Las torres de los teleféricos en el Complexo do Alemão, una de las grandes favelas de Río, donde viven cerca de cien mil personas, parecen antenas desmesuradas. Llevan cables de un cerro a otro pero no comunican nada, solo dan señales de un nuevo fracaso del Estado intentando entrar a los barrios. Desde 2016 hacen parte de un paisaje de abandono e inutilidad. Apenas cinco años duró operativa la obra que inauguró Dilma Rouseff con la esperanza de entregar un paisaje, un ritmo y un tiempo distinto a la barriada. Pero acabaron los Juegos Olímpicos y todo quedó quieto.
La idea del cable llegó desde Medellín que había inaugurado el primero de esos sistemas en 2004. Unos años después, en pleno auge de las bibliotecas y el metrocable de Santo Domingo, vino a Medellín Sergio Cabral, gobernador del estado de Río, y se llevó imágenes e ideas para enlazar comunas y favelas. “Cuando llevé estas propuestas a Brasil me dijeron que estaba loco. Ahora les digo a ustedes: ‘Gracias por incentivarme la locura’”. La frase la soltó Sergio Cabral en una nueva visita a Medellín en 2012, durante un segundo periodo como gobernador.
Desde Medellín llegó también la idea de una gran intervención militar en el Complexo do Alemão y en Vila Cruzeiro, otra de las grandes barriadas de la ciudad. La Operación Orión y la Operación Mariscal en Medellín también envalentonaron al gobernador Cabral. El 28 de noviembre de 2010, más de tres mil hombres de la Policía Civil, la Policía Militar y la Marina ocuparon las dos grandes favelas. Se coparon más de 48 entradas a los barrios, la toma incluyó tanques blindados y seis helicópteros artillados para apoyar la ocupación. Fueron tres días de guerra que la televisión transmitía en vivo y en directo. La programación de algunos canales se canceló para hacer un cubrimiento 24 horas. La operación dejó 37 civiles muertos, 118 detenidos, 518 armas incautadas y más de treinta toneladas de drogas, sobre todo marihuana, en manos de la policía. Comenzaba una nueva era, el Estado prometía su ingreso al territorio de los traficantes. Las catorce Unidades de la Policía de Pacificación (UPP) que se levantaron al interior de los barrios, cuarteles brindados para el control desde adentro, serían la avanzada estatal. Río, Cidade Maravilhosa, la joya para la final del mundial 2014 y la sede de los olímpicos 2016, tomaba nota de la modesta Medellín.
Renato Silva | Voz das Comunidades. (@renatoo_silva96)
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Luego de dos días en la ciudad estamos listos para entrar al Complexo. La mirada no nos entrega ninguna extrañeza, los quince barrios que componen la favela se apeñuscan entre los cerros igual que en nuestras comunas: el ladrillo a la vista, un nuevo piso sobre las planchas, los mismos laberintos y escaleras, las tiendas en las ventanas, las canchas de fútbol, los escudos de los equipos en las paredes y pequeños manchones verdes que cuidan una cañada y rompen la uniformidad. Solo el idioma y algunas advertencias de seguridad nos aterrizan. Somos siete forasteros y cinco guías, nuestros anfitriones en Río, todos jóvenes que hacen parte de Voz das Comunidades, un medio de activismo y servicio social que ha ganado espacio y reconocimiento en varias favelas. Estamos en sus manos en una ciudad donde los turistas perdidos corren riesgos entre las calles empinadas y estrechas de los barrios populares: en 2023 dieciocho personas fueron baleadas en Río siguiendo rutas del GPS que llevaron al lugar equivocado.
Esperamos en el pie de morro, en una de las “puertas” de entrada al Complexo, sentados en el paradero de los mototaxis, una oficina de despacho al aire libre en la que un tablero gigante fija los precios a más de 140 destinos en la favela. El viaje más caro cuesta cincuenta reales y el más barato solo cuatro, entre tres mil y treinta mil pesos. Revolotea el enjambre de los hombres con sus cascos y el despachador va dando las órdenes de salida, uno a uno, hasta que llega el turno a nuestro equipo multitudinario. Prohibido celulares, nada de fotos, es la advertencia antes del primer acelerón.
Durante la subida todo se ve quieto, las puertas cerradas, muy poca gente en la calle, los carros dormidos sobre las aceras. Un poco antes de mediodía el barrio está pasmado en ese lunes pálido y lluvioso de marzo. La primera escena que deslumbra la entregan dos caballos famélicos que pastan en un inmenso arrume de basura en una esquina. Todavía algunas cargas se suben con tracción animal en el barrio. Las basuras serán la constante en muchas favelas, puntos donde se botan sobre la calle, sin ninguna infraestructura pública a la vista y con una advertencia cínica con letra infantil escrita en la pared: Proibido jogar lixo.
El transporte en las favelas se ha convertido en un monopolio de los grupos armados y en un ejército de inteligencia de miles de conductores con los ojos y los oídos afilados. Los buses poco se ven en las favelas, muy aparatosos, muy pesados para el afán, es mejor el menudeo de las motos. ¿Y los cables? Los cables fueron solo una utopía olímpica, tuvieron que luchar con la eterna desconfianza de los favelados frente a cualquier presencia estatal y con los negocios consolidados durante décadas. El triunfo de las motos sobre los cables es una primera señal de las repúblicas independientes que se han creado en los cerros de Río, aglomeraciones que responden a otros mandos y otras lógicas, donde cada tanto el Estado y las mafias chocan en grandes operativos militares y policiales que se han convertido en un cotidiano corto circuito que saca chispas y deja miles de muertos cada año.
En agosto pasado la policía de Río desmontó una aplicación pirata llamada Rotax Mobili que atendía el transporte en Vila Kennedy, una favela al oeste de la ciudad. La aplicación estuvo al aire durante tres meses y cobraba entre el veinte y el treinta por ciento a los más de trescientos conductores afiliados. La innovación era manejada por el Comando Vermelho, el grupo ilegal más poderoso de la ciudad, cabeza de todo tipo de rentas ilegales urbanas y de grandes negocios de narcotráfico en la triple frontera Brasil, Perú y Colombia. Una empresa criminal del tamaño del Clan del Golfo en Colombia. La policía calcula que en esos tres meses los dueños obtuvieron ingresos mensuales por un millón de reales, unos 740 millones de pesos.
En lo alto de uno de los morros del Complexo encontramos la primera Unidad de Policía de Pacificación, una fortaleza que se descascara, el rastro de una estrategia fracasada: “Las Unidades se volvieron paisaje, algunas están abandonadas, en otras todavía están los policías pero más por presencia simbólica que por verdadero control”, nos dice uno de nuestros guías. Los policías de las UPP miran sin ver, saben que no pueden enfrentar el poder de fuego en los barrios. Son la presencia silenciosa en espera del estallido de las operaciones. Nuestros anfitriones nos hacen la geografía de guerra, por dónde entraron los militares, desde dónde respondían los hombres del Comando Vermelho y cómo giraba el helicóptero de O Globo, el mosquito fofoqueiro, o sea chismoso, según la denominación que le dan en las favelas a ese reportero del aire. Nos señalan desde dónde disparaban los enemigos del Comando Vermelho, Amigos dos Amigos (ADA), a hombres del barrio solo por tener una camisa roja. Prohibido el vermelho. Vemos su marca en las paredes, un inocente CV que lo deja todo claro. Han vencido en el Alemão.
Renato Silva | Voz das Comunidades. (@renatoo_silva96)
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Los helicópteros son fichas clave en medio del asalto a las repúblicas independientes que se han creado en las favelas. Un viernes en la tarde me paro frente a un quiosco de revistas y llama mi atención el titular del diario EXTRA, la versión Q’hubo de O Globo: “Policial é baleado dentro de helicóptero”. El copiloto, Felipe Marques Monteiro, de 45 años, recibió un disparo en la cabeza en un operativo contra ladrones de camionetas de servicios especiales de transporte en Vila Aliança, en la zona oeste de la ciudad. Un mes antes el mismo helicóptero, con Marques Monteiro en el mismo puesto, había aterrizado de emergencia luego de recibir disparos de fusil en otro operativo en Duque de Caxias, un municipio limítrofe con Río.
Coronamos una de la cimas del barrio y ahora todo tiene un aire a campo. Estamos en una especie de mirador con una gran cancha de grama sintética, algunos juegos para niños, postes de luz y un piso de adoquines con decenas de bancas. No hay nadie. De nuevo el Estado ha llegado muy lejos y muy solo. Para completar la escena de desolación, y entregar algo de terror a los recién llegados, vemos dos hombres que parecen salidos de una película cruenta. Nos miran con sus caras fruncidas y sus ojos desconfiados, uno de ellos lleva una pala y el otro parece tener algún mando sobre él. Siguen de largo sin levantar una ceja, estaban en alguna vuelta en esa pequeña meseta en lo alto del Complexo. Estaban enterrando un perro según mi conclusión fantasiosa. Solo eso explica la pala, el luto rabioso, la solemnidad malvada de su semblante.
Unos minutos antes, en las tareas de arqueología, habíamos encontrado la pequeña envoltura de un bareto, um baseado. El papel recuerda un Barrilete y dice Fazenda a brava, algo así como finca valiente. Unos días después compramos, con absoluta tranquilidad, un baseado en la playa del barrio Flamengo, fumamos acompañados de un churrasquinho de corazones de pollo asado en un brasero diminuto que pasean vendedores en la playa. En los barrios vimos más armas que drogas, encontramos la máquina de los narcos pero no su mercancía.
Antes de ese hallazgo inocente en lo alto de la zona centro del Complexo, la más tranquila según nuestros cicerones, el barrio nos había entregado sus advertencias iniciales en vivo y en directo. En la curva de uno de los callejones nos encontramos de frente con dos pelados con los fusiles sobre una especie de mostrador de madera, un aire frío me sube hasta la mitad del pecho y el ojo necio no puede quitar la vista, un pequeño letrero en el mesón dice peixe é escamado, ¿un juego de palabras con la escama o simplemente un mesón con dos funciones? Pasamos todos en silencio, los fusiles han comenzado a rayarnos el ojo, a ser protagonistas en cada caminada por las favelas. Nuestro anfitriones no saludaron a los jóvenes armados ni se alarmaron, solo parecían negar su existencia con una tranquila indiferencia. Supuestamente la mesa tenía encima todo el muestrario de drogas disponibles. Pero los favelados tenían más una postura de vigilantes que de jíbaros y nuestro temor solo quería uma cerveja gelada.
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El primer día, en el Morro da Providencia, en el centro, en la primera favela que se levantó en la ciudad, los fusiles nos habían saludado. Subimos en medio de las carcajadas deslumbrantes de los recién llegados, con una tarde luminosa y la mirada de los gatos desde cada terraza y cada ventana. La casa derruida donde nació Machado de Assis nos daba la bienvenida con los arbustos asomados por sus ventanas. Paradójico que la casa real del escritor esté caída y las casas vecinas muestren grandes murales con su perfil regio. Las postales están todavía en nuestros teléfonos. Pero antes de entrar a la casa de una de nuestras tutoras los fusiles relumbraron, a todo el frente de la casa donde nos invitaron a terminar el primer día vimos dos jóvenes recostados con sus fierros. En ese momento aterrizamos en Río, en la Ciudad de Dios. Entramos a la casa con la seguridad de haber visto algo excepcional, con la adrenalina que bajamos con un poco de café, un pan dulce y una inquietante tranquilidad de los dueños de casa. Terminamos con uma lua vermelha cayendo en el horizonte de nuestro día inaugural.
Pero volvamos al Complexo. Bajando de la cima de ese barrio frío encontramos ideas más claras del aislamiento que viven las favelas, del blindaje que los malandros han dado en sus fortalezas. Ahora los fusiles estaban en las paredes. En el muro de una tienda se lee Som, iluminaçao, mesas y cadeiras, lo mínimo de un bar. El dibujo primitivo muestra a un hombre —ousado, dice su camisa— bailando con una mujer con minifalda. La escena dibujada la completa un joven atormentado, con las manos en la cabeza, y un fusil contra el pecho. Sonido, luces, mesas, sillas y fusiles. Mobiliario para un bar en la favela.
Seguimos bajando y la calle toma un aire a territorio de guerra. El esqueleto de un carro quemado en la acera, ejes oxidados, motores destruidos, un deshuesadero al aire libre. La última intervención policial en el Complexo fue unas cinco semanas atrás, a finales de enero. Los videos de los enfrentamientos a fusil entre policías y bandidos se vieron en redes sociales. La policía civil, uno de los diecisiete cuerpos policiales que operan en todo el país, desmintió que hubieran lanzado granadas desde drones, pero una de ellas cayó sobre la casa de Jerónimo Gómez da Silva, quien contó su experiencia y mostró la destrucción en su sala en la cuenta de Instagram de Voz das Comunidades.
A mediados de enero se efectuó otra operación con quinientos policías, dos helicópteros y doce blindados. Los pequeños tanques comprados en Israel simulan la cara de una calavera, el frente de su carrocería anuncia la muerte al igual que los emblemas de muchos de los cuerpos especiales de policía. Río tiene una operación Orión cada quince días. Esa toma dejó seis muertos, entre ellos un policía, un jardinero que tomaba tinto y un señor de 67 años que estaba sentado en la acera. Los periódicos reseñaron también ocho heridos entre los que se contaron dos señoras sospechosas, una estaba en el sofá de la casa y la otra iba para la tienda, las dos fueron liberadas luego de la atención en el hospital. El poder de fuego de los grandes grupos armados, Comando Vermelho (CV), milicias —policías y expolicías dedicados a imponer sus negocios—, Terceiro Comando Puro y Amigos dos Amigos (ADA), es similar al de nuestros grandes frentes paras o guerrilleros. En lo que va del año han perdido quinientos fusiles en medio de las operaciones policiales y militares en la ciudad.
En el Museo de Arte de Río, ubicado en la zona que se renovó con los Juegos Olímpicos, una exposición nos mostró el simbolismo de los fusiles en la ciudad. Funk: un grito de osadía y libertad es el nombre de la exposición alrededor de la música y el baile que se ha regado con pólvora por las favelas. Además de la estética del barrio funky, la relación con el soul, el juego con la historia negra de la esclavitud y el estigma de su sonido, la exposición nos muestra la percusión del fusil. O dono do mar. Entre o crucifixo e o fuzil se titula una de las obras. Fusiles hechos con madera, restos de electrodomésticos o de juguetes, fusiles reciclados hechos por Primo da Cruz, quien antes de “convertirse” al arte fue armero del Comando Vermelho. Antes había visto la obra de Allan Weber, con fusiles armados con cámaras fotográficas: “Me pasé toda la infancia mirando armas y, gracias al arte, pude darles un nuevo significado a través del objetivo”, dice Weber. Todos los retazos conducen al fusil.
Sin título, de la serie Tráfico de Arte, 2022. Allan Webber. (@tremdaarte5b)
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En Río todo tiene unas dimensiones sorprendentes: los árboles que hacen pensar en la flora de nuestra ciudad como una colección de arbustos, las mafias que pueden cerrar las puertas de sus fortalezas, los cruceros monstruosos en la vieja zona del puerto, el Maracaná que ruge en la tarde del domingo, los fantásticos monolitos, apariciones que hacen pensar en un cataclismo o en el ocio de un creador.
Saliendo del barrio me llama la atención una venta al menudeo. Un hombre de unos sesenta años con botellas plásticas exhibidas en la acera. Una mujer más abajo con la misma “vitrina” sobre la calle. Ofrecen en silencio, sin letrero alguno, un líquido transparente, algo viscoso. Gasolineros al detal. No todas las motos ni todos los hombres pueden salir de la favela para tanquear. Motos robadas, hombres condenados necesitan esas estaciones de servicio ambulantes. Para ellos no hay salida y para la policía no hay entrada. Ese es el trato que se rompe con las operaciones cotidianas.
Es hora del cierre definitivo, de tirar la puerta y pasar el cerrojo. En la frontera entre la favela y la ciudad encontramos las barricadas. Van apareciendo a medida que nos acercamos a la Cidade Maravilhosa, al Río desfavelado. Primero vemos huecos sobre la calle para levantar algunas barras de hierro que impidan la entrada de los blindados. Llantas gastadas cubren las vigas en los días de fuego. Churrasquinhos de guerra. Un poco de gasolina y quedan listas tres columnas de llamas que cierran la entrada. En tiempos fríos las llantas están a la vista, arrumadas en la calle y las aceras, dispuestas para cuando llegue el momento. La última puerta es una gran talanquera de hierro montada sobre un eje, un portón que se abre y cierra a voluntad. Seis varillas de hierro están sobre la viga horizontal, cada una sostiene una llanta, el candado está listo para el fuego y cerrar la fortaleza.
Renato Silva | Voz das Comunidades. (@renatoo_silva96)
La idea de repúblicas independientes se ha quedado corta. La barricada hace pensar en una fortaleza medieval o el enclave de una distopía urbana de película ochentera. Aquí las fronteras no son invisibles. Arriba está la Unidad Policial de Pacificación que corona esa fortaleza, una torre ajena e inútil dentro de una ciudad enemiga. En la operación de mediados de enero en el Complexo do Alemão y el Complexo da Penha, la policía removió veintisiete barricadas. Por algo la llamaron Operación Torniquete.
Las favelas tienen sus saldos propios, su forma de vender y cobrar, su regulación de precios y sus bonanzas. Además de la gasolina y el transporte, las calles muestran otros ejemplos. En Rocinha y Vidigal, dos favelas en la zona sur de la ciudad, cerca de las playas de Leblon e Ipanema, las favelas más abiertas al turismo, veo vendedores de jabón líquido en algunas aceras. También se ofrecen en silencio, una silla, una señora y los grandes envases bien filados. Le pregunto a una de nuestras guías por ese extraño mercado: “Imagínalo”, me dice con resignación. Jabones robados a carros repartidores y ofrecidos a precio módico en los barrios.
Pero es en el aire donde está la más clara muestra del cierre de las favelas sobre sus mismas reglas, de cómo esos barrios pueden verse como un ovillo que se va blindando contra los agentes “extranjeros” y sus malas o buenas intenciones. Entre los postes de energía y las casas hay una maraña de cables inexplicable, los nudos se multiplican y se enredan, mirarlos con atención produce una cierta neurosis, provoca podar ese matorral. Solo exagerando se puede describir esa infinita telaraña. Si un ejército de tejedoras desenredara esos cables en una noche y los uniera y comenzara a jalar esa cuerda inmensa alcanzaría para cubrir el Maracaná, para darle cientos de vueltas hasta convertirlo en un nido negro.
Todas esas conexiones, a energía e internet, son trabajo artesanal de gente del barrio. Gato llaman a las conexiones fraudulentas. En Rocinha vimos la más impresionante espesura. Según cifras de las empresas distribuidoras de energía, el 38 por ciento de los habitantes de Río están conectados de manera ilegal a la energía y no reciben factura. En Rocinha la cifra llega al 84 por ciento y en el Complexo do Alemão al 86. Una de las grandes distribuidoras de energía, llamada Light, en un arrebato de creatividad, se declaró en quiebra en 2023 por la imposibilidad de recaudo. Poco importa que el robo de energía sea un delito penado con ocho años de cárcel en Brasil. Igual está proibido jogar lixo en esos gigantes basureros al aire libre. Los grandes conglomerados ilegales también han ido sacando a los grandes grupos de telecomunicaciones. Cada vez se instala más servicio ilegal de internet o se paga vacuna 2.0 por parte de las empresas legales. Álvaro Malaquías Santa Rosa, el mafioso más buscado de Río, es el más grande emprendedor en este nuevo negocio que se dice es más rentable que el transporte.
En Rocinha y Vidigal, las favelas con guías turísticos, vimos la escena más de tenebrosa de nuestra estadía. Dos hombres armados con fusiles conducen a dos jóvenes calle abajo. Los “prisioneros” llevan la cara de los condenados, pálidos y con la cabeza gacha, uno de ellos tiene sangre en su cara, ya les han dado una buena tunda. La gente mira la procesión y guarda silencio. Decretados llaman en los barrios a quienes han recibido amenaza de los narcos, sobre todo del CV. Sentenciados podría traducirse.
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He hablado de la desmesura de Río de Janeiro y de las influencias de Medellín y sus políticas respecto a infraestructura y operaciones armadas en los barrios de Río. También nuestros pillos han dejado su huella en los bandidos cariocas. En cada una de las favelas que visitamos vimos hombres armados con fusiles, vimos granadas en sus mostradores de droga, en el Complexo, en Morro da Providencia, en Vidigal y Rocinha, en Nova Brasilia, siempre esa presencia armada ostentosa, muy bandera. En Nova Brasilia vimos los que parecían ser unos duros, blancos con sus barbas bien pulidas, al lado de cuatrimotos, mientras tres jóvenes con fusiles les hacían guardia alrededor. Era una zona comercial, ahí al lado compramos camisetas del Flamengo, con los duros y sus sombras afuera. Allá nos sentimos vigilados por única vez por la mafia del barrio, nos rondaron en moto, preguntaron por radio por esos visitantes inesperados.
También la policía tiene ese estilo aparatoso de los bandidos. Los fusiles que apuntan desde las ventanillas abiertas de sus camionetas, sus enseñas y tanques siniestros, sus helicópteros artillados. La policía de Río es una máquina de muerte. El año pasado 699 personas murieron en operaciones policiales. En Medellín murieron cinco en 2024 bajo las armas de la ley y este año van dos. En Río la cifra ha venido cayendo, en 2019 la policía mató a 1814 personas. La desmesura está en la calle y en las gráficas.
Una canción describe un poco de esa violencia extrema en las formas y el fondo. Tipo Colombia se llama, un funk carioca, el género es una estridencia traída del hip hop y curtida con reguetón y otros ritmos, una jerga de favela para la fiesta, un baile con filo, un grito prohibido. La letra repite el título que uno podría traducir como “al estilo colombiano”, algo que se hace con toda la plata y el plomo, con el tas, tas, tas, un sello de calidad para los malandros. La idea viene del aprendizaje de Fernandinho Beira-Mar, el principal narco de Brasil en los noventa, estando cerca de las Farc. Cambiaba armas por coca y era parceiro del Negro Acacio, nada más y nada menos. Copió las formas de las Farc para llevarlas hasta los barrios de Río, tomó el tipo Colombia para sus cruces y las cruces ajenas. En 2001 fue capturado en las selvas de Vichada. En la cárcel en Brasil se hizo amigo de Juan Carlos Abadía, Chupeta, con quien fracasó en varios intentos de fuga. Todo un hombre con marca colombiana.
Vamos en el taxi con las cervezas en la cabeza. Los días siempre fueron largos y bien cebados. Tipo Colombia ha sido el estribillo del día y empezamos a cantarla. El taxista nos mira sorprendido, tal vez algo asustado, toma su teléfono y luego de diez segundos está sonando la canción a todo volumen. Se ríe de nuestro atrevimiento o de nuestra ingenuidad. Al final nos dice que eso no se puede cantar. Pero no hay nada que hacer, ya es la banda sonora de nuestro viaje a Río. La enseña de nuestras ideas para la Cidade Maravilhosa.