Número 142 // Diciembre 2024

Raíces

por FEDERICO ARTEAGA
Ilustración de Mariana Parra

“It matters not how strait the gate,
how charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul”.

W. E. Henley, Invictus.

El problema del primer párrafo solamente se resuelve de forma egoísta, autoritaria, despótica. Con semejante libertad, la persona que asume la tarea puede verse embriagada por las alternativas, cegada por el destello del fogonazo de salida disparado en su cara, y termina perdiendo la carrera y parte de la vida sin dar el primer paso. Tener algo que decir, pero no saber cómo empezar es un dolor vital, claro que sí, y brota como un achaque, como una maleza. Cuántos trazos no desesperan por nacer en genios que no saben imaginar lo que es un lápiz. Cuántas canciones no escucharemos porque sus madres no alcanzan a hilar dos notas sin conjurar un aguacero. Consideremos, entonces, nuestra fortuna cuando alguien que ha escrito una cosa para nuestra lectura llega a su segundo párrafo sin haber perdido el camino en el primero, o nuestro tiempo y atención antes de llegar al asunto de su cuento.

Junto al cementerio de Belén, occidente de Medellín, hay un parque público para niños por la misma razón que hay campos de girasoles junto a las plantas nucleares. Los girasoles son hiperacumuladores. Absorben metales del suelo a gran velocidad, expresándolos después en tallos y hojas, haciéndose indeseables para sus depredadores herbívoros. Las niñas y los niños son hiperacumuladores. Absorben la médula de la realidad con su vampirismo adorable, y crean para siempre la clasificación de los hechos, los recuerdos y la verdad; se hacen indeseables para otras niñas y niños que crecen clasificando el mundo en categorías incompatibles con las suyas. Es como meter los tubérculos del mercado en el cajón de las medias, y viceversa. Los girasoles mantienen medianamente descontaminado el perímetro de las plantas nucleares; los parques públicos para niños sirven de última defensa contra las cosas oscuras que definitivamente hay en algunos cementerios.

Al otro lado del parque, en un desecho que lleva de la entrada del cementerio al barrio que cuida el parque público, hay un guadual desordenado. Es un mechón rebelde en el cuero cabelludo de Medellín. En otros siglos habríamos dicho que la vegetación del lugar crece con caprichos malsanos como estándares de belleza. Allí ha intentado llegar la mano educadora del hombre a guiar la terca naturaleza, pero la naturaleza parece deleitarse tercamente en torcerle la mano al hombre y robarle el reloj. Hay raíces que ofrecen troncos inconados y torcidos. Los que se estiran lo hacen de mala gana y sus hojas son endebles, como si las guaduas esperaran nuevo follaje al día siguiente, y durante todo el año su mañana nunca llegara.

Hay una historia (publicada en el periódico de la comuna, nada menos) sobre un vecino del barrio que hace 45 años fue niño. Eso no es todo, un día de dicha niñez estaba jugando a las escondidas por entre los sarcófagos del cementerio, cuando a él y a sus camaradas se les apareció un señor antiguo vestido a la antigua; tenía la cara desfigurada y no los miraba, sus ojos todos negros observaban el pasto crecido en las tumbas, mientras con las manos los invitaba a irse con él.

Los niños salieron corriendo, como deben hacer los niños en historias como esta. Luego reportaron haber visto al señor otras tres veces de forma separada, pero esas seguramente fueron mentiras para agrandarse individualmente ante los ojos -cafés y con escleróticas bien blancas- de sus amiguitos. Un sepulturero luego les dijo que no debían irse con él, que ese señor ya no pertenecía a este mundo.

Detengámonos en el sepulturero. ¿No es esa una respuesta típica en una situación como esta? ¿Acaso algún sepulturero niega la existencia de los espantos en su cementerio? Lo dudo. Si yo fuera sepulturero, poblaría el jardín con flores inexistentes tan variadas y salvajes, que un ramillete de mi campo valdría una eternidad de gritos y pavores.

Una segunda parte de la cosa escrita que nos entrega la persona al otro lado de las palabras puede empezar con doble espacio. Sé que es una propuesta subversiva, como es contraproducente hacer silencio cuando alguien por fin se interesa en la historia que la persona ha resuelto narrar. El silencio debe ser dramático; no solamente debe funcionar como un reflector alumbrando la garganta del juglar. También tiene que permitirle a la persona que lee que descanse en el suelo la vasija rebosante de sus pensamientos. El repositorio de nuestras ideas se lleva al hombro y amaña la marcha. En la segunda parte, quien asumió la tarea de contar algo va a pedirle a quien lee que haga un segundo esfuerzo con su vasija llena, que le acompañe en su marcha amañada hacia una proposición más singular que la presentada en la primera parte. Eso requiere preparación y espacio, doble si es posible.

No es mentira. Lo que sigue es más problemático que los niños espantados por lo que probablemente era un pervertido, y no un perecido. El problema es que no se trataba de un pervertido. Lo menos probable es lo cierto en este caso: hace 45 años, un puñado de niños se topó con una persona ya muerta que quería invitarlos a un lugar de donde no podrían volver. Después de los chillidos de los niños en 1977, el espectro elegante y medio descarnado de don Julián Arias se hizo visible detrás del osario, donde se sentaba a fumar el recuerdo visible de don Adrián Cadavid, la persona que donó el terreno para el cementerio de Belén.

-El cambio es claro -dijo don Julián sin saludar-, un puñado de niños por la salida de la tierra de reposo. Unos niños por poder ir a otros lugares.

-Sí -repuso don Adrián exhalando humo tan semitransparente como ellos dos-, pero los niños tienen que querer venir. Niños robados no cuentan.

-Pero ninguno quiere venir -don Julián sonaba confundido por la negativa de la infancia a acompañar un viejo sin media cara a un mágico viaje hacia la nada donde no hay nada y nada de nada nada nunca jamás nada.

-No en grupo.

Don Adrián sonrió y desapareció contra la barda del cementerio que da a la Villa. Luego alumbró como un suspiro magenta en Los Alpes. Brilló atrás de la Universidad de Medellín, y se fue monte arriba, titilando como un cocuyo eléctrico y maldito. Don Julián, descarnado y atrapado, pasó diez años a partir de esa noche aprendiendo a negociar con quienes escriben las reglas del cambio.

¿Recuerdan que mencioné un guadual junto al muro opuesto del parque infantil? La guadua es un tipo de pasto que empieza su maderable vida como un pasto, luego se hace fuerte y flexible, y encuentra la muerte cuando le hallan propósito. Es la clase trabajadora más explotada en el proletariado vegetal.

No es fácil operar las raíces de una planta con tanta tierra separando al operador, pero la paciencia y la necesidad pueden lograr cosas extraordinarias si disponen de un par de décadas. Otra pregunta: ¿sabían que los seres humanos fuimos cazadores exitosos, no cuando usamos la fuerza ni la estrategia, sino cuando agotamos a la presa? Una persona determinada puede hacer que las maldiciones susurradas bajo una luna propicia lleguen a corromper a las plantas más crédulas para que cometan actos indecibles.

¿Les parece exagerado? Recuerden que los girasoles son hiperacumuladores y enmarcan los lotes de las plantas nucleares.

Hace menos de un año, el sepulturero de turno reportó que unos niños habían visto un nuevo fantasma entre las bóvedas del cementerio de Belén. Esta vez era una mujer de unos treinta años vestida de novia que había muerto el día de su boda (esa parte fue inventada por los niños, pero una persona ve tan pocos espantos en su vida que me parece cruel coartarle su derecho a la hipérbole). La mujer no tenía quijada. Con ojos y manos los invitaba a irse con ella. En esta ocasión, los niños también salieron corriendo, como deben hacer los niños en historias como esta.

Nadie la ha vuelto a ver, pero el rumor de una mujer fantasma vestida de novia en el cementerio del barrio ha atraído a adolescentes, chicas y chicos, a portarse mal en el parque infantil adyacente al camposanto. Es el contexto perfecto para ser malvaditos con seguridad.

Después de su fracaso con los niños, la novia sin quijada apareció detrás del osario, donde don Julián Arias fumaba en las noches sin luna.

-Oj ñiñoj ño quieeen eeñiig -dijo (¿?) la mujer sin quijada a modo de saludo.

-Sí, los niños no quieren venir. Y tienen que querer venir.

-¿Cóoo hago jagga que quiegggañ eñigg?

-Ahora creo que cada quien encuentra su forma con el tiempo.

-¿Cuáaa ej ju joggga?

Don Julián la miró, capaz de sonreír otra vez después de tanto tiempo encerrado, y lo hizo esperando que la mujer entendiera lo que quería decirle. -Mucha gente tiene sus raíces aquí. Don Julián tiró a la nada la colilla de su cigarrillo y se fue por la barda como solía hacer don Adrián, quien jamás había vuelto desde la noche cuando se alejó como un cocuyo fosforescente. La mujer sin quijada se quedó detrás del osario y pensó que se demoraría un par de años en descubrir cómo hacer transparentes las murallas. Esa sería su forma.

Ahora, si las cosas escritas se han hecho medianamente bien, la única preocupación de los últimos párrafos debería ser la forma. La anécdota tiene que estar resuelta o casi resuelta, y deben despejarse las dudas que queden frente a la posición de la persona que escribe sobre lo que escribe. Quien estaba marcado para morir debe haberlo hecho ya, y el destino debe haber cambiado para todos los personajes, pues si no, nunca tuvieron una razón para aparecer en la narración.

Las raíces del guadual siguen creciendo en desorden. Hay varias cepas carbonizadas, como si alguien supiera para qué sirven y quisiera salvar el mundo. Yo presto atención desde cierta distancia sin preocuparme mucho. ¿Saben por qué? Porque junto a la barda opuesta del guadual hay un parque infantil donde, por las noches, se reúnen adolescentes hiperacumuladores. No hay nada en la fosforescencia decimonónica de los espantos del cementerio que asuste a su raza extraña y bendita. De ellos es el futuro, y semejante cosa no existe. ¿A dónde irán los fantasmas para que este mundo no les olvide?