Número 136 // Septiembre 2023

El alambique está bajo el toldo y el inventario bajo la casa. El viche ha conocido todas las botellas, empezó por la botella al mar y terminó en el bar. Porque no solo de guaro vive el hombre. El pasante es la saliva ancestral.
Y bajo la sombra de la selva brindan todos los bandos.



Licor clandestino

Por MICHAEL TAUSSIG
Ilustración de Tobías Arboleda

Un río al norte del Timbiquí está el Saija, famoso por su embriagadora mezcla de guerrillas de las Farc y cultivos de coca desde finales de la década de 1990, junto con paramilitares concentrados allí desde finales de junio de 2002 para matar a la guerrilla y quedarse con su coca. Mientras escribo estas líneas el río está alborotado y la gente ha huido, anticipando una batalla campal. Pero por muchos años antes de eso el Saija se destacó por algo diferente y eso fue la producción de un licor clandestino, un potente aguardiente de caña de azúcar llamado viche y destilado en la parte baja de casi todas las casas a lo largo de sus orillas (todas las casas están construidas sobre pilotes). El viche era, de lejos, la principal fuente de efectivo —de hecho, la única fuente— distinta del dinero enviado por los emigrantes. Como el oro y la cocaína, el viche es un buen valor, sólo que es mucho más barato. Después de un solo trago el río comienza a bailar y el resplandor del sol cae en cascada en su cerebro como un látigo. La gente empieza a balancearse. Si el Timbiquí era el río del oro, el Saija era el río del viche, así como ahora los dos se están volviendo ríos de la cocaína. ¿Qué tienen en común estos tres productos: oro, viche y cocaína?

Comparados con los alimentos o el ganado, los tres son enormemente valiosos en relación con su volumen y peso y, por lo tanto, no importa que sean producidos o encontrados en la profundidad de la selva húmeda, lejos de los centros urbanos. El problema insuperable que aqueja a la gente en Santa María que sueña con cultivar plátanos o maíz para vender no existe con estas mercancías.

El viche es ilegal, como la cocaína; la diferencia es que al gobierno de los Estados Unidos le importa un carajo, de manera que la represión es mucho menor. Hace varios años vinieron al río selladores decididos a mantener el monopolio del Estado sobre la producción y distribución de licor y destruyeron las primitivas destilerías. Pero la producción fue reanudada y hoy, gracias a su alto contenido de alcohol y su bajo valor comparado con los aguardientes destilados por el Estado, el viche goza de una amplia distribución, mucho más allá de los confines de la costa. Es realmente una cosa maravillosa que estas personas han encontrado; una forma de hacer dinero, aun en un lugar tan remoto. Y, a diferencia de la cocaína, el viche no conoce monopolización. Casi cada casa tiene una destilería. Más aún, no hay violencia asociada con el viche. Así, aquí tenemos un enigma (un enigma bienvenido, además): un producto de alto valor que da ingresos a la gente de la costa pero sin violencia o monopolio. Un motivo para celebrar.

Sin duda los economistas buscarán argumentos racionales para explicar esta diferencia —“racional” quiere decir explicaciones en términos de principios de mercado, como el ánimo de lucro y las leyes de la oferta y la demanda. Podemos jugar un juego como el de piedra, papel y tijeras, cada ítem diferente de los otros en términos de ventajas, los tres formando un sistema: las tijeras cortan el papel; el papel cubre la roca; la roca rompe las tijeras. Entonces: el viche es ilegal pero libre de violencia y monopolio y su oferta es potencialmente infinita; el oro no es violento y es legal pero ya no queda nada y, a pesar de su legalidad, junto con el alcohol y las drogas también es míticamente lastrado por el mal. Y la cocaína es ilegal, violenta y extraordinariamente susceptible a la monopolización. Una y otra vez vamos comparando y contrastando, buscando la roca madre de la explicación. Pero me parece que el viche va mucho más allá de las leyes de la oferta y la demanda o de la búsqueda de ganancia, como el oro y la cocaína, si a eso vamos. De hecho, lo que comparten el viche, el oro y la cocaína es que desafían todo lo que significa el mercado y por eso son valiosos. Se burlan de la noción de “leyes” de la oferta y la “demanda”. Sabotean, decididamente, la noción de ‘demanda’, acribillándola con complejidad y propiedades fantasmáticas desconocidas para la economía convencional. Son los lujos por los cuales la gente está preparada a dejarse engañar, la poesía loca del amor y la desesperanza que toca notas doloridas en cada corazón humano desesperado por ir ese poco más allá, ese tope que se derrama por encima de los bordes de la precaución y el sentido común… En suma, el viche es una maravilla. Tomé mi primer trago de viche en 1975 de una botella pequeña cuya elegancia testificaba que en una vida anterior había contenido un perfume llamado La Maravilla, el nombre que fue aplicado al viche mismo. Todavía pienso en él como solo eso, algo que, sin duda, hubiera llamado la atención de los surrealistas en París como puerta a lo Maravilloso, por no mencionar a la Belleza Convulsiva.

*Fragmento del libro Mi museo de la cocaína. Traducido por Cristobal Gnecco. Editorial Universidad del Cauca (2013).