Número 136 // Septiembre 2023
El alambique está bajo el toldo y el inventario bajo la casa. El viche ha conocido todas las botellas, empezó por la botella al mar y terminó en el bar. Porque no solo de guaro vive el hombre. El pasante es la saliva ancestral.
Y bajo la sombra de la selva brindan todos los bandos.



¿Cómo conocí el viche?

Por ANDREA ALDANA
Ilustración de Tobías Arboleda

El cómo se los cuento ahora, el dónde fue en el Chocó, un 31 de diciembre. El viche era la bebida oficial de la región y gran promotora de las borracheras decembrinas, o eso me dijeron. Aunque después de lo que presencié, no me quedaron dudas. El recuerdo lo tengo vivo, como viva tuve la resaca por un buen tiempo. Estaba haciendo un reportaje de inmersión en la guerrilla y los días que estuve allí, por fuerza mayor, coincidieron con el fin de año. Llevábamos varios días en la zona, por cuestiones de seguridad no habíamos podido salir. Esa parte del Chocó no tiene carreteras y solo se conecta por un río y sus afluentes, y para entonces —tal vez por las fechas, qué sé yo— había sido imposible conseguir una lancha o barcaza que nos sacara de manera segura. O para decirlo más claro, que nos sacara sin que quedáramos en la mitad de un enfrentamiento entre el ejército y la guerrilla.

Los informantes de la guerrilla les habían comunicado que teníamos al ejército en una persecución y muy de cerca, “a solo dos horas de distancia”. Eso hizo que los días de reportaje se convirtieran en un “a que te cojo ratón, a que no gato ladrón” que nos tuvo casi corriendo un buen tiempo por los filos de montañas. Pero ese 31 todo se detuvo. La alerta, las prisas, el estado de alarma, el sigilo nocturno, el correcorre fueron remplazados por el viche y una música a un volumen que, a mi juicio, era bastante estruendoso para cuando sabes —o supones— que tienes al ejército al lado, persiguiéndote, y estás metido en quiénsabedonde en la puta selva; si me valen el ejemplo, era como si mandaras tu ubicación en tiempo real y por Whatsapp a tu persecutor. En fin, todo esto para decir que mi 31, en lugar de pasarlo con mi familia como estaba en mis planes, lo pasé allí, un poco cagada del susto, entre fusiles y viendo bailar champeta a un frente guerrillero.

Recuerdo que pregunté por qué parábamos: “¿Y el ejército?”.

—Están allí, pero no pasa nada, no; pa ellos también es 31.

—¿Cómo así?

—Como una tregua.

—¿Pero tienen una tregua, acordaron tregua?

—No es eso.

—¿Entonces?

—Pero uno sabe, uno sabe. Yo sé por qué se lo digo. Usted tranquila.

Entonces me llegó el olor dulzón del aguardiente y pregunté asombrada si tenían guaro, ¿quién coño cargaba guaro en la guerrilla y en estas circunstancias?

—No, cuál guaro, no. Es viche. ¿No lo ha probado?

—No, pero eso huele a guaro.

—No, que no, no es guaro, no. Es viche. Vea.

—¿Y por qué es morado?

—Ah, porque lo hacen de colores.

—¿Cómo de colores? ¿Lo mezclan con Frutiño o algo así?

—Pruebe, pruebe más bien, que usted hace mucha pregunta.

Para ser honesta, yo estaba muy asustada; para ser brutalmente honesta entre viche y viche se me fue pasando el susto. Pregunté de dónde había salido y me señalaron a un señor, uno que no había visto. Y me le acerqué, aún quería saber por qué el viche era morado.

No recuerdo qué me dijo. El señor era un campesino que sabía preparar el viche, lo vendía y diciembre era el momento de la bonanza. Me explicó cómo lo hacía y cómo conseguía que fuera no solo morado sino también rosado. Pero ya no me acuerdo, si mal no calculo ya iba medio prenda. Lo que sí recuerdo con claridad fue lo que dijo después, cuando me contó que 24 y 31 eran los días que más vendía, que “salía de todo el producido”.

—Ya vendí allá en el pueblo, me paso por acá a dejar el encargo de la guerrilla y ahora me paso pa donde el ejército. Lo bueno es que salgo de todo el producido.

—¿Perdóóón?

—…

—¿Perdón? ¿Pa donde el ejército?

—Sí.

—¿A llevarle viche al ejército?

—Sí. Están allí nomas.

—¿Usted le lleva viche al ejército y a la guerrilla?

—Sí.

—¿Al ejército y a la guerrilla?

—Sí.

—¿Y cómo hace?

—¿Cómo así?

—O sea, usted sale de donde la guerrilla directamente para donde el ejército, ¿cómo hace pa no meterse en problemas?

—Aaaah noooo, jajajaja. Esta gente a mí ya me conoce, yo soy el del viche. ¡Esta es la bebida del pueblo!

Todo el mundo se emborrachó esa noche y al final, mi estado de alerta también mermó porque el señor me explicó que era muy raro un enfrentamiento en esa época. “Esta gente —ejército/guerrilla, supongo yo— en diciembre quiere estar tranquila, llamar a su familia, verla si puede y eso”.

El campesino se fue con sus botellas y yo jamás he vuelto a probar el viche. Para seguir siendo honesta, a mí no me gustó; pero lo recomiendo para bajar el susto.

Hace poco leí sobre la polémica actual con el viche, la suspensión que intentaron de su venta en algunas ciudades porque, al ser licor artesanal, “no cumple con la normas de sanidad establecidas”. La defensa de su venta, en resumen, se basa en que es patrimonio de las comunidades afrocolombianas del Pacífico.

Tiene fama de afrodisíaco, eso no lo comprobé, pero esa noche —y fui testigo— dos bandos enfrentados en el Pacífico colombiano prefirieron entrarle al viche que a la guerra. ¡Hombre, que si será patrimonio el viche en el Chocó!