Día 4

Cubrir la ruta

Por MAURICIO LÓPEZ RUEDA

Pedir la acreditación de una grande toma tiempo, y más con una pandemia. Se solicita con dos o tres meses de anticipación y luego, con paciencia, se espera el correo de confirmación. Es mejor acreditarse por un medio no virtual, porque entonces los italianos piensan: “Possono coprirlo da casa”.

La confirmación, cuando es la primera vez, llega al spam, con una notificación de la empresa Endu, que es la que acredita. Si te aceptan el correo es largo, si no, te mandan a la porra con tres monosílabos.

Luego mandan un mapa con la ubicación del centro de prensa y con los horarios en que puede reclamarse. Se reciben más de cinco mil solicitudes por año y, si acaso, entregan trescientas, menos en tiempos de pandemia.

Acá he visto medios gigantes, históricos, con apenas un periodista y un fotógrafo, como The Telegraph, L’Equipe. Ni siquiera La Gazzetta dello Sport tiene un equipo amplio. Apenas vinieron Luca Gialanella y Ciro Scognamiglio. El País de España mandó a Carlos Arribas, que se la pasa para arriba y para abajo con Camilo Amaya, el corresponsal de El Espectador.

Todos estos días, en los cuarteles de prensa, porque así se llaman, me he sentado cerca de Luigi, un loco de Sky Sport 24 Italia. Es flaco y de pelo crespo, como los pescadores vagos de las películas de Sofía Loren. Se mete sin permiso a todas partes y termina haciendo buenos trabajos.

Siempre, antes de acostarme, repaso todos esos canales que me ofrece la televisión europea, y acabo en el canal de Luigi, reviviendo el Giro.

Los cuarteles de prensa los abren a las dos de la tarde y los cierran casi a las ocho de la noche, cuando todavía hay sol. Los últimos en salir siempre son Ciro y los periodistas australianos.

Normalmente ubican el cuartel a cuatrocientos o quinientos metros de la meta, pero a veces la logística lo envía a dos o tres kilómetros y apenas logran llegar unos cuantos. Esos días los aprovecha la organización para entregar los regalos envidiables: buzos, vinos, libros, gorras.

Antes, me cuentan, habilitaban un bufete para que los periodistas le dieran rienda suelta al apetito, para que movieran su maquinaria, pero, por la pandemia, que sirve de disculpa para todo, este año no hay viandas.

Los cuarteles normalmente son ubicados en colegios o casas culturales. A veces también los instalan en museos. Ayer nos metieron en una iglesia. Parecíamos escribas, todos silenciosos en nuestro trabajo, casi solemnes. Me pareció curioso que, en el altar, estaba una edición de La Gazzetta dello Sport (la biblia del deporte en Italia), y una botella de agua Valmora. Cómo habría agradecido Cristo esa botella en aquel día trágico en el Gólgota.

Hay varios tipos de acreditaciones. Las de los organizadores, las de los equipos y sus acompañantes, las de los VIP, las de los hospitality, que son las únicas que se venden, y las de la prensa, unas para los que tienen derechos y otras para los que no, ahí estoy yo.

Camarógrafos y fotógrafos también llevan acreditaciones, pero a ellos se les distingue por los petos. El de cuadros, así como el uniforme de Croacia, es el de full access, ese lo portan unos tres tipos de la transmisión oficial, y son los únicos que pueden capturar los gestos de emoción de los ciclistas cuando cruzan la meta.

Los petos rosados son de la organización, los naranjas de los medios con derechos, y los azules, rojos y amarillos, son la prensa sin derechos, pero que puede entrar al podio y a la vía que recorren los ciclistas mientras preparan la salida.

En las salidas y en las llegadas se arma una pequeña villa con diferentes barrios. Dos barrios son para hospitality y VIP, Verdi, Puccini y Michelangelo. Está otro que se llama Valentino, para fotógrafos, y luego está la zona mixta, donde vamos los periodistas a cazar fulles con los ciclistas.

No es recomendable andar rompiendo las reglas, se puede perder la acreditación y estar vetado unos cuatro o cinco años. Pero la verdad, a no ser que se comenta la cagada del siglo, a nadie botan de la carrera.

Solo los camarógrafos, los fotógrafos y los reporteros de la RAI pueden ir en moto. Algunos deben pagar ese servicio hasta a seis mil euros. Tim de Wolf, de quien aseguran que vendió su archivo a Getty por tres millones de euros, cuenta con ese servicio, al igual que los de La Gazzetta.

No hay carro de prensa, cada equipo debe llevar su propio vehículo, acreditado con la placa. Los carros de prensa tienen un recorrido alterno al de los ciclistas, casi siempre más rápido.

Nunca se ve la carrera, a menos que se lleve un televisor pequeño en el carro, con una subscripción a Eurosport o a la RAI. Los reporteros seguimos la carrera a través de portales como Procycling, Cyclingnews o la web oficial del Giro. Tener “radio tour”, por donde los organizadores y comisarios envían todas las novedades de las etapas, cuesta mil euros.

La carrera tampoco regala el wifi, es un servicio que se vende por días. Cinco días, pueden costar ochenta euros. Nada es gratis en esta vida.

Los caminos alternos, en todo caso, son una delicia. Uno se va por senderos plateados por los Olivos, o por cañones repletos de árboles que son como algodones. Caminos con ríos que surgen de montañas cavernosas, forjadas en piedras antiguas.

Sobre algunas de esas piedras aparecen, de repente, pueblos encaramados sobre las peñas, como cincelados por Miguel Ángel, como recuerdos de repisa.

La carrera, en cambio, va por otro lado, muy lejos, por otros paisajes y quizás por otros climas. A veces uno va gozando del cálido sol, mientras por la radio dan cuenta de un aguacero sobre el pelotón.

Y uno no se da cuenta de nada hasta llegar a la meta, donde a todos nos ubican, según las acreditaciones y los petos, en alguna jaula para ver el final de la carrera. Luego el correcorre detrás de los ciclistas. A veces hablan, a veces no. A la zona mixta, eso sí, tienen que ir por obligación, entonces uno agradece que Egan tenga la maglia rosa, porque así no hay pierde.

Las demás estrellas cruzan la meta y se van a la zona de buses, donde solo los periodistas de las transmisiones oficiales pueden ingresar. Los que no, a veces nos quedamos horas esperando que se bañen y se dignen a ir hasta las mallas, pero casi nunca sucede.

La etapa termina a las cinco, cinco y media. Todos los periodistas esperamos una o dos horas más para entrevistas. Luego nos vamos al cuartel, a escribir y bajar material visual, hasta las ocho. Entrada la noche nos vamos a los hoteles o apartaestudios, cerca de la salida de la próxima etapa, para no llegar tarde. Hacemos pastas con huevo cocinado o chorizo picado.

Nos dormimos pasadas las doce y nos despertamos a las siete. Nos salva el ciclismo en la tarde que nos permite descanso a quienes vamos en carro, lejos de la respiración de la carrera, en busca de quienes van al pedal. Aunque en realidad, nadie descansa en una grande, hasta que se termina.