Caído del zarzo

Prólogo 

Las columnas recogidas aquí cayeron del zarzo de Elkin Obregón en 99 números de Universo Centro. Desde el refugio que escogió para gastarse sus últimos años mientras observaba, curioso siempre, cómo el mundo seguía su apresurada carrera y él se quedaba parado a un lado a propósito, sin querer hacer más que insistir en los bellos asuntos que la velocidad borra.

De ese zarzo a la habitual esquina del periódico bajaron el teatro, la música, la ciudad vieja, versos, pedazos de cuentos, libros leídos, el cine, por supuesto, y chispas en miscelánea. Con un plus envidiable: la brevedad, ese otro arte que practicó Obregón para huir —creo— de la solemnidad y de las ínfulas de lo trascendental, pero sobre todo para impedir que fuera su culpa cerrar cualquier tema, tapiarlo con una última palabra, porque de ser así habría perdido uno de sus mayores placeres, el de la conversación.

Y es que si nos fijamos, por estas columnas pasea el ánimo de poner conversa: ofrecen pistas, remiten a libros raros, a películas olvidadas, a enroques, invitan a sacudir antigüedades, ponen intrigantes tareas, comparten dudas y descubrimientos, mejor dicho, dan bomba. “Toda literatura se limita a abrir una puerta”, escribió́ en una de ellas.

Caído del zarzo, que sabemos todos lo que significa, no era Obregón. O tal vez sí, pero solo en el sentido del ingenuo que confía en que todavía sirve de algo esquivar la devoradora actualidad y echarse a pensar tranquilamente por las orillas.

Quedan pues aquí las 99 columnas, antes de que caiga yo en la elogiadera, si es que no ha ocurrido ya. Léanse al menos una y conversamos.

Sergio Valencia