Archivo restaurado
Este texto hace parte del libro Jugando en casa. Historias de cancha, hazañas de tribuna, coeditado con la Subsecretaría de Ciudadanía Cultural de Medellín.
Enero de 2017
Este texto hace parte del libro Jugando en casa. Historias de cancha, hazañas de tribuna, coeditado con la Subsecretaría de Ciudadanía Cultural de Medellín.
Enero de 2017
Por DAVID E. GUZMÁN
Cuarenta años sin quedar campeón del torneo colombiano hacían de 1998 un año difícil para el Deportivo Independiente Medellín. El escudo del Poderoso se había acostumbrado a lucir dos viejas y solitarias estrellas, un recuerdo en sepia que solo existía en la memoria de los abuelos. Mientras la hinchada rival crecía como una plaga, golosa de copas, las nuevas camadas de aficionados rojos no sabían lo que era dar una vuelta olímpica. Desde que Nacional ganó la Libertadores del 89 la sensación era que el verde aumentaba desmesuradamente sus hinchas a costillas del equipo del pueblo, que de alguna manera los perdía: unos abandonaban desilusionados el estadio, otros se enclaustraban esperando que la maldición terminara para salir de sus escondites y desahogar el grito de campeón. Atrás habían quedado las postales de los clásicos con el estadio colmado de hinchas rojos. Los verdes ya eran mayoría y se la tenían montada a los hinchas del DIM. “Este año sí”, prometían. Era cuestión de resistencia.
El país vivía un ambiente futbolero especial, la selección Colombia se preparaba para jugar su tercer mundial consecutivo y los equipos se alistaban para afrontar una nueva Copa Mustang, nombre del campeonato en ese entonces. El DIM, empecinado en llevarse el título, armó un equipo de lujo: Giovanni Hernández, los mundialistas Tren Valencia y Wilson Pérez, el arquero paraguayo Jorge Battaglia, John Mario Ramírez y el Pánzer Carvajal eran parte de la plantilla dirigida por el Pecoso Castro. También sonaba el Pampa Biaggio para reforzar el ataque.
La hinchada se ilusionaba una vez más con la añorada estrella. Entre las barras se destacaba la Putería Roja, creada en 1989. Su bandera gigante, sus bombos, sus viajes a otras ciudades, saltar y apoyar todo el partido la hacían decana de las barras en Colombia. Sus cánticos novedosos salían de un casete de folclor de barras argentinas que les obsequió el Pájaro Juárez cuando jugaba en el rojo. “Esta es la barra / de la tribuna / la que canta y grita / como ninguna”.
Desde inicios de los noventa el auge de la televisión por cable y la llegada de internet, aunque el acceso aún no era masivo, acercaron la cultura del barrismo argentino y europeo a nuestro entorno. Las barras crecieron con el imaginario de generar hinchadas de aguante como las argentinas, que veían el partido de pie y alentaban los noventa minutos. Así era la Putería, que en 1998 llevaba ocho años firme aunque ya había sufrido sus primeras disidencias. Ira Roja y Pasión Roja, ubicadas en Sur y Norte respectivamente, surgieron de esa fragmentación y también estaban al pie del cañón para la campaña del 98.
Javier Barajas era uno de los hinchas que iba al estadio por esa época. Había empezado a acompañar al Medellín en 1984 y recuerda cuando, cinco años después, fundaron la Putería. Desde Oriental Baja veía irrumpir a sus integrantes, que subían corriendo con las banderas. Con la agilidad de sus doce años se trepaba como un gato a Oriental Alta para meterse a la barra. “Cogí una falda roja que tenía mi mamá, recogí plata para comprar un pedazo de tela azul y con un tuvo de PVC que me robé hice una bandera pequeñita, me subí pa la Putería y empecé a correr con esos manes”, cuenta Javier.
La Copa Mustang del 98 empezó para el DIM el primero de febrero con un 0-0 frente a Envigado en casa. En ese momento Javier ya hacía parte de la Ira Roja. A la tribuna Sur, pero solo como un hongo, también asistía Luis Felipe Botero, quien ese año llegaría a la mayoría de edad, mientras Nicolás Solórzano, que a finales de los ochenta fue mascotica del Medellín y en los himnos se paraba entre la Pelusa Pérez y el Petiso Zárate, permanecía en la Putería encargado de tocar uno de los bombos.
Hasta la séptima fecha tuvieron que esperar los hinchas para disfrutar una victoria en casa. Ese día debutó el nuevo refuerzo extranjero, que finalmente no fue el Pampa Biaggio sino un tipo llamado Héctor Núñez, de quien no se sabía si era paraguayo o argentino. Para muchos la contratación del delantero, nacido en Buenos Aires pero formado en Cerro Porteño, era un “tapao”. Esa tarde el DIM le ganó al Quindío 2-0 con goles de Whittingham y Giovanni.
El torneo avanzaba y el DIM jugaba cada vez mejor: con Giovanni, el Tren y Núñez tenía magia, potencia y gol. En mayo le clavaron un 3-0 al Nacional. “Hacía rato no tocaban tan bien el balón”, “están recuperando el espectáculo en los estadios”, “la sensación del torneo”, decía la prensa deportiva. Y la hinchada que gozaba en el Atanasio, además del entusiasmo, comenzaba a experimentar una evolución. El desgaste de las barras tradicionales, las disidencias y la inconformidad de algunos hinchas fueron el germen para algo que ya era inevitable: la creación de una barra verdaderamente popular. “En Sur empecé a conocer gente que veía regularmente, entre ellos a Juan José Gallo. Internet estaba cogiendo ventaja, el uso de correos, mensajería instantánea, Messenger, chats, por ahí empezamos a hablar de hacer algo”, cuenta Luis Felipe, a quien le dicen el Mello. Su hermano mellizo es hincha de Nacional y en esa época era uno de los líderes de la barra verde. Los hermanitos Botero salieron de equipos distintos porque en una Navidad un tío les dio dos regalos sin tarjeta: los uniformes del DIM y el Nacional. Quién defendería la colorada y quién la piyama lo decidiría el azar.
El Mello rojo reconoce que Los del Sur les estaban metiendo presión pero ya entre algunos hinchas se decía que era hora de despertar la hinchada. De esos días Barajas recuerda una pelea determinante que hubo en un clásico entre Ira Roja, que se hacía en la grada de arriba, y los sureños, situados abajo. Probablemente fue la última vez que barras rivales compartieron tribuna en un clásico. “Algo pasó con un moreno fastidioso que tocaba el tambor de ellos y nos agarramos, les tiramos un bombo”, recuerda Javier, que emigró a Norte. “La visión era siempre la popular, del pueblo y para el pueblo, éramos diez peludos, al otro partido, veinte, y despegó”.
Los que serían los fundadores de una nueva barra se citaron en la tribuna Norte el domingo 20 de septiembre, en el partido DIM-Tolima. Casualmente ese día se registró la peor asistencia del Medellín en lo que iba de temporada. “Caímos unas quince personas a hacer presencia, a luchar por una causa que era recuperar la hinchada roja, porque la hinchada roja no estaba muerta, estaba dormida”, dice Nicolás, la exmascotica.
El Mello, que siempre iba a Sur, se pasó para Norte a partir de ese partido. Se sentó en la parte alta de la tribuna con Nicolás. “Solo se habló al final del partido, no hubo una bandera, ni siquiera un grupo de personas cantando, no, simplemente unas conversaciones donde decíamos que nos encontráramos dentro de ocho días para empezar a armar un cuento popular”.
El 27 de septiembre de 1998 nació la barra más grande que ha tenido el Poderoso. El primer gol que cantaron fue de John Mario Ramírez y el segundo del Tren Valencia, que llegaba con ese tanto a su gol cien en Colombia. A los ocho minutos el DIM ganaba 2-0 pero en el segundo tiempo Once Caldas, líder del torneo, empató y aguó la tarde. Así el equipo ponía a prueba a su naciente barra. Los primeros trapos que sacaron fueron pintados a mano. “Compramos costales metriaos en El Hueco y con pintura de zócalo hicimos tres pancartas”, cuenta Barajas. Dos de los trapos decían “Medallo: rock, alcohol y pogo”, con una equis en la o de Medallo, y “Sensación alucinógena”.
Para dar a conocer la iniciativa, Barajas preparó un volante con un escudito del DIM: “…Cada miércoles y domingo asiste a la popular (Norte) que con cánticos y bengalas te vamos a acompañar. Únete a nosotros y hagamos más grande este sentimiento…”. Lo fotocopiaron y lo distribuyeron en las afueras del Coloso de la 74. Poco a poco llegaron grupos de hinchas, punkeros, rockeros, profesionales, desertores de barras, peladitos que apenas descubrían el mundo del estadio.
“Esto se formó con mucha filosofía interna, pensamientos de gente que pensaba bacano, no fue de la noche a la mañana, se estructuró bien, todo era contestatario, fuerte”, relata Nicolás. Entre los primeros miembros había otros “ideólogos”, como Sebas, el de Tres de Corazón, o algunos amigos de Barajas de la de Antioquia, como Juan David Arboleda, que tomaba fotos desde la pista atlética, o Rafael González, un periodista con una conexión muy fuerte con la cultura y el fulbo argentino. También estaban Mario Valencia, creador del famoso trapo “Juramos vencer” que no les gustó a los paras, y Chispas, un punkero de vieja guardia, la persona que le acertó al nombre de la barra: Resistencia.
Otros nombres que sonaron, La Independiente y Los de Abajo, no eran tan contundentes. “Un día nos reunimos en la casa de Chispas en La Milagrosa, que cómo le vamos a poner a la barra, y el man, ‘los hinchas de Medellín resistimos todo el tiempo, somos un equipo sufrido, somos la resistencia’, ahí empecé a diseñar y nació lo de las equis”, cuenta Javier, “¿y por qué con equis?”, le preguntaron, “esto no es un curso de español”, respondió. “Teníamos un pensamiento izquierdoso, las equis tachan y estamos tachando esos malos hinchas que nos hicieron rodar por todo el estadio porque eran unos mercenarios que se lucraban de las barras, con las equis mostrábamos que éramos diferentes”.
En el partido nocturno del 7 de octubre entre DIM (2) y Huila (0) espantaban en el Atanasio. Las tribunas lucían desoladas por la protesta de la hinchada contra la decisión de las directivas de no contar más con el Pecoso Castro, a pesar de ir cuarto con 67 puntos, ni con John Mario Ramírez, Jorge Battaglia y Héctor Núñez. De esa situación, el Mello recuerda que la barra le manifestó al presidente su desacuerdo: “Nosotros nos metíamos duro con el equipo, teníamos un diálogo directo con Mario de J. Valderrama, él nos abría espacio en su agenda, una vez fue a una reunión en el Obelisco y nos habló a los veinte hinchas que habíamos”. Óscar Aristizábal llegó como DT y la presión de los medios, pero sobre todo de la hinchada, fue determinante para que reintegraran a Núñez. Nueve horas estuvo por fuera del equipo.
Por esos días distribuyeron otro volante, ya con el nombre de la barra. La idea era convocar pero también aclarar que eran un nuevo proyecto. Algunos apartes decían así: “La Rexixtenxia Norte no quiere ser una barra, quiere ser una nueva alternativa para los hinchas que deseamos desbordar todo el delirio que hemos tenido reprimido durante años (…) debe quedar claro: no somos Ira, no somos Pasión, somos Rexixtenxia Norte”. La barra se oponía a la publicidad en camisetas, banderas y pancartas, a pertenecer a cualquier asociación, a establecer jerarquías y elegir presidente. “Igualdad total en cada uno de sus integrantes”, decía el volante, que cerraba con una frase de Barajas: “No somos moda, somos un sentimiento”.
Tras lo ocurrido con las directivas, Núñez fue figura estelar en el siguiente partido, victoria 3-2 ante Tuluá. El romance del nueve con la afición poderosa se fortalecía en cada juego. El 14 de octubre la Rexixtenxia vivió su primer clásico y el equipo volvió a ponerlos a prueba: después de ir ganando 2-0 con goles de Núñez y el Tren, el verde remontó y ganó 3-2. Herido, a la siguiente fecha despedazó 4-0 al América. En uno de los goles Núñez fue hasta la malla de Norte y un par de hinchas se treparon y lo abrazaron. En el siguiente partido, 3-1 al Tolima, Núñez hizo lo mismo pero esta vez la baranda no resistió la avalancha de gol y cedió. Aglomerados y sin nada que los atajara, veinte hinchas cayeron al foso. No hubo heridos de gravedad pero la caída salió en los medios y en algunos noticieros mencionaron a la Rexixtenxia. “Al otro partido llegamos y eso se triplicó, no cabíamos en ese pedacito donde nos hacíamos, eso nos dio publicidad y la gente se sintió respaldada”, recuerda Nico.
La Rexixtenxia nació en la parte baja de la tribuna, hacia Preferencia, y se esparció por toda la Norte. Para comprar los rollos y la parafernalia, pasaban recogiendo plata en un sombrero, hacían rifas y los que podían se metían la mano al dril. “Éramos innovando todo el tiempo, planeábamos, nos poníamos metas, en este clásico vamos a hacer los que más rollos tiremos, cosas que nos caracterizaban”, dice el Mello. Al estilo de La Doce, la barra brava de Boca Juniors, la Rexixtenxia se escondía en los descansos de las escalas y cuando el partido ya había tenido sus primeros sustos y la gente extrañaba su algarabía, aparecía el carnaval con sus bombos y su olor a cerveza.
Sebastián Arango, otro hincha rojo estudiante de Eafit, iba a Preferencia con un tío en ese 98. No olvida que cuando era pelado se separaba de su acudiente para meterse a la Putería hasta que en un clásico los del Escándalo Verde lo descalabraron con una moneda de cinco de las grandes. En el partido DIM (2) vs. Unicosta (0) del 28 de octubre vio el movimiento en Norte y no volvió con el tío. Se convirtió en rexixtente puro y duro. “Eso era gente de negro, de cresta, era la juventud unida de diferentes géneros, clases sociales, había gente de toda clase, había hinchas más pelaítos que uno, los recogíamos en unas casas por allá, muy pobres, y sacaban tacos, recámaras, con ellos rayábamos por todo lado, grafitis fue lo que hicimos”, declara Sebastián, más conocido en estos ámbitos como el Burro.
La variedad de influencias se manifestaba en los cánticos: unos tenían ritmo militar de hooligan inglés, otros pedían poner más huevo y no faltaban los tradicionales, “¡Y dale rojo dale!” o “Te quiero rooojo, te quiero rooojo”. “El punk rock fue fundamental en la barra, estaban muy de moda 2 minutos, Attaque 77”, recuerda el Mello. Eran comunes trapos de Gene Simmons, Rolling Stones, el Che Guevara, el macho cabrío, el Guasón, una calavera bufona o el nombre del combo, como Patrulla Norte, el del Burro, Nico, el Mello y sus panas. Las eses y las ces fueron desterradas y reemplazadas, sin excepción, por las equis, y las tiras que adornaban la tribuna, cruzadas para que también mostraran esa forma.
El primer frente, en letras negras con filete blanco, fue estrenado en el clásico del 8 de noviembre, 1-1 con gol del ídolo argentino. A la salida se armó el primero de muchos tropeles que vendrían en los años siguientes entre la Rexixtenxia y Los del Sur. El panorama futbolero en la ciudad cambió a partir de ese momento. Las familias se fueron del estadio y la policía y el Esmad empezaron a hacer parte del show.
Los trapos, las banderas y luego los extintores se convirtieron en trofeos para las hinchadas. Emboscadas, robos, bonches y venganzas hacían parte de la dinámica. “Antes uno decía soy hincha del Medellín, ah listo, pero llegaron las barras y ya te blindabas en ellas. Uno marcaba RXN, el otro tachaba y ponía LDS, y así empezaban las rivalidades por el territorio”, dice Nico. La batalla campal que se desató en el clásico fue tremenda, épica, con correteos en las afueras, puños, voleo de rocas, quebrazón de vitrinas. Para Nico de ahí en adelante todos los clásicos se volvieron malucos, “crecieron las barras y proporcional vino la violencia”.
Cinco días después del incidente, la RXN sacó el comunicado oficial 001, escrito por el Mello. Este fragmento resume el espíritu de la carta: “Somos conscientes que por medio de la violencia no vamos a conseguir nada, pero hay momentos que ante tantas provocaciones, la cordura queda a un lado y surge una reacción inesperada; ya con cabeza fría nos hemos dado cuenta que lo único que exigimos en nuestra propuesta es respeto”. Sobre las treguas que pidieron algunas barras de Nacional, la RXN dijo: “Somos un grupo de muchachos estudiantes que lo único que quiere es divertirse alentando al equipo y que nunca se nos había pasado por la cabeza que estábamos metidos en medio de una guerra, para ir a firmar convenios o armisticios de algo que desconocemos, con personas que no conocemos y que mucho menos consideramos nuestros enemigos”.
Por esos días Barajas redactó otro comunicado dirigido a los nuevos integrantes que parecían no conocer la filosofía de la RXN: unir la hinchada, rescatar al hincha joven, defender la divisa escarlata, demostrar que las juventudes rojas estaban vivas. A medida que crecía, la barra se insinuaba como una masa inmanejable, un caldo de cultivo para la delincuencia y el vandalismo. “Actos violentos no queremos, ese no es el fin de la Rexixtenxia Norte, no queremos lamentar una desgracia mayor. En el último altercado hasta disparos se escucharon (…) nuestro mayor deseo es un cambio de su actitud y si no se sienten capaces de cambiar, los invitamos a que abandonen nuestras filas, porque ser Rexixtente no es lo que ustedes pensaron, estaban equivocados”.
El DIM clasificó a las semifinales del 98 y para disputar la estrella debía ganar el grupo A, con Santa Fe, Quindío y Once Caldas. Los partidos en Manizales y Armenia eran una tentación. La primera excursión fue a la Perla del Ruiz para el inicio del cuadrangular. “Habíamos recogido plata pero no alcanzamos, entonces Núñez regaló un bus, el Tren otro, fue una farra en esos buses”, cuenta Nico. El ambiente fue de fiesta total, se pusieron de ruana el Palogrande y aplicaron el popular truco de la sal de nitro con azúcar y fuego, mezcla que genera una llamarada roja y un humero impresionante. El cotejo quedó 1-0 a favor del local con un gol pendejo: “Hubo un saque de arco de Once, el balón pibotió en el área, bañó a Viáfara, el arquero, y Congo lo metió. Nos devolvimos aburridos pero también contentos porque teníamos la meta cumplida, un grupo de gente que iba al estadio y el primer viaje en cuestión de dos meses”, dice Nico.
El segundo viaje de la barra, a Armenia, terminó mal, el equipo perdió 4-1 y hubo peleas entre hinchada roja, aficionados del Quindío y la policía. El fenómeno de las barras bravas se estaba acentuando en Colombia y el tema empezaba a preocupar a la opinión pública y a las autoridades de la ciudad.
El DIM llegó con vida a la última fecha y aunque venció a Santa Fe 3-2 en Bogotá, el finalista fue el Once. La estrella se escapaba una vez más pero la resistencia de los hinchas se vería recompensada con los deliciosos triunfos de la década siguiente. Vendrían títulos y también tiempos lamentables donde la violencia y el juego sucio penetrarían las entrañas de la tribuna. Barajas, el Mello, Nico, el Burro y muchos otros fueron dejando de hacer parte del núcleo de la barra y las nuevas generaciones asumieron una nueva realidad en la que el trabajo social sería fundamental para llegar a lo que hoy es la Rexixtenxia Norte. 1998 era un año para que equipo e hinchada quedaran campeones pero solo esta lo logró.
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