Número 145 Agosto de 2025
El Peñol, escenas de la inundación de un pueblo
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por ISABEL RESTREPO • Fotografías de Archivo familias Álvarez Sabogal y Aguirre López,
Laboratorio de Fuentes Históricas de la Universidad Nacional
Al iniciar la década del sesenta los pobladores de El Peñol se enteraron por la prensa de que las Empresas Públicas de Medellín habían decidido poner en marcha el Plan Nare, un megaproyecto hidroeléctrico que implicaría la construcción de una gran represa que “hará desaparecer totalmente la actual población de El Peñol”. Las noticias que llegaban anunciaban que “por la próxima inundación de El Peñol serían damnificadas casi cincuenta mil personas”.
Con la misma urgencia con la que se anunciaba el traslado del pueblo, Enock Roldán Restrepo, impulsó un proyecto cinematográfico, El llanto de un pueblo. El rodaje comenzó el 3 de abril de 1962 con una escena que simulaba el éxodo de los habitantes de El Peñol, en la que actores naturales de ese municipio y extras de Bello y Medellín recorrieron las calles del pueblo cargando santos, corotos, animales y niños, de manera muy ordenada y obediente, como en una procesión.
Secuencia de El Peñol (1978). Una película inconclusa de Alberto Aguirre y Carlos Álvarez.
En 1969 se firmó el Contrato Maestro, un acuerdo que reconocía el derecho de una comunidad a decidir sobre su destino y comprometía a las Empresas Públicas a construir el nuevo casco urbano según la propuesta comunitaria.
Durante toda la década del sesenta la comunidad luchó por incidir en la planificación del traslado y se organizaron sindicatos, enviaron telegramas al presidente y propusieron el sitio donde les convenía que fuera ubicado el nuevo pueblo. La movilización social, que contó con el acompañamiento de los sacerdotes de la parroquia, logró que en 1969 se firmara el Contrato Maestro, un acuerdo inusual para su época que reconocía el derecho de una comunidad a decidir sobre su destino y fijaba obligaciones concretas para una empresa estatal, comprometiendo a las Empresas Públicas a construir el nuevo casco urbano según la propuesta comunitaria.
Una vez firmado el Contrato Maestro, Empresas Públicas de Medellín encargó una película en 35 mm y a color a la empresa Cine T.V. Films, propiedad de Héctor Echeverry Correa. La energía de un pueblo. El narrador del documental afirma: “Aquí, hombres aferrados a su tierra por herencia y tradición entienden su contribución al progreso. El sacrificio de un pueblo es la energía de un pueblo. Desde ya, al ver las obras, estos colombianos se enorgullecen de su aporte”. Pero la experiencia de los peñolitas fue muy distinta. La década del setenta inició con titulares como “Se cerraron las compuertas del primer embalse”, “La represa afecta campesinos”, “Amenaza de paros”, “El Peñol acusa a EE.PP. de incumplir”, “Reina la agitación”. El incumplimiento parcial del Contrato Maestro marcó muchas de las tensiones de esa época en la que los pobladores de El Peñol y los movimientos sociales de todo el Oriente antioqueño hicieron protestas y paros cívicos, mientras la parroquia y los líderes del municipio acusaron a las Empresas Públicas de violar derechos humanos y pidieron un tribunal de arbitramento.
Entre tanto, en 1974 un grupo de cinéfilos de Medellín quisieron contar una historia distinta a la de la propaganda de Empresas Públicas. Con el patrocinio de Cine Colombia consiguieron rodar Pueblo Piedra, una película basada en un cuento de Luis Fernando Calderón, bajo la dirección de Henry Téllez. Luego de verla, Alberto Aguirre escribió: “Surge, ante el espectador, la tragedia de un pueblo destinado a morir, y de un pueblo que no son solo sus casas y su templo, su cementerio, sus calles y sus tejados, sino también sus gentes. Porque son gentes hechas en ese pueblo, confundidas con su estructura material, adheridas a esos elementos concretos”.
Tal vez fue después de ver el corto Pueblo Piedra, cuando Alberto Aguirre empezó a visitar con frecuencia El Peñol en compañía de Aura López. Aguirre era abogado, corajudo defensor de las víctimas de la masacre de Santa Bárbara en 1963, periodista, editor, fotógrafo y cinéfilo. En 1959 fundó el Cineclub de Medellín. También creó varias revistas culturales, entre ellas Cuadro y Cine: una revista de arte, que se convirtieron en plataformas clave para el pensamiento progresista y la discusión sobre arte, literatura y sociedad. Aura López era gestora cultural, librera, pedagoga, locutora y escritora, dejó una huella profunda en la formación de nuevas generaciones de lectores y lectoras. La Librería Aguirre, que fundó con Alberto, su compañero de vida, fue un espacio para el pensamiento libre, el encuentro entre artistas y activistas, y la resistencia cultural a la sociedad conservadora de la época.
Las visitas que Aura López hizo a El Peñol junto a Alberto Aguirre quedaron registradas en un diario personal que ella luego publicó bajo el título El Peñol: Crónica de un despojo. En este narra cómo ambos se sumergieron en la vida del pueblo entre 1975 y 1979, los años de mayor tensión entre Empresas Públicas y la parroquia y la comunidad. Fue el periodo en que, para acelerar el desalojo, se aplicó la llamada “política de las demoliciones”, una estrategia de presión que profundizó el conflicto y el sufrimiento de los habitantes.
(Julio 2 de 1976)
Nos cuentan acerca de un incidente protagonizado por el recién nombrado jefe de bienes, el abogado Álvaro Uribe Vélez. Se comenta que su misión específica es la de “mostrar resultados”, lo que se entiende entre la población como el hecho de aumentar el número de demoliciones, ya que esto haría más fácil el proceso de desocupación. Aprovechando la presencia de numerosas personas alrededor del kiosco y en el parque, y esgrimiendo diversos argumentos, el funcionario se exaltó, y subiéndose a una de las mesas lanzó una arenga justificando las demoliciones, el tema más dramático en el proceso de la inundación del pueblo. La gente se agolpó al pie de la mesa gritando consignas como “exigimos nuevo pueblo”, “abajo las demoliciones” y llegó un momento en el cual la situación comenzó a agravarse. Enterado del caso, uno de los sacerdotes, el padre Pacho, llegó al lugar tratando de calmar a los asistentes y al propio doctor Uribe, y con alguna dificultad lo condujo por entre el gentío, que siguió protestando hasta que el carro que lo esperaba desapareció.
En ninguna de las páginas del libro Aura López menciona la filmación de una película, pero lo que describe en los días 20 de mayo y 17 de junio de 1978 son escenas cinematográficas idénticas a las que aparecen filmadas en un rollo de película 16 milímetros que ella misma conservó en sus archivos personales. Otro rollo, con los negativos originales de esas mismas imágenes que Aura guardó, se conserva en el archivo fílmico de Carlos Álvarez titulado Destrozos. Ambos materiales hacen parte de una película inconclusa de Alberto Aguirre y Carlos Álvarez.
Familia Hernández.
Alberto Aguirre y Aurita López.
La relación entre Alberto Aguirre y el cineasta Carlos Álvarez se consolidó a principios de los años setenta, en un momento en que el Cineclub de Medellín comenzó a programar ciclos de cine político y de denuncia social. En esas funciones se proyectaron películas de Álvarez y de otros cineastas comprometidos de Colombia y América Latina. Paralelamente, la revista Cuadro publicó ensayos, manifiestos y reflexiones en torno al nuevo cine latinoamericano, entre ellos el influyente texto El Tercer Cine Colombiano, firmado por el propio Álvarez, que proponía un cine militante, hecho al margen de la industria, como herramienta de transformación social.
Documentalista, activista y crítico, Álvarez impulsó un cine comprometido con las luchas sociales, basado en una estética de lo real y una ética de denuncia. En 1973 fue arrestado junto a otros cineastas, entre ellos Jorge Morante, director del departamento de 16 mm del Cineclub de Medellín, acusados de producir y difundir “cine subversivo” y de tener vínculos con una red urbana del ELN. Tras enfrentar varios consejos de guerra, recuperó la libertad, pero la persecución estatal no logró silenciarlo. Por el contrario, continuó filmando, escribiendo y formando nuevas generaciones de realizadores en un contexto marcado por la censura y la represión.
En 1978, el Cineclub Ukamau de Medellín organizó una retrospectiva de cine latinoamericano y tuvo como invitado del mes a Carlos Álvarez. Ese mismo año, Álvarez viajaba con frecuencia a Medellín por encargo de Coldeportes para registrar los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Aprovechó esa estadía para dictar talleres en Ukamau y, junto a Aguirre, filmar en El Peñol un proyecto documental que buscaba narrar desde adentro la historia de un pueblo condenado a desaparecer bajo las aguas.
En 2023 Martha Restrepo Brand, cuidadora y amiga de Aura, llevó al Laboratorio de Fuentes Históricas de la Universidad Nacional un conjunto de materiales que la familia de Aura le había confiado tiempo atrás. Allí, al proyectar un enigmático rollo de película en 16 mm, José Manuel Restrepo, quien venía colaborando conmigo en la organización del archivo personal de Carlos Álvarez, reconoció de inmediato las imágenes: se trataba del documental inconcluso sobre El Peñol que Álvarez nos había pedido ayudarle a localizar en 2018.
Martha entregó los materiales a María Clara Calle Aguirre, nieta de Alberto Aguirre, y juntas iniciamos una serie de proyectos orientados a preservar y reactivar esa memoria fílmica. Paralelamente, con Daniel Parada localizamos en Bogotá los materiales que Carlos Álvarez había conservado —el negativo original de cámara y una cinta de sonido— que se encontraban perdidos dentro de su propio archivo personal. Luego pude digitalizar los materiales fílmicos en el Laboratorio de Preservación Audiovisual de la Udelar en Uruguay. Ese trabajo técnico, en el que las imágenes emergieron fotograma a fotograma como desde el fondo de la represa después de décadas, ha sido profundamente significativo.
Fotogramas El Peñol (1978).
En la película, vemos en movimiento varias situaciones que Aura narra en su libro y en uno de los planos la misma escena de una famosa fotografía tomada por Juan Fernando Mesa Villa, uno de los líderes que acompañó a la comunidad de El Peñol en el Contrato Maestro. También se ven en la película algunas escenas que fueron fotografiadas por Alberto con su cámara fija, entre ellas la portada de la segunda edición de Crónica de un despojo. El mismo Juan Fernando nos confirmó que acompañó a Carlos y Alberto en los días del rodaje, cuando le mostramos la película y vio por primera vez las imágenes filmadas.
Al mismo laboratorio donde Martha llegó con el misterioso rollo de película que había conservado Aura, también llegó Simone Cardona, peñolita estudiante de artes visuales que estaba trabajando en un documental sobre sus abuelos, Capulina y Alba, quería saber si en los archivos de la universidad existían imágenes del viejo Peñol o registros audiovisuales de la inundación del pueblo. La citamos para mostrarle las imágenes recién digitalizadas, y ella llegó con un par de fotografías que Alberto Aguirre había tomado a sus abuelos en el pueblo viejo, así como con una copia del libro El Peñol: crónica de un despojo, dedicado por Aura a Capulina. Varias páginas estaban subrayadas, entre ellas un fragmento donde Aura relata con detalle el instante en que Alberto retrató a la familia en medio de los escombros, en uno de sus últimos recorridos por el pueblo ya semisumergido:
(Junio 17 de 1978)
Abajo, solitario, el frontis de la iglesia en medio del agua ya mucho más alta. En pie las mismas casas que aún permanecen, y la calle de La Chirria a donde no ha llegado todavía el agua. Descendemos un poco y nos detenemos de nuevo. Dos niñas sentadas sobre la grama, mirando hacia el agua, conversan en voz baja. Bajamos hasta la plaza inundada. De la casa de dos pisos, a la vuelta de la de Samuel, salen un hombre y una mujer con un niño de pocos meses. Los retratamos entre los escombros, sonríen y entablamos una breve conversación. Les mostramos las fotos que traemos para Samuel, se acerca el cuñado que también aparece en una de ellas y todos parecen admirados, sorprendidos y hacen comentarios alegres en medio de esta soledad. A los gritos llaman a Samuel y lo vemos venir desde su casa, allá al final de lo que era la parimentada (en El Peñol nadie ha dicho nunca pavimentada). Samuel tiene su mismo aire de dureza mezclada con cierta ternura que parece derivar del regalo de estas fotos; hacemos chistes entre todos a medida que las observamos y nos vamos en grupo hacia lo que era la plaza.
Con las fotografías en las manos, Simone vio la película silente mientras se escuchaba uno de los casetes con entrevistas a antiguos habitantes de El Peñol. Al reconocer la voz de su abuelo contándole a Alberto sus penurias y su particular forma de resistir, no pudo contener el llanto. Pero la sorpresa fue aún mayor cuando, hacia el final del metraje, aparecieron las imágenes en movimiento de sus abuelos: el mismo momento que las fotos habían detenido en el tiempo, había sido también registrado en imágenes en movimiento. Esa escena, que hasta entonces existía solo en papel y en la memoria familiar, cobraba vida en la pantalla.
El 24 de junio de 1978 el periódico local publicó el último aviso de evacuación y anunció que ese día comenzó la inundación del pueblo. Incumpliendo el Contrato Maestro y como estrategia para presionar el desalojo, vengarse de los curas y rematar con broche de plomo, las Empresas Públicas habían dinamitado tres días antes el frontis de la iglesia.
(Junio 24 de 1978)
Todavía quedaban en el pueblo doce familias, entre ellas la de Javier, conocido en el pueblo como Capulina, a quien retratamos con la señora y el niño (…) A la casa de Capulina ya le llegó el agua y está desocupada, pero se han acomodado en el segundo piso de la de Noé Hernández, la casa donde conocimos a Samuel. La señora nos invita a subir por una escalera destartalada, destapada, que da a un patio lleno de escombros y trozos de muro. Arriba, un pequeño corredor con la baranda medio derruida. En el piso hay un tarrito de lata con una mata que tiene una florecita blanca, insólita ahí, en medio de todo aquello. La señora dice que es una conchita, pequeña, tímida, último vestigio de aquellas maravillosas flores de los patios del Peñol. Capulina está acostado en el piso, sobre un colchón y una sábana a manera de toldo. Dice que no puede moverse debido a los golpes que le propinó la policía el jueves, en Pueblo Nuevo, cuando estando en un café, con algunos amigos, llegó un funcionario de Empresas a quien le reclamó por su caso, todavía sin resolver. Hubo insultos y desafíos, mucho de licor, y la actuación excesiva de los agentes. (…) Lo cierto de este caso es que Capulina ya tiene promesa de Empresas para entregarle una casa del Crédito Territorial; pero ese día, medio borracho y con rabia, no supo contenerse pues considera que el funcionario lo ha tratado siempre con mucha dureza y que cuando le ha reclamado algo, le contesta: “Yo estoy seco, yo no tengo problema”.
La conversación nos lleva al tema del frontis dinamitado, y Capulina cuenta que dos días antes habían colocado ocho tacos, pero que tres de ellos “se les vaniaron” y los otros cinco “no le hicieron ni cosquillas”, pero que en el segundo intento sintieron el cimbronazo en la casa y él y la esposa salieron asustados con el niño. Capulina dice que cómo se hubieran visto de hermosas esas torres en medio del agua, como recuerdo del viejo pueblo, y agrega con tono irónico: “Pero el señor gerente de Empresas quiso darse ínfulas y sentirse todo un gran señor, para que digan que él es capaz de mandar y de acabar con todo”. (…) Nos cuentan que al momento de la explosión estaban allí gentes de Empresas, el alcalde, la juez, el cabo de la policía y los pocos vivientes que quedan aquí, y gente del alto de la escuela de la Alianza, viendo. “Había policía por la Alianza, por El Salvador, y no dejaban entrar a nadie. Lo único que oímos que hablaban los que estaban aquí, fue ‘Listo’, y le metieron candela. Había diez agentes de policía y la señora y las cuñadas del cabo, mucha gente dizque de la jai de ellos. Después de tumbar se fueron riéndose y hablando de aquí para arriba. Por ahí dijeron que el cabo dizque traía una máquina para retratar eso y que se le dañó y no le disparó. Cuando el frontis cayó, se levantó el humo, y el agua también, el agua llegó hasta aquí, hasta donde estamos, y los pedazos de adobe cayeron aquí sobre el techo. Esto se estremeció muy feo”. (…) Capulina, su esposa y su cuñado fueron los únicos testigos dolidos —los dolientes dicen el pueblo— que pudieron estar ahí, en el lugar mismo de la explosión. Sus circunstancias personales de abandono y soledad hicieron posible, sin embargo, que el último pedazo del Peñol no cayera sólo ante la indiferencia o la charlatanería de los invitados oficiales. Solitarios y desamparados, ellos tres estuvieron ahí, sin pensarlo quizá, en nombre de la comunidad agraviada.
Tras el traslado definitivo en 1978, la comunidad de El Peñol volcó su energía en reconstruir el tejido social desde el nuevo asentamiento. Se reactivaron las juntas de acción comunal, surgieron colectivos culturales, se reinventaron fiestas populares y se mantuvo viva la memoria del pueblo viejo. La participación ciudadana fue el motor de la reorganización y una forma concreta de resistencia y de afirmación colectiva frente al desarraigo. En los años siguientes, los movimientos cívicos del Oriente antioqueño se intensificaron y las comunidades afectadas por los megaproyectos hidroeléctricos protestaron contra las elevadas tarifas de energía cobradas por las Empresas Públicas y continuaron reclamando condiciones dignas para vivir en los territorios que todavía alimentan el desarrollo energético del país.
Con fragmentos del libro de Aura López, la voz de Capulina grabada por Alberto Aguirre, fotografías, escenas de la película, objetos personales del abuelo y el testimonio oral de la abuela, Simone Cardona reconstruyó en su cortometraje El recuerdo de los últimos, la historia de la última familia que abandonó el viejo Peñol. Como contrapunto a los relatos centrados en los líderes más visibles del movimiento y en los logros alcanzados, los fragmentos audiovisuales apropiados abren espacio para reconocer el dolor y lo que destrozó la represa, para recuperar las memorias íntimas y domésticas de quienes resistieron hasta el final el desalojo, para defender la vida, cuidar el agua y luchar para que la dignidad no se hunda.