Archivo restaurado

Este texto hace parte del libro Jugando en casa. Historias de cancha, hazañas de tribuna, coeditado con la Subsecretaría de Ciudadanía Cultural de Medellín.
Enero de 2017

Cuando el Atanasio aún tenía mallas, 1991.

Soy sureño

Por JUAN GUILLERMO ROMERO

“Los tifos no son lo mío. Me gusta mil veces más el papel picado para las salidas del equipo. Ese momento es sagrado. Los tifos a pesar de ser muy bonitos, son muy fríos”.

Mientras me habla, no para de pasarme libros de una antigua biblioteca de madera, con doble puerta de vidrio, llena de libros, películas y revistas, solo fútbol, todo fútbol. Obras de Eduardo Galeano, Fontanarrosa, ejemplares de El Gráfico, estudios sobre el fútbol como fenómeno social, documentales sobre algunas hinchadas y equipos de otros países. En fin, una selecta colección que quisieran tener muchas bibliotecas del país. Es el trabajo de años de Raúl Eduardo Martínez Hoyos, conocido por muchos como el ideólogo de Los del Sur, la barra de fútbol más importante de Colombia.

Sí, como el ideólogo, así aparece en algunas notas colgadas en internet que elogian y describen algunos de los proyectos sociales que jalona la barra; pero también así está reseñado en otras que critican y subrayan los enfrentamientos entre hinchas. O también como el sociólogo de Los del Sur, la manera de nombrarlo de algunos funcionarios de la Alcaldía de Medellín, con los que ha interactuado en distintos periodos. Ellos cambian de trabajo, se van y él sigue llegando con un nuevo proyecto: un concurso artístico, una propuesta para frenar los conflictos entre los hinchas, la reunión por el clásico del domingo… Ellos cambian de tema, y él cada vez más metido con el fútbol, más atento a conseguir nuevos libros para el centro de documentación de la barra. ¿Habrá otra barra en el mundo con un centro de documentación? Siempre toma nota en cuanto seminario o conversatorio de fútbol monten en la ciudad, o por fuera, para alimentar los proyectos de la barra o la tesis que escribe por estos días sobre fútbol y ciudad, para la maestría en Hábitat de la Universidad Nacional. Y claro está, siempre muy activo en todas las reuniones del comité central de la barra.

De ingenuo, le pregunto si los cuentos de Fontanarrosa gustan entre los sureños.

“A duras penas unos poquitos se han leído el libro que nosotros mismos sacamos por los quince años de Los del Sur, y eso que no todo. La barra es el reflejo de la sociedad. Pelados que se la rebuscan duro, de barrios difíciles, de familias complejas, que nunca han leído un libro. Pero todos trabajando por una misma causa que nos da alegrías y tristezas, y que nos ayuda mucho como personas; porque aquí sabemos que hay responsabilidades para cumplir, en medio de los desafueros que se puedan dar, y que siempre tratamos de resolver como grupo: la vida misma, ¿o no?”.

Le pregunto por un partido que considere inolvidable, y su respuesta podría verse tan anacrónica como la de los tifos. Creí que mencionaría alguna de las dos finales de la Copa Libertadores, pero se refiere al partido que Nacional perdió por penaltis contra Junior, en la final de 2004.

Los del Sur en sus primeros años, 1998.

“Acuérdese que el miércoles anterior, Nacional había perdido 3-0 en Barranquilla. Pero ese domingo aquí en toda la ciudad se sentía una fuerza positiva tremenda, y ya en el estadio ni se diga. Pocas veces he visto al equipo y a la hinchada tan convencidos de remontar un marcador tan adverso”.

Me habla en un tono que evidencia su amor por Nacional. Esa final le dejaría, además, una de sus anécdotas preferidas como barrista. A pesar de que las directivas de Junior no quisieron venderles boletas para el partido de Barranquilla, seiscientos sureños gritaron sin parar ese miércoles en el Metropolitano. Ante la negativa del club barranquillero, dos días antes del encuentro, Raúl y otros dos miembros de la barra ya recorrían sin parar las calles de la arenosa, con la misión de comprar la mayor cantidad posible de boletas.

Como la gran mayoría de los integrantes de la barra, Raúl comenzó a ir al estadio cuando todavía era un niño, y también como muchos de ellos, solo tenía para comprar la boleta más barata: la de Sur. En esos años, Raúl vería debutar al jugador que más lo ha marcado: René Higuita.

“No creo que vaya a haber uno igual, uno que entienda el fútbol de esa manera”.

El 24 de enero de 2010, cuando Higuita se despidió de su afición en el Atanasio Girardot, la barra de Los del Sur exhibió una pancarta en la que se leía: “Gracias loco por nunca querer ser cuerdo”.

Al recordar esas épocas, un inventario de lo que ya no está emerge de inmediato en su mente; a Raúl le gustan estos listados. Los colectivos, remplazados en gran medida por el metro, parqueados a la salida del estadio a la espera de los hinchas para llevarlos hasta los barrios altos o hacia los municipios vecinos, hasta Itagüí, en su caso; las sombrillas y los cojines con publicidad de los almacenes El Combate y El Totazo, para sentir algo de comodidad en las graderías de cemento; los chistes que desataba el olor a pollo frito que se abría paso en la tribuna y los radios de pilas que anunciaban los goles en las otras ciudades, pues todos los partidos eran a la misma hora; lo que obligaba a mirar el tablero electrónico, para verificar cómo se registraba cada nueva anotación y analizar luego su incidencia en la tabla. Estas son solo algunas de las imágenes que Raúl describe movido por el placer de recordar esos años ochenta y noventa, cuando aún no era un sureño.

Según el libro de Los del Sur, La vida por esta pasión, la barra se fundó el 26 de noviembre del 1997. Ese día, Nacional fue eliminado por River Plate en la semifinal de la Recopa Sudamericana, en la que sería la última edición de ese torneo, que se jugaba entre los campeones de la Libertadores. Raúl, apostado como siempre en la tribuna Sur, vio esa noche con extrañeza, a una decena de jóvenes que habían llevado unos inmensos trapos que limitaban la visibilidad hacia la cancha.

Él, hasta hacía muy poco, era miembro de una pequeña barra llamada El Caballero del Fútbol, creada en homenaje a Andrés Escobar, situada en la Sur, cerca de la puerta que limita con Oriental. Una barra que solo tenía un par de bombos, una especie de bandera con el rostro de Andrés y los lazos que delimitaban el espacio para unas cincuenta personas cuando más.

Unos metros más allá, en Oriental, se ubicaba la barra que se robaba el show en aquellos años: el Escándalo Verde. Sus bombos y sus cantos la distinguían como la que marcaba la fiesta en el estadio, junto al narrador más popular de entonces, Múnera Eastman, El Paisita de Oro, famoso por pedir silencio a todos sus oyentes para que los jugadores locales se concentraran al patear un tiro libre o un penalti, dirigir la silbatina cuando el turno era para los visitantes y poner a todo el estadio a agitar las banderas o a gritar veeerdeee, cuando Nacional lucía confundido.

Esos eran también los primeros años de la televisión por cable. Veracruz TV Cable y la famosa perubólica transmitían a ratos partidos del fútbol internacional, donde las imágenes mostraban a los hinchas argentinos que no paraban de saltar en medio de unos trapos coloridos que recorrían las tribunas, hacían parte del espectáculo casi tanto como los jugadores que anotaban los goles o conducían a sus equipos. Un contrapunto de rostros que se volvería, gracias a estas transmisiones televisivas, en una suerte de pareja indisoluble tras cada gol.

Gerar, Juancho, el Primo, Leo, el Mello y Rotten son los apodos de quienes hoy son vistos como los pioneros de la barra Los del Sur. Un grupo de amigos que al comparar el comportamiento de los hinchas de aquellos partidos internacionales con lo que sucedía en el Atanasio Girardot, decidieron fundar una barra que se pareciera a las argentinas. Algunos de ellos acababan de abandonar el Escándalo Verde, al entender que las excesivas normas de la barra, su estricta delimitación dentro del estadio y su ubicación en Oriental, una tribuna asociada a la clase media, no eran las condiciones ideales para lo que ellos se habían trazado: convertirse en una de las barras más importantes de Suramérica.

Cientos de paredes de la ciudad son todavía hoy una prueba fehaciente de la que sería una de sus primeras estrategias de posicionamiento, fraguada en inmediaciones de la urbanización Villa de Aburrá, el centro de operaciones en esos primeros años. Al calor del eslogan “guaro y grafiti”, decenas de sureños rubricaron su pertenencia a la barra dejando las iniciales en los muros de las casas, los edificios, los puentes, las bancas de los parques… Una sigla que parecía reproducirse con tanta velocidad como los aficionados que llegaban a la tribuna Sur del Atanasio Girardot.

Unos meses después, Raúl junto con Felipe Muñoz, un reconocido músico de la ciudad, ya se habían sumado a la barra, imprimiéndole nuevas ideas. Y entonces, el aliento permanente, los cánticos y las tiras largas, al estilo de las barras argentinas; las banderas gigantes, como las que caracterizan a los torcedores brasileros; y los extintores, como los que usan, sobre todo, las fanaticadas chilenas, dejaron de ser imágenes televisivas. La tribuna Sur del Atanasio, cuyo aforo supera los nueve mil asistentes, se convertiría en territorio sureño; un espacio sin cuerdas que definan dónde empieza y dónde termina la barra; un lugar en el que la única obligación es cantar y alentar todo el tiempo al equipo verde de Antioquia; un compromiso que se mantiene dentro y fuera del país.

El 10 de diciembre de 2014 Nacional enfrentaba a River Plate en Buenos Aires por la final de la Copa Suramericana. A pesar de la derrota 2-0, Raúl vería esa noche una de las imágenes que nunca proyectó la tarde en la que se unió a Los del Sur. Veinticinco buses que una semana antes habían salido del sector del Obelisco, en Medellín, recorrían en caravana las calles de Buenos Aires, la ciudad de los hinchas en Suramérica, escoltados por la policía hasta el famoso Monumental de Núñez. Para Raúl esas imágenes equivalen a una de tesis de doctorado que los certifica como una de las barras más importantes del continente. Sin embargo, de no haber sido por la cantidad de kilómetros acumulados persiguiendo a Nacional, por toda Colombia y buena parte de Suramérica (ellos hablan de más de cuatrocientos mil kilómetros recorridos); por las fuertes conexiones que han establecido con otras hinchadas importantes del continente; por su nivel de organización, las cosas ese día hubiesen terminado muy mal. Al llegar al estadio, la policía no les dejó entrar sus tiras más representativas. Raúl y varios muchachos encargados de la comisión de trapos terminaron perdiéndose el primer tiempo mientras lograban ponerlos a salvo.

“Usted se imagina lo que significa para alguien viajar una semana para ver tan solo 45 minutos de un partido que, además, perdés; y viajar luego otra semana de regreso a tu ciudad, para alentar con muchas más ganas a tu equipo el siguiente fin de semana. Eso no lo hacés ni por la novia más linda”.

La estructura de la barra se configura a partir de lo que ellos denominan los combos y las filiales. Los primeros son más de cincuenta grupos organizados en representación de los principales barrios de la ciudad y otros municipios de Antioquia, entre los que aparecen Los Infaltables de Bello; Los Imbatibles y Los Adictos de San Javier; Los del Morro, de San Antonio de Prado, o los que vienen a cada partido desde Fredonia, Entrerríos, Don Matías, entre otros municipios. Las filiales son agrupaciones constituidas en ciudades tan impensadas como Popayán, Ipiales o Mocoa, y que hoy suman más de veinte.

Una tienda en la que comercializan suvenires del equipo, un club deportivo, el centro de documentación y una empresa de logística son algunos de los proyectos que no solo fortalecen la sostenibilidad de la barra, sino que, además, generan empleo para algunos de sus integrantes, muchas veces estigmatizados por su procedencia o su nivel educativo. Sumado a esto, la realización de otras actividades de carácter social como la Navidad verdolaga, en la que reparten juguetes y brindan recreación a niños de escasos recursos, e iniciativas culturales como los concursos artísticos agrupados bajo la estrategia denominada “Con la pelota en la cabeza” (fotografías, relatos y canciones creadas en torno al fútbol), además de las producciones discográficas que alimentan los cánticos en el estadio permiten aseverar que Los del Sur son mucho más que una barra de fútbol.

“Hace poco, antes del partido contra el Cortuluá, sacamos una pancarta en favor del Sí, con miras al plebiscito por la paz, y muchos hinchas nos silbaron. Este tipo de manifestaciones las seguiremos haciendo, porque entre nosotros también le apostamos a pensar por qué estamos como estamos en el país”.

Los del Sur han exhibido pancartas en contra de Bush o en apoyo a la clase obrera, incluso han participado en las marchas del Primero de Mayo. Y esto ha sucedido en buena parte gracias a Raúl, quien por su formación no escatima esfuerzos para que los integrantes de la barra se reconozcan ante todo como ciudadanos; acaso el más difícil de los partidos, según sus palabras, una ardua labor que resume al reiterar:

“La barra es el reflejo de nuestra sociedad, y la apatía o el negarnos a entender que todos podemos escribir lo que esperamos de esta tierra es una postura generalizada”.

El 27 de julio de 2016 Atlético Nacional se coronó campeón por segunda vez de la Copa Libertadores de América, al derrotar 1-0 a Independiente del Valle de Ecuador. Desde la noche anterior, decenas de sureños trasnocharon en el estadio organizando el tifo que se armaría entre los 44 500 hinchas que asistieron a ese partido. La leyenda “Gloria Continental”, el escudo del equipo y la Copa Libertadores conformaron el diseño que enmarcaría la salida de Nacional a la cancha. Una imagen que, para Raúl, más allá de su imponencia y éxito mediático no hubiera resultado tan contundente sin la pólvora, los rollos de papel, las banderas, las sombrillas y, por supuesto, el papel picado que, a sus 44 años, lo devuelven a sus primeros pasos como hincha, cuando jugaba a seguir las primeras pisadas de sus ídolos en la cancha, en medio de esa especie de bandada de mariposas blancas hechas de esos papelitos que, desde siempre, han aderezado sus deseos por la victoria verdolaga.