Confesiones de una stalker

Por ESTEFANÍA CARVAJAL
Ilustración de Juan Fernando Ospina

Antes de la mariposa estuvo el huevo. Y después del huevo, la oruga. Y esa oruga se cubrió en seda y se pegó de una ramita con la cabeza hacia el suelo, incapaz de desplazarse o defenderse, inmóvil, expectante, y ahí esperó muy quieta, confiando en su suerte, hasta que sus alas estuvieron completas y se llenaron de colores.

Dice Kim Zuluaga que hubo una vez un profesor del Salazar y Herrera que era como homofóbico, y por ridículo —por justicia divina, por eso que llaman karma— le tocaron todas las maricas del colegio en un mismo salón.

—Esto parece un mariposario —dijo el profesor.

En ese salón estudiaba Monie Gil, que en ese entonces, hace más de diez años, se llamaba Sebas —un muchacho flaco, casi esquelético, de facciones femeninas y sonrisa amplia, expansores por los que podría pasar un dedo y copete rubio, entre emo y sayayín—, y a ellas les dio rabia, claro, pero también les dio algo así como una sensación de orgullo: mariposas sí eran, claro, bellas y escurridizas como mariposas, coloridas y delicadas, finas, femeninas como mariposas; mariposas sí eran, claro, cómo no.

Lo que no sabía el profesor —y ellas tampoco, aunque ya se lo intuían, ya se lo soñaban— es que el mariposario era apenas un larvario: aún faltaban años para completar la metamorfosis que recién iniciaba. Años de hormonas y cirugías y extensiones y bótox y de verse al espejo y sentir que ya casi pero que aún no, y también años de aprender a vivir en un cuerpo nuevo que la gente mira en la calle, de reojo o de frente, con curiosidad o con rechazo, pero que nunca —menos con esa ropa, menos con esas maneras, mucho menos cuando van todas juntas— pasa desapercibido.

—A mí me gusta ser extravagante, llamar la atención —dice Kim en una de las tantas entrevistas que le han hecho desde que una tutela suya llegó a la Corte Constitucional y les permitió a las trans de Colombia ir vestidas al colegio con el yómber de las niñas.

Se habían conocido por internet, antes de llamarse a sí mismos ellas, pero cuando la curiosidad ya se había despertado: desde niños sabían que no eran tan niños como los demás. Era 2008. En MTV aún pasaban Los diez más pedidos y las redes sociales —My Space, Facebook, Hi5— eran lo último en guarachas. Su amistad empezó como empiezan tantas amistades hoy: con una solicitud, con un like, con un encuentro virtual. Y entonces, por fin se vieron las caras, y al verse las caras se reconocieron en el otro: en sus copetes, en sus rasgos femeninos, en sus gestos amanerados. Eran, como ellas dicen, maricas indefinidos. De esos pelados que uno ve en la calle y no sabe si son niño o niña o son qué. Un grupito de niños andróginos que se encontraba en el Parque de los Deseos o en un parque cercano a sus casas y ahí charlaban y jodían y grababan videos para subir al Facebook que dedicaban a todos los papacitos, con el mismo sonsonete chillón y el mismo acentico arrastrado de paisa que se hace la boba, pero que de boba no tiene un pelo, que puso de moda Natalia París.

Primero fueron El Cartel y luego Mariposario MRP, en honor al profesor ese del Salazar y Herrera. Eran Monie Gil, Luna Gil, Fresa Mejía, Camilo Dior —que ahora se llama Camila Montoya y vive en Estados Unidos— y Evelyn Velásquez —que después de su transformación en mujer decidió regresar a su apariencia masculina y terminó quitándose las siliconas que se había puesto—. Más tarde llegaron Kim Zuluaga y Camila Gil —pero pelearon y Camila Gil terminó montando rancho aparte—, y finalmente se sumaron Valeria Nanclares y Jhoana Franco.

El grupo ha mutado tanto como sus cuerpos, y nosotros, los stalkers, hemos asistido paso a paso a su transformación. Ellas mismas nos abrieron las puertas de sus crisálidas: las vimos entrar y salir del quirófano una y otra vez, cada vez más chimbitas, más mariposas, más potras, más muñecas, las vimos presumir unas tetas incipientes de preadolescentes que les crecieron cuando empezaron a tomar hormonas y luego las repisas de silicona —redondas, impúdicas— que les montó el cirujano, las vimos agrandarse el culo, dejarse crecer el pelo, montarse extensiones de color distinto cada mes, las vimos con los labios inyectados, ay, con boquitas de Bratz, con los dientes derechitos, muy blancos, grandes y cuadrados como chicles, las vimos con la mascarilla, con el peeling, con el gimnasio, con la faja, las vimos cambiar y cambiar hasta que se convirtieron en las mujeres que siempre habían sido.

—No quedó ni el pegao de ese niño que yo era, súper aburrido, súper deprimido —dice Monie Gil en un video que grabó ella misma en la sala de su casa, sentada al lado de su cachorro—. Eso es un proceso. Imagínese: diez años para yo ser este mujerón tan hermoso que están viendo en este momento.

Busco en YouTube Mariposario MRP antes y después. El primer video que me aparece es de hace ocho años. No iban ni por la mitad del camino, pero ya los cambios se notaban: de cinco larvillas peludas encopetadas como pájaro loco, vestidas con camisas de cuadros sin mangas, esqueletico blanco por debajo y jeans entubados, enfierradas con cadenas de plata falsa colgando de sus correas, a cinco orugas flacuchentas con pelucas monas, largas hasta la cintura y con el peinado de Avril Lavigne cuando empezó a vestirse de rosado, y las mismas camisas de cuadros que usaban antes, pero amarradas como ombligueras, y los mismos jeans entubados de cuando eran niños emo, pero convertidos en chorcitos. Y luego el algoritmo de YouTube me recomienda un video, y después otro, y después otro, y así termino viendo horas y horas de video con sus caras y sus gestos y sus voces metálicas, sus palabras cantadas, juguetonas, pecadoras, frívolas, y como ellas se muestran con la honestidad del que sabe que vive para mostrarse, y como ellas no son otra cosa que lo único que podrían ser, pronto las veo

mari
posas

y así, songo sorongo, de video en video, me cojo todo el chisme.

Supe que Kim Zuluaga antes se llamaba Brayan y que a los cuatro años ya se había dado cuenta de que era gay. A los dieciséis quería convertirse en un marica serio, sin tanta pluma, pero como no pudo, como vio que eso no era lo que era, decidió ser trans.

—Y lo seguiré siendo hasta la muerte —dice.

Su papá y su mamá, por ninguna parte. La que crio a Brayan fue la abuela y siempre lo defendió, porque desde chiquito hubo que defenderlo de los hombres de la familia que lo criticaban por amanerado. Y cuando le dijo que él ya no era Brayan, sino Kim, también le dio la mano: hasta la acompañó a comprarse ropa de muchacha.

—Vea, pasa esto, esto y esto: no me lo va a discriminar —le dijo la abuela al abuelo de Kim.

Y luego pasó lo del Inem —que se fue de yómber y pelo largo y otros pelados también quisieron irse de yómber y pelo largo y el rector la señaló de ser una mala influencia—, y también sucedió que interpuso una tutela, que la perdió, que apeló y apeló hasta que llegó a la Corte Constitucional, y ocurrió que ganó esa tutela cuando ya la habían echado del Inem y había validado el bachillerato, cuando ya pa qué, pero por la tutela la conocieron en Medellín y en Bogotá y por la tutela salió en Soho, en la portada, muy empelota, y desde que salió en Soho la vida la fue llevando de aquí pa allá, de fiesta en fiesta, de finca en finca, de planchón en planchón, conoció el aleteo y fue la primera en bailarlo, amanecida, de gafita oscura, bombombún y vestido de baño, acumuló miles de seguidores en Instagram, en Twitter, en Facebook, entrevistas en la televisión, en la radio, en los periódicos, en todas las redes, y luego se hizo DJ de guaracha y vinieron más retoques aquí y allá, la naricita, los labiecitos, hasta que fue todo lo chimbita que pudo, todo lo mujer que pudo, salvo por una cosa: la sorprecita que guarda con orgullo entre las piernas y que muestra con mucho gusto a sus seguidores en OnlyFans.

—¿Se operarían…? —les preguntan a cada rato.

—Ay, nooo, ¡eso sí jamááás! —responden ellas.

Somos chicas exóticas, dicen. Lo que nos gusta es dañar mentes. No los gays, no las otras locas: les gustan machos-machos, de los que parecen heteros, de los que alguna vez juraron que jamás probarían pipí.

—Eso es lo que les gusta a los hombres de nosotras las trans —dice Kim en un video.

—Lo he dicho cincuenta mil veces, ochocientas mil veces en todas las redes sociales —dice Luna en otro.

Es Jueves Santo en Medellín y otra vez, por la pandemia, no hay procesiones. Luna Gil es tendencia en Twitter por un video que acaba de postear. Tiene puesto uno de esos putidisfraces de monja que venden en las sex shops y empuña un cuchillo con la mano izquierda.

—Cuchillo, pa matarte, se formó el aleteo —canta—. Cuchillo, pa matarte, estoy loca y no copeo —canta. Luego se ríe. Sus tetas son un par de globos muy juntos que se quieren salir del disfraz. Se las operó dos veces para que le quedaran así: enormes y plásticas, como los maniquís de El Hueco. Si no se moviera en el video, si no hablara, si su voz no fuera la misma que cuando andaba con sus primeras tetas montando en su bicicletica —de roce, para el barrio, y haciendo ejercicio para los cuerpazos—, sería difícil creer que Luna Gil es un ser real, de carne y hueso, y no una escultura de cera o un engaño del Photoshop.

—Yo soy remamacita de frente, ¿bueno? —dice.

La busco en Instagram para ver qué más hay. Muñeca inflable, dice su biografía. Lo logró a punta de cirugías —sesenta millones en la lipo, en los glúteos, en las tetas, en su nariz finita de Michael Jackson— y a punta de carisma, también, porque las operaciones se las pagó ella misma trabajando como modelo webcam. Ahora, sus casi 500 000 seguidores le dan de comer: tiene contratos con marcas, la llaman de eventos, están grabando un documental sobre ella, la paran en la calle y le piden fotos.

Abro sus historias. Otra vez el video del cuchillo y luego, en la siguiente historia, un primer plano de su cara enmarcada en el hábito negro del disfraz de sex shop.

—Hola, seguidores, el Jueves Santo llegó la monjita a recomendarte Nepewaff: los mejores penes del momento —dice, y le da un mordisco a una paleta en forma de pene cubierta de chocolate blanco.

—Si ya probaste negro y blanco y ninguno te ha satisfecho, entonces acá te vengo a recomendar el pene más delicioso: el que me voy a comer yo.

En la siguiente historia, Luna Gil mira a la cámara. Le tocó eliminar el video del cuchillo, dice, porque alguien denunció la cuenta. Era un chiste no más, tal vez un poco pesado para un Jueves Santo.

—Pero es que hay gente muy envidiosa —concluye.

Y las envidias son gajes del oficio de ser diva, qué se le va a hacer. Luna Gil, Kim Zuluaga, Monie Gil y las demás mariposas se han convertido en una nueva especie de socialites de los excesos. Ellas pusieron de moda la guaracha, que se escucha en los privaditos de Guatapé y de Santa Fe de Antioquia y en los barrios del norte de Medellín y también en la Roosevelt, esa calle larga de Queens donde venden buñuelos y empanadas para los colombianos nostálgicos. Ellas exportaron el taque taraque taque y dijeron jamássss, mentirissss y yo soy remamacita de frente antes de que otras empezaran a decirlo. Ellas fueron las primeras en abrir OnlyFans. Las primeras webcamers exóticas de Medellín. Las primeras trans de la ciudad que usaron las redes sociales como una plataforma para ser libres.

Ellas estaban influenciando antes de que el mundo hablara de influencers y aun sin un discurso político explícito, aún sin las preocupaciones conceptuales por los roles de género, aun sin cuestionar su estética heredada del narcotráfico, sin empuñar las banderas contemporáneas de lo correcto, sin asumirse como líderes de la comunidad LGBT, aun sin hablar por otras que no fueran ellas mismas lograron convertir a Medellín —esa ciudad goda que escondía a sus trans en los bares de Barbacoas y Lovaina— en su mariposario a gran escala. Y en este mariposario montañero en el que siempre es primavera, las MRP son las reinas y señoras de la mundanidad.