Los trapos
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por ALEXANDER HERRERA
Fotografías de MUTO
“¿Cómo se pueden pelear por un trapo?, ¡qué bobada hacerse matar por una tela en un partido! ¡Esos que van y sostienen un trapo y cantan todo un partido en las tribunas populares son solo vándalos!”. Nadie es ajeno a estas expresiones que se oyen con frecuencia en los programas deportivos cuando hay un tropel en una tribuna, en una carretera, en las afueras de un estadio. La conclusión es la misma: “El fútbol es solo un deporte, como puede pasar esto o aquello”. Pero sabemos que alrededor del fútbol se juegan mucho más que los puntos y las barras pueden ser parche, religión, colectivo y propósito para miles de jóvenes que se sienten excluidos de todos los juegos.
Pero no quiero aburrirlos con intentos sociológicos ni mucho menos iniciar un adoctrinamiento de amor por el fútbol, volvamos a las frases iniciales: ¿cómo se pueden pelear por un trapo?, ¡qué bobada hacerse matar por una tela en un partido! Acá me detendré. Quiero enfocarme en las palabras trapo y tela como lenguaje de nuestra cotidianidad y elementos identitarios de una persona o un espacio, como es el caso del trapo de la cocina para una mamá, el trapito que se le enrolla al bebé para que pueda dormir, esa camiseta vieja que ya casi es trapo y que nadie quiere sacar de su clóset, o el señor del trapo rojo, ese oficio del rebusque que por estas épocas decembrinas es tan común en las calles.
Asimismo, el trapo en el fútbol es la materialización de la pasión y el amor que se tienen por los colores de un equipo, una mística que se construye muchos días antes de verla exhibida en una tribuna durante un partido. “Esta noche por ejemplo lo que van a ver en la tribuna es una preparación de días. Elegimos qué trapos van según el momento del equipo, por ejemplo, hoy ponemos: ‘Vamos todos juntos’, pero cuando el equipo va mal se saca: ‘Esto es Nacional y aquí se deja la vida’”, me cuenta CIE, uno de los líderes de la barra Los del Sur y coordinador del combo Los de trapos, quien llegó al estadio en 1998 con un trapo que decía “CIE presente”, realizado en una clase de arte en el Colegio Isolda Echavarría, de ahí su apodo.
Estamos sentados en una tienda del barrio, donde me recibió CIE, en toda una esquina rodeada de muros pintados con escudos, banderas y rostros de ídolos del Atlético Nacional, y aceras pintadas de verde y blanco por una muchachada que, con sus camisetas o sin ellas, refleja en su piel el amor por su equipo. Me paro y camino hacia los furgones donde suben los instrumentos musicales, las banderas y las tulas. Hoy en la noche más de doscientos trapos vestirán la tribuna Sur del estadio Atanasio Girardot, en el partido de ida de la semifinal de la Copa Colombia. Pasadas tres horas desde que llegué a la tienda, por fin se escucha el grito por parte de Betón, uno de los más activos en organizar el camión de los trapos, donde vamos Muto, el fotógrafo, y yo: “Nos vamosss”.
Desde que salimos, una caravana de motos y carros conducidos por hombres con camisetas verdes y blancas irrumpe por las calles. Dentro del camión se da el primer pitazo para iniciar el partido de la noche, todo lo que pasa ahí marca el ritmo de la fiesta popular que trae un clásico a la ciudad. Voy sentado sobre las banderas, al lado de Betón, que está recostado en el fondo del volco mirando hacia afuera, barrista desde los once años -tiene treinta-, va sin camisa, lleva tatuado, desde su pecho hasta el brazo, el nombre del combo al que pertenece, Los de trapos. Usa las láminas de aluminio del furgón como bombo para animar a los otros hinchas que están con nosotros y darles ritmo a los cánticos durante el recorrido hasta el estadio. “Vamos, muchachos, el partido se comienza a ganar desde acá, con nuestra voz, vamos, cantemos con fuerza”. Como si fuera una ola que regresa a la playa con más fuerza, los cánticos y saltos en el viaje son cada vez más intensos, y más cuando la ronda de arengas y cantos llega a uno en particular que les sale desde lo más profundo del estómago y les hace marcar las venas de la garganta, cerrar los ojos y mover las manos con tanta fuerza que parece que se fueran a desprender del cuerpo: “Somos de Los de trapos, somos el corazón de toda la barra, la que pega los trapos y no pide nada, la que arma la fiesta en el gallinero, la que sacó bandera en el Pascual Guerrero, somos Los de trapos…”.
Los de trapos es uno de los combos que al igual de Salidas, quienes son los encargados de pensar el espectáculo cuando el equipo salta a la cancha, y el de Cánticos, que, con bombo y redoblante, proponen el compás de las voces de los hinchas que alientan desde las tribunas, hacen parte de la barra Los del Sur. Trapos, como se nombran todos en el grupo, está integrado por treinta hombres que se han ganado la confianza de la barra por su compromiso en asistir a cada partido, local o visitante, por alentar al equipo “en las buenas y en las malas”.
Esa confianza también nace de la pertenencia a los combos fundadores. Esteban, que desde el 2014 hace parte de Los Infaltables Bello, una barra que cumplió veinticuatro años, es un miembro esencial de Los de trapos porque es quien lidera el manejo de las máquinas planas y fileteadoras para la elaboración de los trapos. Esto es gracias al arte de su mamá, Leonor, que ha trabajado días enteros en reparar una bandera. Leonor se gana la vida con las confecciones en la sala de su casa y es la maestra de varios pelaos, entre esos Esteban. “Al comienzo nos tocó traer a mi mamá con sus máquinas a la casa donde hemos guardado los trapos para que nos ayudara con algunas producciones y nos enseñara. La barra le pagaba. Ya hoy nosotros hacemos nuestras creaciones, hacemos todo el proceso de principio a fin”. Lo primero es la compra de la tela color verde Antioquia en gabardina, linoflex y vendaval por ser más fácil de manejar y de buena calidad, en la tradicional calle Tenerife -calle de las telas como se le conoce- en el sector de El Hueco en el Centro de Medellín. Luego, se proyecta sobre la tela el mensaje que se quiere trazar, se decide por un tipo de letra de fácil lectura, se hace la silueta del mensaje con tiza para finalmente comenzar a hacer los empates y los remates fuertes en la máquina plana. Con la fileteadora, se juntan los recortes y se afinan los tirantes que son usados para amarrar los trapos a los tubos en la tribuna. Entre la compra y el terminado de un trapo pueden pasar de tres a cinco días según el tamaño. Confeccionarlo no basta, la prueba final se da cuando se saca en la tribuna: “Me dan muchos nervios cuando se saca porque ahí se sabe si quedó bien hecho o no, además no falta el agüevado que lo queme con un cigarro o un bareto… Ver un trapo o una bandera en la tribuna nos da mucha alegría y orgullo”.
La caravana llega al estadio. Los dos camiones paran frente a la entrada de la tribuna popular Sur y los muchachos descargan los trapos. Se abre la puerta de la tribuna y salen dos policías, uno de ellos con un perro pastor alemán, harán la requisa completa. Me asombro al ver por primera vez el contenido de las tulas. Nuestro protagonista sale a escena, se deja ver, se exhibe. Los trapos van cayendo para ser extendidos en el suelo, parecen simples, grandes cobertores, pero son los que alimentan el amor por unos colores, por el Verdolaga.
Cuando Muto y yo ingresamos a la tribuna nos para un tipo con chaleco verde reflectivo y nos pide las cédulas: “Cuando vayan a salir nosotros se las devolvemos”. Entrego mi cédula, Muto su pasaporte, con la desconfianza de dejar un documento que ninguna autoridad en Colombia puede retener. “Pero es que son los trapos y se los pueden robar”, nos dice el hombre de logística.
La puesta en escena de un partido de fútbol en Colombia es la mezcla de identidad de distintos países de Latinoamérica. El recibimiento con extintores de colores que se activan al momento de salir los equipos a la cancha es una tradición chilena, las banderas que se ondean con asta son de Brasil, y de Argentina llegaron los trapos. Por ubicación y poder, los trapos son de cuatro tipos: el frente, lleva el nombre oficial de la barra: Los del Sur Siempre presente, y se cuelga en toda la mitad de la tribuna. El trapo, que tiene el nombre del combo Los Infaltables Bello, por ejemplo, y se pone en el lugar que se han ganado en la tribuna. Las tiras son los trapos que se amarran de forma vertical desde la parte alta de la tribuna. Y las banderas, como la bandera gigante que tapa toda la tribuna como sucedió en el último partido contra Equidad en El Campín.
Ubicar los trapos y las banderas tiene su rito. Después de la requisa, los pelados entran cargando o arrastrando los trapos según su tamaño y los ponen detrás del arco, debajo de la tribuna, en forma de montañitas. Cada montaña tiene el nombre del combo hacia arriba para que a la hora de la entrega esta sea ágil y fácil. Esta solo puede ser recibida por un representante del combo, quien valida su identidad con un código especial que le debe llegar antes del partido. Él mismo debe devolver los trapos. Tiene en sus manos la responsabilidad de cuidarlos hasta el pitazo final.
Ver vestir la tribuna es asombroso. El primer trapo en mirar la cancha es una redundancia completa: Los de trapos, seguido del frente de la barra: Los del Sur siempre presente. Luego se ubican las tiras y, por último, los trapos y las banderas de los combos. Cada trapo tiene su ingenio en el amarre para hacer lucir su magia, su esencia como la piel de una pasión. Esa piel debe estar siempre “estirada, tensionada, derecha y en orden”, en palabras de Juan Pablo, integrante del combo Los zánganos de Robledo y quien, en Trapos, es el encargado de pintarlos. Esta noche pintó uno en homenaje al fallecido Pedro Sarmiento. “Yo no olvido el día que CIE me entregó una libreta y un papel donde decía que estaba matriculado para estudiar dibujo sobre tela. En el colegio dibujaba en los cuadernos, pero ahora pinto con compresor, pistola y aerógrafo en las telas para la barra y hago murales por la ciudad”.
Las puertas del estadio se abren para el público. Los hinchas le cumplen la cita a su equipo llenando el estadio. El verde y blanco está vivo en todas las tribunas. Pasan junto a mí los encargados de los extintores, los ubican alrededor de la cancha para la salida. A cada minuto que pasa hay menos trapos y banderas para entregar. Lo que en algún momento fue una tela es ahora un territorio que dice presente: Barbosa, La Milagrosa, El Carmelo, Caicedo, Poblado, Las Vegas, Pedregal, Alfonso López, Sabaneta, Envigado, Santa María, Cartagena, Riosucio, París, Robledo, Moravia son algunos de los trapos que logro ver tras un repaso rápido sobre la tribuna. La ciudad abriga la cancha.
Llega la noche al Atanasio. La fiesta en las tribunas está organizada. Los cánticos y saltos ayudan con los nervios en la espera por los equipos para el pitazo inicial. Las telas en sus formas, frentes, trapos, banderas, bufandas, camisetas, buzos y chaquetas guardan la historia viva de la barra: lo que hace especial a cualquier trapo es el recorrido y las vivencias que recoge. “Los trapos que vistieron las calles de Japón en el 2016 son de los más valiosos”, me cuenta CIE. Entre más viejo, más mística, más preciado, más amado. Un trapo, una bandera que se rasgue o se rompa no se bota; se repara, se parcha, se remienda y se vuelve a remendar para no dejarlo morir.
Salen los equipos. Se abre el telón de la fiesta. Se tiran los extintores verdes y blancos que cubren toda la cancha. Se ondean todas las banderas, se canta, se salta y se grita en una sola voz: “Vamos, vamos, mi Verde…”. El estadio es un colorido popular. Se ignora el himno nacional, pero se canta el himno antioqueño con vehemencia, la mayoría de los hinchas con un brazo al frente, con un gesto de la Alemania nazi que asusta. Se corea el nombre de algunos ídolos como David Ospina y Edwin Cardona. Al equipo rival se le reafirma que está de visita, lejos de los suyos. “Hay que saltar, señor, hay que saltar, a estos hijueputas les tenemos que ganar”. Todo esto lo vivo mientras camino desde la mitad de la cancha, desde el costado de la tribuna Oriental hasta la tribuna Sur. Estando aquí, con los dueños del colorido, comienza el partido. El juego es intenso, es un clásico, semifinal. La misma intensidad se da en la coreografía de las banderas, movidas de un lado para el otro por los pelados de los combos, los movimientos sutiles de las manos y las miradas que acompañan el baile. En la tribuna, al ritmo de cuerpos apretujados, que saltan y se mueven de allá para acá, se ven los trapos que son sostenidos por integrantes del combo. Gol. Una avalancha de gente parece venir desde las gradas. Gritos, abrazos, suspiros de desahogo y la mirada optimista de la victoria. Uno a cero. El festín sube de energía. Todos parecen celebrar. Algunos muchachos de Trapos no miran el partido, y su celebración es mínima, una mano empuñada y los dientes apretados, suficiente para mostrar la alegría de la victoria parcial. “Toca mirar todo el tiempo la tribuna por si se suelta o se desorganiza un trapo. A veces ni me doy cuenta cómo va el partido. Además, hay que estar atento a cualquier robo, trapo que salga sin estar autorizado se decomisa. El trapo que sale a alentar en la popular es porque ha hecho méritos y no cualquiera puede venir a poner o sacar uno”, dice Máquina, quien agrega que para él cuidar un trapo es como cuidar su piel. Además, su trapo favorito es el Inmortal #2, en homenaje al ídolo Andrés Escobar, asesinado en Medellín hace treinta años.
En el entretiempo, se pausa la pasión. La espera de quince minutos se da entre polas, porros y pases. Otros comen, toman agua o simplemente esperan en silencio. Los dos equipos saltan a la cancha. Arranca la segunda mitad. Con más intensidad y profundidad en su juego, el visitante, el Deportivo Independiente Medellín, quiere empatar. Miradas fijas y gestos tensos en la fanaticada son el reflejo del mal juego del Verde que hace que el portero David Ospina sea la figura. El partido sigue uno a cero.
Muto se me acerca. Me recuerda reclamar los documentos. Le sugiero hacer las últimas fotos con detalles o situaciones de las que no tengamos registro. Busco y encuentro a CIE entre los pelaos. Le pregunto por nuestros papeles. Se va a buscarlos con el logístico que nos fastidió. Queda poco tiempo para que el juego termine. Se siente tenso el ambiente. El Rojo busca el empate con ímpetu. El Verde se defiende ordenado. El ánimo del estadio se levanta cuando escucho decir a Esteban: “¡Penal hp!”. No sé cómo lo vio. Filtrar la mirada entre las banderas que se mueven entre la cancha y la tribuna no es tarea fácil. La festividad popular en todo el estadio se aviva con el segundo gol. Gol que asegura la victoria y hace que los trapos y las banderas se vuelvan a mover con la fuerza inicial. Termina el partido. El ambiente es alegre, abrasador, contagioso. El plantel, después de unos minutos de terminado el encuentro, se acerca a la tribuna Sur. Los futbolistas saltan al ritmo de la hinchada, usan sus camisetas como trapos que agitan en círculos sobre sus cabezas. Se cierra la noche y se devela la adoración por los colores entre hinchada y jugadores.
Los combos comienzan a devolver las banderas y los trapos. Unos llegan más sucios de como los recogieron y se lavan en lavadoras propias de la barra que consiguieron hace poco. Otros llegan deshilachados o rasgados. Cada combo aporta para el lavado y la reparación de sus trapos. Los pelados de Trapos los guardan en las tulas. No vemos a CIE. Miro a Muto con preocupación mientras me despido de algunos de los muchachos. Al estadio volvió el frío de un espacio sin vida. Las horas de montaje se convierten en minutos en el desmontaje. Mientras bajan el último trapo aparece CIE. “Muchachos, no encontré al man de logística, se perdieron los documentos”. Pongo cara de preocupado y miro a Muto, cuando CIE repunta: “Mentiras, acá están”. Risas. Salimos del estadio. Nos despedimos de los muchachos que ya están montados en los furgones. Le damos la espalda al telar de pasiones. Caminamos, y con pola en mano me pregunto: ¿dónde duermen los trapos después del partido?