A la sombra del monte Fuji
富士山
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Por SARA ZULUAGA CORREA
Ichi, ni, san… Detener la cuenta sin llegar aún a las catorce en reversa que se deben desandar para regresar al punto de partida. Ichi, ni, san. Pasar las sílabas de cada palabra por los huesos detrás de mi nariz y levantar un poco el paladar para impostar ese sonido que repiten como máquinas las mujeres detrás de los contadores en las tiendas. ¡Irasshaimasee, irasshaimaseee! Ichi, ni, san. Todas las vocales del japonés deberían llevar una virgulilla como sombrero. Quizás suenen así porque, como quienes las pronuncian, no quieren tampoco dejarse mirar de frente por el sol; se esconden tras el sonido chillón de los fonemas nasalizados para que los rayos del astro no las toquen, esconden la mitad de su cuerpo tras los senos paranasales de la cara, se ponen una máscara para salir a caminar. Ichi, ni, san. Suspendo el movimiento de mis dedos que marcan el camino de regreso y pienso en esa última sílaba que se quedó en mi boca al llegar al corazón. No sé muy bien por qué lleva ese nombre el dedo medio de la mano; tampoco sé muy bien por qué en pleno día de verano insisten ellos en no dejar que se les asome entre los trapos que llevan puestos ni un pedacito de piel. Como vírgenes y beatos, se cubren cara, muñecas, tobillos para conservar incólume la blancura del pellejo. Contra el fondo blanco de la bandera, resalta un sol rojo vivo.
三
Los números en la notación tradicional del japonés se escriben de manera diferente al estándar utilizado en la mayoría de los países de occidente. Este último recibe el nombre de sistema numérico arábigo occidental y junto con el alfabeto latino conforma el sistema de escritura que en el japonés es llamado romaji. A diferencia de la posición vertical que toma la línea que da forma gráfica al número uno en mi sistema de escritura, en el japonés el trazo de este mismo se escribe dibujando una línea que se recuesta en el horizonte de izquierda a derecha. Siguiendo un patrón que parece bastante intuitivo, los números dos y tres se escriben igual al primero, pero añadiendo para cada uno una línea, como si se mostrase de manera literal con pequeños palitos la cantidad representada.
三
Desde mi ventana puedo ver la montaña que Katsushika Hokusai retrató 36 veces en sus Treinta y seis vistas del monte Fuji. Desde mi ventana puedo escuchar los gritos entusiastas de los niños que en las mañanas de domingo vienen al polideportivo a entrenar béisbol y a las porristas que repiten infinitas veces los mismos pasos de baile, chillando una y otra vez en voz —muy— alta, el conteo que dará inicio a la coreografía. Desde mi ventana no puedo distinguir una de otra; todas llevan el mismo uniforme y se mueven con tal coordinación que parecen una réplica perfecta sincronizada en un programa de computador. En la mesa del escritorio de mi cuarto, mirando hacia fuera, repito una vez más los kanji de los números que van del uno al diez. Ichi, ni, san. La montaña que me mira del otro lado del vidrio lleva esta última sílaba a manera de apellido en el nombre que recibe en la lengua que se habla de este lado del océano. Aunque en japonés montaña se diga yama y el nombre de este volcán esté compuesto por los kanji de Fuji 富士 —el nombre que recibe este ícono— sucedido por el kanji de yama 山, este gigante de capa blanca lleva el apelativo de Fuji-san.
三
Ichi, ni, san. Montaña se escribe dibujando tres líneas verticales que se cruzan por una línea horizontal uniendo los tres trazos iniciales de este kanji. Ichi, ni, san. La única montaña que veo desde mi ventana de este lado recibe el nombre que en mi lengua madre podría fácilmente llevar una deidad. Ichi, ni, san. Esa también es la partícula que se adhiere a los nombres propios de las personas cuando la relación entre los hablantes tiene una inclinación horizontal. Ichi, ni, san. Sin importar el dedo por el que comience, el camino desde el meñique o desde el gordo siempre me dejará en el mismo punto si repito estas tres palabras. Ichi, ni, san. Ya se van a casa los niños después de su jornada de práctica y ya se quitan los uniformes los maniquíes en serie de bailarinas que gritaban afuera u-n-a-y-o-t-r-a vez. Ichi, ni, san. Afuera cae la tarde y se tiende la sombra del monte Fuji sobre las páginas en mi escritorio.
三
Ha sido bastante discutido el origen del nombre de la montaña. Dicen algunos que la palabra inmortalidad fushi devino luego en el que es hoy el nombre que lleva esta cumbre. Afirman otros que los caracteres que representan su nombre significan respectivamente “riqueza” (fu 富) y “hombre con estatus” (ji 士). Sin embargo, hay otros que dicen que la elección de los caracteres fue motivada no por su significado sino simplemente por la similitud de la sonoridad de ambos ideogramas con el nombre que ya llevaba de antes la montaña. Según el texto de la Taketori Monogatari el nombre viene de la imagen de los numerosos (fu 富) soldados (ji 士) que subieron las vertientes de la montaña y prendieron fuego a la cima marcando así su origen volcánico.
三
En el japonés se utilizan partículas honoríficas que se adhieren al final de los nombres para referirse a otro de quien —o a quien— se habla. Estas partículas son diferentes de acuerdo con la jerarquía existente en la relación de los hablantes o al grado de proximidad o lejanía entre estos. Comenzando así desde el piedemonte y en dirección a la cima, los honoríficos se utilizan de la siguiente manera: si se trata de una niña o niño más pequeño, el nombre de esta o este estará sucedido por la partícula –chan. En el caso de un niño, -kun; un joven, adulto o par en grado jerárquico, –san; un mayor o cualquier otro que esté en un grado superior al hablante, -sama. Me rio un poco al decir su nombre en voz alta. A veces pienso que esta lengua no tiene lógica alguna, que se complican demasiado en unas tonterías y luego parecen pasar por alto perogrulladas imposibles de ignorar si se tienen al menos dos dedos de frente. ¿O serán tres? Ichi, ni… San Fuji sería quizás un mejor nombre para el pico más alto de la isla principal de este archipiélago. O Fuji-sama al menos tendría algo más de sentido, ¿pero Fuji-san?
三
Es una bendición estar respaldado por un titán a sus espaldas. Además de signo icónico de la nación nipona, el monte blanco ha servido como fuente de inspiración de innumerables poetas, artistas plásticos, músicos y hasta publicistas que se han encargado de convertirlo en uno de los principales atractivos turísticos del continente asiático. Este volcán compuesto ha sido considerado sagrado desde tiempos antiguos del imperio, alberga en sus faldas varios templos y santuarios y es venerado por el budismo como símbolo divino ya que su forma semeja el botón blanco y los ochos pétalos de la flor de loto.
三
Ichi, ni, san. Conocí a Uemura-san un día que iba de camino a Hakone. Estaba al pie de la carretera sosteniendo un cartel donde ponía que iba hacia el lago Ashi esperando que algún conductor que se dirigiera en la misma dirección me diera la oportunidad de unírmele en su viaje y así ahorrarme el costoso pasaje de ida. No me di cuenta de en qué momento llegó, ni cuánto tiempo estuvo parado a mis espaldas. Hizo un movimiento algo brusco con una toallita que llevaba en el cuello para llamar mi atención y cuando vio que lo miraba curiosa me dijo en un inglés muy propio de los locales: “In Japan, that not posible. You need buy bus ticket”. Sentí un poco ruda esa respuesta; no era difícil ver que muchos de los carros que transitaban esa carretera iban en el mismo sentido que yo, pero mientras meditaba las posibilidades —y hasta riesgos— que podría traerme subirme con un desconocido, un bus se detuvo junto a nosotros. Uemura-san me invitó a subirme primero que él y cuando ambos estuvimos dentro, me sorprendió ver que me mostraba con los ojos un lugar vacío a su lado. Durante el trayecto que lleva al lago, Uemura-san me contó por qué su raza proviene de la luna. Nos bajamos del bus y me escribió en un trozo de papel el nombre de la historia que explica este origen. Taketori Monogatari.
三
El blanco de su piel es análogo al color que viste el satélite del que vino. Un bosque de bambú, una noche oscura. Un campesino de la zona se sorprende al ver que un culmo se enciende y refulge como si algo ardiese dentro. Un corte fino y certero parte la vara por el medio. Del tamaño de un pulgar, el hombre toma a la niña que brilla como un astro en sus manos y la lleva consigo. Taketori Monogatari es un relato del folclor japonés que narra la historia de la princesa Kaguya, un ser venido de la luna que encanta a todos aquellos que se topan con ella, pero que tiene que regresar a su casa luego de haber traído consigo la luz a la tierra. Cuando la princesa Kaguya tiene que despedirse de sus padres para regresar a su hogar en la luna, cuenta la historia que le deja al emperador del reino una carta de despedida y una botella con el elixir de la vida a la cual solo podrá acceder si cumple con una misión que le es encargada. Siguiendo las instrucciones de la joven, el ejército del emperador asciende las laderas de la montaña más alta del imperio y allí queman tanto la carta como la botella que la princesa había dejado.
三
Kim Tal Su publicó su novela “In the shadow of mount Fuji” en el año 1951. Seis años antes, el 15 de agosto de 1945, el emperador Hirohito leería el rescripto imperial sobre la terminación de la guerra. Ese mismo día se marcaría el fin de casi 35 años de ocupación japonesa en la península coreana pero también se partiría —literalmente— en dos la historia de este pueblo; el paralelo 38 marcaría de ahora en adelante una denominación de nacionalidad. Un año antes de la publicación de la novela comenzaría en la península un enfrentamiento que mantendría en pie de guerra al pueblo Joseon hasta el sol de hoy.
三
Ichi, ni, san. El color blanco suele ser interpretado como símbolo de pureza y santidad en el catolicismo. Ichi, ni, san. Aquellos que son dignos de portar tal color —y apelativo— es porque han sido elegidos por Dios o distinguidos por este dadas sus relaciones divinas con lo celestial o por su particular elevación ética. Ichi, ni, san. La sílaba que precede el nombre del designado es un apócope del adjetivo que indica su relación directa con Dios. Estos últimos suelen ser considerados como modelos que marcan unas pautas de conducta para los demás, faltos de iluminación. Ser santo es algo así como portar una luz propia. Estrella, lucero, cuerpo celeste.
三
La última erupción del monte Fuji tuvo lugar en 1707 luego del terremoto de Hoei que figura entre los más fuertes jamás registrados en la historia del imperio. En una crónica que lleva el nombre de “Nihon odai ichiran” se lee el siguiente pasaje: “Hoei 4: una erupción del monte Fuji. La lava y las cenizas caen como lluvia a Izu, Kai, Sagami y Musashi”. La montaña cónica que respalda el pueblo de Izanami e Izanagi es clasificada como un volcán que, aunque con poco riesgo de erupción, se encuentra aún activo —y humeante—.
三
El término zainichi 在日 es utilizado en Japón para referirse a los coreanos residentes en este país, que como producto de las condiciones de la posguerra se vieron imposibilitados de regresar a su lugar de origen. Viviendo en una suerte de exilio, con un pie en la isla y otro en la península, no se sienten en casa en ninguna de las dos superficies. Un importante movimiento literario en Japón, liderado por los autores Min Jin Lee y Kim Tal Su, ha hecho visibles las difíciles condiciones de vida que con frecuencia tienen que soportar estas comunidades de apátridas. Una selección de obras pertenecientes a este movimiento se encuentra recogida en la antología Into the light: An anthology of literature by koreans in Japan, editado por Melissa L. Wender.
三
Kamikaze 神風 fue el nombre que recibieron los ataques suicidas efectuados por pilotos japoneses contra las embarcaciones de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Traductores estadounidenses utilizaron este término para designar las ofensivas que pretendían detener el avance de los Cuatro Grandes en el océano Pacífico e impedir que estas desembarcaran en las costas japonesas. El vocablo compuesto por los kanji de kami 神, que traduce algo como deidad o divinidad, y kaze 風, que se refiere a viento, brisa, corriente, significaría en su conjunto algo así como viento divino. Aunque el uso de la palabra kamikaze se difundió fuera de los confines de la isla, en la lengua del archipiélago, la lectura correcta de estos dos caracteres sería en realidad Shinpu. De allí viene el nombre Shinpū tokubetsu kōgeki tai 神風特別攻撃隊, que dentro de Japón se les dio a estos héroes de la patria.
Kami es la palabra que designa los dioses o deidades de la religión japonesa del sintoísmo, que alberga sus templos y lugares de culto en las bases de las montañas y bosques del Estado situado en el Mar del Sur. Kamikaze fue también la denominación que recibieron los agresivos tifones que golpearon a Japón en el siglo XIII durante la invasión mongola que llegó a las islas bajo el comando del emperador Kublai Khan. En una pintura de Kikuchi Yosai que data del año 1847, se retratan las tropas mongolas destruidas por los vientos que azotaron el país entre 1274 y 1281. Kamikaze es igualmente un epíteto o Makurakotoba utilizado en la poesía waka que se refiere al Gran Santuario de Ise, el templo sintoísta más importante de Japón. Algo de verdad parece haber en la idea de que las bendiciones nos llegan desde arriba; alzar la cabeza y dirigir la mirada al cielo.
三
La ocupación japonesa de Corea hizo parte de un importante plan de expansión que llevó a cabo el Imperio del Japón durante casi toda la primera mitad del siglo XX. Tras el fin del periodo Edo —o Era Tokugawa—, que estuvo marcada por el estricto aislamiento al que estuvo sometida la nación por más de doscientos años, el establecimiento de la Restauración Meiji en 1868 marcó el comienzo de una serie de enfrentamientos bélicos, proyectos colonizadores y programas expansionistas que llevarían al Imperio nipón a convertirse en uno de los más grandes imperios marítimos de la historia.
三
Leo las historias recogidas en Into the light: An anthology of literature by koreans in Japan y pienso en lo mucho que me cuesta comprender eso de “historia universal”. Siempre me ha costado retener fechas, nombres de batallas, ubicar en una línea recta los acontecimientos que se suceden en las crónicas bélicas de los relatos del mundo, llevar en los dedos la cuenta de la cronología de la vida de los hombres. La lógica del mundo parece haberse organizado entre panteón y averno enfrentados, entre derrotados y vencedores que se miden la estatura con mirada desafiante, los relatos religiosos nos presentan vidas de santos y delitos de pecadores que no me caben en las manos. Se me derraman los kanji que he aprendido en estos días; aún no me acostumbro a llamarlo Uemura-san.
三
La montaña cubierta por una bruma algo espesa se perfila como telón de fondo detrás de mi ventana. Ichi, ni, san. Me preguntan si de este lado de verdad se vive en el futuro. Ichi, ni, san. Yo respondo que claro, catorce horas por delante es más de medio día de anticipo en la vida —y en todo lo que respecta a ella—. Ichi, ni, san. Miro lo escarpado de sus vertientes y no puedo evitar ver los fragmentos de roca caliente deslizándose ladera abajo a toda velocidad. Las casas de madera y tatami calcinadas por los incendios provocados por la lava; las ventanas de papel de arroz fulminadas instantáneamente por las reacciones nucleares que han llegado del cielo. Ichi, ni, san. Tres días de separación entre ambas explosiones; Hiroshima y Nagasaki eclipsadas por montañas de humo. Ichi, ni, san. Corea celebra la recuperación de su libertad y autonomía luego de décadas de dominio imperial pero no sabe aún que tres años de guerra marcarán una grieta que, ni abriendo los pies hasta quedar rozando el piso, podrá ser abreviada.
三
Ondea la bandera del imperio del sol sobre la calle que veo desde mi cuarto.
Atrás, aún dibuja la montaña en el aire las señales de la princesa Kaguya.
一
二
三
Ichi, ni, san.
Cuento los meses que llevo fuera.
Ichi, ni, san.
Tres líneas horizontales forman el kanji del número tres.
Tres franjas alargadas componen la bandera de Colombia.
Tres palabras que me acompañan desde el día de mi nacimiento.
三
En el nombre del padre, del hijo y el espíritu santo…