En las veredas de Turbo se gestó, poco a poco, brazalete a brazalete, el grupo narco más importante del momento en Colombia. Más de tres décadas de deserciones, traiciones y desmovilizaciones. La sonriente caída de Otoniel es el pretexto perfecto para entender a Urabá como el más sofisticado laboratorio de nuestras guerras recicladas.



Saga Úsuga

Por PASCUAL GAVIRIA
Ilustraciones de Verónica Velásquez

Urabá era un hervidero político, una pequeña república donde todo estaba por acomodarse: las ideas, los liderazgos sociales, la preminencia electoral, las condiciones laborales, los barrios marginales, la expansión bananera. Corría 1978 y el reloj marcaba los arrebatos de la Guerra Fría y los abusos del Estatuto de Seguridad del recién posesionado Julio Cesar Turbay. Sindicatos, movimientos obreros, partidos nacientes y tradicionales, gremios y curas se peleaban los espacios en un territorio prometedor y feroz. Y casi todos tenían un respaldo armado para consolidar sus objetivos y defender sus liderazgos e intereses. Estaban las Farc, el EPL, los paras en formación, los militares en guardia. La política tenía, entonces, un importante ingrediente de plomo.

Ese 1978 es clave para entender una buena parte de la violencia que vendría después en la región. Un rompimiento entre el EPL y las Farc abrió una nueva trocha de batallas a muerte. Dos jóvenes comandantes del Frente Quinto tuvieron diferencias con los procedimientos y la visión de lucha de sus superiores. Decían que las Farc solo alentaban burocracia y votos para el Partido Comunista, criticaban algunos abusos contra los campesinos y al mismo tiempo la falta de frentes urbanos. Naín Piñeros y Bernardo Gutiérrez, con mando y presencia en el eje bananero, en las codiciadas partes planas, decidieron formar cambuche aparte. En medio de un último intento por arreglar el desacuerdo Naín Piñeros fue asesinado por hombres de las Farc y Bernardo Gutiérrez quedó solo y decidido con un nuevo grupo al que llamó Núcleos ML de las Farc. La aventura en solitario duró un año. Gutiérrez tramitó su ingreso al EPL y las Farc apuntaron sus armas no solo contra el desertor sino en general contra el Ejército Popular de Liberación. La madeja de la guerra comenzaba a enredarse, cómplices y enemigos se revolvían, ideologías y traiciones se mezclaban. Una constante en las largas y cambiantes guerras en Urabá.

En ese 1978 llegó Mario Agudelo a Urabá. Acababa de pasar seis meses en Bellavista por un saboteo electoral que no fue: “Por tirar puntillas el día de elecciones. Bueno, por cargarlas, porque todavía no había tirado ni una”. Eso terminó convenciéndolo de ingresar al EPL y se puso a discreción. Iba para el suroeste pero terminó en el golfo por azares sentimentales. La camarada que lo visitaba en prisión para sostener moral y hacer las tareas de adoctrinamiento terminó siendo su compañera. Simularon muy bien la visita conyugal. Ella tenía su base en Urabá y la dirigencia no quiso separar a la pareja.

Mario será la memoria de este recorrido que pretende una mirada sobre casi 35 años de historia en armas, tres desmovilizaciones y una increíble mezcla de militancias por parte de los hermanos Juan de Dios Úsuga David, alias Giovanni, y Dairo Antonio Úsuga David, alias Otoniel,  y su gente. Un ejemplo revelador de evolución criminal. Mario Agudelo habla con una memoria que tiene algo de devoción, con una extraña curiosidad por el pasado que revisa en noticias, reitera en conversaciones y reconstruye en reflexiones personales. Sufrió atentados en Urabá y perdió un hijo en su casa por un libro bomba que estaba dirigido a él. Hizo política con éxito, fue alcalde de Apartadó en el 2001 y diputado de Antioquia durante dos periodos.

Cuando Mario llevaba tres años en Urabá el EPL comenzó a ganar espacio político. Sintagro, su sindicato aliado, llegó a tener casi siete mil trabajadores bananeros afiliados. Más de la mitad de los obreros del sector estaban en sus listas. Las invasiones de tierras, los paros, el triunfo en las convenciones colectivas les fueron dando una ascendencia especial que las Farc recelaban. “Y todo con base en Currulao que era un santuario de ellos, nosotros nos volvimos poderosos fue ahí”, dice Mario. Al primer campesino que mataron por apoyar a Bernardo Guriérrez, que según la paranoia de las Farc era agente de la CIA, fue a un señor Cruz Borja. Legendario del Partido Comunista que venía del Sumapaz.

Los paras eran todavía una estructura en formación, más vigilantes de fincas bananeras y socios de los nacientes negocios narcos que comandantes. Y los mafiosos comenzaban a llegar como “nuevos inversionistas”: “Fidel Castaño tenía mucha tierrita por ahí en el Darién, los Ochoa comenzaron a comprar tierra en San Juan y en Arboletes, tenían fincas ganaderas, el Pelusa Ocampo tenía allá la Virgen del Cobre, hacienda con pista de aterrizaje…”, recuerda Agudelo. Rodríguez Gacha, Mata Ballesteros y hasta miembros de La Terraza, como Elkin Mena, llegaron a invertir y despojar en el norte de Urabá.

En 1984 llegó la negociación con Belisario Betancur. Farc, EPL y gobierno firmaron una tregua y las cosas se calmaron por un tiempo. Dirigentes de los grupos armados salieron a hacer proselitismo público y los sindicatos que habían ido y vuelto de la legalidad a la clandestinidad dieron algunas de sus luchas más importantes. El EPL ya lograba hacer manifestaciones hasta de tres mil personas en la zona bananera: “A nosotros ese acuerdo nos cayó como anillo al dedo. Ya teníamos un trabajo y a raíz de eso nos abrimos a hacer un trabajo ya público, como EPL. Y ahí salió Sintagro como un sindicato fuerte (…) Y cuando las Farc llegan, que habían estado muy a la defensiva por el Estatuto de Seguridad, encuentran que el espacio está ocupado. Y ahí vino una cosa muy dura nuevamente, entonces esos manes empezaron a matar muchachos del sindicato y hubo tres masacres ahí, en heladerías, porque en ese tiempo los obreros vivían en las fincas y la diversión de ellos era salir a tomar guaro cada quince días”.

La negociación no iba para ninguna parte. El gobierno solo intentaba entender a Urabá más allá de la versión que le entregan los militares, y la insurgencia estaba tomando aire, combinando las formas de lucha en busca de la apenas postergada revolución. Fueron casi tres años de apaciguamiento durante los cuales el EPL pasó de ser una guerrilla regional entre Córdoba y Urabá a tener una relevancia nacional. Luego del rompimiento del proceso, los partidos, los sindicatos, las guerrillas y las organizaciones sociales tenían más que nunca representaciones y reivindicaciones cruzadas. Y la muerte aparecía en las fincas bananeras, en las sedes de campaña, en las cooperativas, en el monte. Los paras habían entrado con toda e iban contra cualquier gesto distinto a cortar los racimos y armar las cajas para el banano. En 1987 Fidel Castaño ya tenía al menos cien hombres organizados en la hacienda Las Tangas en Córdoba. Ese mismo año los paras mataron 34 trabajadores bananeros en Urabá, entre ellos a Argemiro Correa, fundador y presidente de Sintagro.

Es el momento para la llegada de los hermanos Úsuga al EPL. Hay una dosis suficiente de fervor y terror. Mario Agudelo lo recuerda con su labia memoriosa que acompaña con un recorte de prensa en la pantalla de su teléfono: “Esos muchachos eran de Nueva Antioquia [corregimiento de Turbo]. Ese era un sitio de mucha influencia del Partido Comunista, ahí hubo colonización de grupos de izquierda, había Juventud Comunista, muchachos que entraban a las Farc, al partido, y cuando estábamos ya en la Coordinadora, el EPL empezó a transitar territorios de las Farc y transitando por ahí el par de muchachos se fueron para el EPL, entre ellos Otoniel y Giovanni, ellos estaban muy jóvenes, tenían diecisiete, dieciocho años más o menos… Inclusive hay una anécdota, esa familia de ellos era muy de izquierda, resulta que un primo de ellos era mando de las Farc, Isaías Trujillo, él se llama Óscar Úsuga, es primo de estos muchachos, resultaron en el EPL unos y en las Farc otros”.

A finales del 87 llegaron esos “muchachos” al EPL y la guerra tenía un nuevo ingrediente. La campaña para la primera elección popular de alcaldes estaba en pleno furor. Una semana antes de las elecciones, en marzo de 1988, se cometieron las masacres de Honduras y La Negra en las que fueron asesinados veinte trabajadores bananeros en Currulao. Los sacaron de los campamentos de las fincas con lista en mano. Los paras de Castaño, la gente de Henry Pérez llegada desde Puerto Boyacá, y algunos empresarios bananeros fueron condenados por las muertes décadas después. “Previo a las elecciones mataron mucha gente, mucho dirigente sindical, mucho dirigente político, no solamente de la izquierda, de la UP, de nosotros, sino que allá mataron también un señor del Nuevo Liberalismo, mataron al director del partido Conservador en Apartadó”. Agudelo recuerda ese “avance” de democratización casi cerrando los ojos. En ese momento hacía parte del EPL pero ejercía igualmente liderazgo sindical con Sintagro y político con el Frente Popular que hizo coalición con la UP en Apartadó y otros municipios. En la “capital” del Urabá Antioqueño la UP y el Frente Popular sacaron más de seis mil votos, doblaron al partido Conservador y al partido Liberal y eligieron a Ramón Castillo como alcalde, quien debido a las amenazas y los atentados dejó el cargo y el país. Volvió cuatro años después y en 1996 fue asesinado en Manizales.

Hace unos años se supo que no solo el ejército abría la puerta para que mataran a la gente de los movimientos afines al EPL, también las Farc hacían lo suyo en esa guerra sin trincheras: “La historia ha venido saliendo a flote, había un pacto entre el Quinto Frente de las Farc y Fidel Castaño, inclusive los tipos de las Farc fueron a Las Tangas a reunirse con Fidel y yo tenía mucha duda sobre si fue así o no, pero a mí me llamaba la atención por qué todo era contra nosotros, Honduras, La Negra, Coquitos, La Mejor Esquina, Pueblo Bello, El Tomate, todas las masacres contra nosotros que no éramos los más poderosos políticamente, aunque militarmente sí éramos fuertes… Y ya hace poco, Manteco, comandante del Quinto Frente, desmovilizado en los acuerdos de La Habana, reconoció que ellos hicieron reuniones y mantuvieron esa relación hasta el 94, hasta que murió Fidel”. Los paras manejaban las costas desde el Darién hasta Córdoba y se preocupaban por la salida de la droga. Las alianzas miraban el negocio y nos los melindres ideológicos.

Los “muchachos” recién llegados se dieron cuenta de qué se trataba la guerra en Urabá. Era como si la realidad les dijera, bueno, aprenden o aprenden. Los hermanos Úsuga no llegaron solos a las filas del EPL, un buen combo de guerreros estrenaban fierros y uniforme. Los jóvenes que venían de la vida campesina, de las montañas cercanas y no del eje bananero en la zona plana, y eran los que menos formación política tenían. De ahí venían los Úsuga y sus camaradas que desde los primeros meses en la guerrilla montaron una parrillita: “Esos muchachos eran buenos combatientes, realmente eran buenos combatientes, y ahí hubo una línea de mandos medios muy buena: Gavilán, Sarley, Gonzalo, Ricardo, Caballo, y por coincidencias de la vida resultó que todos esos muchachos eran de Turbo o se habían criado por allá…”. Mario dice no recordar exactamente el momento en que llegaron los hermanos Úsuga, pero tiene claros los movimientos y las ambiciones de ese grupo de jóvenes que desde el comienzo tuvieron una inclinación por el rancho aparte.

Menos de dos años después de la llegada de los Úsuga al monte el EPL comenzó un nuevo proceso de negociación. En Urabá el clima era otro con el desmonte de la Jefatura Militar, figura que convirtió por un tiempo las alcaldías en comandancia, y el compromiso público de Fidel Castaño de respetar el cese de fuego con el EPL. Se acababa el gobierno de Virgilio Barco y aparecía la posibilidad de una Asamblea Nacional Constituyente. Esa oportunidad llevó al M-19, al EPL, al PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) y al Movimiento Indígena Quintín Lame a la mesa de diálogos. Al final todos firmaron e hicieron parte de la Constituyente. El 1 de marzo de 1991 más de 2200 combatientes del EPL dejaron las armas en seis campamentos de paz en Colombia, además de 6400 militantes clandestinos del Partido Comunista Marxista Leninista. Algo más de seiscientos hombres y mujeres en armas se desmovilizaron en Urabá en medio de una gran movilización ciudadana. El EPL era la guerrilla más importante en la zona y su presencia era clave en muchos sectores de la sociedad.

Pero los mandos medios no veían una recompensa cierta por dejar las armas. Las discusiones se daban en ámbitos y con temas distintos a sus intereses. El lugar de privilegio que les daba su mando sobre otros hombres y su poder sobre la población civil nunca fue tenido en cuenta por quienes lideraron las negociaciones. Ellos solo perdían rango, pasaban a ser excombatientes rasos. En esas condiciones quedó el grupo de guerreros al que pertenecían los Úsuga. De modo que se dedicaron a buscar una buena franquicia para sus probadas habilidades en armas. Mario Agudelo recuerda bien ese momento de celebraciones y de debates constitucionales para unos y búsqueda de nuevas trochas para otros: “Cuando nosotros nos desmovilizamos ellos andaban pa arriba y pa abajo juntos, todos ellos, eran por ahí diez pelaos, hoy estaban en Turbo mañana en Apartadó y nosotros mirábamos, ¿estos güevones qué pues?, y resulta que estaban era perdidos, estaban buscando pa dónde arrancar y cuando menos pensamos, en octubre, dijeron, no, nosotros nos rearmamos, Caraballo nos dio el apoyo, las Farc nos dieron el apoyo y vamos a retomar las armas como frente Bernardo Franco…”. Las condiciones para los desmovilizados tampoco daban mucha tranquilidad, luego de tres años de firmada la paz los excombatientes asesinados ya sumaban trescientos.

El respiro duró apenas ocho meses para los “muchachos”. Francisco Caraballo, el principal disidente del EPL, les dio su apoyo desde Bogotá. Caraballo no estaba en las regiones ni era hombre de monte. Su apoyo era el de un jefe a distancia, alguien que prestaba el nombre para que se armaran un organigrama. Caraballo fue capturado en 1994 en Cajicá, a cuarenta minutos de Bogotá, en una escena de familia burguesa: bien dormido en compañía de su esposa y su hijo, y bajo el cuidado de dos mujeres que dijeron estar al servicio de la familia.

Pero el combo Úsuga necesitaba, además de ese estatus de disidencia recién perdido por la caída Caraballo, la simpatía de las Farc que habían emprendido una matazón contra los desmovilizados a quienes consideraban traidores: “Las Farc los apoya, ellos estaban muy nuevos y necesitaban el apoyo de las Farc, eran personas que de un momento a otro iban a ser jefes de un movimiento armado, antes eran solo mandos medios, las Farc les da el apoyo logístico e ideológico, les permite que transiten por sus territorios”. Poco a poco son más un pequeño apéndice de las Farc, con algo de margen para actuar y cobrar pero con la tutela y protección de ese tío mayor. Los pequeños ejércitos de los Castaño y otros terratenientes de la zona ya son las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) y triplican en poder de fuego a esa anémica disidencia. No era posible mantener durante mucho tiempo esa figura de disidencia acéfala del EPL: “Para el 96 estos grupos de los caraballistas estaban muy mal, porque esos muchachos estaban en una desventaja muy grande frente a las ACCU de Carlos Castaño, entonces las Farc los recibe allá en Mutatá y estos como que en el trato con la población eran abusivos y parece que mataron a un campesino cercano a las Farc y ahí los expulsan y los enfrentan… ¿Cuándo toma preponderancia Giovanni? Cuando ellos tienen problemas con las Farc, el que tiene problemas con las Farc es Giovanni”.

El mayor de los Úsuga tenía su grupo por los lados de Bajirá, mientras Gonzalo estaba en el oriente de Antioquia y Sarley manejaba el frente Bernardo Franco en el eje bananero. Se habían desdoblado en tres estructuras. En medio del desespero por un posible exterminio Giovanni tiene una idea audaz, se va para Vigía del Fuerte y le manda un mensaje de rendición a Carlos Castaño. Era imposible para ese pequeño combo sobrevivir en medio de una guerra simultánea con los dos grandes grupos armados de la región. Mario Agudelo recuerda no solo la jugada de Giovanni sino la del líder de las ACCU: “Castaño no les tenía confianza pero fue hábil, dijo, no puedo perder este papayaso, entonces él hace los puentes para que se desmovilicen, óigase bien, Carlos Castaño como facilitador de una desmovilización… Gestor de paz”.

“Concentrados en finca de los hermanos Castaño Gil”, titula la noticia del 31 de julio de 1996 en el periódico El Mundo de Medellín, y continúa la nota: “Al jefe del programa de reinserción de la presidencia de la república, Tomás Concha, lo mismo que a tres representantes de la gobernación de Córdoba, la Defensoría del Pueblo y a varios sacerdotes fueron entregados ayer por la Cruz Roja Internacional y varios prelados del Urabá antioqueño, los 45 guerrilleros del EPL que se rindieron ante las Autodefensas Campesinas (…) Los 45 insurgentes eran comandados por un joven apodado Giovanny. Del grupo hacían parte 10 mujeres según lo estableció El Mundo. Los guerrilleros hicieron entrega de fusiles Ak-47, revólveres y pistolas así como equipos de campaña y manifestaron estar decepcionados con la lucha guerrillera”. En la finca Cedro Cocido, a veinte minutos de Montería, el Estado recibía a una escuadra disminuida de manos de un grupo armado en pleno crecimiento. El presidente de la Federación de Ganaderos de Córdoba dijo en su momento en entrevista en El Colombiano que había sido un gesto humanitario de los Castaño y que la entrega de ese grupo era “una prueba la eficiencia de las autodefensas y la falta de fortaleza de las Fuerzas Armadas”.

Unos días después de esa dejación de armas se presentaron en el Carmen de Viboral cincuenta hombres más comandados por David Mesa Peña, alias Gonzalo, quien dijo en sus declaraciones que era el comienzo del fin de la guerrilla y que las Farc ya eran solo una banda de narcos. Álvaro Uribe Vélez, gobernador de Antioquia en el momento, se enteró de la entrega por las llamadas de los comisionados de paz de Antioquia, monseñor Isaías Duarte Cancino y Sergio Fajardo. El gobernador parecía mirar todo desde afuera con mucha tranquilidad: “Sin embargo, la voluntad final de este grupo (ACCU) no es incorporarlos sino facilitar que estos alzados en armas puedan entrar a un proceso con el gobierno nacional”.

Pero Castaño sí tenía la voluntad de dejarlos bajo su mando y la segunda desmovilización de los muchachos se convirtió en un nuevo cambio de brazalete. Castaño no los metió en la nómina de los ACCU sino que los manejó como contratistas. Era una especie de comando especial que hacía encargos en diferentes zonas. Al parecer hasta en Medellín hicieron sus vueltas por orden de Castaño. Poco a poco se fueron ganando su confianza y la historia de la llegada a la finca Cedro Cocido terminó más como empalme que como dejación de armas. Carlos Castaño los mandó a San Pedro de Urabá como un ejército recién derrotado, dándoles funciones y advertencias. Allá comenzaron a ser lo que después conoceríamos como el Clan del Golfo.

A esas alturas ya tenían experiencias de guerra en bandos contrarios, conocían los azares de las negociaciones, habían mostrado obediencia bajo cualquier sigla. Las ACCU eran historia y estaba en marcha un nuevo proyecto nacional que mostraba pretensiones políticas. Los “muchachos” servían como apoyo para operaciones de las AUC en el Bajo Cauca Antioqueño y en otras zonas del departamento. Y probando finura llegaron al Bloque Centauros en los Llanos. Allá los envió Vicente Castaño para que apoyaran los esfuerzos de Daniel Rendón Herrera, Don Mario, y Henry López Londoño, Mi Sangre. Otoniel y otros de los muchachos participaron en julio de 1997 en la masacre de Mapiripán, en el Guavire, donde más de sesenta campesinos fueron asesinados. Esa matanza marcó el crecimiento de las AUC en el país en alianza con grupos locales en los Llanos. Por primera vez se hablaba nacionalmente de Los Urabeños. Después de cerca de siete años de ser paras duros llegaba el momento de una nueva desmovilización. Era el año 2004 y todo estaba listo para la tercera foto entregando los fierros con desgano.

Vicente Castaño sintió que el gobierno los había traicionado luego de un periplo por cuatro puntos de concentración que le parecieron cárceles disfrazadas. De modo que los “muchachos” volvieron al trajín por orden de Vicente y al mando de Don Mario. El asesinato de su líder les dictó el nombre y se hicieron llamar Héroes de Castaño en honor al Profe. Era el año 2007 y la OEA, encargada de la vigilancia al proceso con las AUC, hablaba de una estructura que operaba de civil, con armas cortas y estaba formada sobre todo por desmovilizados de los Bloques Bananeros y Élmer Cárdenas: “Se estima que puede tener hasta 50 hombres”, decía la OEA en ese momento. Don Mario se había convertido en su patrón, una palabra de mando para el jefe de un cartel. La idea de comandante ya era un cuento viejo. Los embarcaderos que habían sido de los Castaño ahora eran del patrón. Pero Don Mario no era hombre de monte ni escondrijos y en abril de 2009 fue capturado por el ejército en cercanías del cerro Yoki en Necoclí.

En 2010 el ejército describía una organización de al menos doscientos hombres con presencia en el Magdalena Medio, Cesar, Santander y en contacto con combos en algunas capitales. En 2012 habían multiplicado por diez sus hombres aunque el feliz año llegó con la muerte de Juan de Dios Úsuga, Giovanni, en Acandí, en una fiesta interrumpida por el ejército. Su hermano Otoniel se había convertido en capo luego de años de seguir la fila. Un año después, en abril de 2013, Sarley fue abatido por la policía en San Pedro de Urabá. Se perdía una ficha pero se abrían oportunidades. Las Autodefensas Gaitanistas de Colombia estaban en plena expansión y la prole de los Úsuga era el circuito de confianza de Otoniel: esposa, hermanos, primos, cuñados estaban detrás de ese extraño y sigiloso cartel. Un híbrido que Mario Agudelo describe con buen condimento: “Y estos muchachos por descarte se ponen al frente de estructura y ahí es donde ellos se proponen a darle su sello personal a esa estructura, ante todo al manejo de esos corredores estratégicos, porque es que a ellos se les apareció la virgen, para ellos en última instancia eso fue una herencia que se les apareció. Ellos tienen es un comportamiento híbrido, tienen un poquito de guerrilleros, tienen un mucho de paracos, tienen algo de traquetos, algo de Pablo Escobar, ellos en su comportamiento como sintetizan, como si usted hiciera un sancocho donde metiera una cucharada de paramilitarismo, otra cucharada de guerrilla y otra de narcotráfico…”. En agosto de 2017 el turno fue para Gavilán, abatido por el ejército en Turbo en medio de la operación Agamenón. Otro que había pasado de maoísta a gaitanista.

Cerca del cerro Yoki, donde Don Mario también dejó de dar pelea, cayó Otoniel y su risa enigmática. No eran ni patrón ni camarada ni comandante, solo el líder de un grupo de hombres de serranía y de lanchas rápidas, fingidores de ideologías y hábiles lavadores, dueños de la nómina de mucho pueblo que los protegió y azote de crueldad contra su gente. La olla de esa guerra seguirá reverberando sin su jefatura, con nuevos caldos, los mismos ingredientes y nuevas presas.