Todo nació en la contraportada de un bar de veinte mesas, atrás, en un altillo encima de los baños. Una escalera intrincada conduce al “antro de redacción”. Arriba hay más silencio y más calor que bajo la acogedora luz del bar. El tablero con las notas del próximo número es el principal decorado y el jefe de edición se recuesta sobre el lavadero que hace de atril. Las historias que se cuentan abajo, las mentiras que se olvidan y se diluyen en hielo tuvieron algún futuro allá arriba, en los garabatos de un tablero sin fondo.
En el inicio todo era una especie de pantomima, un performance para justificar las horas en ese bar que se ufana de ser cantina en sus mejores noches. Si el primer número fuera una película, diríamos que se grabó con el celular y las escenas transcurrieron en unos cincuenta metros a la redonda, y los actores eran los naturales del bar. El impulso de contar las propias cuitas, el autorretrato de los amigos, la exaltación de algunos vicios, las borracheras épicas de los primeros brindis de El Guanábano, el nombre de ese bar dulce y espinoso.
Luego aparecieron los lectores. Nadie sabía que esa especie estaba tan ávida y que UC podría ser un apetecido portavasos. Animaron el juego y propusieron un segundo número, patrocinaron un tercero, preguntaron por el cuarto y cuando llegó el quinto ya teníamos las manías y los pleitos de una redacción. Y aparecieron los mecanógrafos, los cuartilleros, los poetas de cuaderno y algunas plumas celebratorias. Y corrió la voz de que el Parque del Periodista estaba mezclando el humo con la tinta. Venía la gente y recogía un ejemplar en ese cruce indecente de Medellín. La ciudad de esos días, donde en abril y septiembre hubo masacres, una en Prado y otra en Naranjal. El 2008 terminó con más de mil homicidios, los paras se habían desmovilizado dos años antes y Don Berna había viajado sin visa a Estados Unidos en mayo. Los Úsuga se habían presentado en sociedad en Urabá y le peleaban los negocios a Don Mario. Las herencias más bravas estaban muy presentes. Universo Centro publicaba desprevenido, lejos de los grandes pleitos, pero le llegó su susto. Habían pasado apenas unos meses luego del primer número. “Pero solo escriben borrachos memoriosos”, fue la defensa ante una amenaza. Todo se aclaró.
Pero Universo Centro sintió que el periodismo tocaba la puerta al igual que los pillos. Y llegaron los periodistas recién hechos, con todas las ganas de calle y páginas, y nos enseñaron a todos los toderos del antro y esculcaron y se armó un buen equipo entre quienes recateaban la pola, invitaban al guaro, compraban ron añejo, se bogaban tres vodkas, todo entre humos y otras gracias en la llamada “zona de terapias”, la bodega del bar donde se guardan las pacas del periódico y los secretos más sabidos. Éramos un equipo interdisciplinario.
El correo oficial comenzó a llenarse de “colaboraciones”. Estrenamos el filtro, había suficiente material para escoger, era una ventaja para la calidad y una desventaja para el trabajo. Tocó poner orden, asignar tareas, abrir una cuenta de ahorros y nombrar al patrón. Desde esos números iniciales hasta hoy han pasado más de cuatrocientos artistas, mecanógrafos, rebuscadores, ilustres, varados, contratistas, colados y anónimos por estas páginas. Lectores todos, con ánimo y generosidad para gastar su tiempo y su talento en UC, casi siempre a cambio de solo unas copas o unas copias.
En 2008 llegaron a Medellín 75 mil turistas extranjeros. El año pasado un poco más de un 1 300 000 visitantes con pasaporte pasaron por estos patios. Sin darnos mucha cuenta tenemos una ciudad muy distinta, con líos y dolores similares, con preocupaciones distintas, muchas veces con las mismas historias en las mismas laderas y, otras tantas, con cuentos que todavía no entendemos. El Centro, nuestra primera inspiración, sigue siendo una mácula atractiva, siempre nueva, la gran ruleta de la ciudad de los azares. Ahí se cuentan los rollos más bravos y están los peores filos. Ahí está la vida en las aceras. Este año algo más del diez por ciento de las víctimas de homicidio en la ciudad serán habitantes de calle. UC sigue mirando al Centro, su hogar, es su obligación.
Desde el antro y la barra del bar seguiremos ejerciendo, intentando que los quince inspiren los despistes, los primeros permisos y las alucinaciones de la adolescencia. Aunque un periódico criado en un bar tiene más años de los que dice la fecha de su primer número, historias nunca contadas, promesas incumplidas, faltas de asistencia, incapacidades. Así nos hemos malcriado. Trabajamos más despacio, circulamos con menos frecuencia, aplazamos más tareas. Pero cualquier cosa menos llantos, estamos para brindar por todas las veces que hemos subido y bajado las escalas del antro de redacción. Salud por todos los lectores, por quienes han publicado aquí siempre con alegría y largueza, por cariño a este emprendimiento bien prendido. Celebremos los quince: donde hay fiesta, hay viaje.