Poemas de Santiago Rodas
Descolgar Palmas
El viento
golpea como una bestia
ciega
golpea sobre nuestras
caras
mientras bajamos
en bicicleta
por la avenida Las Palmas,
descolgamos
esquivamos carros
motos de policías
ciclistas profesionales.
Agarramos las curvas
casi acostados,
rozamos el pavimento
nos encocamos
para hacernos aerodinámicos
para restar la fuerza del viento
para potenciar nuestro peso.
Soltamos los
frenos,
casi tocamos las líneas pintadas sobre
el asfalto,
vemos la ciudad
abajo
como un reguero anaranjado y eléctrico
que chispea
y los matorrales
a un lado y a otro y
la maleza
No la maleza pura,
sino más bien a la que agrieta, como ésa,
segundo a segundo, el cemento y los ladrillos,
nos recupera de la servidumbre
y deja entrar otra vez la luz del mundo.
Los ojos lagrimean
los brazos tiemblan
la bicicleta
a más de 70 kilómetros por hora
se funde con nuestros cuerpos
hasta que
en la curva más
cerrada
al lado de un colegio de ricos
uno de los nuestros
adelanta una volqueta
y se cae de la bicicleta.
Nos detenemos.
No hay nada por hacer.
Hoy en día
se ve una cruz blanca
al borde de la carretera
Cada vez que bajamos
y nos acostamos
en esa curva
miramos la cruz por un instante
y seguimos
proyectando la velocidad
de nuestros cuerpos
contra el viento.
Nocturno
Cada noche una piedra diferente
se vuelve catedral
N. Hardem
Los colores de la noche
me invitan a dar una vuelta
y camino
como si no hubiera un lugar
al cual ir
al cual llegar.
Y pienso y también dejo de pensar
Me acoplo al ritmo de cada cosa
cada vibración magnética, vegetal,
pienso en el diablo, en la palabra naturaleza,
en los costales que se le aparecían a mi tía
Ninfa Rosa de Jesús Quintero,
en las manos de mi madre con vitíligo.
Cuento las veces que he transitado por esta calle,
Veo grafitis en las rejas, carros que pasan,
lámparas que titilan, gente que camina con bolsas en las manos,
me dan ganas de llorar, pero no lo logro.
Respiro el humo de los buses,
escucho los pregones de los vendedores
Voy al Guanábano,
saludo a Márgara.
Todo está bien, me digo.
Todo está bien, insisto.
Agarro un taxi, miro el centro de esta ciudad
como si estuviera en una película de Víctor Gaviria
La Playa, La Oriental, el Parque de San Antonio.
Las luces amarillas las cambian por luces blancas
como si quisieran limpiar la luz sucia, tradicional
como si frotaran todo con un trapo
empapado de desinfectante para aclarar las cosas.
Esto es un simulacro, una mímesis, una repetición.
Me bajo en cualquier lugar.
Recuerdo el VHS de mi primera comunión,
la pregunta de mi padre luego de la misa: ¿Cómo te sientes?
Puro, le respondí.
Vuelvo al ritmo negro, ajusto mis pasos a lo real.
Me concentro en la luz, en su ausencia,
Imagino el montículo de la totalidad de monedas
que alguna vez pasaron por mis manos.
Sigo el camino que me indica
el silencio
que se destila a esta hora
en esta ciudad.