Aunque la marihuana medicinal está ganando estatus legal gradualmente, en varios países la economía de las drogas ilícitas está impulsada por la demanda de una potente clase de marihuana conocida, como skunk o creepy.
El tráfico de este tipo de marihuana –que se disparó en 2022, según las incautaciones de la Policía Federal Brasileña– financia el conflicto y la violencia a lo largo de la frontera entre Colombia y Brasil. Las recientes redadas en Colombia evidencian la gravedad del problema, con la incautación de cantidades récord de marihuana transportada a Brasil por río.
En La Pedrera, un pequeño pueblo cerca de la frontera brasileña donde hay poca presencia del gobierno y pocos empleos disponibles, grupos armados contratan a pobladores indígenas para transportar cargamentos pesados de marihuana a través de una selva traicionera.
BUSCANDO LA PROTECCIÓN DE UN CHAMÁN
En la semioscuridad de la maloca, el chamán y Mateo están envueltos por una neblina de humo de cigarro. El chamán, a quien Mateo se dirige respetuosamente como abuelo, pregunta sobre el propósito del viaje, la ruta prevista, los compañeros que lo acompañarán y el destino final.
Con la ayuda de mambe, cigarros y ambil –una especie de pasta de tabaco–, el chamán visualiza el viaje y anticipa los peligros potenciales. Prevé encuentros con animales peligrosos, piratas fluviales e incluso posibles enfrentamientos con la Policía Federal Brasileña, al otro lado de la frontera.
“Uno tiene que sacar del pensamiento a la policía para que no puedan pillar (atrapar) a la gente. Ahí uno puede pasar y usted, tranquilo, pensando en otra cosa”, dice.
En la Amazonía, los ancianos y los chamanes, que han pasado por décadas de entrenamiento espiritual, han empleado tradicionalmente rituales para curar a los enfermos y alejar a los espíritus malignos. Pero ahora también son buscados para proteger a aquellos que desafían los peligros de la selva, mientras transportan marihuana y cocaína a través de las fronteras internacionales.
El chamán muestra un pequeño recipiente de una pasta de color rojo oscuro llamada carayurú, que se elabora a partir de una planta, y posee propiedades protectoras y preventivas.
“Eso se unta en el ombligo y lo lame un poquito; es como una defensa”, dice. “No lo miran a uno, ya no pasa peligro”.
Mateo, padre de dos niños pequeños, jura que el ritual es muy eficaz. “Es importante porque ayuda a darte la fuerza para seguir adelante. En todos los pequeños trabajos que haces, tiene que haber protección. Tiene que estar ahí”, señala.
Incluso aceptar un trabajo depende del consejo del chamán. “Si él dice que el trabajo es peligroso, entonces no debes ir. Debes quedarte. Y si él dice que es bueno, puedes ir”, explica Mateo.
El abuelo dice que no exige pago por sus servicios espirituales. “Nosotros aprendemos que la curación no es para cobrar”, señala. “Para nosotros eso es malo”.
Sin embargo, reconoce que para otros chamanes es un negocio. Un traficante puede pasar sus drogas de manera segura a través de la selva, pagando entre 150.000 y 200.000 pesos colombianos (de US$35 a US$45).
Otro chamán, originario de una comunidad cercana al río Apaporis, pero que ahora reside en Leticia, un municipio colombiano sobre el río Amazonas, admite ser consultor de narcotraficantes.
“Ellos me contratan por cada cargador”, dice mientras bebe una cerveza a media mañana y observa el río Amazonas desde uno de los bares cerca del mercado de productos frescos de Leticia.
Uno de sus hijos transporta drogas a través de la selva. El chamán reconoce la presencia de grupos armados, pero está más preocupado por los soldados que están al acecho de los narcotraficantes. “Yo les rezo, les volteo a todos las caras para que no miren a los trabajadores”, dice.
“LA ÚNICA SALIDA ES LLEVAR DROGAS”
Su ubicación sobre el río Caquetá, en la frontera con Brasil, hace de La Pedrera, un punto estratégico de tránsito. El pueblo tiene electricidad solo unas pocas horas al día –al comienzo de la tarde y de la noche–, a través de un generador a diésel. Sin embargo, uno de los bares ubicado junto al río, rodeado de torres de cajas de cerveza es la excepción. Tiene música a todo volumen durante la mayoría de los días y las noches.
Además del río Caquetá, el río Apaporis también está cerca de La Pedrera. Ambos sirven como corredores estratégicos para que los grupos armados transporten tropas, drogas y armas. A unos 20 minutos río arriba, según advierten la policía local y los pobladores, hay un puesto de control de una de las disidencias de las antiguas FARC.
Hasta ahora nadie se ha atrevido a interferir.
A pesar de las acusaciones, los habitantes de la comunidad realizan esfuerzos por negar su participación en el tráfico de cocaína y a menudo afirman que su principal fuente de sustento es la pesca.
Sin embargo, en conversaciones confidenciales, la mayoría admite que solo hay una economía que realmente mantiene al pueblo a flote.
“Te digo por experiencia que la única salida aquí en La Pedrera, es llevar drogas y marihuana”, dice Wilton*.
Wilton, que trabajó como traficante de drogas durante unos 10 años, creció en una familia pobre, como la mayoría de los habitantes del pueblo. “Como familia veníamos sufriendo una crisis económica, y mi padre, que descanse, pobremente nos estaba sacando adelante hasta que mi Dios le permitió descansar, y hasta ahí fue”, dice.