En un siglo donde en las destartaladas escuelas republicanas, que a veces servían de cuartel, enseñaban la urbanidad de Carreño y el catecismo de Astete, a dos niños les fue truncada su infancia. Mientras en público la sociedad y la Iglesia exaltaban a la niñez y la comparaban con la Niña María y el Niño Jesús, de puertas para adentro muchos niños lidiaban con adultos cargados de violencias recicladas que terminaban por cobrar a sus propios hijos sus traumas y decepciones.
“Ciruelas” de una infancia perdida
Medellín, 1884
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por FELIPE OSORIO VERGARA • Ilustración de Tobías Arboleda
“Voz de un alma que sueña / plegaria nunca oída / quizá en su propia pequeñez perdida”.
Agripina Montes del Valle en A Dios.
Eran las ocho de la mañana y se había acabado el agua que se almacenaba en la tinaja. Salomé Estrada, la matrona de la casa, entregó a su hija María del Socorro, de seis años, un recipiente de calabazo y le pidió que fuera a traer agua de la quebrada La Palencia. María del Socorro obedeció y salió de la vivienda, afincada en el Cuchillón del Contento, ladera centro oriental de Medellín, con dirección a la manga de don Modesto Molina, donde corría la quebrada. Al llegar a La Palencia llenó el calabazo y empezó a caminar de regreso a su casa. Era una ruta que conocía, pues varias veces había realizado ese mismo recorrido acarreando agua, pero esa vez sería diferente. Un par de pasos después apareció Melitón Ceballos, de doce años, y le ofreció unas ciruelas…
Un barrio de recién llegados
El Cuchillón del Contento corresponde al actual barrio Gerona, en Buenos Aires. A finales del siglo XIX era una zona salpicada de mangas, pantanos y humedales donde pastaba el ganado de algunas fincas de familias pudientes y se levantaban ranchitos de paja donde vivían sus trabajadores. Allí también habían empezado a llegar, a cuentagotas, personas del Oriente y Suroeste de Antioquia atraídas por el comercio de la Bella Villa y el tímido despunte de la industria; por citar un caso, Salomé, la madre de María del Socorro, era originaria de Titiribí. Así, El Contento era una zona habitada por personas de escasos recursos y señalada por las élites como un barrio “maluco” o peligroso. “El barrio El Contento no era ni barrio ni ‘contento’, sino un lugar tan triste que daba hasta miedo transitar por él […] y que tenía varios ranchos habitados por gente de mal gusto y hasta peligrosa”, recordaba en 1946 el escritor Carlos Escobar en su libro Medellín hace 60 años. Para rematar su mala fama, un poquito más arriba de El Cambray había una vieja casa de tapia con techo de teja donde en las noches sabatinas se reunían los obreros bajo cuatro candiles de sebo a bailar guabina, trovar, beber aguardiente o tapetusa de alambique y no eran escasas las veces que las borracheras terminaban en acaloradas peloteras, a las trompadas, voleando peinilla y hasta con puñaladas de chafarote.
Un contexto beligerante
Por su altura, cercanía al Centro de Medellín, y ruta hacia Santa Elena y por ende hacia Rionegro, El Contento era una zona estratégica desde donde se podía dominar la capital de Antioquia. Por eso, en 1879 tuvo lugar la batalla del Cuchillón, donde los conservadores se enfrentaron con las fuerzas del gobierno liberal, comandadas por Tomás Rengifo, resultando vencedoras estas últimas, lo que reafirmó la autoridad liberal y sofocó temporalmente la sublevación conservadora en Antioquia.
Pero es que los Estados Unidos de Colombia, que nacieron con la Constitución de Rionegro de 1863, estuvieron marcados por el constante enfrentamiento entre los liberales radicales y los conservadores y el clero que se oponían a su autoridad. De hecho, en ese contexto de ebullición fratricida, era común que se involucrara a los niños como combatientes de una u otra fuerza, como narró en 1884 en sus Reminiscencias Concha Ospina Vásquez, hija de Mariano Ospina, fundador del Partido Conservador: “Francisco, que apenas tenía nueve años, se escapó y se fue para El Poblado y allí cogió un caballo y se fue a alistar en el ejército”.
Por si fuera poco, para la época del caso, el germen de la guerra civil estaba brotando nuevamente sobre el país, con un nuevo enfrentamiento que llevaría a los conservadores y liberales moderados al poder, dando inicio al periodo de la Regeneración, apalancado en la Constitución de 1886.
Un niño de mala fama
Melitón había nacido en Medellín en mayo de 1872, una incipiente ciudad de treinta mil almas. Era hijo del matrimonio entre Ángel María Ceballos y Chiquinquirá Vasco, que trabajaban labrando tierra ajena y arriando ganado. Melitón no iba a la escuela, era analfabeta y se dedicaba a jornalear y recoger leña y boñiga en las fincas del sector, que era usada como fertilizante, material de construcción o para empañetar paredes. Todos los testigos que figuran en el expediente 14207 del Archivo Histórico Judicial de Medellín reiteraron la condición de “pobreza e ignorancia” en que la familia Ceballos Vasco estaba sumida. “Ceballos es un muchacho trabajador, muy ignorante, sin educación, e hijo de padres muy pobres e ignorantes también”, relataba José Alzate, habitante de El Cuchillón del Contento el 6 de octubre de 1884.
De pública voz se decía que Melitón era malo, deshonesto y pendenciero. “Es un muchacho peleador con los demás muchachos del vecindario”, afirmaba Adelaida Zapata, mientras que Manuel Antonio Jaramillo agregaba que “el citado Melitón Ceballos es terrible, peleador y perseguidor de las niñas para abusar de ellas”. Este último punto era la acusación más reiterativa que se decía de Melitón, pues casi todos los testigos aseguraban que era sistemático su comportamiento de asedio, persecución y abuso a las niñas más pequeñas.
Sobre esto, la señora Reyes Mesa sostenía que “hará como tres años […] que el citado Melitón Ceballos le hizo una propuesta deshonesta a una hijita mía que tendría ella unos cinco años, […] y le di la queja a Ángel y habiéndolo reprendido no volvió a intentar el abuso”. Por su parte, Anselmo Córdoba relataba que “hace como tres o cuatro años, estando mi hija Clara Rosa muy niña, fue llorando a la casa, y preguntada por qué lo hacía, dijo que Melitón la estaba molestando. […] y di queja a Ángel María Ceballos y este reprendió a su hijo”. Finalmente, Rosana Puerta, de nueve años, compareció junto a su abuela Gregoria para declarar que “iba para donde Adelaida Zapata a un mandado de su mamá Inés (ya finada), y se encontró con Melitón Ceballos, el cual sin decirle nada la cogió de la cintura y la tumbó, pero que ella lo cogió pronto a él y lo tumbó en una cañada y salió corriendo, entonces Ceballos le dijo: ‘maldita condenada’. […] Y que cuando se quedaba sola en su casa, el dicho Ceballos iba a molestarla y le decía que, si no le abría la puerta, la mataba”.
Desde hacía tres o cuatro años ya había señales de la conducta de Melitón, es decir, desde que él tenía unos ocho o nueve años. Si bien no se puede descartar la presencia de trastornos de la personalidad como sociopatía o psicopatía, este asunto deja entrever que, posiblemente, su crianza hubiera estado marcada por violencia e incluso abuso sexual. “Lo primero que empezamos a sospechar es probablemente la exposición a situaciones de violencia sexual. Hay muchos estudios que muestran que hay una correlación muy alta entre el abuso sexual infantil y la agresión sexual durante la adultez”, explica sobre el caso la psicóloga forense Nataly Olarte.
De hecho, la declarante María Longas, abuela paterna de María del Socorro, describe un punto central: Melitón era muy alejado y “abandonado” de su padre, lo que deja sobre la mesa que, quizá, el maltrato proviniera de Ángel Ceballos. “Los adultos desataban su ira sobre los niños a manera de chivos expiatorios. Ellos padecían la agresión que el adulto había recibido y no había podido impedir. […] Los niños eran el último eslabón de una cadena de agresiones y al no poder expresar este odio, lo descargaban en sus hermanos menores y en los niños más pequeños”, argumentan las historiadoras Cecilia Muñoz y Ximena Pachón en La niñez en el siglo XX.
Portada del expediente. Archivo Histórico Judicial de Medellín, documento 14207.
Las “ciruelas”
La mañana del sábado 4 de octubre de 1884 Melitón estaba recogiendo boñiga en la manga de don Modesto Molina, quien fuera pionero del transporte público en Medellín y uno de los fundadores del barrio Buenos Aires. Allí lo acompañaba José Alzate, quien recogía el cagajón y enviaba a Melitón con la carga para que la guardara en su casa, a unos quince minutos caminando. “Como a las ocho de la mañana lo despaché con otro viaje […], y esta vez se demoró mucho, pues no volvió sino como a las diez. Y habiéndole preguntado por qué se había demorado tanto, me dijo que se había entrado a su casa a almorzar, porque tenía mucha fatiga”, narró Alzate.
Cuando Melitón Ceballos se devolvía de dejar la boñiga, se encontró en la quebrada con María del Socorro Longas, quien estaba recogiendo agua en un calabazo. “Véngase conmigo y le doy unas ciruelas”, le dijo él, pero ella se negó. Entonces, Melitón la tomó de los brazos y la alzó para que supuestamente viera las ciruelas, pero no había ninguna. “Después me tumbó y se me subió encima y me hizo mucha fuerza, y luego que me soltó me dijo que fuera todos los días para darme ciruelas”, relató María del Socorro, de seis años. Las lágrimas comenzaron a brotar como cascadas, y Melitón se ofreció a acompañarla de regreso a su casa. Caminaron juntos por el sendero de tierra, sin hablar, solo escuchándose los sollozos de ella.
Una vez divisada la casita de paja de María del Socorro, Melitón se devolvió y se alejó en el campo, mientras que ella corrió a los brazos de su madre y se destapó a llorar. “Noté que al llegar tenía manchas de sangre en el camisoncito, lo que me dio lugar a sospechas, y entré a examinarla en las partes genitales porque además la niña me dijo que se había chuzado con un palo. Y le hallé una lesión en la parte de los labios de la parte pudenda”, narró Salomé Estrada, madre de la niña.
Salomé no perdió tiempo. Ante la ausencia de su esposo Lisandro, que se encontraba fuera de Medellín, le contó lo sucedido a Antonio Jaramillo, vecino que estaba de visita y que podría servir, más adelante, como testigo. Después, se presentó con su hija al despacho de Alejandro Callejas, prefecto del departamento del Centro, donde interpuso la denuncia por fuerza y violencia contra Melitón Ceballos y dio siete nombres de habitantes del barrio que podrían fungir como testigos, toda vez que podrían dar cuenta del comportamiento de Melitón.
Cabe anotar que en aquella época el país se regía por un modelo federal que se dividía en estados soberanos. Cada estado contaba con un gobernador. A su vez, cada estado se dividía en departamentos que eran gobernados por prefectos. En 1880 el Estado Soberano de Antioquia se dividía en nueve departamentos, y el del Centro correspondía al valle de Aburrá más algunos municipios del Nordeste antioqueño.
Salomé, apersonada del caso, refleja una tendencia en la que son las madres las figuras de la familia que más sufren el abuso de sus hijas. “Las madres de las niñas abusadas se convierten en segundas víctimas porque empiezan a tener un montón de preguntas y de culpas: si yo no la hubiera dejado salir, si yo no hubiese dicho o hecho esto o lo otro”, explica la psicóloga Olarte. En esta línea, el testigo Juan María Sáenz describe que mientras pasaba por la casa de Salomé “vio que esta estaba llorando en la puerta […] y le preguntó por qué lloraba y le contestó: ‘¿cómo no he de llorar si soy tan desgraciada?’”. Y le dijo que ni se atrevía a contarle lo que le había sucedido a su hija. De este modo, por su papel de cuidadoras han sido las madres las que mayormente han cargado tristezas y culpas tras un abuso, mientras que históricamente los padres o hermanos han cargado el “deber” de limpiar el honor familiar y cobrar vindicta, como en casos bíblicos en los que Simeón y Leví vengaron la violación a su hermana Dina, y Absalón vengó la de su hermana Tamar.
La investigación
Tras recibir la denuncia de Salomé, el prefecto Callejas pidió a la niña Longas que relatara lo sucedido y ordenó hacer comparecer a los vecinos enumerados por Salomé. Además, convocó a dos peritos con el ánimo de que practicaran el reconocimiento físico a María del Socorro. Atendiendo a su llamado, el médico Ricardo Escobar revisó a la niña y concluyó que: “En los pequeños labios y alrededor de la entrada de la vagina hay ligeras laceraciones y rastros de sangre, señales de maniobras fuertes para verificar el coito, pero que indudablemente ni el miembro del individuo ni sus fuerzas serían bastantes para adelantar mucho en su intento. No podría asegurar si el hecho se consumó definitivamente, pero sí que hubo maniobras criminales sobre esta niña”. En este sentido, Andrés Posada, el otro médico perito, expuso que: “He encontrado señales de maltratamiento en la vulva, con ligera efusión de sangre que manifiestan tentativa de estupro; pero que no se realizó la desfloración”. Con base en lo concluido por los peritos, la tarde del sábado 4 de octubre de 1884 el prefecto Callejas ordenó recluir a Melitón “en calidad de detenido, el cual no podrá gozar del beneficio de excarcelación con fianza”.
El lunes 6 de octubre se llamó a indagatoria a Melitón, quien confirmó que el sábado 4 se encontraba recogiendo boñiga en compañía de José Alzate en una manga. Al preguntársele si había visto y cuánto tiempo había estado con María del Socorro Longas ese día, señaló que “estuve con ella mientras pañó [recogió] el agua y me vine, y que le dije que pañara el agua ligero y que se fuera”. Todas las demás preguntas formuladas por el prefecto fueron contestadas con un “no, señor”. De este modo, Melitón negó haber “abusado deshonestamente de ella”, negó convidarla a ciruelas, negó saber por qué ella había llegado con manchas de sangre a su casa y también negó haber “abusado de otras niñas del vecindario”.
Acto seguido, el prefecto citó dos peritos para examinar al joven. Ramón Arango determinó que: “Habiendo examinado el miembro viril de dicho joven le ha encontrado una ligera inflamación y desgarradura del frenillo, que en su concepto puede provenir de un acto carnal reciente y difícil, o de una maniobra cualquiera efectuada sobre el miembro”. En consonancia, el médico legista Andrés Posada confirmaba el dictamen anterior y agregaba que “se hace muy verosímil el que sea él quien intentó estuprar la niña”.
Aparte de la denuncia de Salomé, el relato de María del Socorro y la indagatoria a Melitón, el prefecto entrevistó once personas —cinco mujeres adultas, dos niñas y cuatro hombres—. Si bien ninguna fue testigo directo del hecho, pues cuando se ejecutó no había nadie en dicha manga, fueron tomados como testigos de oídas y la mayoría dieron cuenta de la “mala” conducta de Melitón y su sistemático comportamiento de persecución y abuso de las niñas del vecindario. A su vez, se averiguó al alcaide de la cárcel de Medellín si existía constancia de que Melitón hubiese estado en prisión, pero no se hallaron registros.
El 15 de octubre de 1884, el prefecto Alejandro Callejas pasó el sumario al Juzgado del Circuito en lo Criminal de Medellín para que lo enjuiciara bajo el artículo 641 del Código Penal del Estado Soberano de Antioquia: “El que abusare deshonestamente de un niño o de una niña, o de un impúber de cualquier sexo, será tenido por forzador en cualquier caso, y sufrirá la pena de siete a ocho años de presidio, con un mes de aislamiento”.
Cabe anotar que en los Estados Unidos de Colombia cada estado miembro de la federación tenía competencia para expedir sus propias leyes penales. En el caso del Estado Soberano de Antioquia, el Capítulo Segundo, Libro Segundo del Código Penal señalaba que eran excusables de ser juzgados los menores de siete años, mientras que a los mayores de siete y menores de diez y medio “no se les impondría la pena que para ese delito estuviera fijada, pero se prevendrá a sus padres o tutores para que cuiden darle educación y lo corrijan”. La única contemplación diferenciada para los mayores de diez y medio y menores de catorce años es que su pena sería de reclusión y no de presidio, es decir, que el condenado no estaría obligado a ejercer los trabajos establecidos en la cárcel. En ese sentido, por su edad de doce años Melitón podría recibir la pena del artículo 641, salvo que hasta cumplir catorce no sería obligado a trabajar en prisión.
En los vistos judiciales, César López, en nombre del Juzgado de Medellín, determinaba que: “Consta perfectamente establecido en este sumario que el día cuatro del presente mes fue forzada la niña María del Socorro Longas y se abusó de ella deshonestamente. […] Respecto a la persona responsable, tampoco queda la menor duda de que lo es Melitón Ceballos. […] El procesado no es reincidente, pero sí consta que ha estado siempre predispuesto a violar la ley en el sentido de que se procede hoy por lo que goza de mala fama. […] declárese con lugar a formación de causa contra Melitón Ceballos por el delito de fuerza y violencia […] el reo pasará del lugar de los detenidos al de los procesados”. Al informársele a Melitón, el 30 de octubre, este señaló que no intervendría en el juicio, y que en su lugar nombraba un defensor: Eleuterio Arango.
Como maniobra dilatoria y para desviar el objeto de la investigación, el defensor Arango pidió que se citara a Lisandro Posada, Antonio Jaramillo, Bentura Amador y José Valencia con miras a que declararan:
1) Si era verdad que Salomé Estrada, madre de María del Socorro, era enemiga de Ángel Ceballos, padre de Melitón.
2) Si les consta que la niña María del Socorro “es muy deshonesta, hasta el punto de cometer deshonestidades públicas con otros niños”.
Lisandro Posada compareció y afirmó, sin prueba alguna, que: “Es cierto que Salomé Estrada es enemiga de Ángel Ceballos. Es verdad que la niña María del Socorro Longas es muy deshonesta en términos de cometer deshonestidades públicamente con otros niños”. Después se presentó Antonio Jaramillo, quien reafirmó que Salomé era enemiga de Ángel, pero que “no ha visto a la niña cometer deshonestidades con otros niños ni le consta que sea deshonesta”. Bentura y José no se presentaron a declarar.
Terminado el periodo probatorio, el Juzgado del Circuito en lo Criminal de Medellín ordenó que se realizara el sorteo para elegir a los tres jurados que participarían del juicio a Melitón, pues vale resaltar que, en ese entonces, el Código Judicial del Estado de Antioquia admitía la presencia de jurados para “decidir sobre la existencia de ciertos hechos criminosos”. Y añadía en su artículo 1582 que “la calificación de los hechos, omisiones, resoluciones o designios que como delitos, culpas o tentativas sean punibles conforme a la legislación penal del Estado, corresponde al jurado, y la aplicación de la ley a los jueces del circuito”.
Finalmente, el 23 de diciembre de 1884 en la sala de juzgado y en presencia de Melitón, su defensor y el fiscal del circuito, el juez Manuel Molina tomó juramento a los tres jurados: Pedro Echeverri, Jorge Ángel y Eduardo Jaramillo. El cuestionario entregado por el juez constaba de tres preguntas:
1) ¿Se ha cometido el delito […] consistente en haber abusado deshonestamente con fuerza y violencia de la niña María del Socorro Longas […]?
2) ¿Melitón Ceballos es responsable de esta infracción?
3) ¿Melitón Ceballos es autor principal, cómplice, auxiliador o encubridor?
Las tres preguntas fueron contestadas con tinta negra, y reteñidas, con un certero “NO”. Y se remataba con un “no se ha cometido ningún delito”. Así, el juez Manuel Molina, anclándose en el veredicto del jurado y quizá lavándose también las manos a lo Pilatos sentenció: “En fuerza del veredicto que precede, administrando justicia en nombre del Estado y autoridad de la ley, el juzgado resuelve por terminado el procedimiento en esta causa contra Melitón Ceballos. Notifíquese y archívese”.
A pesar de las pruebas para fallar en contra de Melitón, lo más seguro es que en esa justicia de hombres para hombres, el jurado hubiera considerado que al conservarse la “virginidad” de María del Socorro, como anotaban los peritos, no se había producido delito alguno. En consecuencia, Melitón quedó absuelto y libre, y el caso cerrado, pero quedaron muchas incógnitas en el tintero.
María del Socorro bien pudo quedar con traumas que afectarían su manera de relacionarse en el futuro, mientras que en el corto plazo pudieron haberle asaltado trastornos de reacción representados en pesadillas, llanto y temores. Además, en una época donde el acompañamiento psicológico era inexistente, solo sabrá la historia si, al menos, su red de apoyo —encabezada por su madre Salomé— fue suficiente para brindarle herramientas de afrontamiento que hicieran menos traumático el recuerdo o pudieran, incluso, llevarlo a la nebulosa del olvido. Melitón, por su parte, a lo largo del expediente es demonizado y reducido únicamente al hecho que perpetró, pero lo cierto es que, aunque sea difícil de comprender, se perfila también como otra víctima: ¿por qué un niño desde sus ocho o nueve años tendría comportamientos de esta naturaleza? ¿No sería acaso que estaba replicando lo que veía o, quizá, sufría en su casa? ¿Será que Melitón era un eslabón más de una cadena de violencias que podían remontarse a un pasado ensombrecido de abuso y maltratos? Su conducta fue injustificable y merecía sanción, pero a él también le truncaron la niñez. En un siglo salpicado de guerras civiles, los adultos no solo les cambiaron los juguetes por las bayonetas a los niños, sino que también descargaron en ellos sus odios y fracasos, alimentando una cadena de violencia que se ha replicado generación tras generación: una espiral interminable de infancias perdidas.