Tres poemas
Diana Roa, Felipe Sánchez Villareal, Stefanía Rodríguez Campo
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Diana Roa, Felipe Sánchez Villareal, Stefanía Rodríguez Campo
Carlos Díez
Laura Martínez Duque – Putamente Poderosas
Los animales nos buscamos unos a otros, incluso en sueños. Queremos complicidad, compañía, algún tipo de equilibrio, también juego, confrontación y dominio. Los animales son ellos, el pato, el mico, el búho y la araña, pero también nosotros, y a veces lo olvidamos. Los doce cuentos de Animales de familia nos recuerdan la animalidad del alma humana a través de personajes que se enfrentan al encuentro y al desencuentro, como el ama de casa y el perico australiano que coinciden en un apartamento; a la fascinación, como el hombre que se dedica a observar meticulosamente unas hormigas; al asombro y al miedo, como el muchacho de montaña que visita las burras de la sabana. En este libro, David Eufrasio Guzmán narra con poesía, humor e ironía el misterio, el reto y la belleza de vivir en cardumen.
Me acuerdo patentico, cómo se me va a olvidar ese día, y eso que mis días son más o menos igualitos, hasta los domingos que salgo con mis amigas a tomar ron al centro. Madrugué como siempre, ya bañada fui a despertar al niño, le puse la mano en el hombro y lo estrujé pasito. Despierte que ya es hora, le dije, despierte y métase al baño mientras hago el desayuno, su papá ya se levantó. El niño protestó como siempre y se tapó con la cobija entonces me tocó jalársela de a poquito hasta verlo todo lagañoso y con ese vozarrón que se despierta me dijo que ya va, que otro ratico. Yo creo que es esa sinusitis que mantiene lo que hace que por la mañana huela como a lechuga vieja. Una muchacha que también trabaja aquí en la urbanización me dijo en estos días que los hijos únicos eran insoportables. Son un karma para los papás, fue como dijo la patrona de ella.
El niño se metió al baño y al rato tuve que ir a tocarle la puerta, él roncea mucho y ya lo he pillado que se queda dormido debajo del chorro de agua caliente. Y no se estrega, porque después voy a extender la toalla y le encuentro manchas de tierra, entonces qué dice una, no se estregó los raspones que trajo de jugar fútbol, apenas se pegó la mera mojada. Él tenía educación física y entrenamiento, me acuerdo porque se puso la sudadera del colegio, la camiseta, los tenis blancos y empacó los guayos en la tula del Nacional. Aquí el desayuno es casi siempre lo mismo: huevo revuelto, a veces con aliños, una salchicha, arepa con mantequilla, quesito y chocolate. Porque al niño no lo dejan comer kelos sino es al algo, don Pancho dice que eso es pura azúcar y no alimenta, yo también prefiero algo de sal.
Cuando estábamos desayunando, porque yo como con ellos en la mesa, don Pancho me dijo que no venía a almorzar, que él ya volvía por la noche con Minora después de recogerla en el aeropuerto. Yo ahí mismo pensé, Virgen santa, como pasa el tiempo, hace nada que Minora se fue y tanto drama para saber que todo pasó tan rápido, y el niño está bien, ni enflaqueció ni va perdiendo el año ni hace lo que le da la gana. Y despuecito me dije, Ay, qué dicha la tarde sola para ponerme a planchar tranquila. Y como era poquita ropa, terminaba rápido y me ponía a ver la telenovela mientras llegaba el niño. Una ya sabe más o menos cómo se le va a venir el día y lo mejor es que salga sin aspaviento. Esas semanas sin Minora todo estuvo tan tranquilo, como que todo pasaba a la hora que tenía que pasar y cada quien hacía sus cosas sin sentir los ojos de ella por ahí vigilando. Yo la conozco hace años y no le exagero si le digo que es como familia mía, ella me quiere mucho, y me manda mucho también.
El niño salió a esperar a don Germán y a las hijas, seguido salió don Pancho y quedé sola, recogí los trastes y cuando los estaba terminando de lavar, el timbre. Y yo, pero quién será, ninguna de las muchachas podía ser porque todas tenemos destino a esta hora, hay que arreglar cocina, arreglar casa, tender camas… Fui a abrir y era el niño, qué susto, como si ya se me hubiera ido el día entero sin hacer nada, y no, que don Germán y las hijas no aparecían, que el carro tampoco estaba donde siempre lo parqueaba, frente a los bloques verdes. Que lo dejaron. Y eso no me cuadraba, porque ese señor siempre esperaba al niño y si se estaba demorando mucho, mandaba a una de las hijas a acosar, que quihubo pues, que iban a llegar tarde al colegio. Y el niño, para decir verdad, era muy cumplido, ya la mamá le tenía dicho que no le llegara tarde a don Germán, que con mucho gusto lo estaba llevando gratis al colegio, de puro querido solo porque ya había llegado a bachillerato y entraba a la misma hora que las hijas.
Yo no me iba a quedar con la duda y fui con el niño a preguntarle al portero si don Germán ya había salido con las hijas para el colegio y el portero me dijo que no, que lo único que sabía era que doña Mery, la esposa de don Germán, se había ido la noche anterior con las niñas en un taxi, que todas tres iban llorando y que ni siquiera se despidieron, y que de don Germán no se sabía nada desde ese mismo domingo por la mañana que había salido solo en el carro. Yo llegué por la nochecita toda copetona y no reparé si el carro estaba, yo nunca reparo en eso, pa qué, yo venía era pensando en un pelao lo más de querido que conocí allá en la heladería a la que vamos con mis amigas.
Lo primero que pensé fue que el niño no podía perder colegio, ¿cómo le decía yo a Minora, justo el día que llegaba de ese viaje, que el niño había faltado al colegio? Eso no le iba a gustar para nada. Y como le conté hace un momentico, todo venía saliendo muy bien como para que el último día me quedara cruzada de brazos. Ella me dijo muy claro antes de irse, Lo que pueda resolver usted, resuélvalo, entonces en un arranque le dije al portero, Présteme para llevar al niño en taxi, ahorita se los devuelvo, es para no tener que ir a la casa, vea que ya va a llegar tarde. Guineo, así le dicen al portero, me prestó quinientos pesos y así en arrastraderas me monté a un taxi con el niño. Yo sé que el colegio es cerquita al Paguemenos de la calle Colombia, entonces nos bajamos ahí y luego caminamos, el niño sabía por donde, cruzamos un puente lleno de gamines lo más miedoso, yo lo llevaba agarrado de la mano y él me decía, Irene, me está apretando muy duro, me está enterrando las uñas, y era que yo iba muy asustada, y no sabía si estaba haciendo las cosas bien o si se me había corrido la teja por salir así a la calle y estaba jugando con lo que la patrona más quería, usted se imagina donde se me roben el niño o le pase algo, ¿qué le digo yo a Minora?
* * *
Esos gamines que se le van acercando a uno como cojiando sí me dan miedo, porque en la parte de atrás del muslo llevan el cuchillo, cómo será que se lo lleven a uno para una cueva debajo de la calle o lo metan a un rastrojo… Una vez, cuando estaba en el bus del colegio, vi por la ventanilla a un loco bañándose en pelota debajo de un puente, me acuerdo que un profesor de la ruta, que no me daba clase, me regañó porque me reí muy duro, y me dijo, No se ría tanto que ese podría ser su destino.
Editorial
Alfonso Buitrago Londoño
Simón Murillo Melo
Biblioteca Pública Piloto
Isabel Botero
Guillermo Antonio Correa Montoya
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