Recién llegados a Villarrica en 1953, los ciento treinta guerrilleros comunistas del sur del Tolima se empeñaron en organizar a la población en el Frente Democrático de Liberación Nacional (FDLN), siguiendo la estrategia “para la organización de las masas campesinas”.
El FDLN pretendía la participación de hombres, mujeres y niños en comités que buscaban reivindicar las necesidades de la población caficultora. Circularon sus propios periódicos y solían reunirse para discutir la política nacional. Llevaron a cabo protestas contra el asesinato de guerrilleros desmovilizados y contra la matanza de estudiantes en Bogotá en 1954. También, de forma clandestina, fueron reclutando potenciales combatientes, entrenados en el uso de armas en caso de ser atacados por la fuerza pública.
Muchos pobladores de Villarrica, a pesar de ser liberales gaitanistas y no comunistas, adhirieron de forma voluntaria a los comités del FDLN. Las terribles matanzas de campesinos por las autoridades estaban aún frescas en su memoria. Otros fueron obligados por los sureños a integrarse al FDLN, que para conformar una retaguardia armada utilizó la fuerza y la amenaza.
Para agregar pólvora al asunto, Martín Camargo, un mando carismático y especialmente beligerante, asumió la vocería del movimiento comunista y proclamó que era inevitable una explosión revolucionaria en toda Colombia, siempre y cuando Villarrica prendiera la mecha. Omitía que casi todas las guerrillas del país habían aceptado la amnistía de Rojas Pinilla. Camargo arengaba que la toma del poder estaba garantizada en cuestión de meses. En las palabras de Víctor Pulido, excombatiente de Villarrica, los líderes “engañaron a las masas”.

Fotógrafo desconocido. Las guerrillas del Alto Sumapaz, dirigidas por Juan de la Cruz Varela, caminan hacia su acto de desmovilización. Cabrera, Cundinamarca, 31 de octubre de 1953.
Operación Tenaza
El 4 de abril de 1955, Rojas Pinilla declaró como zona de operaciones militares a ocho municipios del oriente del Tolima y Sumapaz, la idea era acabar con todo lo que oliera a comunismo. La zona de la Operación Tenaza comprendía inicialmente los municipios de Pandi, Icononzo, Melgar, Carmen de Apicalá, Cunday, Villarrica, Cabrera y Ospina Pérez (hoy Venecia). El Ejército ocupó la región con unos cinco mil soldados comandados por oficiales que habían regresado de combatir al lado de los Estados Unidos en Corea. Durante los dos meses siguientes, las veredas fueron atacadas constantemente con ametrallamientos, artillería de distintos calibres y bombardeos aéreos, utilizando helicópteros y flotillas de aviones B-26, F-47 y T-611.
Ana María Molina Ruiz, sobreviviente de la guerra, relató el ataque al periódico La Época que “cuando echaron ese morterazo mi mamá había abierto un roto debajo de esa piedra, ahí nos metimos. Ahí no echamos ni nada, aguantando hambre porque no había que prender candela porque donde vieron el humo ahí es donde cayeron con los morteros”.
La región quedó bajo estricto toque de queda entre las seis de la tarde y las cinco de la mañana, y con ley seca indefinida. Para vivir allí, o siquiera transitar, se requería un salvoconducto. Las operaciones implicaron la evacuación de la población de la zona. Citado por El Tiempo, el comunicado del Ejército del 20 de abril dejó constancia de que había sido “ordenada evacuación hacia centros de trabajo de 2.314 personas”.
Los “centros de trabajo” incluían campos de reclusión que el Ejército estableció en Cunday, Ambalema y Fusagasugá. Eran corrales al sol y al agua cercados con alambre de púas electrificado. El más nefasto fue el de Cunday: “Toda la gente que cogían y que eran del Partido [Comunista] o de la organización agraria, o del movimiento guerrillero, a unos los mataban, los fusilaban, a otros los traían y los torturaban, a base de golpes, de corriente, o los castraban… Allá traían niños, viejos, mujeres, y a las mujeres les quemaban los senos con corriente eléctrica”, dio a conocer el comandante guerrillero comunista Charro Negro, uno de los torturados.
Desde el monte, los campesinos alzados en armas se enteraron de que unos cuantos periodistas estaban allí por invitación del propio Rojas Pinilla. Les pareció como de “espectáculo de circo romano antiguo”, en el que “con tal de impresionar a los periodistas nada valían las vidas de los soldados ni las de los campesinos”, como dijo La Verdad, uno de los periódicos clandestinos que circulaban entre el monte y eran producidos por el FDLN.
Según su versión, el Ejército, para armar el espectáculo, mandó ochenta soldados a subir las colinas que rodeaban el pueblo y tiempo después volvieron con dos muertos y unos ocho heridos, diciéndoles a los periodistas que habían matado “como cincuenta bandoleros comunistas” durante el operativo.
De ser así, las fotografías reproducidas en estas páginas serían el fruto de un macabro ejercicio de relaciones públicas maquinado a costo de vidas humanas.
Pero la versión de Gabriel García Márquez, en ese entonces un joven reportero de El Espectador, describe una situación diferente. En su autobiografía, Vivir para contarla, García Márquez narra su experiencia en Villarrica. Ese día estuvo acompañado por el fotógrafo Daniel Rodríguez. Según García Márquez, ese combate no había sido ningún espectáculo: “El fotógrafo y yo, junto con otros, iniciamos el ascenso a la cordillera por una tortuosa cornisa de herradura. En la primera curva había soldados tendidos entre la maleza en posición de tiro. Un oficial nos aconsejó que regresáramos a la plaza, pues cualquier cosa podía suceder, pero no hicimos caso. Nuestro propósito era subir hasta encontrar alguna avanzada guerrillera que nos salvara el día con una noticia grande. No hubo tiempo. De pronto se escucharon varias órdenes simultáneas y enseguida una descarga cerrada de los militares. Nos echamos a tierra cerca de los soldados y éstos abrieron fuego contra la casa de la cornisa. En la confusión instantánea perdí de vista a Rodríguez, que corrió en busca de una posición estratégica para su visor. El tiroteo fue breve pero muy intenso y en su lugar quedó un silencio letal.
Habíamos vuelto a la plaza cuando alcanzamos a ver una patrulla militar que salía de la selva llevando un cuerpo en angarillas. El jefe de la patrulla, muy excitado, no permitió que se tomaran fotos. Busqué con la vista a Rodríguez y lo vi aparecer, unos cinco metros a mi derecha, con la cámara lista para disparar. La patrulla no lo había visto. Entonces viví el instante más intenso, entre la duda de gritarle que no hiciera la foto por temor de que le dispararan por inadvertencia, o el instinto profesional de tomarla a cualquier precio. No tuve tiempo, pues en el mismo instante se oyó el grito fulminante del jefe de la patrulla: ‘¡Esa foto no se toma!’”.
Se canceló la rueda de prensa con el presidente, y una vez que los periodistas regresaron a Bogotá, las autoridades les prohibieron tajantemente publicar lo que habían visto, escuchado y fotografiado en Villarrica.