La canción tuvo versiones en inglés y en francés. En cada una, la letra y la música ganaron matices, como una piedra pulida por la paciencia de algunas almas y de muchos años. La versión en inglés que sirvió como modelo a las demás fue escrita por Marc Blitzstein en 1954, y conserva algunos elementos de la original. Mackie Messer pasó a ser Mack the Knife, Mack Navaja en español. No sé a quién se le ocurrió que el ciclo armónico de cuatro acordes debía variar, para no perder el interés de la audiencia. La versión de Louis Armstrong de 1955 no registra esa variación. La de Bobby Darin, de 1959, ya la tiene: cada cierto número de versos, el ciclo armónico sube medio tono. La de Ella Fitzgerald es quizá la más juguetona vocalmente. Mi versión predilecta es la de Robbie Williams, en el Royal Albert Hall, 2001. Quiero pensar que Armstrong, Darin y Fitzgerald no se molestarían por eso.
El cambio armónico que comenzó con Darin en 1959 y siguió en las demás versiones era un accesorio para conservar el interés del público. La persona que había de aprovecharlo mejor tenía once años en ese momento. Su papá era colombiano y su mamá cubana. El niño cantaba esta canción delante de su familia, sin saber que en unos años iba a transformarla para unirse a una tradición ya bicentenaria. Su nombre era Rubén Blades. No deja de llamar la atención el hecho de que su apellido traduzca “navajas”. Mack the Knife se convirtió entonces en Pedro Navaja. Los acordes de la canción original, do mayor, re menor, sol con séptima y la menor, se conservaron casi intactos en su versión. Solo cambió el orden y el modo de uno de ellos: la menor pasó a la mayor con séptima. Eso le dio un aire ligeramente más adusto a la armonía. También se conservó la variación que comenzó con Bobby Darin: escalar medio tono cada cierto número de estrofas. El mérito de la versión de Blades, creo, consiste en darle una dirección a la letra y un propósito narrativo a la variación armónica. En inglés, la letra tiene la delicadeza de nunca mostrar al personaje durante sus asesinatos. La canción siempre llega tarde: vemos a la víctima en el suelo y una sombra que se pierde en la esquina. Sin embargo, no ocurre nada más allá de una errática acumulación de crímenes. En español, en cambio, hay una historia: una serie de hechos que desembocan en un final ineludible. En inglés, el aumento gradual de tono es casi ornamental. En español, ocurre cada vez que la historia llega a un punto de quiebre importante: cuando Pedro Navaja aprieta un puño dentro del gabán, cuando la mujer guarda el revólver que la libra de todo mal, cuando suena un disparo como un cañón. La tensión narrativa va en la misma dirección de la tensión musical.
Pese a la tradición que sustenta a Pedro Navaja, creo que el personaje verdaderamente interesante de la canción de Blades es la mujer. Cuando los personajes se forman al margen de la voluntad de quien los crea, como una consecuencia del proceso, lo hacen de manera orgánica y adquieren mayor veracidad. El asesino de la canción tiene un solo lado, tan llanamente miserable que lo lleva robar los pesos de una prostituta. Es un matón bien trajeado y punto. Pero la mujer tiene una historia con la que es posible la empatía: la sentimos rumiar una pena, conocemos sus necesidades, entendemos su drama. Cuando la matan, no siente odio: reacciona con una ironía casi divertida. Es la única en la canción que podría decirnos un par de cosas sobre la realidad, sea lo que sea que eso signifique.
Gabriel García Márquez le preguntó a alguien en una fiesta si conocía a Rubén Blades. Como la respuesta fue no, le preguntó si conocía a Pedro Navaja. Su interlocutor dijo que “a ese sí lo conocía”. Es justo: Rubén Blades nació en 1948 y ha sido Rubén Blades; Pedro Navaja comenzó a nacer en 1702, y fue Mack the Knife, Mackie Messer, Macheath y Jack Sheppard.