Por Catalina Oquendo
Para qué te voy a mentir, hijo, llegaste en un año terrorífico. Un 2020 que parece ficción y que ojalá, con el paso del tiempo podamos ver como una película en la que participamos millones de personas en el mundo como extras enmascarados y asustados.
Me gustaría decirte que hubo un AC, (Antes del coronavirus) y que el DC nos hizo mejores como se decía recién empezó la película; pero, si vamos a conocernos bien, ¿para qué voy a mentirte, Facundo? No todo ha sido malo, claro. Especialmente vos que crecías como una saxígrafa, en medio de piedras, mientras el mundo se detenía. Te atreviste como esas flores que se abren paso en medio de las losas de cemento y les diste una buena noticia a los amigos, a la familia, necesitados de algún mínimo de certidumbre.
Afuera había un virus desconocido que nos obligó a estar en casa, a permanecer en los espacios más íntimos. Digamos pues que el tiempo empezó a correr más lento, que tuvimos que andar caminos inciertos, aprender a vivir el hoy sin mayores prospecciones y a adquirir un respeto por la vida que corre, a mirar por la ventana. Pero es importante que sepas que eso que vivimos tu padre y yo fue un privilegio que tampoco tuvieron todos. El virus ese de mierda reveló aún más la desigualdad y los muertos los pusieron los más pobres.
Es difícil resumir en un texto tan corto cómo fue ese año, pero supongo que tendremos tiempo para los detalles. ¿Qué pasó?: un virus apareció en Wuhan, una ciudad industrial china de 11 millones de habitantes; los hospitales colapsaron y murieron más de 2 millones de personas, pero el virus saltó por el mundo y llegó a tus dos países: Colombia y Argentina. Y vinieron nuevas palabras como “confinamiento” y “cuarentena” y otras muy vacías que no hay que repetir; la gente -en el colmo del patetismo-, compró toneladas de papel higiénico como si creyeran importante morir con el culo limpio; nos vestíamos como astronautas, usábamos mascarillas y hacíamos tonterías como echar alcohol en las suelas de los zapatos; cerraron las fronteras y los aeropuertos, dejamos de ir a bailar, de encontrarnos con los amigos, de abrazarnos- al menos en la calle-. Nos asustamos también y muchos gobiernos, que se dicen democráticos, lo aprovecharon para mostrar su rostro más autoritario.
Perteneces pues a una generación de pandemials o cuarentenials, unos 512.000 niños que nacieron en Colombia en ese 2020 claustrofóbico y aterrizas en un mundo que espera con ansias una vacuna que mitigue el daño del virus, uno que- al menos eso me da ilusión- pone su esperanza en la ciencia. A lo mejor pensarás que fuimos unos irresponsables y tal vez tengas razón; lo único que podemos intentar, como dice una canción, es cuidar de que “el mundo nunca te cambie la risa”. Bienvenido, hijo, a este mundo que yo tampoco conozco pero que tendremos que descubrir juntos.
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