Los suicidas del Palacio Nacional
—
Por JUAN FERNANDO RAMÍREZ ARANGO
Fotografías archivo particular
El 13 de enero de 1991, El Colombiano anunciaba en su página nueve: “Se vende el Palacio Nacional”. ¿La razón? Porque las Empresas Departamentales de Antioquia ya no estaban “en condiciones de dar sostenimiento a esa edificación”. Por eso la estaban ofreciendo en subasta pública a un precio base de mil millones de pesos, unos 13 770 millones de hoy.
Esa, sin embargo, no era la primera vez que el Palacio se ponía en venta: construido a partir del 27 de octubre de 1925, en los terrenos de la antigua Cárcel Celular del Distrito, le perteneció inicialmente a la Nación. Allí, esta instaló, en 88 oficinas, sus dependencias de Correos, Telégrafos, Rentas Nacionales, Tribunal de lo Contencioso, etc., durante cuatro décadas, hasta que, el 26 de septiembre de 1972, se lo vendió al Departamento de Antioquia por veintitrés millones de pesos, más de diecisiete mil millones de hoy.
Transacción que, a la postre, tras cuatro años de negociaciones, se saldó con un intercambio: la Nación recibió un lote de 17 480 metros cuadrados en La Alpujarra y se comprometió a construir en ese sector una edificación de 27 pisos, el Centro Administrativo Departamental, avaluada en cien millones de pesos, unos 36 000 millones de 2022.
Mientras se llevaban a cabo esas largas negociaciones, se barajó la posibilidad de demoler el Palacio, la cual se descartó porque el costo de la demolición superaba el valor del terreno donde estaba construido.
Más allá de ese motivo financiero, la opinión pública estuvo a favor de la demolición. En el imaginario colectivo, el Palacio estaba marcado por la tragedia desde que, en 1951, un ciudadano alemán se lanzó al vacío desde una de sus torres, “ejemplo que muchos fueron siguiendo con el tiempo”, convirtiendo al quinto piso del Palacio en el epicentro de los suicidios de Medellín, con más de sesenta casos registrados hasta 1990. A continuación, una muestra de los más destacados.
Lucilo Antonio Londoño se lanzó al vacío desde el quinto piso del Palacio Nacional el 2 de mayo 1964, tenía 25 años. Era el primer caso que se registraba desde el 7 de septiembre de 1962, nunca había pasado tanto tiempo entre salto y salto, casi veinte meses. Ocurrió, según Sucesos Sensacionales, a las 8:27 a. m.: “La nueva víctima del fatídico edificio cayó sobre el andén izquierdo del Palacio, en dirección sur a norte, al lado de la carrera Carabobo, a pocos pasos del cruce con la calle Pichincha, en posición de cúbito dorsal”. Minutos antes, Lucilo Antonio había comprado dos paquetes de cigarrillos: uno de Lucky y otro de Pielroja, y una caja de fósforos. Además de esas últimas pertenencias, en los bolsillos llevaba un cortaúñas, 180 pesos en billetes y treinta en monedas, varias facturas por compra de abarrotes, una foto de “una mujer en pose pornográfica”, de Lovaina, una libreta de apuntes y una esquela. La cual estaba escriba de su puño y letra. ¿Qué decía? “Era una oración satánica”, que rezaba así: “Oh, ministro infernal, por el poder que tienes te pido que penetres en el corazón de… y no la dejes tener descanso ni para dormir ni para conversar con otro hasta que a mis pies venga ya humillada”. ¿A quién iba dirigido ese amarre de amor sin destinatario a la vista? “Quizás la de la foto vulgar fue la mujer que inspiró a la mente enferma de Lucilo para escribir aquella esquela diabólica”.
Del levantamiento del cadáver se encargó el inspector Darío Giraldo Arteaga, luego de sortear a una multitud de noveleros: “No menos de mil personas obstaculizaron el libre tránsito en la carrera Carabobo para curiosear el cadáver del infortunado suicida”. Mientras el inspector llevaba a cabo el levantamiento, se le acercó uno de los tinterillos del lugar con el fin de dar testimonio de las palabras que había intercambiado con Lucilo, quizá sus últimas palabras: “Su declaración de renta… yo le saco su paz y salvo en dos minutos”. A lo que Lucilo replicó lo siguiente: “Cuál paz, ni cuál salvo”, y siguió de largo hacia las puertas del Palacio Nacional. Puertas que, como si fueran el paz y salvo definitivo, faltaban dos minutos para que las abrieran. ¿Qué más le dijo el tinterillo al inspector? Que Lucilo “daba muestras de estar pasado de copas”. Entre ese diálogo exprés y la hora del salto al más allá, no se sabe qué pasó, hay una elipsis narrativa de 29 minutos, que terminó con la declaración de un muchacho que vio la caída desde la acera de Almacenes Caravana, calificándola de silenciosa: “Sin el grito de horror que dieron otros que corrieron la misma suerte”. Al impactar contra el piso, a Lucilo se le dañó su “carísimo reloj”, el cual quedó marcando para siempre la hora señalada arriba: 8:27 a. m. Minutos antes del cierre de edición, Sucesos Sensacionales logró establecer que Lucilo vivía en el barrio París y que era propietario de un granero ubicado en el barrio Santander, denominado “Por si acaso”.
María Ángela Marín se lanzó al vacío desde el quinto piso del Palacio Nacional el 1 de diciembre de 1964, tenía 17 años. Era la segunda mujer de la lista y, en general, la víctima número 33 que cobraba esa altura. Antes de saltar, se quitó los zapatos y el bolso, que hacían juego, eran blancos. Dos pisos más abajo, se percató del hecho una empleada del aseo, de nombre de pila Gloria, quien fue a darle aviso a un agente de la policía identificado con la placa 125-81, adscrita al juzgado de menores, situado en el cuarto piso del Palacio: “Corra… corra señor agente… vea que aquella niña se va a tirar…”.
Sin embargo, no bien el agente salió a todo correr, María Ángela saltó al más allá, estrellándose contra el pavimento en pleno cruce de Carabobo con Ayacucho: “A pocos pasos de los gestores improvisados que laboran con máquinas de escribir en favor de los declarantes de la Renta y el Patrimonio. Uno de ellos estuvo a punto de ser alcanzado por el cuerpo de la jovencita, y también un conductor de taxi que en ese instante esperaba a su esposa”. El instante fue registrado por uno de los mecanógrafos: 9:17 a. m. De inmediato, ocurrió lo que señalaría cuatro días después Sucesos Sensacionales en un pie de foto: “Los curiosos invadieron el lugar obstaculizando la diligencia de levantamiento”. Levantamiento al que acudió el doctor Luis Eduardo Quiroz, encontrándose con esta sorpresa: “Aún respiraba, y eso fue suficiente para que el doctor enviara a la víctima a la Policlínica Municipal en demanda de los auxilios médicos. Vano empeño, porque en el trayecto falleció María Ángela a causa de los destrozos internos producidos por el fortísimo golpe”.
Mientras tanto, el referido semanario de crónica roja lograría averiguar qué había en el bolso de la suicida 33. ¿Qué había? Once pesos con veinte centavos, un pañuelo, un pintalabios y dos recibos de Foto Lujo, correspondientes a fotografías tomadas un día antes de morir. Además, un libro de cómic que le había regalado su “íntima amiga Fanny”, titulado La jaula de oro, el cual no alcanzó a leer. Al parecer, iban a saltar juntas, cogidas de la mano, pero Fanny le quedó mal.
Fanny vivía en Campo Valdés y María Ángela en Buenos Aires. Y la noche anterior la habían pasado juntas en la casa de la primera. Al día siguiente, muy temprano, se trasladaron en bus hacia el Centro de la ciudad y luego a pie hasta el puesto de revistas de Fanny, ubicado en el andén del Palacio Nacional que da sobre la carrera Carabobo. Allí, Fanny le regaló el referido libro de cómic a María Ángela y “hablaron durante mucho rato cosas que solamente Fanny sabe”. Minutos después, la vio caer: “De inmediato, cerró el negocio y se fue a su casa, a llorar por el trágico acontecimiento”.
La investigación del caso arrojó como causa del suicidio la decepción amorosa. Los vecinos de María Ángela le echaron la culpa a un supuesto novio de la suicida 33, Horacio López, alias Rayo, a quien intentaron asesinar tras el velorio: “Se formó la tremolina y llevó las de perder Rayo al recibir un balazo en la mano izquierda… Los otros proyectiles que fueron disparados no hicieron blanco en su humanidad…”. María Ángela sería enterrada el 5 de diciembre. Dos días más tarde, como si hubiera generado imitadoras instantáneamente, otra mujer joven, Nora Elvira Correa, de 22 años, pasaría a mejor vida siguiendo el mismo modus operandi. Y el martes 8, un par de muchachas que iban a saltar juntas, fueron detenidas a tiempo.
La inusual cercanía entre los suicidios 33 y 34, inspiraría el editorial de la edición 406 de Sucesos Sensacionales, publicada el 12 de diciembre de 1964, en el que pedían la demolición del “Palacio Trágico”: “La sociedad ha clamado ante el organismo oficial propietario del Palacio Nacional para que, haciendo uso de su sabiduría, ordene la demolición de aquel esperpento de hierro y cemento, pero a esos clamores naturales y sentidos, ha respondido el más impresionante de los silencios, como si en realidad de verdad a los gobernantes en nada interesara la suerte de quienes desesperados por múltiples problemas escapan por las vías de la autoeliminación al tormento cotidiano de la angustia”.
Ese clamor popular contra el Palacio tocaría techo el miércoles 29 de mayo de 1968, cuando se lanzó al vacío desde el quinto piso Dioselina Ramírez de Castro, madre de seis hijos, convirtiéndose en la séptima víctima femenina en hacerlo, la 41 en total. Al igual que María Ángela, antes de saltar, Dioselina también se quitó los zapatos y el bolso, aunque no los dejó al borde del abismo, sino en el ascensor: “El ascensorista de turno dio aviso que la señora había dejado abandonado dentro del aparato, la cartera y los zapatos, para llegar desprovista de todos esos implementos hasta la orilla fatal del edificio”. ¿Cuál orilla? La que da a la calle Ayacucho. Una vez allí, mientras el ascensor bajaba y los relojes estaban a punto de marcar las 11:35 a. m., Dioselina empezó a hacer “cabriolas con ademán de arrepentimiento”. Las cuales llamaron la atención de los transeúntes, quienes reaccionaron de dos formas distintas: “Muchas personas gritaron frenéticas para evitar el salto. Otras subieron precipitadamente al ascensor para dirigirse a lo alto del vetusto caserón y evitar la tragedia”. Sin embargo, ninguno de los dos esfuerzos sería suficiente: los que iban en el ascensor se quedaron a medio camino y los gritos de “¡Cuidado! ¡Cuidadooooo!”, no frenaron la caída: “El golpe fue seco, fuerte, resonante. La estrellada del cuerpo femenino contra el pavimento causó tal estupor que silenció a la multitud”. Y tras ese golpe silenciador, ocurrió una nueva coincidencia con el caso de María Ángela, ya que Dioselina también cayó con vida: “El cuerpo, dando señales de vida, fue recogido y conducido de urgencia a la Policlínica Municipal por una patrulla que en esos momentos transitaba por Carabobo hacia el norte de la ciudad”. Lapso que le pondría fin a las coincidencias, pues Dioselina, a diferencia de María Ángela, no murió en el camino: “Médicos, anestesistas, ortopedistas, traumatólogos, atendieron a la señora en forma solícita, alcanzando a sobrevivir a las mortales lesiones por cerca de media hora”.
La diligencia del levantamiento estuvo a cargo del doctor Augusto Naranjo Serna, a quien le avisaron de la muerte a las 12:10 p. m. Como a esa hora el ascensorista no había comunicado que tenía en su poder el bolso de Dioselina, identificaron el cadáver como NN. ¿Qué había en el bolso? Solamente “El carnet de los Seguros Sociales sobre Maternidad Domiciliaria”, que señalaba que Dioselina había nacido en Supía, Caldas, en 1936, o sea que contaba 32 años cuando se quitó la vida, siendo madre por primera vez a los 18. De la comparación entre la foto del carnet y la del cadáver, de ese antes y el después del salto, resultarían estas líneas epitáficas de Sucesos Sensacionales: “Joven y agraciada, su fisonomía demostraba que era una mujer de clase humilde y trabajadora. La caída no había desfigurado su rostro en lo más mínimo”.
El cadáver con el rostro intacto sería reclamado por el esposo de Dioselina, Carlos Arturo Castro: “Quien contó que tienen seis hijos, el mayor de 14 años, y que Dioselina salió a eso de las 10 de la mañana de su casa, acusando síntomas de ansiedad”.
José Heldorfo Garzón se lanzó al vacío desde el quinto piso del Palacio Nacional el 13 de marzo de 1969, tenía 33 años, trabajaba en EPM como revisor de contadores de energía. Era el suicidio número 44 desde ese lugar y la primera y única vez que el cuerpo en caída libre impactaba a un transeúnte. El hecho ocurrió a las 5:10 p. m., “hora en que centenares de personas van y vienen por la carrera 52”, y otras tantas por Cundinamarca para coger el bus. De pronto, rompiendo ese vaivén humano, se oyó el grito de una señora mayor que, “espantada por el espectáculo que vieron sus ojos”, tuvo que ser auxiliada por otros transeúntes. ¿Qué vio? “La aparatosa caída de un cuerpo sobre otro, los cuales se extendieron cuan largos eran a un lado de la acera, casi en mitad de la calle”. La calle era Ayacucho, a pocos pasos del cruce con Carabobo. Cruce que, de inmediato, se llenó de curiosos, rodeando a los dos hombres: “Uno, el que minutos antes estuvo paseándose por la terraza del vetusto edificio, yacía sobre el piso de medio lado, dando señales de vida. Y el otro, boca abajo, daba la impresión de hallarse muerto”. Ante ese cuadro confuso, los curiosos, según Sucesos Sensacionales, plantearon dos hipótesis: 1) que se habían tirado juntos. Y 2) que habían caído juntos luego de trenzarse en una pelea. Mientras debatían ese par de hipótesis falsas, llegó una patrulla de la policía, liderada por el agente de placas 15662, quien les ordenó a sus compañeros que levantaran al ciudadano que daba señales de vida, o sea a José Heldorfo, y “lo llevaran sin pérdida de tiempo a la Policlínica Municipal”. ¿Qué pasó con el otro? Los agentes, “temerosos de que estuviera muerto”, no se atrevieron a recogerlo del suelo para conducirlo a dicho centro de urgencias médicas, y optaron, más bien, por esperar a que el inspector de turno fuera a diligenciar el levantamiento del cadáver. La espera, sin embargo, fue interrumpida cuando los agentes observaron movimientos en el presunto fallecido: “Uno de ellos dijo en voz alta: ‘Pero si está vivo…’. Y, al punto, lo subieron al primer vehículo que vieron, en el cual lo trasladaron a la Policlínica”. No bien llego allá, como si la caída los hubiera emparentado a ambos irónicamente, José Heldorfo, el suicida, falleció en la sala de operaciones: “Tan graves fueron las lesiones y el traumatismo craneano que había sufrido al caer que no sobrevivió pese a los esfuerzos de los galenos”. Minutos después, a las seis de la tarde, Sucesos Sensacionales telefoneó a Policlínica y el comandante de guardia de ese centro asistencial confirmó la muerte y agregó que, en ese momento, el inspector Salgado estaba realizando las labores de levantamiento. El otro, por su parte, “presenta una lesión en el cuero cabelludo, están tratándolo y se teme que tenga partido el cráneo, se encuentra grave”. ¿Quién era el otro? Estanislao Piedrahita, de 68 años de edad, descrito por el comandante de guardia como “regularmente vestido”. Y al día siguiente, por el referido semanario de crónica roja, como un caso milagroso, “que ni Ripley lo creería”: ya que, “a las siete y media de la noche, ante la natural sorpresa de los doctores que lo atendían, se levantó de la camilla y preguntó dónde estaba”. Además, esa misma noche le dieron de alta, “puede irse, dele las gracias a Dios por haberse salvado”, y regresó en taxi a su casa, ubicada en Maturín a la altura de la carrera San Félix, a escasas cuadras del Palacio Nacional.
Posdata 1: A continuación, brevemente, otros casos interesantes: 1) el primero de todos, como se dijo arriba, fue protagonizado por un ciudadano de origen alemán, en cuya nota de suicidio manifestó estar cansado de la vida: “Desempleado y desadaptado, encontró insulso el hecho de vivir para solo quitarse y ponerse los calzones. Y se arrojó al vacío desde un lugar cercano a la torre de Ayacucho con Pichincha, cayendo muy cerca del lugar donde vendía hielo picado mezclado con jarabe kumis y pandequeso, el viejo Páramo, un hombre a quien le atribuimos haber sido el pionero de las modernas heladerías que hoy existen en Medellín”. 2) El 7 de septiembre de 1962 se presentó el antecedente más cercano de un suicida cayéndole encima a un transeúnte. Se trató de Octavio de Jesús Zapata, de 22 años, obrero de Sedeco, cuyo cuerpo en caída libre rozó la mano a “una humilde revendedora de bocadillos y buñuelos”, antes de estrellarse contra el piso de Carabobo y morir en una patrulla camino a Policlínica. 3) El 30 de mayo de 1968, un día después del suicidio de Dioselina Ramírez, la madre de seis hijos, se lanzó al vacío desde el quinto piso del Palacio Nacional Rodrigo Echavarría Isaza, de 20 años, con la particularidad de hacerlo esposado, cayendo de bruces sobre la acera de Carabobo, donde “las esposas se le abrieron de sus manos con el impacto”, muriendo instantáneamente. Saltó para librarse de la pena que le iban a imponer en el Juzgado Octavo, ubicado en el mismo piso, se le acusaba de tráfico y consumo de mariguana. El caso se convertiría en una leyenda urbana en la ciudad, según la cual todos los suicidas del “Palacio Trágico” eran presos recién juzgados que preferían la muerte antes que la cárcel. 4) El 12 de agosto de 1968 se lanzó al vacío Oscar Alonso Álvarez, de 29 años, con dos peculiaridades: no lo hizo desde el quinto piso, sino desde el cuarto, y no saltó hacia la calle, sino al interior del Palacio: “Sobrevivió a la mortal caída por espacio de unos doce minutos. Las heridas internas recibidas por el golpe contra el piso de baldosas, le destrozaron en forma impresionante la masa encefálica, al igual que las piernas y los brazos”. Y 5) el 9 de agosto de 1974 se lanzó al vacío desde el quinto piso el Palacio Nacional, Luis Oswaldo Pabón, de 24 años, un ex voceador de prensa que, en la víspera del salto, se fugó del Hospital Mental de Bello, sufría de delirio de persecución, agudizado por haber presenciado un robo en Belén San Bernardo dos meses atrás, siendo después testigo de cargo contra el conocido ladrón, alias el Negro Mena, quien lo amenazó con esta frase premonitoria: “Los sapos mueren estripados”. De ahí este pie de foto concluyente de Sucesos Sensacionales: “Por miedo a Mena prefirió suicidarse”.
Posdata 2: El 23 de abril de 1991, por 1139 millones de pesos, unos 15 685 millones de hoy, el Palacio fue vendido a un comerciante libanés, bajo esta condición sine qua non: “Conservarlo intacto, porque, pese a su deterioro y a lo que allí ha sucedido, es un monumento nacional”. Monumento nacional que, desde 1993, es un centro comercial.
Posdata 3: Promediando la década del sesenta, al Palacio Nacional le apareció un competidor insuperable en la disputa por los suicidios de Medellín. ¿Quién? El Folidol, un insecticida de venta libre importado de Alemania por la industria floral, el cual, entre 1964 y 1968, cobraría más de doscientas vidas, antes de ser restringida su circulación en 1969. Pero no nos adelantemos, esa historia se las contaré en una próxima edición de Universo Centro.