nataly Cartagena, lo motivaron a iniciar desde hace varios años con Everyday Homeless (Cada día sin casa), un colectivo que hoy reúne a más de treinta voluntarios, entre antropólogos, politólogos, abogados, periodistas y psicólogos, que se hicieron presentes con la población habitante de calle, especialmente en el Centro de la ciudad, durante la pandemia.


“Nosotros salimos casi todos los días de cuarentena y trabajamos con recursos propios o donaciones. Veníamos, los hacíamos hacer una fila ordenada, los desinfectábamos, regalábamos tapabocas y les repartíamos alimentos, algunas veces preparados y otras veces para cocinar”, recuerda Jorge.
A pesar de estar en orillas separadas (institucionalidad y sociedad civil), Cristina Cardona y Jorge Calle coinciden en la respuesta cuando se les pregunta por el motivo del relativo bajo contagio y la alta mortalidad en habitantes de calle por covid, por lo menos en el Centro. Ambos apelan a esa inmunidad de calle.
“Desafortunadamente aún no hay un estudio, lo hemos discutido entre el equipo de profesionales del proyecto, no lo sabemos, pero lo que asumimos es que puede ser un asunto de socialización: el habitante de calle no se monta a un metro, no se monta a un bus, ellos están ahí, están agrupados y son los mismos. Pensamos que esto iba a ser una cosa masiva, pero más fácil personas externas al contexto son quienes tienen mayores riesgos de contagiarlos”, manifiesta Cardona.
Los datos de la alcaldía hablan de un solo habitante de calle muerto por covid. Sin embargo, la Funeraria San Vicente, encargada del contrato público con la administración municipal para la cremación o el entierro de habitantes de calle, registra, entre noviembre de 2020 y enero de 2021, 42 servicios prestados a esta población, entre los cuales en siete casos se activaron los protocolos de disposición final por covid confirmado o sospechoso. El año anterior el contrato lo tuvo la Funeraria Medellín y al momento de terminar este artículo no logramos establecer la cifra de habitantes de calle que murieron entre marzo y octubre de 2020 ni a cuántos de ellos se les aplicó el protocolo covid. Sin embargo, es de suponer que se presentaron algunos casos para sumar a la lista de los últimos cuatro meses. Tomando el dato conocido se puede concluir que la letalidad es alta entre los habitantes de calle. El porcentaje se calcula de una forma muy sencilla, el número de muertes sobre el número de pruebas positivas. Medellín tiene uno de los porcentajes más bajos de letalidad entre las capitales de Colombia, hasta el 24 de febrero marcaba 1.81 por ciento; Colombia tiene 2.65 por ciento y en ciudades con un pico que desbordó la atención hospitalaria en algún momento, como Leticia, Barranquilla, Montería, llega a niveles entre el 3 y 4 por ciento. En los habitantes de calle, según el reporte de siete víctimas, la letalidad sería del 3 por ciento, un porcentaje que podría crecer con posibles fallecidos por covid bajo la vigencia del contrato con la Funeraria Medellín. Lo cual podría explicarse por las muy seguras enfermedades de base, por sus condiciones pulmonares y otras muy seguras comorbilidades.
Hay buenos datos, hay pruebas suficientes, hay mejor atención y siete víctimas confirmadas, pero no hay muchas explicaciones, así funcionan las cosas con el covid y la calle, dos incertidumbres en el amplio patio de la ciudad sin techo.
Etiquetas: Centro de Medellín , Centro Día , Colombia , Danilo Arias , estadísticas , habitantes de calle , Juan Fernando Ospina , Pascual Gaviria , Universidad de Antioquia
Carlos Díez
Por Catalina Oquendo
Para qué te voy a mentir, hijo, llegaste en un año terrorífico. Un 2020 que parece ficción y que ojalá, con el paso del tiempo podamos ver como una película en la que participamos millones de personas en el mundo como extras enmascarados y asustados.
Me gustaría decirte que hubo un AC, (Antes del coronavirus) y que el DC nos hizo mejores como se decía recién empezó la película; pero, si vamos a conocernos bien, ¿para qué voy a mentirte, Facundo? No todo ha sido malo, claro. Especialmente vos que crecías como una saxígrafa, en medio de piedras, mientras el mundo se detenía. Te atreviste como esas flores que se abren paso en medio de las losas de cemento y les diste una buena noticia a los amigos, a la familia, necesitados de algún mínimo de certidumbre.
Afuera había un virus desconocido que nos obligó a estar en casa, a permanecer en los espacios más íntimos. Digamos pues que el tiempo empezó a correr más lento, que tuvimos que andar caminos inciertos, aprender a vivir el hoy sin mayores prospecciones y a adquirir un respeto por la vida que corre, a mirar por la ventana. Pero es importante que sepas que eso que vivimos tu padre y yo fue un privilegio que tampoco tuvieron todos. El virus ese de mierda reveló aún más la desigualdad y los muertos los pusieron los más pobres.
Es difícil resumir en un texto tan corto cómo fue ese año, pero supongo que tendremos tiempo para los detalles. ¿Qué pasó?: un virus apareció en Wuhan, una ciudad industrial china de 11 millones de habitantes; los hospitales colapsaron y murieron más de 2 millones de personas, pero el virus saltó por el mundo y llegó a tus dos países: Colombia y Argentina. Y vinieron nuevas palabras como “confinamiento” y “cuarentena” y otras muy vacías que no hay que repetir; la gente -en el colmo del patetismo-, compró toneladas de papel higiénico como si creyeran importante morir con el culo limpio; nos vestíamos como astronautas, usábamos mascarillas y hacíamos tonterías como echar alcohol en las suelas de los zapatos; cerraron las fronteras y los aeropuertos, dejamos de ir a bailar, de encontrarnos con los amigos, de abrazarnos- al menos en la calle-. Nos asustamos también y muchos gobiernos, que se dicen democráticos, lo aprovecharon para mostrar su rostro más autoritario.
Perteneces pues a una generación de pandemials o cuarentenials, unos 512.000 niños que nacieron en Colombia en ese 2020 claustrofóbico y aterrizas en un mundo que espera con ansias una vacuna que mitigue el daño del virus, uno que- al menos eso me da ilusión- pone su esperanza en la ciencia. A lo mejor pensarás que fuimos unos irresponsables y tal vez tengas razón; lo único que podemos intentar, como dice una canción, es cuidar de que “el mundo nunca te cambie la risa”. Bienvenido, hijo, a este mundo que yo tampoco conozco pero que tendremos que descubrir juntos.
por SEBASTIÁN MEJÍA // A pesar de lo que dice la prensa, Elkin alcanzó a disfrutar del domingo: se despertó muy temprano, se bañó y se comió alguna cosa hasta que comenzó a abogar por sus amigos más cercanos para avisarles que se sentía muy mal, que le faltaba el aire.
El hombre que vemos aquí bien podría ser un militar. O un actor, un cargamaletas o un borracho. O todas las anteriores: al fin y al cabo un poco de todo eso había que tener para echarle el cuerpo a la guerra en la Colombia del siglo antepasado. O en la de cualquier otro siglo.
Presentación
»…La gente como tú es la razón por la que la vida se ha hecho tan mezquina. La gente como tú, con su egoísmo, ha roto todo lo que era bello en este mundo. El mundo moderno lo hicieron ustedes, ustedes son los verdaderos diablos, no los de las imágenes«.
Novela publicada en 2015 y ganadora del Premio Nacional del Libro de Malta. Traducida del maltés por Antoine Cassar. Es una historia ambientada en los primeros años de esta década y gira en torno a la vida de Ġanni Muscat, un hombre mayor, padre de familia, misántropo y católico fundamentalista, amante de los gatos y autor de El canto de las sirenas, su única novela y una pieza clave de la literatura maltesa de los setenta. Rápidamente la narración nos sumerge en la biografía y las contradicciones del protagonista que, enfrentado a su odio por el mundo liberal y moderno, jamás ha podido huir de su pasado ni de la literatura.
Alex Vella Gera: Nace en Malta en 1973. Ha sido galardonado en dos oportunidades con el premio Nacional del Libro Maltés por sus novelas Las serpientes han vuelto a ser venenosas y Troyano. Actualmente vive en Bruselas donde ejerce como traductor. Troyano es su primera obra traducida al español.
Fragmento
Los años, sobre todo los últimos, habían pasado como un relámpago. Sentía cada uno de sus sesenta y siete en el cuerpo, ahogándolo, mareándolo, doblándolo, envejeciéndolo. Sentía la vejez en cada cita con el médico; hoy te duele la espalda, mañana las entrañas, pasado mañana se te nubla la vista; los huesos se convierten en polvo y la mente se desintegra en mil pedazos, mil nada. La vejez se le notaba en el rostro —en esas cuencas como cuevas que no sabías si seguían hacia dentro o si terminaban— y en sus noches que no acababan y en las que no conseguía pegar un ojo.
Últimamente había comenzado a preguntarse porqué tanta amargura. Sí que estaba amargo, no había duda. La pesadumbre se le pegaba a la piel como el sudor. La vida se le había convertido en un remolino de agobio. ¿Pero tengo derecho a estar amargado después de una vida más o menos tranquila? Bueno, no precisamente tranquila, pero nada grave si se comparaba con otras vidas de las que había oído hablar, vidas que de verdad se vivían en un valle de lágrimas. Bastaba con mirar las noticias por televisión para comprobar que en eso tenía razón. Y no hacía falta buscar tan lejos. En todas partes podías encontrar personas amargadas, escondidas detrás de una sonrisa y el «muy bien, muy bien» de siempre.
En ese preciso instante no se sentía decaído. La media hora después de terminar la misa para él era el mejor momento del día, pues se encontraba en un estado de gracia, no contaminado por la vorágine del mundo exterior más allá de la iglesia sombría. Iba conduciendo con una preciosa calma y concentración, aun en medio de las bocinas de los otros autos porque conducía demasiado lento. Pero esa corriente de amargura seguía allí siempre, lista para volver a brotar con el más ínfimo pensamiento.
Alfonso Buitrago y Gerard Martin
Este sitio utliliza 'cookies' propias y de terceros para guardar tus ajustes y mostrarte publicidad personalizada. Al navegar nuestro sitio o utilizar nuestros servicios, aceptas su uso.
OkWe may request cookies to be set on your device. We use cookies to let us know when you visit our websites, how you interact with us, to enrich your user experience, and to customize your relationship with our website.
Click on the different category headings to find out more. You can also change some of your preferences. Note that blocking some types of cookies may impact your experience on our websites and the services we are able to offer.
These cookies are strictly necessary to provide you with services available through our website and to use some of its features.
Because these cookies are strictly necessary to deliver the website, refuseing them will have impact how our site functions. You always can block or delete cookies by changing your browser settings and force blocking all cookies on this website. But this will always prompt you to accept/refuse cookies when revisiting our site.
We fully respect if you want to refuse cookies but to avoid asking you again and again kindly allow us to store a cookie for that. You are free to opt out any time or opt in for other cookies to get a better experience. If you refuse cookies we will remove all set cookies in our domain.
We provide you with a list of stored cookies on your computer in our domain so you can check what we stored. Due to security reasons we are not able to show or modify cookies from other domains. You can check these in your browser security settings.
We also use different external services like Google Webfonts, Google Maps, and external Video providers. Since these providers may collect personal data like your IP address we allow you to block them here. Please be aware that this might heavily reduce the functionality and appearance of our site. Changes will take effect once you reload the page.
Google Webfont Settings:
Google Map Settings:
Google reCaptcha Settings:
Vimeo and Youtube video embeds:
You can read about our cookies and privacy settings in detail on our Privacy Policy Page.
Política de privacidad