Archivo restaurado
Universo Centro 012
Mayo 2010
Universo Centro 012
Mayo 2010
Por FERNANDO MORA MELÉNDEZ
Algún amo desprevenido bautizó a su fiera con el nombre de Nerón. Tal vez desde aquellos años los perros alcanzaron el más alto pedestal de la vida pública que cualquier soberano envidiaría. A manera de emperadores de las fincas o pequeños sultanes de los apartamentos, el perro vino para conquistar. Sus mañas cortesanas nos sedujeron; tanto así que hoy es difícil negar, a riesgo de ser tildado de inhumano, el afecto y la lealtad que estos cuadrúpedos nos prodigan con su lengua. Como si hubiera sido ungido por el dios de las mascotas, el perro siempre tendrá más privilegios que una lora, un gato o un canario. Precedido del lema de fábrica: “el mejor amigo del hombre”, el mamífero se pavonea a su antojo por los predios del buen amo. Va por la calle, tirando de la correa a un hombre; de modo tan dominante y antojadizo que éste tendrá luego que contratar un paseador experto que, a punta de conductismo y buen genio, aguante el caprichoso recorrido.
Antes se decía en la escuela que los aztecas adoraban a los perros, al igual que los egipcios; mientras que los chinos, en su sabiduría, se los comían. Hoy los canes son venerados por estrellas de Cannes, como Paris Hilton, que les mandó construir una mansión para que hicieran sus necesidades; y ordenó diseños de Gucci y Versace para las joyas y vestidos de sus diecisiete pomerania y un chihuahua. Son perros de marca como los Jaguar, los Audi o los BMW.
Perro y hombre han tejido tal dependencia que ya los científicos de la Nasa se plantean, en el caso de tener que trastearse a otros planetas, cómo se va a hacer con los perros: ¿Resistirán los dálmatas el efecto de las manchas solares en Marte? ¿Podrá el pincher miniatura alzar la patica para miar en condiciones de gravedad cero? ¿Cómo reaccionan las arrugas del bulldog viajando cerca de la velocidad de la luz? Responder tales cuestiones ha retrasado las expediciones caninas, después de que sólo una perra, Laica, paseara por el espacio y se convirtiera en la primera cosmonauta de criadero y mártir de la ciencia.
Todo esto parece en consonancia con las tribulaciones de Fernando Vallejo, quien donó trescientos millones para los perros callejeros y quien, sin ningún empacho, afirma: “Los humanos que se jodan, a mí los que me duelen son los animales”. Como ya no hay noticias buenas sobre el Hombre, muchos desvían su misantropía hacia el amor por otras especies. En países europeos donde la distancia afectiva entre vecinos es cada vez más grande, el ladrido de un lindo pulgoso hace que muchos humanos hasta se hablen. Preguntar por el nombre de ese tierno cachorro es una bonita manera de empezar a echarle los perros a alguien.
De este modo vamos pasando de hablar de la inteligencia de los bebés a ponderar la de los perros; que repiten como un espejo las gracias que les enseñamos para halagar el ego. Cuando esto ocurre entonces le comentamos a la visita: “Ella sabe que estamos hablando de ella”; “a él le caen mal los mendigos”.
Por la compañía que brindan a ancianos; por convertirse en sustitutos de los niños que no se tuvieron; tal vez por todo eso fue que dijo el poeta: “Es muy difícil la refutación de los perros”: ¿Quién defenderá la propiedad privada? ¿Quién nos boleará la cola después de un día fatal?
Así que no hace parte del universo excéntrico que en breve se empiece a legislar para perros, o que éstos se conviertan en los amos de la Tierra. En cambio, resulta sensato recordar que hay otras mascotas con igual derecho, como las focas de Brigitte Bardot. Ante tal desigualdad, una modesta proposición consiste en unirnos al día sin perro. La idea también busca generar conciencia en humanos y caninos. Ambos podrán demostrar su autonomía: perros inteligentes que no dependen de humanos; humanos maduros que pueden lamerse solos como el buey.
Nos dirán que es una medida exagerada ya que los perros necesitan salir a dar una vuelta y descargar su energía porque de lo contrario se volverían perros neuróticos, de los que destrozan todo a su paso. Pero una vez al año no hace daño.
Ese día se les debe sacar a orinar antes de las seis de la mañana. No habrá circulación de perros hasta después de las siete y treinta de la noche. Toda caca que aparezca será removida sin contemplaciones y los árboles no serán ultrajados con agüita amarilla.
Los únicos perros autorizados serán los lazarillos, los rescatistas tipo san bernardo y los de los aeropuertos; de modo que el día sin perro no sea también el día de la mula. No se aceptarán argumentos como ese de ponerle el bozal al rottweiler o explicar cuán mansito es el pit bull. La ley es para todo can y no sólo para los de collar.
Durante la jornada las peluquerías caninas podrán dedicar ese día a hacer esas cosas que siempre han aplazado como: actualizar el catálogo de nuevos cortes, limpiar los cepillos e inventariar pulgas. Los cementerios de perros recibirán visitas normales y los criaderos podrán cuadrar caja. Mientras tanto, los sicólogos caninos tendrán el día libre. ¿Y qué se hará con los perros callejeros? Pues ellos recibirán sanciones pedagógicas.
Para dejar en claro que la jornada no busca segregar a las “narices frías”, se hará un homenaje a los grandes canes de la Historia como Leoncico, el descubridor del Mar del Sur, los siete Lassies y Rin Tin Tin.
Pero eso sí, antes de que los perros nos sobrepasen en número, tamaño y condición, hagamos un alto en el canino y recordemos que el día sin perro no necesariamente es el día del gato. No más polarizaciones. Es posible, si evitamos la mordida de los corruptos, que en este pedazo de planeta quepan todas las fieras domésticas, incluidos nosotros, las mascotas de Dios.
Etiquetas: animales , Fernando Mora Meléndez , historia , Universo Centro 12
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