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Muerde perra espléndida

Los alivios literarios


Sobre Muerde perra espléndida, una novela de Jorge Iván Agudelo (Medellín, 1980). Coeditada por Editorial Eafit, Editorial Cesa, Editorial Universidad Icesi y Editorial Uninorte, 2023.


Por Pedro Adrián Zuluaga

“Muerde perra espléndida el esfuerzo” es el misterioso verso, ni el primero ni el último, de un poema que, de repente, el ingeniero John, sentado en un bar, recuerda. Es un fragmento que sobrevive de un tiempo perdido, recuperado —con su saldo de misterio— en la evocación. Como eso que pasa cuando, al oír una canción, vuelve con ella una época entera, restaurada con un raro sentimiento de plenitud. La magdalena de Proust, solo que al alcance de cualquiera; revelaciones posibles, cotidianas, que suceden en una cantina prosaica.

El verso, que no en vano forma parte del título de la primera novela de Jorge Iván Agudelo, tiene pues un poder de condensación para el protagonista, es su llave al “tiempo recobrado”. La jornada de John en el vientre del tiempo (de la duración y la percepción) es descrita por un narrador reflexivo y autoconsciente, pero siempre cómplice de su héroe, aliado de su aventura o, para ser más precisos, de su desilusión. Porque el desencanto, tal como ocurre en el tronco principal de la novela moderna, es el principal aprendizaje del personaje, la marca de su trayecto.

Las bellas banderas de la juventud han quedado atrás para John, pero aferrado a su recuerdo puede transitar por esa noche en la que “sentado a horcajadas como el más satisfecho de los burgueses, vuelve de cuerpo entero a una mañana llena de luz…”. En el bar John espera a su viejo amigo Vladimir, H, su profesor, el que lo introdujo en los alivios de la literatura y le sembró aspiraciones de poeta ahora dejadas atrás como sacrificio ante los exigentes dioses del autocontrol y la respetabilidad.

En esa espera, que se vuelve la certeza de una ausencia —la improbable pero aun así posible materialización de un fantasma—, ocurre un flujo de conciencia que va del narrador al personaje. En esa corriente verbal tiene lugar el triunfo estilístico de la novela: su confianza en la respiración de la frase, en su ritmo interior. El fraseo largo que se impone en Muerde perra espléndida, con sus meandros y derivas, no es pues un simple capricho, es la forma que la novela de Jorge Iván (que es un delicado poeta) encuentra para trazar su vínculo particular con una lengua poética, y establecer la distancia con la lengua transaccional y realista, llana, exigida por el mercado literario y sus heraldos.

Muerde perra espléndida nos advierte que los acontecimientos de una vida, al ser trasvasados a la literatura, importan ya no como hechos sino por el sentido y el significado que se extrae de ellos, y que sentido y significado viven en una forma de decir; no son un contenido sino un estilo. Y ahí es cuando la literatura viene en auxilio de la vida, que es asaltada para ser sustituida por algo distinto. Tal vez ese algo distinto es lo que el escritor italiano Roberto Calasso describió en La Folie Baudelaire: “Momentos en los que el tiempo y la extensión son profundos, y el sentimiento de la existencia queda inmensamente aumentado”. Es, sin más, la literatura como vehículo para reencantar el mundo, o al menos para hacerlo tolerable.

En su fuga del canon realista con su subordinación a los hechos, la novela de Jorge Iván se libera de las deudas contraídas con un contexto, escapa de la ilustración y se pliega, en cambio, a una república de las letras libremente escogida por el autor, y en la que el italiano Cesare Pavese comparte estadía con el antioqueño Amílkar U, y este con Juan José Saer, con Malcom Lowry, con Gil de Biedma y Rimbaud, con Juan Carlos Onetti, y todos ellos con Héctor Lavoe, o con Enrique Santos Discépolo, letrista de ese tango que ayuda a John a salir de su pozo de melancolía. “Verás que todo es mentira / Verás que nada es amor / Que al mundo nada le importa / Yira, yira…”.

Y aunque el programa estilístico se sobrepone a cualquier anécdota, Muerde perra espléndida es, también, y sin que haya contradicción en ello, una novela sobre la amistad masculina y la transmisión. Es sobre John en el espejo de H. Porque como escribió el poeta griego Yorgos Seferis: “Un alma, si quiere conocerse a sí misma, en otra alma ha de mirarse”. “Hay una historia”, le responde John a la mesera del bar cuando esta le pregunta por su relación con Vladimir. Pero reconstruirla no es fácil, pues los “varios palmos de su vida en común” (la de H y la de John) se presentan a la conciencia del amigo como fragmentos y astillas.

John emplea el tiempo de la noche solitaria que está viviendo a juntar esos pedazos para hacerse una imagen del amigo, completa, pese a todo. En la remembranza del Vladimir ausente sabremos que la literatura es el contenido de la historia en común que este comparte con John, su final justificación. Es la reminiscencia de las lecturas y los autores compartidos lo que finalmente va a ofrecer la estampa del maestro. H como profesor y crítico de literatura, como animal literario en quien la lectura es un acto creativo que permite la posesión plena del mundo. Son los libros leídos lo que permanece fijo y presente en medio del deslizamiento de todas las cosas en la nada.

Jorge Iván Agudelo ha escrito una novela en la que, sin embargo, no solo ha vertido sus filiaciones y convicciones literarias. Sus 138 páginas dejan traslucir también su fino escepticismo vital, sus experiencias como habitante y observador de una ciudad, que sabemos que es Medellín sin que sea necesario subrayarlo. Logró, no obstante, desprenderse del fetichismo de los márgenes —tan habitual en la narrativa que se crea en la capital antioqueña—, y de una fácil exaltación de la noche o de la fiesta. Lejos del malditismo literario, esta novela es la prueba de todo lo que la experiencia debe atravesar para que nazca la expresión literaria perdurable.

Conozco desde hace más de dos décadas al autor de esta novela singular y exigente, sé de sus lecturas y de su confianza en que, a pesar de la precariedad del mundo, algo puede pasar de unas manos a otras. Hablo de su fe en que existen la tradición y el legado, y de que existimos en una y en otro. Para certificar esta idea, solo hay que reparar en los marcos que permiten entrar a la novela. La dedicatoria a José Libardo Porras, el escritor y amigo muerto. O el epígrafe tomado de El pozo de Onetti.

No está de más decir que Jorge Iván es tallerista y profesor de literatura, y que en esos oficios parece consumarse una vocación que nunca ha traicionado. Al sumergirme en las páginas de Muerde perra espléndida, en su música tan pacientemente ejecutada, sentí que estaba con él en un lugar a salvo del tráfago del tiempo, en un espacio acogedor y hospitalario en el cual lo reconocí y me reconocí.

El libro impreso puede conseguirlo en las siguientes librerías de Medellín: Librería Acentos (Instagram: @libreria_acentos_eafit; Facebook: @libreriaacentos), El Acontista, Grámmata-Estadio, Exlibris, Al pie de la letra-MAMM, Al pie de la letra-Brasilia, Interuniversitaria.