La Plazuela San Ignacio está definida en su carácter y estética por el antiguo complejo franciscano –convento, iglesia y colegio–, que se construyó en tapia entre 1803 y 1816 pero fue intervenido para su “modernización” en las primeras décadas del siglo XX: primero el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, entre 1913 y 1915, por Horacio Marino Rodríguez; luego la iglesia de San Ignacio, entre 1922 y 1926, por Félix Mejía Arango y Agustín Goovaerts; y, posteriormente, el Colegio San Ignacio, con el aporte del mismo Rodríguez entre 1917 y 1920, y la terminación de Goovaerts, que le imprimió ese aire gotizante a su interior, entre 1921 y 1925. La fachada oriental de esta plaza es un severo conjunto arquitectónico de formas historicistas en portadas, columnas jónicas, frontones triangulares, arcos rebajados, frisos con cornisas continuas, re-mates en balaustres, etc.; en medio de él está la iglesia, donde los arquitectos mantuvieron la portada de piedra original y desplegaron el resto de la fachada de acuerdo a sus características estéticas y con cierto sabor barroco. Este conjunto restaurado, junto con la Escuela de Derecho, es una de las pocas realidades patrimoniales de la ciudad.
Por su parte, el Parque Bolívar está determinado de manera apabullante por la voluminosa Catedral de Villanueva, aquella que le dio vida a un moribundo proyecto iniciado en la década de 1850 bajo el nombre de “Nueva Londres” pero que terminó como barrio Villanueva. La Catedral fue diseñada por el arquitecto francés Charles Carré, construida en parte por él mismo entre 1890 y 1894, y luego dirigida por los maestros Helio-doro Ochoa y Salvador Ortiz, el sacerdote Lucas Vásquez y el arquitecto y también sacerdote Giovanni Buscaglione, quien la terminó y le dio la decoración final para su inauguración en 1931. Más allá de la impronta neorrománica, esta obra destaca por el juicioso y hermoso trabajo del ladrillo, hechura de maestros y artesanos aparejadores como Benigno Morales, quien también trabajó en el fallido proyecto del italiano Felipe Crosti en la década de 1870, e inició obras con Carré y puso el último ladrillo con Buscaglione. Esta catedral, el mayor bien patrimonial de la ciudad, no solo es un símbolo religioso sino también una muestra de la destreza y la técnica de muchos maestros locales que murieron en el anonimato.
La monumentalidad del Parque Bolívar está tanto en la catedral como en la estatua del Libertador, pero su valor histórico y arquitectónico se reparte entre antiguas casas de familias tradicionales que hace mucho tiempo las abandonaron y ahora son ocupadas por locales comerciales u oficinas bancarias, como la de Pastor Restrepo (esquina suroccidental, calle Caracas con Venezuela), la de la familia Echavarría (esquina nororiental, calle Bolivia con Ecuador) o la de la señora Lucía Echavarría (calle Caracas al extremo de la carrera Ecuador). La de Pastor Restrepo es la más antigua, la diseñó don Juan Lalinde y para 1872 ya estaba terminada; marcó la irrupción de un historicismo que se impuso al uso de materiales tradicionales como se evidencia todavía en balcones y ventanas y en el remate de la cubierta con sus lucarnas. La de la familia Echavarría, de la década de 1920, con su patio octogonal interior y su forma eclética externa (torreón incluido), es una muestra de los modernismos arquitectónicos de corte europeizante en la arquitectura residencial de aquellos años. Y la casa de la señora Lucía Echavarría, hoy sede bancaria al igual que la anterior, fue una obra diseñada por el arquitecto Carlos Arturo Longas en la que introdujo a ese modernismo conceptos americanos, como se evidencia en su fachada y en el interior mismo. Las nuevas tipologías residenciales, como el Edifico Santa Clara (1944) o el edificio de rentas Echavarría Misas (1955), también dan cuenta de los cambios en la vivienda, las formas constructivas y las características arquitectónicas, por lo que son, como las casas, referentes históricos del Centro antes de que perdiera buena parte de su condición habitacional.
Otro hito arquitectónico del Parque Bolívar es el Teatro Lido. La obra de los arquitectos Vieira, Vásquez y Dothée, inaugurada en 1949, no solo destaca por su estética moderna de corte expresionista, sino también por ser, junto al Pablo Tobón Uribe, de los pocos teatros significativos que quedaron en el Centro después del cierre de muchos de ellos y de su conversión en centros comerciales y de culto.
Más modesto que el del Parque Bolívar es el marco histórico arquitectónico del de Boston. Desde que se delimitó en 1888, y durante casi tres décadas, este fue un espacio con pocas casas a su alrededor, pero se desarrolló tras la construcción de la iglesia inaugurada en 1919 como parte de las celebraciones del Congreso Mariano, un fasto religioso que dejó una gran impronta en la ciudad. El ejemplo histórico más destacado es el templo de Boston, que algunos consideraron insignificante pero otros como Carrasquilla describieron como medio romano, medio fastuoso, pero “bien lindo”. Hasta bien entrada la década de 1920 la arquitectura residencial del Parque de Boston mantuvo su carácter tradicional, de casas de tapias encaladas, ventanas con rejas de madera torneadas, portadas también de madera y cubiertas de tejas de barro, con patios interiores alrededor de los cuales estaban sus estancias. Pero al igual que buena parte de la vieja ciudad, los propietarios acogieron de buena gana la modernización arquitectónica, ya fuera solo de sus fachadas o de la totalidad de sus casas. Para ello acudieron a los arquitectos y decoradores en boga, como se puede ver en el conjunto de fachadas del costado sur que aún sobreviven a la acción del mercado inmobiliario, el cual ha levantado torres donde había casas solariegas. Es una arquitectura residencial más modesta que la del Parque Bolívar, pero no por eso carente de detalles ornamentales historicistas.
El marco patrimonial del conjunto que ahora forman las plazas Nutibara y Botero se caracteriza por el predominio de los “viejos” edificios institucionales –antiguo palacio departamental, antiguo palacio municipal y la sede de las Empresas Públicas de Medellín–, dos de ellos adaptados para el uso cultural. El antiguo palacio departamental, apenas un cuarto del proyecto planteado por el arquitecto belga Agustín Goovaerts, desde el inicio de obras en 1925 fue blanco de enconadas críticas y causó polémica por la monumentalidad, los costos y la propuesta estética. Fue señalado de ser un ejemplo equivocado en tierras tropicales, por su color grisáceo, su penumbra en medio del sol ecuatorial, su arquitectura que parecía más religiosa que institucional –lo llamaban “la catedral”–, y sus formas góticas flamencas en una época en la que se reclamaba una arquitectura más “nacional”.
La contraparte del palacio departamental es el antiguo palacio municipal, en la medida que el segundo fue una respuesta política y estética al primero. Tachado el departamental de responder a una concepción “conservadurista”, el municipal representó las ideas liberales de los promotores, los arquitectos, el jurado del concurso fallado en 1931 y el diseñador Martín Rodríguez, quienes propugnaban por una arquitectura que respondiera más a las realidades del medio, lo que se refleja en este edificio inaugurado en 1937, que incorpora un lenguaje contemporáneo –el art déco–, pero acompañado por una materialidad –el ladrillo– que da cuenta de las tradiciones constructivas locales, y por formas espaciales interiores y amplios patios que aluden a la historia regional, al igual que la decoración de las puertas.