Número 133 // Marzo 2023

Menú del día

Por ALFONSO BUITRAGO LONDOÑO

En un reporte de principio de año de incautaciones de la Armada Nacional se anunciaba el descubrimiento en aguas del Pacífico colombiano de un semisumergible de veinte metros de largo y cuatro de ancho que transportaba cuatro toneladas de cocaína, “uno de los golpes más grandes al tráfico de drogas en lo que va del año”, como lo calificó la revista Semana.

La Armada calculó que con ese golpe se evitaron “el tráfico y consumo de cerca de 12 millones de dosis de cocaína y el ingreso de más de 135 millones de dólares a las finanzas de las estructuras narcotraficantes”. En el sumergible, que hacía agua, se encontraron dos personas muertas y otras dos en grave estado de salud, que fueron rescatadas por los militares y puestas a disposición de la Fiscalía. 

Adicionalmente se informó que también fueron incautados 273 kilos de cocaína en el interior de una lancha que se movilizaba por la zona rural de Buenaventura, con un valor estimado de nueve millones de dólares y un potencial de comercialización de más de 682 mil dosis en las calles del mundo. En el primer mes del año, solo la Armada (sin contar las demás fuerzas militares) había conseguido incautar cerca de diez toneladas de cocaína; es decir, según sus propios cálculos, unas treinta millones de dosis menos para el mercado internacional.

En un juego irónico uno podría imaginar un boletín de la guerra contra las drogas que les hiciera seguimiento a los anuncios de incautaciones que se hacen en el país y los reportara como nuevos y consuetudinarios fracasos, algo así como The war on drugs failure bulletin, pues esos decomisos que ya hacen parte del terco y repetido paisaje noticioso local nunca han conseguido disminuir la disponibilidad de gramos de perico en los grandes países consumidores. “En un nuevo fracaso de la guerra contra la drogas, cayeron más toneladas de cocaína”, “La captura de otro narcotraficante marca una nueva derrota de la guerra contra las drogas”, podrían ser algunos de los titulares genéricos.

Se podría agregar un reporte especial con los datos del informe anual de la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC), que acaba de anunciar (16 de marzo) que “la producción y consumo de cocaína se disparan y diversifican…”. Retando una vez más los anuncios más optimistas de derrotar a las drogas. 

Dice UNODC que entre 2020 y 2021 el cultivo y la producción crecieron un 35 por ciento y el negocio transnacional acumuló más de trescientas mil hectáreas de coca en Colombia, Perú y Bolivia. Por su parte, la demanda ha tenido un “aumento constante” en la última década y hay “alerta máxima” por el potencial de expansión a nuevos mercados en África y Asia (además de los ya consolidados en América y Europa).

En esas “calles del mundo” a las que pese a los “triunfos” de los guerreros contra las drogas llega sin parar la cocaína colombiana —se calcula que por cada tonelada incautada, una consigue con éxito traspasar las fronteras del país—, la droga se ofrece con tal puntualidad y rigurosidad que el menú que envían los dealers a los celulares de sus clientes parece una prescripción médica para curar una enfermedad grave o la carta detallada de una cadena de comida que se esmera por declarar el origen y los componentes de sus productos.

En Berlín el invierno reciente se siente como una pesada plancha de cemento sobre la cabeza. Hay que esperar casi hasta las nueve de la mañana para que algo parecido a una claridad —como un vaho que cubre un exiguo reflector— se abra paso lentamente y les dé relieve a los edificios, delinee las calles, alargue una sombra difusa a los árboles. 

En la noche el frío se refugia en los huesos del visitante calentano. En un bar del agitado barrio Kreuzberg un grupo de amigos tomamos vino caliente mientras un joven emigrado venezolano cuenta su experiencia psicodélica en las discotecas de música electrónica del distrito Mitte. A la pregunta de rutina por la posibilidad de conseguir drogas en Alemania, un compañero de mesa recién llegado a la ciudad para trabajar en Amazon saca su celular y muestra un mensaje de un grupo de Telegram con 6768 suscriptores, llamado The Gift Shop, con la “offer of the day”.

El proveedor lo envía sin falta todos los días a las dos de la tarde y recibe órdenes de sus clientes por un mínimo de setenta euros (360 mil pesos). El Coke Menu incluye cinco gramos de cocaína colombiana de 76 por ciento de pureza por 250 euros (a cincuenta euros el gramo, unos 260 mil pesos); cocaína fuerte (sello Duque) a 120 euros el gramo (unos 620 mil pesos); y cocaína sin cortar de Suramérica a 140 euros el gramo (720 mil pesos).

Además ofrece aceite de THC a setenta euros el mililitro; distintas variedades de marihuana a cincuenta euros por 4.5 gramos; cinco gramos de hachís de Marruecos por cincuenta euros; MDMA a cuarenta euros el gramo; cinco pastillas de xtc blue punisher, “el éxtasis más potente del mundo”, a cuarenta euros; ketamina sin aguja por cuarenta euros y fuerte y pura por cincuenta euros el gramo; paquete de cinco gramos de speed de alta calidad por cincuenta euros; dos tabletas de LSD por veinte euros; y diez pastillas de Alprazolam (Xanax) de un miligramo por cincuenta euros.

Los grupos de la empresa rusa Telegram que ofrecen drogas en Berlín se popularizaron durante el confinamiento de la pandemia, y algunos de ellos, de alrededor de Kreuzberg, tienen nombres como Parties in Berlin, Sex Meetings, Neukölln Weed. Todos aprovechan la posibilidad que ofrece Telegram de hacerlos visibles a cualquier usuario de la aplicación a través de su herramienta de búsqueda de People Nearby, que permite acceder a lo que pasa a puertas cerradas en el barrio de ubicación.

Los intercambios de mensajes de chat son considerados conversaciones privadas y la policía no puede intervenir directamente en ellos, por lo que el negocio se desenvuelve con fluidez y sin misterio, como pedir un domicilio por Rappi. Y sin embargo, tal y como ocurre con las incautaciones de toneladas de cocaína en las aguas del Pacífico colombiano, cada tanto la Policía alemana hace operativos y anuncia en su propio boletín del fracaso de la guerra contra las drogas que “desactivó tantos grupos de Telegram para vender drogas con miles de miembros en operativos por toda Alemania”. 

Es inevitable sonreír un poco al contemplar, a ambos lados del océano, esa lucha vana por liberar al mundo y sus consumidores del “flagelo de las drogas”; y es imposible no sorprenderse, quizás ingenuamente, con las ganancias que justifican tanto embrollo y tanto show. Basta comparar esa lista de precios berlinesa con cualquier oferta de un chat con menú de drogas en Medellín. Solo para hablar de cocaína, en el chat local se consigue “coca pura” a treinta mil el gramo (6.30 dólares) y un gramo de “coca lavada” por cuarenta mil (8.40 dólares). Una diferencia de más de doscientos mil pesos por cada gramo de cocaína colombiana puesto en Europa. Lo que hay del semisumergible al menú en la pantalla del celular.