Número 137 // Diciembre 2023
La historia del fentanilo en Colombia ha estado plagada de inexactitudes, amarillismo, desinformación y un sinnúmero de imprecisiones que nos han hecho perder la esperanza de un cambio en el abordaje del tema de drogas. Creíamos que cada vez éramos más abiertos a entender el tema de drogas y autoridades y medios habían aprendido a no imponer el miedo sobre la educación, pero no, el fentanilo fue el ejemplo perfecto para darnos cuenta que hemos fracasado en comprender el fenómeno del consumo de drogas. El mal viaje durará otros años.


Fentanilo: la sustancia es lo de menos

Por JULIÁN QUINTERO. ATS / ÉCHELE CABEZA
Ilustraciones de Tobías Arboleda

La cuarta crisis de opioides en doscientos años

La crisis que estamos viviendo ahora por los opioides no es nueva y tampoco extraña, posiblemente sea la más mortal por la potencia de la sustancia, el contexto consumista y el prohibicionismo exacerbado que la dejó expandir, pero ni es extraña ni nueva y no será la única. Para no irnos muy lejos el origen de la prohibición moderna inicia en las guerras por el opio, a mediados del siglo XIX, cuando los ingleses se engancharon al opio que venía de la India a través de China y terminaron creando fumaderos de opio por todo ese continente con ánimos de imperio o república popular. Cuando el emperador Daoguang se dio cuenta del impacto de la sustancia en su país, prohibió la venta y los ingleses iniciaron la guerra y China terminó perdiendo a Hong Kong mientras los gringos y británicos sentaron las bases de lo que fue la Convención Internacional del Opio de 1909, el inicio de la prohibición contemporánea.

Al mismo tiempo, a mediados del siglo XIX, en Estados Unidos se vivía la guerra de Secesión que contó con la entrada triunfal de la morfina, que, junto con la invención de la aguja hipodérmica en 1953, logró apaciguar el dolor de las heridas de la guerra, pero cambió radicalmente el uso de los opioides, pues el opio pudo ir directo a la vena y aumentó la posibilidad de la dependencia. No hay datos ciertos pero se cree que más de cuatrocientos mil soldados terminaron enganchados a la morfina después de la guerra, ya no para curar el dolor físico sino para aliviar el trauma de la guerra en el alma.

Y hablando de guerra y de gringos, más recientemente, son muchos los historiadores que le adjudican gran parte de la derrota de Estados Unidos en Vietnam al uso de la heroína. El profesor Lukasz Kamienski en su libro Las drogas en la guerra cita estudios que indican que cerca del setenta por ciento de los soldados norteamericanos regresaron con algún nivel de dependencia o relación con la heroína, algo que supo aprovechar muy bien el mafioso neoyorquino Frank Lukas, que con su Blue Magic (la marca de su heroína) abasteció a los veteranos norteamericanos de Vietnam durante varios años. Mucha de esa heroína entró a Estados Unidos camuflada en los ataúdes donde regresaban los cuerpos de los cadáveres de los soldados muertos en combate.

La crisis norteamericana del fentanilo alimentada por China

Los Estados Unidos han sido expertos en fabricar problemas y echarles la culpa a los otros, pero con el fentanilo les ha costado un poco más de lo normal. La actual crisis del fentanilo en su país tiene origen en la conjunción de varios factores. El primero, un rasgo cultural consumista que busca resolver los problemas con el gasto, adquiriendo cosas, acabando con las existencias; y en el caso de los fármacos muchos lo reducen a la magic pill, una pepa para todo, una pastilla para levantarse en las mañana, otra para adelgazar después del almuerzo, otra para concentrarse, la pastilla de la vitamina, otra para relajarse, una más para activarse, otra para el dolor y la última para dormir. Los gringos todo lo pueden resolver con una pastilla, las drogas lo resuelven todo.

El segundo aspecto de la actual crisis lo componen el espíritu capitalista (Wall Street) que combinado con la falta de control del Estado (FDA), la avaricia de las farmacéuticas (Purdue Pharma) y la corrupción de los médicos lograron engañar al pueblo norteamericano al vender la idea de que la oxicodona era un opioide de baja concentración, sin riesgo de adicción, cuando era todo lo contrario. De modo que empezaron formulando el medicamento para dolores por cáncer, cirugías y accidentes, y terminaron recetándolo para el dolor de cabeza, la muñeca inflada del tenista ocasional, los incómodos dolores de espalda del trabajador de hogar el fin de semana… A esto se suma que Estados Unidos es uno de los pocos países del mundo donde los medicamentos de alto riesgo pueden ser publicitados en la televisión en cualquier horario, así que mucha gente se levantaba en las mañanas a ver el programa con las modelos ya olvidadas por las pasarelas y encontraba un comercial que decía: “El fármaco que no sabías que necesitabas”. Esta historia se puede encontrar al detalle en muchos artículos de prensa, series de bajo costo y audiovisuales muy bien hechos como El crimen del siglo, del ganador del Oscar Alex Gibney.

Un tercer aspecto de la crisis norteamericana es la prohibición como estrategia principal para abordar el uso de drogas. Una vez los médicos y las farmacéuticas, con la anuencia de Estado, volvieron “adicta” a la oxicodona a una generación, hasta el punto de empezar a matar de sobredosis legal, lo primero que hizo el gobierno de Estados Unidos fue lo que mejor sabe hacer, prohibir la sustancia. Esto provocó que las personas se lanzaran al mercado a negro para conseguir otros opioides que les ayudaran a sobrellevar su síndrome de abstinencia, su dependencia, y allí lo primero que encontraron fue la heroína, también muy costosa en Estados Unidos por la prohibición, un gramo puede valer 120 dólares con una pureza del veinte o treinta por ciento, mientras una pastilla de oxicodona costaba entre diez y veinte dólares.

Es allí cuando rondando el final de la primera década del siglo XXI aparece el fentanilo en el mercado ilegal norteamericano, un opiáceo sintético cien veces más potente que la morfina y cincuenta veces más que la heroína. Los traficantes encontraron cómo darles un poco de “descanso” a los gringos. No venía en su presentación tradicional en polvo, sino suplantando o adulterando las pastillas de oxicodona, es decir que cientos de miles de personas creían que tomaban oxicodona, cuando lo que estaban era tomando fentanilo. También es una crisis de identidad por llamarla de algún modo, una crisis de marcas y copias, y allí es donde ocurre una de las situaciones más doloras de esta crisis: miles de personas han muerto sin saber que estaban consumiendo fentanilo, convencidas de que estaban tomando una pastilla de oxicodona, esa misma pastilla que el médico de familia les formuló para un dolor de rodilla.

La prohibición no había terminado de hundir a los estadounidenses cuando empezaron a caer muertos por decenas en la vía pública, las habitaciones de sus casas y los parques de las ciudades blancas y pobres del centro de Estados Unidos. La estrategia más efectiva y ya probada por los europeos, y también en Colombia en algunos casos, ha sido la reducción del daño, o sea, acciones que reconocen que hay consumo y que se puede mitigar su impacto negativo con información y servicios. El enfoque prohibicionista no permitió que las cuatro acciones para detener la epidemia del fentanilo se aplicaran rápido y de manera masiva, y cuando se permitió ya era demasiado tarde. Hoy en día en Estados Unidos solo hay una sala de consumo supervisada legal, mientras en el mundo existen hace veinte años en más de treinta países y nunca ha habido una sobredosis fatal adentro de sus instalaciones. En Estados Unidos solo hasta hace un año se reconoce y se permite el análisis de drogas para las personas consumidoras como una medida de reducción de daños, mientras en Colombia lo hacemos de manera legal desde el año 2015.

La naloxona es el medicamento que revierte la sobredosis de los opioides y en Estados Unidos, hasta hace tres años, solo se podía usar a nivel intrahospitalario. El gobierno norteamericano perseguía a organizaciones como Chicago Recovery que desde hace más de diez años la distribuye en las calles entre las comunidades consumidoras, salvando cientos y cientos de personas cada día. Hoy la naloxona en Estados Unidos es de venta y uso libre, la regalan en los sectores de consumo a quienes la solicitan.

A todo este panorama toca sumarle la geopolítica y el posicionamiento global de la China como potencia mundial, su guerra cultural. China sabe muy bien el impacto negativo de los opioides en su sociedad, lo vivió con los ingleses en el siglo XIX y los japoneses usaron la heroína como arma de guerra a principios del siglo XX, hasta que llegó el partido comunista en 1940 y cortó de tajo el uso de opio en su país. Es una de las causas del radicalismo de China contra las drogas, en especial contra el opio. Hoy en día China es de los pocos países que tienen la pena de muerte para el tráfico de drogas, fue a través de esas “infiltradas” que los ingleses y los japoneses los arrodillaron en el pasado. Pues la misma que les aplicaron a ellos, les están aplicando hoy a los norteamericanos. China es el principal productor y exportador de fentanilo y, en general, de precursores químicos para la fabricación de todo tipo de drogas en el mundo; China e India son las potencias mundiales de ese negocio.

Estados Unidos siempre ha invadido de manera diplomática o a la fuerza los países que producen las drogas que a ellos les gustan, lo hizo con Afganistán, también con el Plan Colombia y también con México; pero a China no la puede invadir o bloquear y por eso han planteado una guerra diplomática que poco les ha funcionado, mientras China se frota las manos y espera sentada viendo en el televisor cómo todos los días la prensa del mundo asocia la decadencia del capitalismo consumista con seres humanos sufriendo, caricaturizados como zombis, por calles norteamericanas.

Y ahí es donde Petro muerde el anzuelo norteamericano y se pone a hablar de fentanilo sin tener velas en ese entierro.

Fentanilo a la colombiana…, y la magia del tusi

Mucho nos costó que la prensa, el gobierno y los consumidores entendieran que una cosa son los análogos de fentanilo de fabricación ilegal que están matando a los gringos, y otra cosa son las ampolletas de fentanilo líquido, de fabricación legal, que se mueven en el mercado ilegal colombiano. Para tener una crisis como la norteamericana se necesitan varios componentes previos y de contexto como los enumerados más atrás, como dicen por ahí, “menos mal somos pobres” y no somos objeto del deseo de las farmacéuticas, no somos una sociedad de la píldora mágica, tampoco nuestra prohibición es tan radical y China no nos ve como objeto del deseo de su guerra cultural. Aparte de eso, tenemos una de las heroínas más baratas y de más alta calidad del mundo, tampoco somos una sociedad agotada que esté buscando el descanso de los opioides, más bien somos unos emergentes que apetecemos más de la estimulación y la empatía del éxtasis.

No obstante este contexto sí hay que estar pilas, el fentanilo de consumo ilegal, no la copia de la crisis en Estados Unidos, lo encontré por primera vez hace unos diez años en las calles del centro de Bogotá, me lo mostró una amiga usuaria de heroína que acude el programa Cambie, intercambio de jeringas, y me dijo que se vendía en las ollas cuando había escasez de heroína, que por ser de baja concentración no daba “rush” pero que sí quitaba “el mono” (el que lo entendió lo entendió), y ahí se movía el fentanilo al lado de las benzodiacepinas, el tramadol, la metadona; un medicamento más. También en investigaciones de consumo hemos identificado que un porcentaje importante de los consumidores de fentanilo farmaceútico son del gremio de la salud, que pese a la insistencia de ellos por ocultar el fenómeno, son muchos los casos de dependencia, hurtos de medicamentos, sobredosis mortales y hasta suicidios en los profesionales de la salud derivados del consumo de fentanilo y otros medicamentos.

Todo iba relativamente normal con el consumo de fenta hasta que aparecieron los medios de comunicación alarmados con la crisis del fentanilo en Estados Unidos. De pronto, llegó la insistencia en hacernos creer que esto va a ocurrir en Colombia, entonces hicieron su entrada el fiscal Barbosa (con sus mentiras) y el presidente Petro (con sus estrategias de negociación con los gringos) y terminaron poniendo el fentanilo en el centro de la discusión. Esto no solo escandalizó a los padres de familia y radicalizó el gremio de la salud, hubo otras tantas consecuencias: (i) aumentó el precio de las ampolletas ilegales en las calles que antes se conseguían a cuarenta mil pesos y hoy están a cien mil o más, (ii) aumentó la información que sugiere que se lo están agregando al tusi, tanto por las autoridades como por los fabricantes, (iii) aumentaron las consultas sobre el consumo de fentanilo y la reducción de daños en esta y (iv) aumentaron los reportes en fiestas y centros de salud de síntomas similares a la sobredosis por opioides.

Lo más paradójico del uso del fentanilo en la preparación del tusi es que por su concentración tan baja y la presentación liquida en ampolletas de fabricación legal, al ser mezclada a altas temperaturas, es probable que se evapore sin tener ningún efecto en las personas, si fuera el producto análogo sintético de fentanilo de fabricación ilegal ya hubiéramos tenido fiestas con diez o quince muertos en una hora como ocurrió en Estados Unidos cuando apareció el fentanilo. El uso del tusi se da especialmente en contextos de fiesta donde lo que se busca es estimulación, alerta, energía, y el fentanilo, cargado de depresores del sistema nervioso, lo que hace es ralentizar, volver arrítmicas y torpes a las personas, llevarlas a un letargo incómodo que va en contra de lo que desean quienes buscan la fiesta. Al parecer ese preparado está saliendo poco a poco de estos contextos, simplemente porque no es una sustancia de fiesta.

Lo peor está por venir

Lo más probable es que la crisis del fentanilo como la conocemos en Estados Unidos no llegue a Colombia, pero ni los medios de comunicación, ni los políticos y menos el gremio de la salud física y mental más radical y prohibicionista van a aceptar esta derrota, la derrota de una burbuja que cada vez resiste menos la evidencia. De modo que deben crear un demonio y este se llama tusi, que es la sustancia ilegal a la que deberíamos estarle prestando atención en Colombia, y que es en el único punto donde nos podemos acercar un poco a la crisis norteamericana, porque tenemos gente consumiendo fentanilo (y otras sustancias peligrosas) sin saberlo.

Detrás de este polvo rosado tipo exportación, rodeado de reguetón, guaracha, sexo y descontrol, se esconde una mezcla más peligrosa y toxica. Entre el año 2012 y el 2018, lo que encontrábamos en el tusi normalmente era ketamina, MDMA y cafeína, sin embargo, desde el año 2019 la mezcla es literalmente indescriptible. En nuestro último informe profundo del año 2022 encontramos cafeína, ketamina, MDMA, MDA, paracetamol, metanfetamina, cocaína, MDEA, oxicodona, morfina, levamisol, dimetilpentilona, alprazolam, catina, clonazepam, DOB, mefedrona, pirovalerona, entre otras, y muchas interacciones entre ellas son tóxicamente mortales, por ejemplo la mezcla de benzodiacepinas y alcohol puede resultar fatal.

A nadie sorprenden los más de sesenta extranjeros muertos en Medellín en contextos de pussy, tusi y jacuzzi en el renovado narco-sexo-turismo paisa. Pero sí se desata el pánico porque hay cinco muertes por fentanilo reportadas por Medicina Legal en Colombia en los últimos doce años. Muy seguramente porque al anestesiólogo se le fue la mano.

*Sociólogo investigador y director de la Corporación Acción Técnica Social / Échele Cabeza.