Número 133 // Marzo 2023
Es extraña la idea según la cual la ciudad está siendo sitiada por una minoría de sus habitantes. Sitios emblemáticos tomados por el hampa, podría ser el titular de prensa. De modo que se ha decidido ponerlos bajo custodia, cercarlos para protegerlos del ruido, el mugre y la violencia. La idea es convertirlos en una jaula para turistas y vendedores con chaleco.
 

Cerco humanitario

Por MARIA ISABEL NARANJO
Fotografías de Juan Fernando Ospina

Entendiendo “mundo” como el espacio en el que las cosas se hacen públicas, como el espacio en el que uno habita y donde debe mostrarse dignamente. En el que por supuesto también se manifiesta el arte y donde aparecen toda clase de cosas.

Hannah Arendt

La Plaza Botero es un espacio público y como tal debe ser libre y de acceso abierto a todas las personas, sin restricciones. Es un lugar emblemático y culturalmente significativo para la ciudad, ya que exhibe las obras de Fernando Botero, uno de los artistas más reconocidos de la ciudad. Además la plaza es un lugar turístico popular, visitado tanto por colombianos como por extranjeros, y debería estar disponible para que cualquier persona pueda disfrutar de la experiencia cultural y artística que ofrece. Es importante que se tomen medidas adecuadas para garantizar la seguridad y el bienestar de las personas que visitan la plaza, así como la presencia del personal de seguridad y la implementación de las medidas para prevenir el vandalismo.

Esta fue la respuesta del Chat GPT a la pregunta: ¿la plaza de Botero debe ser libre para todas las personas o debe ser de acceso restringido?

Como yo puedo salir a preguntar y el Chat GPT no, me pareció interesante sacar a pasear una libreta a la plaza. Estas notas a manera de inventario son una tentativa de agotar en unas fechas de diario, lo que escuché, sentí y leí durante varias visitas.

La fecha: jueves 23 de febrero
La hora: mediodía
El lugar: las vallas por fuera
El tiempo: en una columna del metro se lee: ¿Cuántos relojes caben en un minuto?

Desde una carpa blanca recién instalada debajo de la estación del Parque Berrío —la primera plaza pública que convirtieron en parque con rejas cuando la ciudad se estaba modernizando—, un policía de verde toma una manzana mientras vigila a las personas que entran y salen. Con el pie derecho, acuclillado en el resquicio de una reja de hierro que divide en dos la entrada, ayuda a reforzar las nuevas reglas de ingreso. Reglas que hará cumplir frente a cualquiera que se equivoque en el rumbo permitido: se entra por la derecha y se sale por la izquierda. A riesgo de requisa.

Arriba, desde donde estoy mirando, puedo ver un mural desteñido en la parte posterior del edificio que hay detrás del Hotel Nutibara. Son los bailarines de Botero. Una réplica en gran formato que pintó en 1991 Libardo Ruiz, el telonero del siglo pasado de los carteles de Cine Colombia. En cuestión de tres días, cuenta en una nota periodística de la época que leeré más adelante, venció el vértigo de estar colgado mientras hacía ese mural. La pareja voluptuosa, con zapatos elegantes, da la impresión de tocar con los pies la copa de una palmera fénix que hay sembrada en la Avenida de Greiff, en lugar de bailar en el suelo del salón azul que se ha descascarado con el tiempo en las alturas.

Archivo de prensa: viernes 11 de octubre de 1991. El Colombiano.

“Estas imágenes bien podrían estar colgadas en las silenciosas paredes de un museo de la ciudad. Pero no. Esta vez están en libertad en la culata (uff qué nombre) de un edificio. Se han pintado dos de siete (…) Ojalá se reciba más patrocinio para las que faltan”. En la misma nota el artista dirá que lo mejor de hacer esa copia fue saber “que perduraría en el tiempo”, pues lo que había hecho hasta ese momento: “Terminaba rápidamente en la basura”. 

Camino rodeando dos, tres, cuatro vallas por fuera, evadiendo el control policial; una vuelta que ahora tienen que dar los vendedores ambulantes y las putas que antes pasaban derecho por la plaza para ir a trabajar. Todas las vallas tienen el escudo de la Policía Nacional. La tercera y la diecinueve tienen restos de ese plástico que protege a las cosas nuevas y que destrozamos para estrenar. En la número veinticinco ya rayaron (policerdos) y dibujaron un pececito con un SATAN (sic) escrito adentro.

Cerca de una fuente sin agua, con la escultura de una serpiente y un loro enrollándose en el cuerpo de un indígena, un hombre del que no se sabe nada será degollado con una cuchilla dentro de siete días. Nadie hablará del hecho cuando indaguen en los alrededores de ese proyecto de arte urbano ideado por Pedro Nel Gómez y Rodrigo Arenas Betancur en los años treinta: Las Américas Unidas. Solo un hombre que picó la lengua dirá que ese día fue testigo de que a las ocho y media de la mañana se escucharon unos gritos por fuera de las vallas: “Ladrón, ladrón, ladrón”.

Todavía hay restos de plástico nuevo en las vallas 31, 42 y 52. Me han ofrecido en chazas ambulantes borojazo y chontaduro, mero macho, megan, actipen, borochon, alfask, arrechón, sweet chicha tradicional venezolana. Gaseosas de mil y cervezas de tres mil. Jugo de guanábana blanca y rosada. Mango biche con sal y sin sal. En la valla sesenta rayaron con spray “Tombos HPTAS”. Treinta personas alrededor de un culebrero como los de antes miran un misterioso espectáculo: el prestidigitador ha puesto en el centro de ellos una cabeza en miniatura de un aborigen con un cigarrillo apagado en la boca. Cerca de los curiosos, un anciano limpia un par de dados que tira luego sobre una mesita, con los números del uno al tres escritos en la superficie de madera. Pasa un carretillero arrastrando su carretilla con una frase pintada: “La bendición de dios, si sufre porque no llora (sic)”.

Un pequeño trayecto sin ventas ambulantes deja oír el silencio que hay hasta la valla número setenta, vecina de la corteza de una palmera tatuada de amarillo con el número 312. Cuando comienza a quebrarse el embaldosado del suelo y los pasos levantan una polvareda que se te mete por los ojos y la nariz, aparecen los puestos ambulantes de icopor donde venden las gafas para los turistas. Conté tres hasta la número cien, y desde ahí hasta la 116, ocho vallas con plástico. En la mitad de ellas, a todo el frente, las puertas del Hotel León de Greiff están abiertas.

La fecha: domingo 26 de febrero
La hora: desconocida
El lugar: Instagram
El tiempo: estamos en vivo

Una noticia: “Medellín abraza la Plaza Botero con arte, cultura, respeto y amor! (sic)”. Un emoji de corazón adorna los hashtags #NosMueveLaCultura #MedellínAquíTodoFlorece. Dos emojis de flores son el punto final de la oración. En Shazam dice que de fondo suena esta canción: My father the giant. Cuatro gigantes del gremio de las esculturas humanas hacen maromas al lado de las letras de colores amarillo-azul-verde-rosado que tendidas en el suelo dicen: BOTERO GRACIAS POR ESTA PLAZA PARA LA GENTE (sic).

Un comentario: “¿PARA CUÁL GENTE?”.

Dos precedentes. El 15 de febrero el artista que donó las esculturas escribió desde Mónaco: “La plaza es un espacio artístico del Museo de Antioquia y de Medellín. Así se concibió y bajo ese concepto hice la donación. Que la ciudad transite libremente, así debe estar”. A los dos días, colectivos de activistas de la ciudad protestaron en el suelo con la frase “SOS la Plaza”, escrita con 155 fotografías de gente que ya no se ve adentro: trabajadoras sexuales y vendedores ambulantes.

La fecha: martes 28 de febrero
La hora: cinco de la tarde
El lugar: las vallas por dentro
El tiempo: Fragmento Rosita

Las puertas del Hotel León de Greiff siguen abiertas. Al frente, cuatro policías de verde vigilan el acceso a la plaza. Camino por el lado derecho con la cabeza agachada hasta llegar a un murito, al lado de la escultura donde los pies de un gigante de bronce aplastan la espalda y las nalgas de una mujer. Hombre caminante (1999), se llama. En un momento le quitarán la lona blanca que la oculta de la vista como si fuera un baño público. Un hilo de luz dorada rebotará en un pedacito de nalga vaciada en bronce. “¡Super! NOS CUIDAN. HOY: a mí. ¡Qué alegría! (sic)”, dice sobre la lona como si fuera la voz de la escultura saliendo de una viñeta. Adentro, dos empleados de la Fundación Ferrocarril de Antioquia limpian con agua y esponjilla la piel de metal, antes de embetunarla con una cera oscura para luego sacarle brillo.

Anoto lo que veo en una libreta con la pintura de Botero Fragmento Rosita (1973):

Silla. Mujer dormida. Diecisiete personas entran. Una detrás de la otra, seguidas, hasta la primera requisa. Joven. Moreno. Ropa sucia. Un policía lo aparta de la entrada. Gorra negra. Pañoleta verde. Ningún morral. Las manos del uniformado tocan torpemente la espalda del sujeto y luego entran en los bolsillos buscando algo. Tal vez alguna sustancia prohibida. El uniformado inspecciona. Encuentra una moneda. Nada más. El individuo está limpio. Una palmada en el hombro. El hombre que ríe entra. Van desprevenidas una rubia de un metro ochenta y tres adolescentes en chanclas. Piel roja. Murmuran en otro idioma alguna cosa que les llamó la atención. No se entiende. Dos vendedores con chaleco azul de Artesanías y Recuerdos Plaza de Botero les ofrecen en cajones las réplicas del artista. No las compran. Dos cascos naranja ruedan en dos bicicletas eléctricas. Otra requisa. ¿Veinte años? Es moreno. Lo requisan. Está limpio. Palmadita en el hombro. Dos enamorados se toman fotos con la escultura de La mano detrás y se besan. Requisa. Otro joven. Moreno. Gorra negra. Morral rojo. En media hora se aprende el lenguaje de los uniformados de verde, expertos en calcular la próxima requisa.

La fecha: lunes 3 de marzo
La hora: once y media de la mañana
El lugar: oficina de un despacho público
El tiempo: sumas y restas

Según la fecha de la carta que estoy leyendo, en la mañana de hoy el subsecretario de despacho de la alcaldía estuvo firmando en su oficina la respuesta a un derecho de petición de información sobre la medida que llegó a su correo electrónico el 17 de febrero. Asegura que en ese mes solo se presentó el caso de un hurto, en comparación con los cuatro que hubo en el mismo mes el año pasado. Lo que representa para el funcionario una impresionante reducción del delito mencionado. Se recuperaron dos celulares robados. Fueron incautados treinta gramos de base de coca, sesenta gramos de “basuco (sic)” y 360 gramos de marihuana. Se hicieron catorce comparendos por consumo de sustancias prohibidas, cinco por desacato o impedir la función de la policía, cuatro por desarrollar una actividad económica sin cumplir los requisitos establecidos y 432 por portar armas, elementos cortopunzantes o sustancias peligrosas.

El alcalde de la ciudad aseguró el 31 de enero que hasta una cuchilla de porcelana podrá ser detectada por unos arcos tecnológicos que instalará en la plaza, y que acompañará con robocops, una máquina móvil de vigilancia conectada a todas las cámaras de seguridad de la ciudad con la que también espera recuperar los barrios de los pillos. “La Plaza de Botero es un activo planetario como la Torre Eiffel. Y ¿cómo se cuida la Torre Eiffel?”, se preguntó el mandatario. “Pues con seguridad”, se respondió a sí mismo. A partir de ese día quedaron activadas 57 cámaras. Estableció un horario de apertura y cierre con policías permanentes en tres puntos de acceso, que prometió ampliar a seis. En Twitter ha mantenido al tanto a sus 969 mil seguidores: “Las medidas que se han tomado desde el 30 de enero han permitido la reactivación de quince rutas de turismo adicionales y la visita de cinco mil nuevos turistas”. Pero no ha dicho de dónde salen los datos. Dos empresas de turismo que operan en la plaza y fueron consultadas para confirmar si les han preguntado algo todavía no han recibido ninguna llamada de los funcionarios.

La fecha: lunes 3 de marzo
La hora: ocho de la noche
El lugar: chat de Whatsapp
El tiempo: break en el Hombre a caballo

Pablo, un guía de turismo para extranjeros con el que me puse en contacto para entrar con un grupo de ellos, me escribe por Whatsapp lo que hace cuando llega a la Plaza de Botero:

“Yo hago un break en el Hombre a caballo, al lado del Palacio Nacional”.

En verdad se refiere al Palacio de la Cultura que parece un castillo rodeado de pinos y no al Palacio del Hueco, donde antes vendían tenis, y del que hoy dicen que un turco lo está convirtiendo en galería de arte. Le pregunté qué es lo primero que les dice a los turistas cuando entran a la plaza.

Esto me escribió:

“Antes de salir para Botero yo les digo: ¿recuerdan la película de Matrix? ¿Blue pill vs. red pill? Bueno, están a punto de tragarse una blue pill gigante. Van a ver que en dos cuadras hay unas vallas de la policía. Antes de entrar, los invito a que miren bien por fuera”.

Al frente de la Iglesia de la Veracruz, donde las putas todavía pueden ofrecer sus servicios, el guía turístico les dice: “Aunque no nos guste, no es ilegal”, y divide el relato en prepandemia y pospandemia.

“Les digo que antes había 3500 habitantes de calle y hoy hay más de ocho mil. Que antes la pobreza rondaba el 34 por ciento y hoy alcanzó el cincuenta por ciento. Y que hace cuatro semanas la alcaldía actuó poniendo unas vallas, es decir, todos los problemas que enumeré antes siguen ahí, pero detrás de las vallas”.

La fecha: miércoles 5 de marzo
La hora: once y media de la mañana
El lugar: Hombre a caballo
El tiempo: monstruos de bronce. Etiquetas.

Busco en la plaza un guía de turismo con camisa roja de manga larga que me dijo que hace dos horas viene caminando con extranjeros desde el parque de los Pies Descalzos. Mientras llegan, una mujer que dice ser experta en Historia de Medellín me pregunta dónde compré mi bolso de ranas venenosas y se aleja sin que pueda darle una respuesta. Se va detrás de un grupo de turistas. Entran de a diez, de a veinte, de a treinta a la plaza. Sin requisa. Nueve venezolanos de un grupo se quedan mirando la Maternidad (1995). Uno comenta que tomarse la foto en pareja ahí debe ser peligroso. En Pensamiento (1992), otro explica que el cuerpo desnudo en la cabeza del hombre simboliza cuando está enamorado y no puede sacarse de la mente a la mujer que ama. Cinco hombres de negro celebran como niños la voz metálica de un armatoste robótico humano. Se escuchan voceadores: la foto, la foto. A la orden las hormigas culonas. Lleve el sombrero vueltiao.

El recorrido es corto. Entre el Hombre a caballo (1994) y la Mujer vestida (1989), la primera escultura entrando por la Iglesia de la Veracruz y la última saliendo por el metro, los turistas no se demoran más de diez minutos. En ese tiempo pueden elegir entre tomar fotografías o comprar mercancías. Los artesanos de chalecos azules venden gorras, camisetas, réplicas de Botero a cinco mil. Se destacan frases impresas en los souvenirs de la cultura paisa: Bonita, pero tóxica. Bebesote. Patodos HAY! Medellín es una chimba. Lo que pasa en Medellín se queda en Medellín.

Los guías de la empresa de turismo que estoy esperando tienen libertad de cátedra en su recorrido. Welcome to Botero’s square, dice uno que acaba de entrar con un grupo de veinte estadounidenses. Lo que sigue es un resumen en español de lo que les dijo mientras señalaba con los pulgares hacia el Palacio de la Cultura:

“Parece una iglesia, ¿cierto? Pero en realidad no lo es. En los años treinta en la crisis de la Gran Depresión el arquitecto se cansó de las demoras en los pagos hasta que un día dijo goodbye. Abandonó el país sin terminarlo. Luego apareció el espíritu paisa: We can finish. Construyeron un muro, pero jamás terminaron el edificio. Si observan el estilo neoclásico de las hermosas ventanas que hay en la cúpula y luego miran las que están al lado dirán conmigo: Its a shame!”.

Y luego, señalando con el índice derecho la escultura del hombre que aplasta a la mujer con sus pies, dice: “Si se fijan bien, van a ver que unas áreas están más gastadas que otras en partes muy específicas”. Los turistas vuelven a reírse. El pipí de bronce está todo pelado.

El grupo se desintegra para recorrer el espacio por su cuenta con la indicación de encontrarse al lado de la Mujer vestida. Hernán, el guía con el que estuve hablando por diez minutos, nunca les había preguntado a los turistas directamente lo que piensan sobre la medida. Ahora, cuando lo hace, un extranjero de ojos azules se anima a compartir su opinión acerca de las vallas que rodean la plaza. Una bogotana que está a mi lado me ayuda a traducir:

“Dice que son lo mismo que ponerle una curita a una hemorragia”.

La fecha: 7 de marzo
La hora: seis de la tarde
La escultura: Adán y Eva
El tiempo: aves raras en los jardines

En esta plaza se ven aves raras, me dice Saúl, un fotógrafo de los viejos que está mirando los pájaros negros que abundan en los jardines que bautizó como orinal de la humanidad. Nos encontramos por casualidad a las seis de la tarde entre Adán y Eva, con la luna menguante entre los dos. Nos vinimos a conversar en otra fuente sin agua mientras nos tomamos dos tintos que nos vendió una venezolana, de las que pasean con los termos escondidos por la plaza. Saúl dice que esos “toches” “representan a la raza humana” porque sacan los huevos de un ave de otra especie menos lista y los cambian por los de ellos para que los empolle en su propio nido. Ahora los pájaros tienen todo el parque para coquetear entre ellos solos. 

Los policías que caminan adentro no son verdes sino azules. A veces los extranjeros y locales los confunden con guías de turismo. Deambulan por toda la plaza sin rumbo fijo y siempre en pareja. Toman fotos a los turistas a pedido y a veces hasta se arrodillan en el piso para lograr un buen encuadre con las cúpulas iluminadas de los edificios. A los perdidos les indican hacia dónde ir. Acompañan al desorientado. Tienen drones, trípodes y cámaras para hacer videos en 360 que luego comparten por sus celulares.

Por el centro de la plaza pasa un lustrador que busca zapatos, pero solo hay tenis caminando. Pasa un policía en su moto verde fosforescente. Saluda a seis funcionarios de la alcaldía, con chaleco y sin oficio, que a las seis y media de la tarde se hacen en círculo para mirar los efectos lumínicos que produce el smog al atardecer. Dos dominicanos se toman una foto al lado de la Mujer con espejo (1987). Uno de ellos simula una palmada en la foto mientras el otro le grita: ¡Eso! ¡Qué nalgotas!

Seguimos tomando tinto.

—¿A qué hora se va la gente de la plaza?

—Esto se va quedando solo a las seis y media de la tarde pero a veces hay gente por ahí tomando fotos por la noche, tipo ocho y hasta nueve los he visto.

—¿Y sabe a qué hora la cierran?

—La verdad no sé cuándo la cierran.

—¿Y usted a qué hora llega?

—Yo no tengo horario ni de ir a la casa ni de venir a la plaza.

—¿Le parece mejor como está?

—Esto ha mejorado mucho porque acá estaba pasando de todo. Uno salía de acá con dolor de cabeza por los malos olores. Por ejemplo, ese palito estaba a punto de secarse y véalo como está de bonito —señala  un árbol.

—¿Y qué pasaba con los otros jardines?

—Estaban apestados de sentir la falta de positivismo. Los árboles sentían los atracos, las peleas y la gente ensuciándose por todas partes.

—¿Y dónde estará la gente que ya no está acá?

—Deben estar donde les corresponde.

—¿En dónde?

—Donde creen que lo que hacen es trabajo: de La Veracruz pa abajo. En cambio este es un lugar de donde vienen de todas partes del mundo. Qué vergüenza que se lleven una mala imagen.

—Mire el atardecer como se ve de lindo. ¿Ya le tomó la foto?

—Un día de estos voy a tomar una foto de esa hermosura y la voy a mandar a enmarcar.

—Mejor sigamos hablando de las aves raras.

—Una vez un búho se posó encima de la cabeza de la Mujer vestida —debajo de una flor de arizá— y cuando le quisimos echar mano se perdió entre las palmeras.

Fotografía de Maria Isabel Naranjo.

 

La fecha: 9 de marzo
La hora: cuatro y media de la tarde
La escultura: Hombre caminante
El tiempo: como un oráculo

El 8 de marzo, a las ocho de la noche, todas las esculturas de Botero, con precios que oscilan entre dos y cuatro millones de dólares, estaban rayadas por todas partes, y las más de doscientas vallas de la policía que rodeaban la plaza estaban abajo. Hoy la plaza funciona normalmente, y salvo algunos detalles de manchas de pantano de suelas de botas y zapatos que les pasaron por encima cuando las tumbaron, las vallas están de nuevo en pie y funcionando.

Anoche, refuerzos de la policía de todos los cuadrantes del Centro llegaron a controlar la violencia contra las estatuas. Los hombres de las esculturas Hombre caminante y Hombre a caballo fueron pintados de blanco, como si quisieran borrarlos. En la escultura de la Cabeza pintaron con spray verde y morado “Libres”, “Libres nos queremos”, “8M 8M 8M 8M 8M 8M”. La mujer del Pensamiento fue vestida con una pañoleta verde y escribieron debajo ABORTO. Rayaron a la Mujer en el espejo por todas partes con “Te quiero viva” y “Grita hermana”. Sobre la mujer desnuda dejaron unos carteles: “Mata a tu Eva”, “Libera a tu Lilith”, “Libertad es ausencia de miedo”, “No es no”. Al lado del Hombre caminante dejaron un mensaje: “Siempre con las putas, nunca con los tombos”. En la nalga de la Mujer con espejo pegaron un aviso con los números de emergencias de la Agencia Mujer y la Fiscalía: 123. 

Representantes del sector cultural en el Centro, algunos colectivos de derechos humanos y representantes de trabajadores informales de la plaza y habitantes de calle rechazaron un tuit del alcalde por estigmatizante: “En apoyo a prostitutas, marcha de mujeres tumbó vallas de Plaza Botero. Alcaldía las pondrá mañana de nuevo”.

Hoy 9 de marzo, a las cinco de la tarde, dos de los cuatro trabajadores contratados para sacarles brillo a las esculturas están recogiendo en baldes los pedazos de esponjilla y cocas con agua con las que ya quitaron casi toda la pintura. Llegaron a las ocho de la mañana y salvo algunas manchas aguadas, ya casi todas están limpias. Uno de ellos, cansado, dice que ojalá pudieran terminar hoy el trabajo.

—Pero antes de las cinco y media de la tarde tenemos que llevar todas estas cosas al castillo para que nos las guarden.

Lo único que les faltó por limpiar fue el pipí rojo del Hombre caminante. Mañana va a quedar brillante, como nuevo, cuando lo laven con agua y jabón.

P. D.: No contaron con tanta suerte las diez adolescentes que quedaron solas en la plaza el 8 de marzo después de las marchas. Al lado de una licorera, cerca del parqueadero de buses de Robledo, el grupo fue obligado a punta de bolillo a subir a un camión de la policía que tenía como destino la estación de La Candelaria. A las ocho y media de la noche, las mujeres fueron liberadas y salieron corriendo por las calles, asustadas, con las rodillas raspadas y algunos moretones en las piernas. ¿El delito? Destrozar una radio contra el piso y gritar contra los uniformados: ¿por qué nos matan?

Los policías concluyeron, ante tal muestra de desacato, que había que darles una lección.