El 23 de julio de 1990, por fin se estrenó Rodrigo D en Colombia, abriendo el VII Festival de Cine de Bogotá: una muestra de cuarenta películas nacionales, 120 internacionales, ochenta videos y cien comerciales que se presentarían en veinticinco salas de la capital hasta el 31 de julio: “Desde el barrio La Victoria hasta Suba, y desde los Cerros Orientales hasta Ciudad Bolívar”.
A pesar de los reconocimientos: haber sido la película más destacada de la muestra “From Magic to Realism: Colombian Cinema”, exhibida por el MoMA de Nueva York en enero de 1990, donde Kino compró los derechos para su distribución en Estados Unidos, y de ser la primera película colombiana que compitió por la Palma de Oro en Cannes, donde se llevó los aplausos del público, el jurado y la crítica internacional, el esperado estreno de Rodrigo D en el país sería anunciado muy tímidamente por la prensa bogotana: El Tiempo, por ejemplo, lo haría en su sección “Cultura y espectáculos”, en la lejana página 4C: “El VII Festival de Cine de Bogotá sube hoy el telón con la proyección de la discutida producción colombiana Rodrigo D, de Víctor Gaviria”.
Discutida, entre otras cosas, porque los medios colombianos, principalmente los de la capital, la habían presentado como una película de sicarios, “El sicariato al cine”, tituló Semana, no por nada, seis de sus actores naturales habían sido asesinados en los tres años y medio que separaron el final del rodaje y el estreno en Cannes. El caso más sonado fue el de Carlos Mario Restrepo, el cuñado de Rodrigo, a quien borraron del mapa el 27 de marzo de 1990, el mismo día que la película fue aceptada para concursar por la Palma de Oro: “Le pegaron varios tiros en la cara con una escopeta recortada. Yo no pude celebrar la invitación a Cannes. Me encerré en la casa a llorar”, contó el director de la película.
Uno de los abanderados de esa visión sicarial de Rodrigo D fue el crítico Alberto Duque López, contra el que Víctor Gaviria se fue lanza en ristre en una noticia titulada “En Bogotá, Rodrigo D abre hoy el VII Festival de Cine”, publicada por El Colombiano, donde dijo lo siguiente: “Alberto Duque López es alguien supremamente resentido porque no ha podido hacer cine. Él difundió solo la parte negativa de la crítica internacional con respecto a la película y dejó de lado las posturas más serias, como las de Cahiers du Cinéma”.
Por eso Víctor Gaviria publicó en esa misma edición de El Colombiano, la del 23 de julio de 1990, una traducción de la crítica de Cahiers du Cinéma, en la que se fulmina la visión sicarial de su ópera prima: “Rodrigo D no es una película de impacto y no habla de sicarios sino del universo de donde todos vienen: una zona urbana con una pobreza agresiva, una vida atrapada por el vacío como por una bomba de tiempo. Víctor Gaviria filma la incoherencia de los días que se encadenan dentro de un universo donde no se cree en el mañana, un flujo de historias efímeras electrizadas por la música punk”.
Ese aparte de la traducción hecha a cuatro manos por Mariela Peña y Víctor Gaviria salió a la luz en la página 15A, porque la portada de El Colombiano, al igual que la de El Tiempo, se la robaba otro Gaviria, César, el presidente electo, que daba a conocer su propuesta sobre la nueva Constituyente: “Desde hoy, Gaviria define temario de la Constituyente”. Curiosamente, meses después, en un artículo titulado “La vida no vale nada”, publicado en la edición 446 de Semana, se relacionarían ambas cosas: “Con Rodrigo D pasa lo mismo que con la Constituyente. Todo el mundo habla del tema, pero pocos lo conocen a fondo”.
Pocos lo conocían a fondo porque, antes de presentarse en el VII Festival de Cine de Bogotá y cuatro meses después en las salas comerciales, Rodrigo D solo había circulado de manera clandestina en el país, a través de copias piratas de “120 generaciones” distribuidas por una productora fantasma de Medellín llamada Putamax. Copias piratas que habían hecho reconocible a Ramiro Meneses, al que los punks más radicales tildaban de vendido porque había dado el salto a la televisión con la serie Décimo grado: “Una vez me encontré a un tipo, aquí en Bogotá, un punky. Yo estaba mirando una vitrina, como a las ocho de la noche, y el tipo llega y me dice: ‘¿Usted es el de Rodrigo D? ¿Sabe qué? Amparo Grisales y usted son la misma mierda’. Y se metió el dedo en la boca y me vomitó a los pies”.
Y sería precisamente a las ocho de la noche de aquel 23 de julio de 1990, en el Teatro Colsubsidio, mientras el cielo vomitaba agua contaminada de esmog, que comenzó la proyección de Rodrigo D, tras un discurso consonante de Juan Martín Caicedo, alcalde mayor de Bogotá: “Es innegable que el problema fundamental del cine colombiano es la contradicción y dispersión en los esfuerzos por lograr un lugar digno dentro del arte nacional, y un espacio apropiado para su desarrollo industrial. El 46 % del precio de una boleta subsidia otras actividades, deportivas o de beneficencia, y solo un 16 % es presupuestado para el cine nacional. Hacer películas en Colombia, por lo tanto, es un acto de heroísmo y el caso típico es Rodrigo D”. La cual se terminó de rodar el 30 de diciembre de 1986 y apenas se pudo estrenar en 1990, según la revista Time, “because of financial problems and conflicts with Colombian distributors”, elevando el costo de producción a 185 mil dólares o 65 millones de pesos, unos 1432 millones de hoy.
Mientras el alcalde de Bogotá emitía ese parte negativo del cine colombiano, en las afueras del Teatro Colsubsidio se presentaron disturbios, generalizados así por El Espectador dos días después, el 25 de julio de 1990: “La opción de participar de la premier de Rodrigo D, la ya mítica cinta de Víctor Gaviria, se convirtió en un acto de atropello contra todos aquellos que solo aspiraban a que corriera la película”. Atropellos protagonizados, según ese periódico, “por una masa furiosa de jóvenes vestidos de negro que se fueron integrando bajo la lluvia”. Un día después, el jueves 26 de julio, La Prensa identificó a esa bandada de cuervos y a sus víctimas: “Carne fresca: cientos de punks del sur de Bogotá. La delicatesen: las señoras encopetadas, los embajadores y, claro está, la gente de cin-empleo tratando de hacer valer sus pomposas tarjetas de invitación especial. A la entrada del teatro los punks del Luna Park, Kennedy y La Fragua se codeaban con los abrigos de pieles. Se dice que a muchos les salieron ampollas en los codos. Otros resultaron con alergia a los perfumes parisinos. Otros prefirieron escupir”.
No se sabe cuántos punks lograron colarse al Colsubsidio, pero, como señaló El Espectador un día después, “los críticos especializados tuvieron que soportar la orden de: Vamos a ver si en las escalas pueden ser ubicados”. Entre los críticos especializados que apreciaron la película desde las escalas, estaba Rafael Chaparro Madiedo, sí, el de Opio en las nubes, quien escribiría en “La franja lunática”, su columna de La Prensa, esta frase de neón sobre la única película declarada fuera de concurso en el VII Festival de Cine de Bogotá: “Una cosa ha quedado clara con Rodrigo D, el cine colombiano no es el mismo antes y después de esta realización”.