El 22 de febrero de 1977 se cruzarían los destinos de dos almas atormentadas: Héctor Lavoe y Andrés Caicedo. Curiosamente, como si eso ya estuviera señalado, Héctor cumplía años el 30 de septiembre y Andrés un día antes, el 29 del mismo mes.
Ese martes 22, “el cantante de los cantantes” se presentaba por primera vez en Colombia, teniendo como sitio de estreno a Buenaventura, por donde entró la salsa a Cali, y Andrés Caicedo, por su parte, comenzaba su conteo regresivo al más allá: le quedaban apenas diez días de vida.
Como dijo su amigo Carlos Mayolo en los documentales Noche sin fortuna y Todo comenzó por el fin: “La muerte de Andrés Caicedo ya estaba planeada”. Tanto que el día anterior había renunciado a su trabajo de redactor en Nicholls, una agencia de publicidad, aduciendo este motivo kafkiano: “Soy de espíritu sufriente y toda redacción fallida entorpece mi pensamiento”.
Tras esa renuncia irrevocable solo le faltaba concretar dos puntos más para suicidarse: 1. Conocer a su ídolo, Héctor Lavoe. Y 2. Recibir el primer ejemplar de la que sería su única novela, ¡Que viva la música!, en la fecha pactada, 4 de marzo de 1977, día de su muerte.
Por eso, para lograr el punto 1, Andrés viajó de Cali a Buenaventura en compañía de su novia, Patricia Restrepo, a quien le escribiría una kilométrica carta justo antes de quitarse la vida, la cual inicia así: “Con el horror y la expectativa de que esta sea la última carta correspondiente al último día viviendo juntos, después de que a lo largo de dos años he alcanzado un grado de dependencia de tu cuerpo y de tu alma que difícilmente podría haber llegado a imaginar. Te estoy esperando, ya hice todas las vueltas de hoy”.
Antes del concierto, Héctor le consagró un ramo de rosas blancas a Changó, símbolo de la alegría de vivir, y le rezó hasta cuando su orquesta ya tocaba los primeros acordes de Calle Luna, Calle Sol, cuya sexta estrofa es la versión arrabalera de la renuncia de Andrés: “En los barrios de guapos no se vive tranquilo / Mide bien tus palabras o no vales ni un kilo”.
A medida que avanza la carta, Andrés se va desesperando cada vez más porque Patricia no llega y asume que lo abandonó para siempre. Están en el peor momento de su noviazgo, provocado por un escarceo homosexual con el poeta Harold Alvarado Tenorio: “Patricita, te lo suplico, por favor, créeme, el acto, los movimientos, los gestos que yo hice con HAT no fueron de homosexualismo, yo no soy homosexual. Se me fue contagiando su locura y lo que hice fue para probarle que yo podía hacer cosas mucho más chifladas, mucho más incoherentes, quería pasmarlo y confundirlo, y de hecho lo logré, y así me sentí bien”.
El coliseo de Buenaventura estaba tan abarrotado que, para descomprimir al público, tuvieron que abrir las puertas. Andrés estaba ubicado en la zona de periodistas, al parecer se había acreditado por el diario El Pueblo, donde era colaborador habitual.
Como si la carta en cuestión tuviera dotes telepáticas, Andrés escribe lo siguiente: “Patricita, vida mía, ¿dónde estás? Veo que te has llevado la plata que había en el escritorio. ¿Qué estás haciendo con ella?”. La respuesta a esa pregunta se encuentra en el documental Todo comenzó por el fin: Patricia estaba yendo a reclamar la foto que se habían tomado con Héctor Lavoe en el camerino del coliseo de Buenaventura, “me fui sin decirle nada para atormentarlo”.
Tras interpretar su éxito más reciente: Periódico de ayer, Héctor se despidió del público con el primer verso de Mi Buenaventura: “Gracias bello puerto del mar”. Curiosamente, luego del funeral, Periódico de ayer también fue la canción de despedida que sonó en el Teatro San Fernando antes de que proyectaran Los olvidados, última película que programó Andrés para el Cineclub de Cali. Patricia asistió a esa función, era la primera vez que iba sola, sin Andrés, había pasado la noche en vela y se quedó dormida, despertó en la escena de la muerte del Jaibo, el protagonista de la película.
Cuando Patricia llegó con la foto, Andrés ya estaba muy mal y le escupió estas últimas palabras: “Me acabo de tomar sesenta seconales, ojalá no se me estalle el cerebro”. Hizo una pausa agónica y le trasladó la culpa con este largo adiós: “Vos me mataste Patri”. Tenía 25 años y 156 días.
En el camerino, Héctor brindó con su ron favorito, Viejo de Caldas, y recibió a Andrés. ¿De qué hablaron? No se sabe a ciencia cierta, de ese momento solo queda la primera foto que acompaña este texto, de autor desconocido, con Héctor Lavoe entre Patricia Restrepo y un Andrés Caicedo muy sonriente, listo para partir al más allá en diez días, cuando le llegara el primer ejemplar de ¡Que viva la música!
Posdata 1: Una semana antes de morir, Andrés concedió su única entrevista televisiva, para un programa llamado Páginas de Colcultura, donde dijo, entre otras cosas, lo siguiente: “Se me hace que un libro tan excelente como La Vorágine puede ser ya perfectamente reemplazado por las canciones de Héctor Lavoe o de Richie Ray y Bobby Cruz”.
Posdata 2: Dos días antes de morir, o sea el 2 de marzo de 1977, en Las Vallas, un local de moda cuyo eslogan rezaba así: “Vayas donde vayas, nos veremos en Las Vallas”, coincidieron Andrés Caicedo y Héctor Lavoe por última vez. Horas antes Héctor había dado su primer concierto en Cali, en el coliseo Evangelista Mora, y el segundo concierto del día lo daría en ese local. Andrés estaba entre el público, junto a Patricia, la segunda foto que acompaña este texto lo demuestra, publicada por la desaparecida revista Antena. Esa noche, pese a la insistencia del respetable, Héctor Lavoe no quiso cantar Ausencia. Y semanas después cancelaría el resto de la gira del 77, debido a una profunda depresión que lo llevaría a someterse a un tratamiento contra su adicción a la heroína.
Posdata 3: Contradiciendo esta frase de Andrés, “Cali no le abre las puertas a los desesperados”, entre noviembre de 1982 y enero de 1983, Héctor Lavoe vivió 71 días en esa ciudad, en un nuevo intento por dejar la heroína. En ese lapso un periodista le preguntó: ¿cuál es la capital de la salsa? Esta fue su respuesta: “De todos los sitios que he visitado en el mundo y donde he actuado, el que me ha comido el corazón y me ha trastornado el cerebro, te diré que es Buenaventura”. Según la prensa de la época, esos 71 días en Cali, Héctor Lavoe los vivió al estilo Andrés Caicedo: “Más de noche que de día”.