El miércoles de la semana pasada le comenté a mi amigo que definitivamente yo no sé ver cine (me pierdo los diálogos, no escucho la música, me aburro fácil) y que le había puesto fin a mis años de pretensiones cinéfilas; lo que pasa en una sala de cine rara vez es más interesante para mí que fumarme un cigarrillo. Ese miércoles yo no sabía que al otro día iba a ver Un poeta (dos veces seguidas, en mi computador) ni que el viernes iba a conversar con Simón Mesa, el director de la película que se estrenó el 28 de agosto en Colombia. Lo aclaro por transparencia con el lector: no soy un experto en cine. Pero Simón me contó que Un poeta (2025) no se hizo para satisfacer la industria, que lo que hizo fue jugar con lo popular, con el humor, con los clichés, para contar una historia que le permitiera cumplir sus caprichos creativos de la forma más sincera.
La videollamada comenzó muy puntual, en Medellín eran las cinco de la tarde. Apareció Simón en la pantalla, saludó y con un sorbo de café pasó el último bocado de algo hojaldrado. Era su desayuno, estaba en Melbourne (hay quince horas de diferencia), sentado en lo que parecía el lobby de un hotel. Le propuse a Simón no hacer muchos adelantos de lo que pasa en la película y estuvo de acuerdo. Primero hablamos del humor que atraviesa las dos horas de película y que el equipo de comunicaciones ha destacado en las piezas promocionales.
EMMANUEL VILLA: Simón, hay chistes que son muy de nicho. Uno de los chistes, por ejemplo, lo pude entender porque alguna vez estudié en la UdeA. ¿Cómo los han recibido en otros lugares?
SIMÓN MESA: Ese chiste es solo para la gente de Medellín, pero me ha sorprendido que en otros lados la gente se ríe porque para cualquier persona es gracioso lo que dice. Me interesaba jugar con lo local y lo universal, encontrar una imparcialidad, y la gente se ríe aun sin conocer la referencia. En Colombia, por ejemplo, mucha gente no sabe quién es José Asunción Silva [el poeta ídolo del protagonista de la película], a pesar de que está en un billete.
E.V: Al protagonista, Oscar Restrepo, uno le nota sus propias afectaciones, se le ven las costuras, es un personaje incómodo de ver y charro al mismo tiempo. ¿A vos te caería bien ese man?
S.M: Yo no haría una película sobre un personaje que no me caiga bien. Mira, en mi familia hay una oveja negra, mi tío. Él siempre fue un loquito. A veces uno pensaba “qué pereza, ya me tengo que quedar hablando con este man”, había personas que no lo querían, otras que sí, pero era muy noble, es muy noble. Muchas cosas de Óscar son de mi tío.
A Óscar no lo va a querer necesariamente mucha gente, pero cuando uno hace cine tiene que empatizar con el personaje y entenderlo. Yo he tendido a contar historias que no le entregan a la audiencia el personaje que quieren ver o con el que les gustaría empatizar, pero es increíble lo que la gente ama a este poeta. Aquí en Melbourne me sorprendió la universalidad de algo tan personal.
E.V: Es un personaje con el que no me tomaría una pola, pero me gustaría que estuviera en la mesa del lado. Óscar se ha convencido de que es un poeta pero todas las confirmaciones que puede tener de serlo se muestran adversas ¿Cómo te planteaste esa contrariedad?
S.M: Yo pensaba en mí, pensaba en exorcizarme a mí mismo. A veces uno hace un cine más complaciente que lo que uno quisiera hacer, comienza con algo muy noble y muy bello y se convierte en algo diferente a lo que quería. Me asusta entrar al mundo del arte y hacer parte de esa maquinaria capitalista, esa cosa grande. En el cine uno termina jugando ese juego y a mí no me gusta, lo rechazaba, y quise hacerlo parte de la película.
El universo de los poetas me parecía muy interesante para retratar ese mundo del arte. Son el tipo de gente con la que a uno le da pereza hablar, son rimbombantes, como Rimbaud. Es un mundo que hace de lo social un producto.
Cuando estábamos vendiendo el proyecto, lo veían como un cliché. Creían que era un poeta sufrido, no entendían bien la comedia. Yo no quería que hubiera muchos poemas ni idealizar al poeta ni su poesía. El personaje también se basa en algunos profesores que tuve en la UdeA que intentaron hacer cine y nunca lo lograron, que llegaban borrachos a clase, que vivieron la juventud en los noventa, medio bohemios. A mí me daba miedo convertirme en ese tipo de hombre que vive del pasado y está en contra de las cosas.
Por eso mantuve la idea de encontrar la luz, que el poeta pudiera encontrar la luz verdadera, que está aunque pasen muchos años y uno se vuelva parte del mercado. Uno todavía encuentra luz y belleza.
E.V: La forma en la que se vinculan los personajes es diferente, sin embargo Oscar no se escapa del cliché, lo mismo pasa con Yurladis (la estudiante descubierta). Están dentro de unos arquetipos…
S.M: La película juega con el cliché todo el tiempo. La historia es sobre un poeta, Oscar, y Yurladi era la forma de confrontarlo, de contar lo que yo quería sobre el arte. La historia enfrenta al artista con el entorno, que es Medellín o cualquier ciudad donde pase lo mismo. Para mí son simplemente personajes que habitan la ciudad: el profesor que vive en las torres de Bomboná, la estudiante que vive en Manrique. Yo necesitaba que ella estuviera en ese universo para contar lo que quería contar. Nunca tuve restricciones en cuanto a lo que los otros pudieran decir.
EV: Es lo que decías antes de no hacer un cine tan complaciente…
S.M: Es que también estaba lo popular. La gente, generalmente, rechaza lo popular, sobre todo cuando consume arte. Es muy bello cuando converge algo que artísticamente es muy poderoso y que es popular al mismo tiempo, como la cumbia o el vallenato, que tocan a un montón de personas y cuando uno escucha con atención las canciones tienen unos valores artísticos increíbles. En la película jugué con la idiosincrasia, con los lugares comunes, con el humor. Eso también es acercarse a la gente. Acá en Australia muchas personas no están al tanto de lo que es el cine independiente, pero saben que hay película colombiana que los va a hacer reír y van a los teatros como si viniera Silvestre Dangond, solo les falta sacar banderas. Yo quería hacer algo que se saliera de la burbuja del arte.
E.V: Y se nota en la película. El arte no está sólo en los museos ni en los libros impresos ni en las salas de cine. ¿Cómo distinguimos dónde está la poesía?
S.M: La película no era precisamente sobre la poesía…
E.V: Sí, me refiero a que no en todos los libros hay literatura, ni toda pintura es una obra de arte, ni en todos los poemas hay poesía…
S.M: Es relativo. Cada experiencia es única e individual. Yo quiero creer que aunque uno haga una cosa que esté mal, también es importante, y ahí hay poesía. Si uno dice que algo está bien es porque lo otro está mal. Yo creo que las dos tienen que estar bien, aunque una esté mal. Hay películas que son muy regulares, otras buenas, pero todas son películas. ¿Quién soy yo para decir esto es una película y esta otra no? No me gusta pensar dónde está la poesía. Cada quien en su proceso encuentra lo que hace bien o mal.
Yo me quiero reír precisamente de eso, pero no voy juzgar a nadie que intente caminos que yo considere que no son correctos e intente hacer poesía.
E.V: Es importante ser fiel a lo que se quiere hacer, aunque técnicamente no se haga de la mejor manera…
S.M: Exacto. Yo era tan apasionado con el cine que pensaba “yo debería hacer ese corto y no otra persona: yo lo haría mejor”. Eso es arrogante de mi parte. La gente que intenta hacer una película y le cuesta más no es menos que yo.
E.V: Ahora hablemos del fracaso. El poeta que tiene tanto de vos en algún momento se siente fracasado. Antes dijiste que no querías ser una persona que vive en el pasado, ¿eso para vos es el fracaso?
S.M: Yo me sentía como el poeta. Hasta hace relativamente poco tiempo viví con mi mamá. Siempre me dedicaba a usar lo poquito que ganaba en hacer una película y no en pagar un arriendo. Yo intentaba hacer películas y no alcanzaba una estabilidad económica. Eso para mí representaba un fracaso. Pero no era tanto como fracasar: eran momentos de contemplar el fracaso, épocas de sentirlo.
E.V: Y si eso no hubiera pasado no estarías ahora donde estás…
S.M: Entonces tenía un mantra que era: no lograr algo está bien. Uno se obsesiona con algo y siente que si no lo logra la vida se va a la mierda. Y pensé en cómo dejar a un lado esa obsesión. Entonces dije que lo único que me importa es estar tranquilo, disfrutar hacer lo que se haga aunque no tenga la reacción que se espera.
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Quizás lo que quiere la industria es directores que propongan películas desobedientes a la industria. En los primeros días en las carteleras de Colombia, Un poeta ha tenido asistencia masiva; en Melbourne recibió el Bright Horizons Award y antes había ganado en Cannes el premio del jurado dentro de la selección Una cierta mirada. La película, además, será proyectada en el circuito mundial luego de ser seleccionada en el festival de cine de Toronto.
Cuando Simón era más jóven buscaba en internet las biografías de sus ídolos y miraba las edades en las que habían filmado sus obras maestras. Algunos alcanzaban la cima a los 24 años, otros a los 50. A Simón le llegó, a sus 39 años, el reconocimiento que tanto lo obsesionaba.
S.M: Es bueno obsesionarse porque quizás se puede lograr algo bueno, pero es peligroso cuando uno va envejeciendo. Yo he sido muy obsesivo con el cine. Está en mi cabeza siempre. He tenido que aprender a sacarlo de mi cabeza. Hay que vivir en paz con uno.