Una lora, un amor y tres versiones


En medio del océano de imágenes que conserva el Archivo Fotográfico de la Biblioteca Pública Piloto (alrededor de un millón setecientos mil fotogramas) hay un mar de parejas posando juntas frente a la cámara. Y entre todas ellas, hay solo una que incluye —además de un hombre y una mujer— una lora. Se titula “Eulogio Valdés”, y según las marcas en el negativo de vidrio fue tomada en el estudio de la familia Rodríguez en 1925, en Medellín. Eso es todo lo que sabemos de esta imagen inquietante. Pero, ¿cómo pasó esto que vemos? ¿Se querían retratar y terminaron incorporando a la lora por algún azar? ¿Es una foto de familia? ¿Es la lora la verdadera retratada y ellos solo la acompañan? En lugar de investigar a fondo, esta vez recurrimos a un camino alterno: la ficción. Le pedimos a la gente en redes que nos contara sus propias versiones de los hechos. Y estas son tres de las mejores.


Versión bendita
Por Daniel Restrepo

Un cardenal emisario del Vaticano llegó a Medellín a finales de octubre de 1925. Un edicto emitido desde Roma ordenaba la finalización inmediata de la fiesta del 31 de octubre (o día de los niños) por su vinculación directa con el satanismo. Este esfuerzo intentaba barrer todo rastro de iniquidad desde México hasta la Patagonia (porque Dios siempre ha bendecido a América del Norte).

A un padre de la Veracruz, emocionado por tan alta eminencia en la ciudad, ocurriósele la fantástica idea de regalarle al sacro visitante un legajo de fotos de cada una de las familias que conformaban la comunidad de la parroquia. De esta manera el padre le garantizaría a Roma que el diablo en Medellín no estaba o, por lo menos, que no era un feligrés de la Veracruz. Para garantizar la santidad del evento (y aprovechando la intención del visitante) el padre restringió la asistencia a la sesión de fotos a familias con hijos ya catequizados. El aviso, colgado en entrada de la iglesia, decía: “Solo son admitidas familias con hijos donde todos sus miembros sepan de memoria el Padre Nuestro”.

Don Eulogio Valdés y su mujer leyeron con desazón el aviso parroquial. Ambos eran muy fervorosos, muy religiosos, muy acaudalados y sin ningún hijo hasta el momento. ¡La oportunidad de ser bendecidos por el santo papa se les escapaba por falta de otra bendición! La señora Valdés, mucho más torturada que su esposo por la situación, encontró una solución genial al predicamento. Compró un loro en la Minorista y le enseñó, con un esfuerzo sobrehumano e implacable, todo el padrenuestro, el rosario y el breviario en cuestión de una semana.

El 31 de octubre llegaron los Valdés con su versado hijo: Euloro Valdés. El padre, renuente y receloso, les dejó claro a la entrada que solo les permitiría asistir a la liturgia, pero que foto no habría ni para ellos ni para el loro. Una vez iniciada la misa, el loro mostró sus dotes de teólogo y empezó a recitar y a interrumpir al padre. Este, temiendo la indignación del cardenal, empezó a levantar la voz para ahogar la del loro. Pero su voz fue la que se apagó casi por completo cuando, en medio de la consagración, sintió que el cuerpo de Cristo se le escapaba de las manos y se deshacía en el pico del loro. Cuando se incorporó, no pudo más que palidecer cuando escuchó al pájaro exhortar a los feligreses a que se prosternaran ante “el cordero que quita el pecado del mundo”.

Lejos de estar iracundo, el cardenal celebró la erudición del loro en temas litúrgicos como un milagro. Permitió que don Eulogio, su esposa y San Euloro también participaran de las fotos que serían bendecidas por el papa.

Versión psitácida
Por José Alejandro Ramírez (@josewild10)

El doctor Eulogio Valdés Arango, el único ornitólogo de la Villa de la Candelaria, era profesor en la Fundación de Estudios Ornitológicos ubicada en el Parque de Berrío. Llevaba dos años mandando cartas marítimas al País Vasco, de donde se sabía originaria la especie más inteligente de loro adivinador de sueños. Fueron muchas las cartas para obtener un ejemplar de este mítico psitácido visto en esas regiones. Había recibido aquel animal una semana antes de la foto, y no podía quedarse por fuera del álbum familiar a pesar del bochorno que sufrió su esposa doña Abigail Ramírez Jaramillo. Año 1925.

Versión tenaz
Por Melissa Alzate

Después de ahorrar durante varias semanas habían recogido el dinero suficiente para pagar una de esas fotografías de las que todos hablaban, una pintura no pintada hecha con una caja con lentes de vidrio que nadie entendía cómo funcionaba, una imagen perfecta, un instante congelado en el tiempo.

Se vistieron con sus mejores galas. Él sacó el sombrero que usaba los domingos y el traje de los eventos importantes; ella sacó el vestido que tanto le gustaba, el sombrero y las joyas que su madre le había regalado y los guantes de seda que su vecina le prestó. Estaban listos: el vestido, el maquillaje, todo era perfecto. Todo, excepto la mascota del hogar.

El loro, acostumbrado a no permanecer solo, saltó de su percha al sombrero adornado con flores que ella llevaba. Él lo retiró con cuidado y lo devolvió a su sitio, pero el animal voló nuevamente y aterrizó en el hombro de él. De nuevo lo retiró y lo ubicó en la percha. Sin embargo, el loro estaba decidido a conseguir su cometido.

La danza del hombre y el loro, del hombro, el sombrero y la percha duró lo suficiente como para hacer peligrar la cita establecida con el fotógrafo, y era claro que el loro estaba decidido a no rendirse.

Esa mañana, el famoso fotógrafo de la ciudad de Medellín hizo su primera fotografía familiar… con un loro.