Archivo restaurado

Universo Centro 028
Octubre 2011

Condenado oro

Por ANAMARÍA BEDOYA
Ilustración de Tobías

Este es un fragmento del libro De oro están hechos mis días
de la periodista Anamaría Bedoya Builes, publicado recientemente por
Hombre Nuevo Editores gracias a la Beca de Creación Artística
de la Alcaldía de Medellín, en la categoría Crónica.


Los periódicos empezaron a hablar de eso en septiembre de 2007. Las notas aisladas titulaban así: “Mercurio, el lado oscuro del boom del oro en Colombia”; “Contaminación de mercurio en Segovia supera niveles mundiales”; “Zona de pequeña minería de oro en Antioquia, una de las más contaminadas del mundo: ONU”; “Remedios y Segovia entre los más contaminados del mundo”; “Nordeste y Bajo Cauca luchan contra el mercurio”; “Altos niveles de mercurio infectan la minería aurífera”. La noticia, en general, era la misma: la Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (Onudi) le dio a Colombia el primer puesto en contaminación de mercurio en el mundo, después de Zimbabwe, Singapur, Brasil y Mozambique. Según ellos, de todo el mercurio que consume el mundo anualmente, una cuarta parte lo usa la minería artesanal para la extracción del oro, y de esa fracción Colombia gasta el diez por ciento. La cifra los escandalizó. Dijeron que era urgente intervenir, y que el país hiciera parte del Proyecto Global de Mercurio. Dice la Información Minera de Colombia (IMC) que en el 2009 el país produjo 47,8 toneladas de oro. De esa cantidad, las regiones del Nordeste y Bajo Cauca de Antioquia (Segovia, Remedios, El Bagre, Zaragoza, Nechí) aportaron más de la mitad.

Las cifras del mercurio no se definen, pero se especula que superan las toneladas de oro producidas, que pueden ser más de cien al año, y esa cantidad termina en el medio ambiente. Me explicaría Oseas García, Ingeniero de Minas que lleva más de veinte años trabajando en la minería y es el coordinador local en Medellín del Proyecto Global de Mercurio, que “Desde hace muchos años se tiene conocimiento de que hay una grave problemática de mercurio en el Nordeste y Bajo Cauca. La Universidad de Antioquia, la Universidad Nacional y Corantioquia emprendieron estudios y han sido muy incisivos para manejar el problema. Pero siempre se queda en el comentario, en hacer el diagnóstico del problema, nunca se sabe cuántas cifras está manejando el mercurio ni las afectaciones. Antes no se veía como un elemento tan tóxico. Yo recuerdo que en esa época manipulábamos el azogue y lo escurríamos manualmente sin ninguna protección. En las habitaciones de las minas manejábamos cantidades debajo de la cama, cosas que hoy en día son aparentemente aberrantes”.

En el año 2007 la Gobernación de Antioquia mandó representantes a Viena a exponer el problema. “Lo que queda en Viena es un compromiso de la Gobernación y Corantioquia de aportar cada una trescientos mil dólares al proyecto. Onudi se compromete a apoyar la gestión para conseguir recursos y aporta la metodología, su conocimiento y el equipo de profesionales y expertos internacionales. No aportan dinero”, dice Oseas. A continuación llegarían a Segovia los representantes locales de la Onudi, con todo un proyecto para tratar de cambiar lo que durante años se ha hecho allí. Una política pública para regular el uso del mercurio, implementar tecnologías limpias, concientización sobre el daño al medio ambiente y la salud, muchos censos y estadísticas. Pero las cosas no serían fáciles, e incluso los expertos más entusiastas confesarían que hubo momentos en que quisieron tirar la toalla.

***

Fabián acaba de llegar a la mina. Cuerpo grueso, ojos de búho. Busca la carretilla y la lleva hasta el tazón. Con una pala arrastra las piedras y, cuando la carretilla está llena, las lleva hasta el borde de la montaña y las tira. Hace lo mismo cuatro veces hasta que el tazón queda vacío. Mientras llega otro viaje de descargue se sienta en la caseta. Adonis hace unas rayitas en un plegable anaranjado con recomendaciones para el uso del mercurio. Las rayitas son las veces que pone a funcionar la elevadora.

—Ese plegable sobre el mercurio ¿quién se lo dio?

—pregunto.

—Me lo dieron por ahí en el pueblo, en esas campañas que hace la gente esa.

—¿Y usted qué piensa sobre eso, sobre el daño que dicen causa el mercurio?

—Todo es bien, porque el mercurio sostiene la minería. El mercurio prácticamente lo tiene uno. Eso aquí se mezclan toda clase de olores, pudriciones, y todo eso es mercurio. Entonces llega y recoge un viaje de basura, papeles, costales, tarros, unos con agua y otros sin agua, unos untados de aceite, y al tiempo usted va a mirar eso allá y no soporta el olor de eso. Eso es un mercurio. Es un mal olor que lo coge el olfato. ¿Dónde va? Al cuerpo…

—En estos días entrevistaron a un minero —interrumpe Fabián—. Eso lo han mostrado en programas de televisión. Entonces le dice el entrevistador: Oiga, ¿usted por qué trabaja con esto si sabe que se puede morir? Y él le contesta: ¡Ah! Igualmente no vinimos a morirnos pues. Con eso le tapó la boca — se ríe, tiene los dientes perfectos y blancos. Humberto, que está cerca de la caseta intentando coger guayabas de un árbol en plena loma, al borde de las piedras desechadas, se acerca y dice:

—Por ejemplo: si usted no toma trago, entonces le gusta mucho andar, o el juego, o el lujo; la plata de todas maneras se la gasta. Lo mismo con la salud, nosotros acá estamos con el mercurio, otros están con el indugel (pólvora) y con esas cosas de todos esos químicos; cosa que si no se mata de una manera se destruye de la otra. Yo creo que nos acostumbramos a vivir con él ya, porque yo no tengo nada en contra de ese “man”.

Todos se ríen.

***

Me diría después Oseas, dibujando con un lapicero a Segovia en el aire: “Tenemos un mapa de los contenidos de mercurio en el aire de Segovia. Son bastante tenebrosos, diría yo. Lo que pasa es que si mostramos toda la problemática de mercurio en la zona, la vamos a estigmatizar de tal manera que nadie va a querer ir allá. Encontramos cosas muy duras en Segovia, mediciones de miles de nanogramos por metro cúbico. Son datos muy altos. En una ciudad normalmente el contenido de mercurio es de dos a diez nanogramos por metro cúbico, y en Segovia encontramos la mayoría de las veces que hay 300 mil, 400 mil, 600 mil, 2.000, y hubo momentos de 5.000 y 6.000 nanogramos que se midieron a 20 metros de altura, desde lo más alto de la iglesia, donde se supone ya hay dispersión. Frente a las compras de oro, obviamente que se dispara a 600 mil y a 800 mil.

Imaginate que hace como tres o cuatro años Corantioquia compró un Jerome 431 para medir mercurio gaseoso en un rango alto. Entrenaron a una niña de Remedios para que hiciera las mediciones frente a las compras de oro, en los entables, en las casas. A ella la entrenaron bien, dónde prenderlo y apagarlo. Como a los tres días llamó asustada a la corporación porque se le había dañado el aparato. Cuando lo llevaron a Medellín a chequearlo era que había superado la barrera del millón de nanogramos y se había disparado el equipo”.

***

—¿A ver el Caribe? —pregunta Hernán.

—No tengo, se acabaron.

—¿Cómo se te va a acabar un hijueputa paquete entero de cigarrillos? ¡Ome Berna!

—Se acabaron ome. ¿No le da pena con la señorita? Bueno mami, vea yo le explico lo del mercurio. Eso sí hay en todas partes, pero aquí está más contaminado. Porque es que vea por ejemplo, mire las aguas, vea, desde el principio se ve, y esas aguas bajan así sucias es por el mercurio, el mercurio de los entables, de La Frontino, de todas partes. Ahí es donde cae toda la suciedad. Ahí a esa quebrada, y a otras quebradas que nacen para el lado de allá. El oro lo queman y el humito que larga eso es puro mercurio.

Bernardo no lleva anillos de oro, no da órdenes a nadie. Me imaginaba que los dueños de una mina eran siempre lujosos, y que siempre estaban lejos del lodo. Existen así, sólo que son pocos, lejanos incluso del pueblo. Andan en camionetas de vidrios polarizados, pero son dueños de minas grandes que no tienen palos podridos.

Mientras Bernardo habla, una volqueta baja por una loma pedregosa. En el volco cargado de piedras dos hombres tratan de sostenerse. El carro se mete a la quebrada, circula despacio, se le ve oscilar de un lado a otro. Después de cruzar, parquea junto a la falda llena de piedras. Los dos hombres se bajan con palas, recogen piedras y las tiran al volco.

—Dicen que el mercurio es muy dañino, muy malo, pero ya entonces todos los de aquí se hubieran muerto, porque es que aquí siempre se ha trabajado con eso —continúa Bernardo.

—Eso lo acaba a uno donde uno se deje coger ventaja —agrega Hernán—, porque eso se le mete por los poros, le da tembladera, lo vuelve más viejito a uno. Cuando yo trabajaba aquí con seguro de salud iban a mandar a hacer el examen de la “chimbada” del mercurio pero no salieron con nada. A mí sí me gustaría hacérmelo, oiga. Uno quemando oro, diario jodiendo con el azogue, debe tener bastante ya en el cuerpo, en la sangre. Pero no estoy de acuerdo con que reduzcan el uso, porque es que si acaban con eso ¿de qué va a vivir la minería entonces? ¿Con qué lo van a tratar si el proceso lo sacan con el mercurio?

—Tienen que empezar primero con los entables, y aquí no hay más dónde moler un bulto de mina —explica Adonis—. Por ejemplo, si a usted le dieron un güeverito (palada de mina), ¿usted dónde lo va a moler? Pues en un entable, porque no hay más en dónde, no hay más en qué, entonces le toca siempre acudir al entable. ¿Qué es lo primero que usted hace pa’ moler su minita? Echarle el mercurio. No hay otra cosa que lo reemplace, entonces de todas maneras se infecta uno.

—Vea —comenta Hernán—, yo me mantengo mucho hablando con el primo mío, Alveiro, el hermano de Fabián, el que administra el entable allá, y él me dice que al cianuro, con lo que procesan las arenas que sobran de la molida con el mercurio, lo van a quitar, pero que van a sacar un ácido y no sé qué hijueputas que va a salir más bueno que eso, que pa’ no estar con ese cianuro. Pero si el cianuro lo descontinúan tienen que sacar una cosa que es veneno también, la misma güevonada, porque es que ¿cómo van a procesar un oro con azúcar?

Ese vapor invisible que se condensa en el aire lo respiran todos en Segovia. Se está yendo a sus pulmones, a su sangre, los está enfermando. Muchos lo ignoran, otros no lo creen, los pocos que saben algo dicen que es mejor soportarlo que terminar con lo que les da el sustento. El noventa por ciento del mercurio absorbido por vapor, permanece en el cuerpo de dos a cuatro días, tiempo durante el cual es eliminado por heces y orina, afectando al riñón. El resto del mercurio permanece durante más tiempo, de quince a treinta días, suficiente para que llegue a los pulmones y se acumule en el sistema nervioso central.

***

Farley se monta en su DT roja y se encamina hacia el centro del pueblo. Segovia se mueve vertiginosamente. Por la calle que conduce al parque hay más casas de colores, motos que vienen y van. Grupos de mujeres de faldas hasta los tobillos y cabello largo predican su credo. Pasan al lado de los bares, que a esta hora ya están llenos. Todos los días parecen el mismo. En las mesas no caben más botellas. En el parque hay una feria del libro, dos o tres los hojean. No hay iglesia. La están tumbando para hacer una más grande, una digna de un pueblo minero, dice un taxista. Farley conduce a sesenta kilómetros por calles atestadas de motos y gente. Llega al barrio Marquetalia, todo lo mismo: bares, compraventas, entables. La Quema de Oro, como se llama el local, es un garaje pequeño, medio vacío: un televisor, una retorta, una banca y tres hombres que miran alelados un programa de peleas callejeras.

En el video, dos hombres negros se golpean. En una banca del local, un reciclador ríe estruendoso. Farley le dice al dueño que viene a quemar el oro. El joven, gordo y con varios anillos de oro, coge la bolita y abre la puerta pequeña de un cajón que permanece sostenido por barras de hierro. El cajón está conectado a una cantidad de tubos que entran y salen por todos lados. Antes de meter la bola la envuelve en papel celofán rojo, la pone sobre una cuchara de hierro y la mete a la retorta. En una de las paredes del cajón se ve un pequeño agujero. El hombre prende el soplete que está dentro del cajón y se inclina sobre la cuchara.

—Uno todavía no pone la bola a que se queme de una — dice el dueño— hay que esperar a que le salga el mercurio. Y el mercurio, el vapor, se va yendo por ese huequito y pasa por todos esos tubos hasta que vea, cae acá de nuevo.

El mercurio cae a un plato plástico después de haberse condensado en esa trama de tubos que termina en una especie de embudo. De la bolita envuelta en papel rojo empiezan a brotar pequeñas gotas de mercurio. Después de un rato el hombre arrima la bola directamente al fuego que se come el papel. La bola comienza a ponerse roja. Unos gritos interrumpen al dueño del local, que habla de su retorta, de lo contaminado que él está, de su negocio. El hombre suelta la pinza que sostenía la bola de oro y va a la entrada del negocio con su socio. Afuera, en la calle, el reciclador tiene el rostro endemoniado. Sus puños golpean con fiereza a otro reciclador que aprovechó la distracción para hacerse dueño de cuatro cartones que reposaban en el piso. El reciclador aprieta con sus manos el cuello del otro. El amenazado tiene la cara roja. Se revuelca, se zafa, corre hacia el garaje. En el televisor un hombre negro apuñala a un blanco. El primer reciclador corre por la calle, agarra una piedra inmensa y la alza sobre su cabeza. Mueve su cuerpo en una danza extasiada, ciega. El amenazado corre.

La condena. Una tierra ahuecada por las minas y repleta de oro. Los cartones en el piso. Afuera un círculo de personas miran: los mototaxistas, los que bebían en los bares, los que trabajaban, los mineros, los socios de la quema de oro. Ríen, gritan: “que le tire la piedra”, “que le dé más duro”. La condena. Los indígenas de hace quinientos años diciéndoles a los españoles que El Dorado no estaba acá, que más abajo. Los cartones en el piso. El reciclador perseguido huye, despavorido, por las calles quebradas y el otro corre tras él con una inmensa piedra que señala al cielo. La condena. Farley prefiere mirar la pelea desde el local y vigilar la bola de oro que arde.