Pan de cada día
por LAURA ALMANZA • Fotografías de Juan Fernando Ospina
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Número 147 Diciembre de 2025
Sandro Esneider tiene más puñaladas en el cuerpo que años en la cédula. Hace poco cumplió 49. Todos los días sale a trabajar al Centro. En las mañanas vende el Q’hubo, y en las tardes, chicles de cajita rosada, verde y amarilla, que ordena como una torre de ladrillos en perfecta simetría. Dice que antes sí le daba miedo la calle, pero que ya no, que ya perdió el miedo. Cree que andar armado es de mala suerte y por eso nunca carga navaja.
Medellín es una ciudad afilada y quienes se mueven por sus calles lo saben. O aprendes a pararte o aprendes a recibir.
—Entre usted más limpio se mantenga es porque mejor se ha sabido parar —explica la Roja—. Hay que pararse duro y donde sea, o créame que sino la calle se lo come a uno. ¿Por qué les digo esto? Porque uno tiene sus cicatrices. Esta del ojo fue en medio de una pelea. Yo me defendí y pude reaccionar, si no estaría tuerta. Pero como dice el dicho: me dio una pero se llevó tres.
La Roja trabaja rapeando en una ruta de buses. Cuenta que hay bobadas que terminan convertidas en problemas muy grandes, como la vez que le dio a un hombre en la yugular porque la iba a mandar a matar si no se acostaba con él. Asegura que uno le habla a la otra persona siempre con los ojos y que desde ahí se manejan los temores del otro.
—Si uno le saca la navaja al otro es pa actuarla —dice Iván—. Por un bazuco, un bareto, un perico, porque el otro me miró mal, porque el otro tiene plata, o porque te humillan… Los pleitos son pan de cada día.
Iván aprendió a tirar cuchillo con palitos de Bonbonbúm prendidos. En su cuerpo tiene las cicatrices de las quemaduras que se ganó aprendiendo a defenderse. No es mucho de atacar, él espera a que le tiren para responder. Hasta ahora solo le han pegado dos, tres puñaladas… Nada grave, dice, pero sí le ha tocado romper cuero bastante.
A la Pupi le ha tocado pararse por sus hijos, por sus zapatos y hasta por una camiseta. No se cree muy dura, pero pa que la rompan se necesita. Lleva muchos años en la calle, pero no tiene más de tres puñaladas, los puntacitos que no faltan.
—Si es con un hombre, muy sencillo, mi amor…, a los puños no se puede, pero si él las tiene abajo, ¡yo las tengo arriba y me las bajo! Pal cuadrilátero lo que sea. Como quiera le danzo, como quiera le peleo, me le paro en el pin pon, si quiere caidita de hoja, cuadraíto, cogido de un pañuelo.
Pelear a cuchillo es como un baile. Están los que reciben primero para atacar cuando el otro baja la guardia, los que brincan, los que se pasan el cuchillo de lado a lado. El glosario del combate callejero está lleno de técnicas y estilos: el cambiazo, la hoja, el pal, el trébol, el zigzag.
—Sobrevivir en la calle es un mérito. No es que uno diga que es malo y tin, pero sí he tenido batallas —cuenta Pipe—. Defenderse a cuchillo, a lámina, con una navaja, con un pico botella, hasta con un palo o una roca…, con lo que toque. Claro que uno siempre anda pulmoneado, con el pulmón, o sea, la navaja. No es para andar buscando problemas, es para defenderse.
Pipe asegura que lo único que te enseña a pelear es el momento. Que eso es empírico, un instinto, malicia propia. Su primer cuchillo fue un Excalibur de cacha de palo, en la calle lo conocen como punta de lápiz, se compra en cualquier todo a dos mil y, como no se parte fácil, es lo que se dice un cuchillo responsable.
Lo que viene después de pegar la primera puñalada es una vida de guerra. Lo aprendió Mariana desde que era una niña. Después de cortarse mucho aprendió a manejar el cuchillo. En sus dedos tiene cortadas de atajar puñaladas, pero ahora puede manejar tres o cuatro a la misma vez. Si no hay cuchillo, se pone una Minora en la boca, y si se corta, no le importa.
—Yo ya no soy una niña de porcelana, ellos mismos crearon este monstruo. Yo todo lo hago por proteger mi vida. Y sé que es malo, y cuando tengo que darlas digo: perdóname Señor, tú me perdonas porque sabes lo que él me hizo. ¿Me han pegado muchas? Sí, cada tatuaje que yo tengo es una puñalada y tiene una historia. Yo me las cubro pa perdonarlas, pero no las olvido.
Ya sea sentado en un andén, tomando pola en un billar al lado del Bronx o debajo de un puente en Barrio Triste, se pueden oír las realidades de quienes viven en esta ciudad. Solo es prestar el oído y mirar con curiosidad, las cicatrices son las hazañas de la calle, las medallas de supervivencia. Las preguntas sencillas, sin desdén ni pretensiones escandalosas, dejan las respuestas reveladoras del instinto, la palabra en la calle también tiene sus lances, su estilo, su rencor y respeto.
Cuando descubren que sus historias pueden tener un interés entregan su biografía con esmero, cuentan con una especie de agradecimiento. Al final de la charla, luego de un par de cervezas, el Mono responde al billete que se ofrece por la compañía y la cátedra de calle.
—No, yo no le estoy cobrando, esto es con todo el gusto. Acá lo que necesite, cualquier cosa me llama. Dios lo bendiga.
Y se despidió con un abrazo.
El Mono fue uno de los contactos de Juan Fernando Ospina para su obra Cicatrices. Le recomendaba, por ejemplo, a peladas duras manejando la navaja, o les tomaba fotos a dolientes de cicatrices y se las mandaba por WhatsApp para ver si le servían para el proyecto.
Quienes se dedican a narrar lo que pasa en las calles de Medellín suelen dar una opinión, una cifra, una reflexión sutil, incluso, de alguna forma, se hacen parte de la historia. Y sí, por supuesto, detrás de Cicatrices hay una elaboración; está la elección de un ángulo y no otro, de cuáles fragmentos de entrevista van o no. Pero se mantienen los juicios al margen y son sus cuerpos, sus rostros y sus voces las que hablan.
Y lo que queda después de verlos y escucharlos, más que un revolcón en las tripas, es pensar qué circunstancias en la vida terminan cercando una vida para que se naturalice de esa forma tanta violencia. ¿Con cuánta suerte hay que contar para ignorar que toca andar con navaja para moverse en la calle?
Un cuchillo
un pulmón
para atravesar
el cuero
de la noche
rajar la piel
una firma
abrir el tajo para
penetrar
ser penetrado
el sueño del puñal
caballerosdamascaballeros
bailan
se añudan en
un beso profundo
de metales:
las cicatrices
son coronas.