Una elegancia despiadada
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por PASCUAL GAVIRIA
Mucho se ha repetido la idea según la cual la poesía debe escribirse con un estilete, debe herir si es posible, dejar huella. No es muy común ese lugar y la gran mayoría de los intentos poéticos suelen terminar en la caligrafía, la mecanografía o la más peligrosa grafomanía. Los poetas primerizos o fallidos nunca agradecerán los antídotos contra los peligros del sentimentalismo, contra los arrebatos de genialidad o la incontinencia verbal. La poesía es una trampa que expone a muchas víctimas. Una jaula para el escarnio. Pero el papel, la tinta y los ojos de posibles lectores sí aprecian la selección natural que impida una epidemia de poetas perversos e impunes.
El mejor medicamento contra esa posible proliferación lo escribió Wislawa Szymborska, poeta polaca que recibió el Nobel de literatura en 1996. La colección de respuestas a los corresponsales y posibles colaboradores que enviaban sus manuscritos al semanario Vida Literaria, que se publicó desde finales de los cincuenta por cerca de veinte años, son el mejor ejemplo de que es posible una cruel sabiduría. Szymborska hacía parte del consejo de redacción y era la encargada de la sección llamada Correo Literario. La “correspondencia”, reunida en un libro, es un catálogo de principios poéticos y una lección de humor, sinceridad y rigor. Esos rechazos sí tienen de verdad el filo que se dice obligatorio para el poema. Cartas abiertas escritas con el cortaplumas. Intentaré aquí una pequeña colección que atice la risa y la curiosidad.
Los redactores dejan claro en sus respuestas, incluso de manera directa, que lo de ellos no es la cortesía. Por buenos modales que tenga al soltar la guillotina, la tarea del verdugo será dejar una cabeza en la canasta: “…es cierto que no siempre emitimos nuestro juicio con la proverbial amabilidad china… Ellos sí que sabían, tiempo atrás, antes de la revolución cultural, responder a poetas no demasiado talentosos. La respuesta era algo así: ‘Si se publicaran sus poemas, su deslumbrante luz haría palidecer toda la literatura y otros autores que la cultivan se darían dolorosa cuenta de su nulidad…’”.
Queda claro entonces por qué la revista describe a los destinatarios de sus respuestas como condenados y a las réplicas como ejecuciones. No hay ningún temor a herir a los poetas a pesar de sus posibles tendencias al drama: “No somos partidarios de la cría en invernaderos de retoños literarios”. Se comienza por la crítica caligráfica, está bien que los poemas sean malos pero al menos deben ser legibles: “Ninguno de nosotros fue capaz de descifrar sus manuscritos, que al principio tomamos por poemas. Tan solo en la farmacia consiguieron hacerlo. Los medicamentos se pueden recoger en la secretaría de la redacción”. La ortografía también tiene su paredón de fusilamiento: “Su poema, de momento, carece de actualidad. Seguimos escribiendo: jinete, hormiga, hallé. Si en la ortografía se producen cambios beneficiosos para usted, se lo comunicaremos, sin falta, personalmente”.
Las lecciones de fondo llegan cuando los prospectos intentan ser poéticos a toda costa, “porque lo poético es aburrido y secundario” y la poesía debe nutrirse de las vivencias propias y los pensamientos autónomos. En el remate de esa respuesta viene el duro golpe de esperanza: “Usted tiene 24 años y 30 millones de compatriotas que esperan saber, con el corazón en un puño, qué puede contarles de sí mismo”. Para los que escriben versos de otros siglos, los intoxicados por alguna novela del siglo XVIII, entregan el consuelo de un posible empleo: “Si tuviéramos un castillo y las posesiones aledañas, desempeñaría usted el cargo de poetisa de la corte…”. A un enamorado de su vecina y de la rima le hace el Correo Literario una escueta recomendación: “¡Intente usted enamorarse en prosa!”. La primavera traía siempre esas duras cosechas, tiempo en que “crueles muchachas dejan a unos poetas por otros”.
La selección natural es despiadada con los prospectos de escritor. No hay conocimiento técnico posible para los escritores, a diferencia de los que pueden lograr los músicos y los pintores en el conservatorio o la academia de artes: “Es el oficio menos profesional de todas las actividades artísticas”. Se puede lograr a los veinte o a los setenta, siendo bachiller o catedrático. El acento, según ese consejo de redacción encargado de separar la paja del trigo, está en un lugar muy caprichoso: “El camino al Parnaso está abierto para todo el mundo. En apariencia, claro está, porque, a fin de cuentas, lo que decide aquí es la genética”.
La bondad es siempre una mala consejera en asuntos de escritura, tan peligrosa como la felicidad. Hace todo un poco blando, alentando el tedio y la desconfianza. El Correo Literario se encarga en este caso de contemplar a la mujer y agraviar a la poeta: “Es usted una persona demasiado franca y cándida para escribir bien. En las entrañas de un escritor de talento se arremolinan los más diversos demonios. E incluso si antes o después de escribir se encuentran adormecidos, durante la escritura tienen una frenética actividad”. En ocasiones las respuestas tienen el tono del terapeuta que le pone electrochoques a su paciente.
Muchas veces la revista apuesta por el futuro de los poetas sin futuro, “preocúpate también de conseguir un oficio de provecho, al margen de la protección de las musas. Según tenemos noticia, son unas histéricas y las histéricas no son de fiar”. El poeta soñador debe desabrocharse las alas; el melancólico, esculcar un día feliz en el calendario; el innovador, recordar que la poesía es un juego con reglas; el grandilocuente, buscar palabras de menor denominación… Ah, las poetas con crisis de identidad nacional son reprendidas en un idioma universal. Una corresponsal pidió que en caso de ser publicados sus poemas aparecieran bajo el seudónimo de Consuelo Montero. “Sería interesante saber si la redacción de algún semanario español ha recibido poemas de una verdadera Consuelo Montero que desee publicarlos con el exótico seudónimo de Marysia Nowak. Eso sí sería un auténtico intercambio cultural, ¿verdad? No obstante, aún es pronto para empezar a publicar. Que las dos señoritas sigan trabajando duramente y sean pacientes”.
Al final queda una lección sencilla, “el talento no es un fenómeno de masas…”, e individualmente eso puede tener las peores consecuencias: “‘Díganme si mi prosa revela talento’. Sí, revela. Pero por suerte para usted todavía sin consecuencias penales”.