Número 140 // Julio-Agosto 2024

PULL

Por MIGUEL OSORIO MONTOYA
Ilustración de Cachorro

—No se va a rendir —dice Marvin, que hincha su boca con ripio de tabaco—. No, no se va a rendir.

La vaca está acostada, pero con la cabeza erguida. Respira pesadamente y de sus fauces sale el aire caliente que se transforma en vapor. Hace un gran esfuerzo por no desmadejarse, por no perder la pelea contra la gravedad.

Marvin me mira de reojo, escupe el tabaco y restriega el suelo con el tacón de la bota.

—Voy por el rifle —dice—. Van tres días y tardará varios más.

Fueron tres noches en las que, desde la cama, escuché el mugido arrastrado por el viento. Retumbaba en mis oídos como un lamento, solo apaciguado por la furia fugaz de los perros. No valía cubrirse la cabeza con la almohada o taparse los oídos; el mugido igual llegaba y chocaba con los aleros, feroz, y se hacía gutural, como emergido de un precipicio sin fondo.

A ratos se callaba y entonces escuchaba los ronquidos de Marvin —que duerme con la puerta entreabierta— y las risas apagadas del televisor. La última de las tres noches soñé con John, mi profesor de inglés en el colegio. Ataviado con una bata naranja, acomodándose las gafas, me decía:

—El universo está sobre el lomo de una tortuga.

Yo cavilaba un momento, pero él continuaba:

—El universo es como una vaca. Vía lác-te-a.

Se acomodaba las gafas y se remangaba la túnica naranja.

—Krishna está rodeado de vacas, es un vaquero. Hay que leer el Gita.

En el sueño hablábamos en inglés. Yo me sorprendía por la gramática impecable, la sintaxis limpia que iba saliendo de mi boca. No gagueaba ni tropezaba, no tenía que detenerme antes de pronunciar las erres.

¡Tres meses en Minnesota y cuánto me cuesta entender el inglés! Yo soy el fo-reing ex-change s-tu-dent, from Colombia, digo cada tanto, tropezando y suavizando la erre. En la mañana escucho las noticias y trato de replicar lo que escucho: Why have Israel and Iran attacked each other? This world is nuts! Tendido en la cama, de cara al techo, abro la boca desmedidamente para pronunciar: World War Three. Mi mundo es pequeño en esta lengua. Se acaba, desmoronándose, cuando no puedo nombrar lo que veo.

Acá, el sol anémico sale tarde y se esconde temprano; los árboles, esqueletos crujientes; las colinas, sombríos campos que dan tumbos hasta el horizonte; el horizonte, la frontera espectral donde termina el mundo. En este mundo, una vaca agónica que se resiste a morir, con un tobillo doblado. Se le marcan las costillas, pese a que conserva las caderas anchas y la ubre colgante.

Acaricio la cabeza de la vaca. Hundo mis dedos en el pelaje tibio y grueso. John solía decirme que el final de la humanidad está cerca y que vamos caminando hacia él, inexorablemente, estúpidamente. Con la yema de los dedos recorro las costillas que afloran sobre el pelaje. Ella baja la cabeza e intenta huir de mis manos, pero solo logra dar pequeños cabezazos que mueren en mi pecho.

Marvin vuelve con el rifle terciado. Viene con Jared, el menonita que trabaja en el ordeño. Jared llega cada mañana en una carroza arrastrada por caballos; aparca el coche decimonónico y cobija a las bestias con una suerte de abrigo de terciopelo. Los animales se están quietos durante horas, como ignorando el frío, mientras el menonita exprime cada una de las 160 vacas de Marvin.

Jared hace una venia y se quita el tigerdoe, que deja al descubierto el pelo aplastado. Tomo una bocanada de aire antes de darle la mano, pero el olor a sudor rancio alcanza mi nariz. Marvin me había explicado, quizás con palabras demasiado sencillas que me hicieron sentir estúpido, que los menonitas-suizos-nueva-era aún viven en el siglo XIX. No usan celulares ni computadores y se bañan con agua fría, echada con balde. Jared tiene una barba larguísima, intrincada, ya cana, que contrasta con el traje negro de cargaderas tirantes y sombrero rígido. Sonríe y le veo la boca desdentada, de grandes encías y labios que se repliegan.

Marvin hace una llamada por teléfono, un poco alejado de mí. Marvin, padre de la host family, granjero desde la juventud. Dos hijos, los host brothers. Casado con Mary, la contadora de la granja. Marvin, tipo de risa estridente, pero parco, excesivamente silencioso, frío como el invierno en Minnesota. Marvin, hombre de ojos impenetrables, aficionado a la caza de venados y mapaches, gran bebedor de Bud Light.

La vaca se acomoda sobre el suelo y brama. No parece vencida. Cada tanto levanta la cabeza, con dificultad, y resopla, como implorando. ¿Se aferra a la vida? Me agacho y hundo de nuevo los dedos en su pelaje, como si dibujara. Marvin te tiene así desde hace tres días, le digo en español, y ella me mira con esos ojos alargados, coronados con pestañas lacias; parece que asiente, que comparte conmigo su dolor, esa larga agonía impuesta por un hombre.

Marvin vuelve arrastrando los pies. Guarda el celular e hincha su boca con más tabaco.

—Pues bien —le entiendo a Marvin—, hace tres noches está así. Pensamos que lo mejor era dejarla afuera, esperar, but…

—Ya veo —dice el menonita. Saca un cuchillo que refulge—. Carne para una semana, por lo menos —y ladea la cabeza.

Entonces la vaca vuelve a mugir y yo a temblar. Como las tres noches anteriores, es un mugido tremebundo, que cala en mis vísceras y me revuelca por dentro. En la cama, para no padecer ese lamento, escuché casi hasta el alba las noticias y los pódcast de actualidad.

Good morning, folks! Irán muestra los dientes y lanza missiles contra Israel. Por fortuna, el Iron Dome protegió a los ciudadanos israelíes y solo uno de los misiles tocó suelo en Tel Aviv. ¿Está por comenzar la Tercera Guerra Mundial? En otras noticias, la bancada republicana exige al presidente medidas de urgencia para frenar el paso ilegal de miles de personas por El Darién-El Hueco-El Paso.

—El mundo está podrido —solía decirme John—. Esta es la última de las cuatro eras, Kali Yuga. 

—¿Todo está perdido?

—En el mundo solo hay guerra y sufrimiento.

—…

—Las vacas son sagradas, la leche es el mejor alimento…

¿El mundo está podrido? Sí, gira asquerosamente sobre su propio eje de miseria y dolor, casi revolcándose como un cerdo en la inmundicia. Was World War Three about to begin? Irán-Israel, Gaza; El Darién-El Hueco-El Paso. Fuck!

Marvin vuelve a escupir tabaco: rastrilla el suelo con el tacón de la bota y me mira de reojo. Jared sonríe, con el cuchillo en la mano; su boca desdentada es un pozo insondable.

It’s all yours —le dice Marvin a Jared.

Jared dice algo en alemán y calla. Toma el rifle, lo carga y se queda quieto un instante, de nuevo calculando.

—Él —dice Marvin y me señala.

El rifle es una de las tres armas que Marvin guarda en el basement. Hay otra de madera, alargada, de la civil war: el orgullo de la familia. Pero este es moderno y liviano, el que Marvin utiliza para cazar mapaches y venados. En la sala de la casa, como trofeos, están exhibidas las cabezas, con sus cuernos enrevesados, de los que cayeron en manos del cazador, del padre de la familia.

El viento se ha tornado más frío; los árboles crujen, inclinados, y un nubarrón se cierne sobre los campos desolados…

Jared me estira el rifle. Vacilo un momento, medroso, y siento que el cuerpo se me hiela, de arriba abajo, hasta agarrotarme los dedos de los pies. La vaca yace en la misma posición y respira con más tranquilidad, en silencio. En el lomo tranquilo, sempiterno, giran las Pléyades, Andrómeda, y en la parte en declive, ya al final, una manchita pequeña, insignificante: la Tierra.

—Pero esto es diferente —digo en español—, es un asunto de piedad.

—Las vacas son sagradas —me responde John—. El mundo yace sobre el lomo de una vaca.

Go! Go! Go! —dice Jared al verme con el rifle en la mano.

—Es una metáfora, en la India cada familia tiene su vaca lechera y comer su carne está prohibido.

—Vamos, un tiro en la cabeza, arriba de los ojos —dice Marvin.

—La leche es el alimento más perfecto, más puro.

Go! Go! Go!

—La leche facilita la meditación… Matar a una vaca es una falta grave.

—El mundo está podrido y lo estuvo siempre.

What did you say? Speak in English —dice Marvin.

El viento helado, que sopla del norte arrastrando soledades, me paraliza. Me quito los guantes y me seco el sudor frío que se derrama por mis manos. Ajusto el rifle a mi ojo derecho, temblando, e intento jalar el gatillo, pero el dedo no responde y se agarrota.

Estruendosamente, Marvin y Jared ríen detrás de mí. El menonita se acerca con el cuchillo, los ojos en fuego, y me ayuda a levantar el rifle y a poner la mira sobre la vaca, que ya no muge. Vacilo, trémulo, y el menonita me da otro empujón:

—Es así —dice Jared, que toma el rifle, se lo ajusta y da un tiro al aire. Lo carga y me lo devuelve—. Go ahead!

Otra vez temblando, con los dedos rígidos, el cuerpo hacia adelante, ajusto el ojo a la mira. La vaca levanta la cabeza y muge. Es un llanto, un lamento tristísimo, casi humano. Siento un escalofrío en las extremidades. El mugido es grave, estentóreo, paralizante. Me tiemblan las rodillas, siento náuseas.

Go, dude!

Pull! Pull, dude!

—El mundo está sobre el lomo de una vaca.

Meat for a week, at least.

—El mundo está podrido.

Fuck!

Tiro del gatillo y el rebote me lanza hacia atrás. La vaca cae y un silencio hórrido se apodera del lugar. La cabeza queda en el suelo, desmadejada, y la sangre pesada, brillante, comienza a brotar y a esparcirse sobre la superficie, como conquistando el lugar.

Nice! —dice Jared, que alista el cuchillo refulgente y camina hacia la vaca.

De cara a la vaca-universo. Su cuerpo grávido, ahora inerte, parece fundirse con el suelo, con la Tierra. La sangre se mezcla con el lodo y forma un arroyo espeso, de un color indefinible, que corre lento y pesado, arrastrando la suciedad.

¡El mundo está podrido!

Marvin me da una palmada en la espalda y sonríe. Escupe el tabaco, lo rastrilla con el tacón de la bota y se hincha la boca con más ripio.

Mientras Jared voltea el cuerpo para comenzar a desollar, el viento se hace húmedo. El cielo se ha cubierto de un gris ceniza y en el aire, gráciles, oscilan pequeños copos de algodón.

—Rápido, Jared. Está nevando.