Número 136 // Septiembre 2023

Viernes de orgía

Por ISABEL BOTERO

La primera orgía que armé fue en casa de Vero, mi vecina. Fue algo espontáneo. Estábamos solas en la casa y comenzamos a jugar. Yo había llevado mi Barbie Rockera y su pareja, el Ken Rockero. Ella tenía un pelo castaño oscuro, largo y ondulado. Vestía una minifalda en animal print, una blusa en colores fosforescentes y botas altas. Ken tenía unos chicles en cuerina, una chaqueta dorada sobre su torso desnudo e iba descalzo. Eran una pareja perfecta, heteronormativa y monogámica, hasta esa noche.

Los papás de Vero eran bastante liberales; así les decía mi mamá: liberales. Se toqueteaban y se daban besos en público, y eso en mi mundo era escaso. Como cada viernes, salieron a comer a un restaurante caro y nos dejaron solas. Comenzamos a jugar. Vero tenía muchas Barbies, casi todas originales, pero también chiviadas y solo había uno que otro Ken. Desde hacía algún tiempo, todos los juegos terminaban en besos y esos besos comenzaron a subir de tono y lo que seguía era chocar sus cuerpos con brusquedad; primero de pie y con ropa; luego, acostados y desnudos.

Esos juegos, y las telenovelas, fueron la única educación sexual que recibí de niña. La que me dieron en el colegio consistió en engendrar en mí un profundo miedo a quedar embarazada. El anticonceptivo más eficaz fue ese, el miedo. De hecho, la primera vez que vi un condón fue en esa casa, en el cajón de las medias del papá. Vero lo sacó, lo inflamos con agua y lo tiramos a la calle. No entendí la gracia de ese globo hasta años después.

Esa noche, entonces, luego de algún juego de preparación, terminamos en los besos. Como había muchas más Barbies que Kens, Vero no vio ningún problema en que ellas se besaran entre sí. Esa posibilidad jamás se me había pasado por la cabeza, pero no le vi ningún problema y comencé a hacer lo mismo: Barbie con Barbie, Ken con Ken y también Barbie con Ken, y del mismo modo en sentido contrario. Primero fue solo de dos en dos; después, alguna se metió y creamos un trío, y así, se fueron sumando y terminaron todxs en una orgía, acostadxs y desnudxs.

Los papás regresaron a medianoche. Estaban achispados. Nos llevaron comida del restaurante y la comimos fría. Nos fuimos a dormir. Muy pronto, empezamos a escuchar las voces que iban subiendo de volumen hasta que la pelea se desató, como cada viernes. Cuando peleaban, Vero y yo sabíamos que al día siguiente nos darían plata para que saliéramos y los dejáramos a solas, porque lo mejor de las peleas eran las reconciliaciones.