Archivo restaurado
Universo Centro 99
Agosto 2018
El acecho de los hombres sombra
—
Por DANIEL CARMONA
Ilustración de Señor OK
Who loves the sun
Who cares that it is shining
(…)
Who cares that it makes plants grow
Who cares what it does
Since you broke my heart
Who loves the sun
Not everyone
—
Quién ama el sol
A quién le importa que esté brillando
(…)
A quién le importa que haga que las plantas crezcan
A quién le importa lo que hace
Desde que me rompiste el corazón
Quién ama el sol
No todos
(Who loves the sun, Nu & Jo Ke, 2011)
En un diminuto cuarto con la oscuridad del laberinto gotean por las piernas de un muchacho de veintiún años las babas de un hombre sombra que devora su culo como si fuera un manjar. El muchacho alza su mirada buscando su reflejo en el espejo del techo, pero a medida que la respiración se agita el vapor que exhala su cuerpo llena el cuarto y la imagen de su rostro se empaña poco a poco hasta desaparecer. Después de unos minutos de intensos gemiditos, el muchacho, bañado en sudor, termina por venirse a chorros sobre el piso. Toma aire agitado y después de un momento, aún con la lengua del hombre sombra en su culo, se apresura a subirse el jean, mientras le dice sin mirarle a la cara: “Parce, voy a salir ya”.
En Medellín comienza a anochecer a las 6:30 de la tarde, pero en Men´s club siempre está oscuro. A excepción de unos austeros rayos de sol que alcanzan a entrar a algunas zonas del laberinto y el patio, pareciera que siempre es noche cerrada. En el atardecer, a medida que la luz amarilla del día se va extinguiendo al ritmo de los largos sets de electrónica, las luces rojas y azules comienzan a imponerse cegando a quien las mira y la oscuridad termina por cubrir totalmente el lugar.
Men´s abrió en 1991. Siempre ha estado ubicado en el Centro de Medellín, entre las calles Argentina y Perú sobre Girardot, en un edificio de tres pisos que por sus capas de pintura agrietadas y las ventanas selladas da la impresión de ser una vieja bodega o estar abandonado. Pese a esto, cada tanto, en una secuencia apresurada se ve cómo un hombre atraviesa la cuadra de prisa, toca el timbre ansioso y la puerta metálica se abre, dejando ver un destello de luz roja en el interior, un faro.
Al igual que todos, me detengo ante la reja gris y toco el timbre. Unos segundos después abre la puerta un hombre de unos cincuenta años; lleva un gesto de desgano, enmarcado en sus ojos apagados que se asoman a través de unos lentes cuadrados. Entonces anuncia: “Hoy es parche sin camisa”. Me guía a un cuarto, cubierto de lockers, de donde proviene la ráfaga de luz roja. Me entrega unas llaves y un candado. “Guarde la camisa”, me indica. Yo aún sin pronunciar una sola palabra, me quito la camisa y la meto al locker. “Son diez mil pesos”, es lo último que me dice. Después de entregarle el dinero lo sigo a través de una segunda puerta. Al entrar, me da la bienvenida el estridente sonido de la música a cargo de bandas iconos de la electrónica como los son Claptone, Hercules & Love Affair, Salumon y Daft Punk. Me encuentro con lo que antes debió ser el patio de una casa, ahora reformado en un pequeño bar, incrustado en una ventana. Al fondo una sala inspirada en el movimiento pop art, muebles tapizados con fotografías de Elvis Presley y marines americanos. En el techo, colgadas desde el tercer piso, están suspendidas ocho esferas de espejos que se pueden ver desde cada nivel del club.
La sala sirve de lobby para explorar una voluminosa colección de libros de porno y de arte erótico homosexual, con títulos como: Él y el otro. Homohistorias y My buddy, un compendio de fotografías homoeróticas de la segunda guerra mundial.
Al tiempo, en un televisor rojo de manivela de al menos hace cuatro décadas se reproduce a blanco y negro una escena porno gay de los ochenta que nadie mira. Porque en el primer piso, a excepción de algunos clientes que lo visitan de paso el bar para comprar cervezas, cigarrillos o condones, no suele tener mucho movimiento.
Una escalera en espiral lleva al segundo piso. Hay dos ventanales gigantes, en donde algunos visitantes, atentos al sonido aturdidor del timbre, posan la mirada sobre la puerta, a la espera de nuevas presas.
A la derecha se encuentra un cuarto que recrea una tienda de video porno; algunos de los títulos ofrecidos son Los hombres grandes también comen culo, Sorpresa cremosa, ocho horas de hombres amando la verga, Amantes del pene, Doble ataque militar y Pai de crema.
En un televisor gigante se reproduce la escena de un negro siendo cabalgado sobre un sillón rojo por un joven rubio. En la habitación hay un hombre sombra, que alterna la mirada entre el televisor y la pantalla del celular, observando en silencio, a la expectativa de quienes llegan.
Al lado izquierdo, detrás de una cortina negra, aparece una minisala de cine, nueve sillas revestidas con tela roja brillante. Las paredes están tapizadas por carteles que anuncian los “iconos del porno gay”: “Al Parker 70s”, “Rick Donovan 80s”, “Ryan Idols 90s”. En la pantalla del cine se proyecta la selección de la casa. En el momento un hombre de cabello largo se mece en un columpio, mientras es penetrado por una fila de hombres velludos.
El segundo piso, con excepción del hombre del cuarto de la tienda porno y otros dos que observan la puerta desde el ventanal, también permanece vacío. Así que sigo las escaleras de caracol que llevan al tercer piso.
Hay seis caminos posibles, el que decido seguir lleva al patio, de donde viene la luz más fuerte. Allí los hombres sombra, sentados sobre una banca de concreto incrustada en la pared, esconden su mirada en la pantalla del celular. La mayoría toma cerveza, fuma marihuana o cigarrillo formando una nube densa de humo que se esparce lentamente hacia el cielo.
La luz de las lámparas de neón que cuelgan de las paredes permite ver los cuerpos semidesnudos de los hombres sombra. La fluorescencia acentúa la forma de los cuerpos y permite apreciar mejor sus músculos marcados o flácidos, músculos de muchacho o de señor. Se descubre la piel tatuada; rosas en la mano; tribales en los brazos; la palabra “PODEROSO” en la espalda; “Dios le da las peores guerras a los mejores luchadores”, en letra cursiva en el pecho. Despojados de ropa, no desaparecen las jerarquías sociales, se da lugar a una nueva, donde los altos, musculosos y vergones están en la punta; son quienes eligen. En la base, relegados a una noche de suerte, están los cuerpos pequeños, gordos y viejos.
Los hombres sombra se miran los unos a los otros sin pronunciar palabra. No es común escuchar conversaciones, porque los hombres sombra solo buscan descargar el deseo en un cuerpo, con prisa y sin explicaciones; evadiendo las preguntas convencionales: ¿cómo te llamas?, ¿cuántos años tienes?, ¿dónde vives? Aquí las preguntas que importan (y mejor si no se tienen que hacer) son: ¿qué le gusta?, ¿quiere que lo clave?, ¿quiere que lo ponga a mamar?
Dejo atrás el patio y entro al laberinto, tomo el primer camino a la izquierda. Aquí la oscuridad es tan densa como una bruma, pareciera incluso que uno la puede apartar con la mano, como se aparta el humo. Camino lento, las paredes de madera hacen eco de gemidos lejanos, chasquidos y golpecitos repetitivos que lentamente se van sincronizando con los beats de electrónica, formando una sola canción.
Hay dos clases de hombres sombra. Los primeros esperan pacientes sus presas, inmóviles contra la pared, estrechando más los pasillos. Los segundos, al igual que yo, dan vueltas explorando el lugar. En este juego se hace inevitable que los cuerpos se encuentren. La regla es clara: en cada encuentro hay un roce, insinúa una pregunta: ¿quieres? Si decides quedarte, si los cuerpos encajan, las manos buscarán ver lo que los ojos no ven y aun a ciegas encontrarán el camino a los diminutos cuartos que dan forma al laberinto.
Al entrar una lucecita roja se enciende. La cara del hombre sombra aparece, ojos negros, barba corta, músculos firmes, brazos tatuados. Comienza a acariciarme la cara, me intenta besar pero yo lo esquivo. Me sigue acariciando en silencio, desabrocha su pantalón y saca su pene. Sube la mano hasta mi cuello y me da un leve empujón intentando guiar mi cabeza hacia abajo, de nuevo lo esquivo, sin decir nada.
—Mámemelo —me dice finalmente y yo le respondo que no.
—¿Por qué no? ¿Quiere que me lo culee entonces? Venga yo le doy por ese culo —dice sin dejar de buscar mi boca con la suya.
—No quiero —repito sonriendo, pero sin corresponder sus caricias.
—Qué bobo, parce, venga mámemelo —insiste, mientras inútilmente intenta empujar mi cabeza en dirección a su pene—. ¡Mámemelo pues! —dice ya sin ánimo de jugar.
—No, es que usted ya se ha comido mucha gente.
—Oigan pues, solo me he comido a dos y me los comí con condón, además yo ya me lo lavé.
Me río, pero él insiste:
—Mámemelo pues o lo violo. Me va decir que aquí nadie lo ha puesto a mamar —dice y me empuja contra una de las paredes—. ¿Entonces a qué vino?
As a child, I knew
That the stars could only get brighter
That we would get closer
Leaving this darkness behind
—
Cuando era niño sabía
Que las estrellas solo pueden ser más brillantes
Que nosotros nos acercaríamos
Dejando atrás esta oscuridad
(Blind, Hercules and Love Affair, 2008).
Hace cinco años fue la primera vez que fui a Men´s, tenía veintidós años. Habíamos escuchado muchas veces hablar del lugar, así que un jueves luego de la universidad, Felipe y yo decidimos ir. Felipe era mi mejor amigo, con él había descubierto el mundo, la primera vez en un bar gay, la primera vez que probé el LSD, fiestas interminables bailando borrachos hasta que salía el sol. Pero no había sido solo eso, él fue mi hombro, mi oído y mi abrazo. Cada vez que mi estómago dio un vuelco al vacío por causa del desamor, Felipe estuvo ahí.
Pero los años pasaron y cuando aquella época universitaria desbordada terminó, nuestra amistad se volvió fría y distante, hasta el punto de no volver hablar.
Tres años después. Un día cargado de ansiedad, cuando caminaba con la mirada gacha por ese mismo laberinto, que habíamos convertido en un campo de juegos y bromas la primera vez que lo visitamos, me volví a encontrar a Felipe. Apoyé de nuevo mi cabeza en su pecho, le conté que me sentía solo y me alegraba verlo. Entonces hice la lista de preguntas que uno suele hacer a los viejos amigos: ¿cómo estás?, ¿cómo está tu mamá, tu hermanita?, ¿cómo va la u? Felipe contestaba que todo iba bien, la familia bien, la hermanita bien, pero últimamente estaba muy aburrido y venía mucho a Men´s, al menos una vez a la semana, otras veces, viernes, sábado y domingo. La universidad tampoco iba bien, se había retirado de estudiar Ingeniería de Sistemas en la Universidad de Antioquia para trabajar vendiendo zapatos en un almacén en El Poblado y estaba empezando una tecnología en sistemas. Con cada palabra que Felipe decía, yo sentía cómo se desvanecía mi amigo, al tiempo que aparecía un desconocido, que traicionaba los sueños que compartió conmigo.
—¿Dani, no sentís que todo sigue siendo igual? —me preguntó.
—No, Pipe —le dije y me alejé un poco. Él me dio un abrazo que no correspondí y siguió su camino por el laberinto.
En estos días de visitar una y otra vez este lugar, tratando de afinar mi visión en la oscuridad, pidiéndole a las sombras develar sus rostros, aparecía una y otra vez Felipe, envejecido, sin mucho cabello y con el abdomen abultado. Esta vez ya no teníamos nada que hablar, así que lo veía pasar ante mí, silencioso y distante. Siempre estaba tomado de la mano con el mismo chico. Siempre con la misma estrategia: se detienen en un lugar iluminado del laberinto, empiezan un acto sexual, atraen otros hombres y propician una orgía: brazos, piernas, torsos, cabezas y sexos fundidos en una masa sin forma, moviéndose al ritmo de los golpes secos y repetitivos de la música.
En la escena final de nuevo aparece Felipe, entra bajo un haz de luz azul, en el cruce de cuatro caminos. El chico que imagino es su novio, se arrodilla frente a él y se lo empieza a mamar, otro hombre se acerca y saca su pene, uniéndose a la escena. En cuestión de segundos, otros dos hombres sombra llegan; uno toma a Felipe por detrás y comienza a frotar su pene en su culo, el mismo destino tiene su novio.
Mientras los observo a tan solo unos metros, escucho un recuerdo de Felipe hablando en mi cabeza. Es una conversación que tuvimos hace más de cinco años.
—Parce, no sé, me siento muy mal. Me he comido a mucha gente estos días. Dani, lo que pasa es que cada vez que estoy con alguien, siento como si se llevara algo de mí —me dice con la voz apagada, cuando intento decirle algo, cambia de tema y el recuerdo se esfuma.
Me quedo observando un poco más la escena. La música retumba en mis oídos y hace eco en el hueco de mi estómago. Algunos hombres se han dispersado, dirigiéndose a los cuartos, pero Felipe sigue ahí, con un hombre sombra detrás de él y otros dos adelante. Se agacha a intervalos para explorar los cuerpos con su boca. La luz azul se refleja en su cara, pero no ilumina su mirada.
Who loves the sun
Who cares that it is shining
(…)
I love the sun
Like everyone
—
Quién ama el sol
A quién le importa que este brillando
(…)
Yo amo el sol
Como todos