Número 134 // Mayo 2023

El barrio rojo de Ámsterdam:

más reglas que putas

Por GERARD MARTIN
Ilustraciones de Cachorro

De Wallen

De Wallen (las riberas) o hoerenbuurt (el barrio de las putas) ocupa un par de cuadras en la parte histórica de Ámsterdam, cerca al puerto y a la Oude Kerk (Iglesia Vieja). La iglesia de San Nicolás fue consagrada en 1306, poco después de la fundación de la ciudad. Cuando en 1578 los calvinistas tomaron control del gobierno local, fue transformada en iglesia protestante y le quitaron el nombre del santo, conocido por sus regalos a los niños, por considerarlo idolatría. En el piso de la Oude Kerk, entre 2500 almas, está la tumba de Saskia van Uylenburgh (1602-1642), mujer audaz que se casó con Rembrandt van Rijn, cuando este era apenas un pintor pobre y desconocido. Otras diez mil personas, con algo menos de dinero, fueron enterradas debajo de la iglesia, entre ellas sin duda mujeres de la vida alegre, ya que desde su origen la prostitución y la religión se han dado la cara en el barrio.

Los calvinistas no solo sacaron a los católicos de la iglesia, sino que intentaron sacar a las putas de las calles. Prohibieron la prostitución, una medida suave teniendo en cuenta que Calvino criticaba a Jesús por no apedrear a una adúltera, como exigían las leyes, y predicar esa línea condescendiente de “aquel de vosotros que esté libre de pecado, tire la primera piedra”. Las prostitutas poco leían a Calvino y seguían firmes en prostíbulos y tabernas. Prueba de ello son los muchos cuadros con escenas de burdel y libertinaje de los pintores del Siglo de Oro, entre ellos Rembrandt, quien siempre vivió en el mismo barrio.

Durante la ocupación napoleónica (1809-1813), los franceses, como buenos católicos, retiraron la prohibición y estipularon las primeras regulaciones. Introdujeron un registro nacional obligatorio para poder ejercer un chequeo médico regular y establecer una edad mínima de 21 años. En consecuencia, los prostíbulos en Ámsterdam comenzaron a funcionar más públicamente, aunque nunca tanto como en París, donde las maisons de tolerance eran ampliamente frecuentadas por la burguesía, clientela entre la que estaban autores como Dumas, Zola y Baudelaire, y pintores impresionistas como Toulouse Lautrec. Por la misma época, un poco más al sur, en Arles, Van Gogh se cortó su oreja izquierda y la llevó al prostíbulo que frecuentaba, donde se la entregó a Gabriella Barlatier, joven prostituta de origen campesino.

En 1851 la regulación y el control de la prostitución pasaron a la discreción municipal, donde han quedado hasta el sol de hoy. Lo que explica las diferencias de tratamiento en las ciudades holandesas. Durante el resto del siglo XIX, los burdeles disminuyeron en cantidad. En 1902, en Ámsterdam quedaron apenas ocho de los 131 que había en 1852. Creció la vrije prostitutie (prostitución libre), las mujeres buscaron mayor independencia de los proxenetas e intentaron evitar controles médicos. A su vez, organizaciones de mujeres en Europa y Estados Unidos insistieron en la prohibición de la prostitución y del licor. Tuvieron algo de éxito en Ámsterdam, que en 1902 volvió a cerrar la puerta de los prostíbulos. Al menos de puertas para afuera. Otras ciudades siguieron con el servicio, hasta que en 1912 el gobierno nacional aprobó una Ley de Moralidad que prohibió los burdeles en todo el país y declaró la explotación de mujeres con fines sexuales como un negocio delincuencial.

La prostitución como tal no quedaba prohibida, y las mujeres se adaptaron, ampliando la oferta en bares y salones de masaje. Inventaron además una nueva modalidad: ofrecerse desde la puerta o la ventana de la casa propia o ajena, donde disponían también de un peeskamer (cuarto para follar). No era ilegal, ya que se ejercía de forma individual y supuestamente sin proxeneta. Ámsterdam pronto prohibió la modalidad, y también ofertas de servicios sexuales en revistas, pero era un lío para la policía probar que alguien estaba ofreciendo sexo en la puerta o ventana de su casa, y no simplemente tomando café en la puerta o ventana de una casa. De todos modos, para hacerse menos visible, la oferta se dispersó sobre una ciudad que además estaba creciendo rápidamente. En las ventanas, las mujeres estaban sentadas y vestidas de manera formal y tomando el algo. Algunas más audaces mostraban una rodilla desnuda sutilmente iluminada entre un par de cortinas. La prueba de que el negocio prosperaba es que solo en 1935 se impusieron en la ciudad 1547 multas por transgredir la prohibición de la prostitución.

Xaviera Hollander

Después de la segunda guerra mundial, De Wallen se mantuvo, al menos por dos décadas más, como un barrio con ventanas de oferta y uno que otro prostíbulo ilegal. Además, la Universidad de Ámsterdam amplió su presencia en un barrio vecino y muchas de las habitaciones y residencias por encima de las ventanas fueron ocupadas por estudiantes. Durante el día el aspecto era como el de cualquier barrio céntrico animado, y solo a finales de la tarde entraba en su modo rojo.

Tres procesos rompieron la relativa tranquilidad. El primero fue el potente coctel de la revolución sexual, revueltas estudiantiles (1968) y movimientos feministas que relajaron las normas y contribuyeron a desestigmatizar la prostitución. Las prostitutas mismas comenzaron a tomar la palabra, a defender sus derechos y su profesión, y crearon un sindicato. La prostitución se hizo más pública, las ventanas más vistosas, enmarcadas por tubos de neón rojos, y las putas mismas exponiéndose cada vez más, pasando por una época de minifalda antes de optar de manera definitiva por la más mínima lingerie, por cierto muy atractiva cuando se observaba desde la fría y lluviosa calle. El peeskamer se hizo más lujoso, travestis se insertaron en la profesión y las mujeres blancas perdieron su dominio ante una amplia paleta étnica, producto de la inmigración.

Siguiendo la nueva mentalidad, las políticas municipales se movieron más a la tolerancia que a la prohibición. Para lograr mejoras en la salud, la seguridad y los derechos laborales, y también para evitar que el neón rojo se instalara en otros barrios residenciales, la alcaldía obligó a que las ventanas se concentraran en De Wallen y dos sectores céntricos adicionales de menor importancia.

Aquí se puede mencionar a Xaviera Hollander, cuya contribución a esta liberación en Ámsterdam fue mayor a la de, por ejemplo, Simone de Beauvoir, a quien las putas leían poco. Hija de una madre ejemplar y un padre director de hospital, Vera de Vries estudió en Ámsterdam y a finales de los 1960 asumió un puesto en el consulado de Holanda en Nueva York. De noche buscaba una vida menos diplomática. Una noche, sentada en la barra de un club, una veterana de la vida liviana pronunció a la atenta holandesa estas históricas palabras: “Pero girl, ¡¿no sabes que estás sentada sobre una mina de oro?!”. Vera hizo las cuentas, renunció de al otro día al consulado, se transformó en una de las call-girls de alta gama más famosas de Manhattan y, en el camino, cambió su nombre a Xaviera Hollander. Mujer de muchos talentos y aprendizajes rápidos. Con apenas dos años en su nueva profesión, escribió y publicó en 1974, en Estados Unidos, Happy Hooker: my own story, un best seller con dieciséis millones de ejemplares vendidos y traducido a 36 idiomas.

Mezcla de libro de autoayuda, guía para el buen sexo y autobiografía con pelos en la lengua, Xaviera predicaba ser try-sexual, y pronto estaba escribiendo una columna mensual, que mantuvo por décadas, en la revista Penthouse. Todo esto fue a bit too much para Estados Unidos. Expulsada, la reencontramos en 1975 en Ámsterdam, donde contribuyó con una voz muy efectiva a cambiar la mirada sobre las putas y su profesión. Hoy sigue siendo una voz sonora en el tema y a la vez atiende, junto a su esposo, un bed and breakfast en la ciudad, con ambiente libertino y buena cocina.

Warmoesstraat

El segundo proceso que cambió a De Wallen, y no propiamente para mejor, fue un efecto no previsto de las políticas de tolerancia hacia las drogas blandas, introducidas en los setenta. De Wallen terminó siendo la plaza principal para toda la gama de drogas licitas e ilícitas. (A diferencia de Colombia, en Países Bajos nunca fue permitida una dosis mínima legal para heroína, cocaína, y otras hard drugs, por considerar que el riesgo de una sobredosis fatal es demasiado grande). Entonces, comenzó a proliferar la prostitución callejera por el incremento en mujeres heroinómanas, generando el triste panorama del tippelen (caminar para prostituirse), de heroine-hoeren (heroína-putas). No obstante, Ámsterdam siempre ha prohibido la prostitución callejera por las condiciones de degradación que implica, a diferencia de Róterdam que la permitía en determinadas áreas.

De Wallen se hizo entonces más agresivo y pesado, y la prostitución en las ventanas se endureció y se hizo “viral”, dando lugar a lo que hoy sigue vigente. La puta o travesti con licencia para trabajar y prueba vigente de controles médicos alquila una ventana, por horas casi siempre, a un empresario y paga por sábanas y servicio de limpieza. Ella misma invita a sus clientes, negocia la tarifa y se hace pagar antes del servicio. Recuperar el costo del arriendo por una mañana, tarde o noche requiere dos o tres clientes, que hoy pueden pagar cincuenta euros por veinte minutos. De lo alegre o fácil queda poco.

Con las nuevas dinámicas las  autoridades perdieron el control y aprovechándose de la situación, nacieron nuevas estructuras de criminalidad organizada y prácticas de cooptación, blanqueo y trata de mujeres. Se incrementaron los asesinatos y la calle central del sector, Warmoesstraat, se hizo famosa en los ochenta y noventa como la calle más peligrosa de Ámsterdam y del país. La degradación social y urbanística hizo que residentes, vecinos y hasta los estudiantes comenzaran a abandonar el barrio.

Otras ciudades sufrieron lo mismo, y cada cual tomaba sus medidas. Una cuarta parte de los municipios holandeses no permiten hoy ninguna forma de prostitución en calles, ventanas o prostíbulos. En 1999, solo doce ciudades permitieron prostitución en ventanas, para un total de cinco mil prostitutas, la gran mayoría en Ámsterdam; mientras otras once mil trabajaron desde casas y clubes, sin mucha posibilidad de control o regulación. Se incrementó entonces la presión política de volver a permitir burdeles y bajar el número de ventanas para lograr que su presencia fuera menos concentrada, disminuir la molestia entre vecinos y poder regular mejor las zonas grises entre lo legal y lo ilegal, y con ello quitarle oportunidades al crimen organizado.

Ámsterdam, en efecto, redujo las ventanas de 482 (1999) a 290 (2005) gracias a medidas como la no renovación de permisos y la compra por decenas de millones de dólares de edificios con ventanas rojas, para restaurarlos y revenderlos para fines exclusivamente residenciales. Críticas de las medidas —entre ellas una ex trabajadora sexual elegida concejala— argumentaban, no sin razón, que el resultado era opuesto al esperado, ya que el control criminal tendría menos poder con las ventanas que con escorts (acompañantes) y prepagos, que proliferaron gracias al negocio manejado desde los teléfonos celulares.

Eros centrum

Pero el tema de mayor debate, y el tercer factor de transformación, ha sido la masificación del turismo que invade cada noche a De Wallen para hacer inspección ocular de las putas en las ventanas. Ámsterdam recibe veinte millones de turistas anuales y se calcula que el quince por ciento de las ganancias son generadas por los tours y el comercio relacionado en el barrio rojo. Guías con grupos de cuarenta personas, con frecuencia solo hombres, no pocos embriagados, atraviesan las seis cuadras rojas como si se trata de un zoológico: “Esa es una puta”, “ahí hay otra”, “¡vea, un travesti!”. Más allá de lo degradante, el hacinamiento impide que los clientes logren llegar donde las mujeres y, aun cuando tomar fotos está prohibido, no hay mucho anonimato.

Los moradores están en armas con lemas como We live here y Stay Away. La alcaldía, forzada a actuar, intenta gerenciar de manera balanceada los diversos intereses y demandas: mejorar el ambiente para los que viven allá, mejorar la situación para las trabajadoras del sexo, reducir el tráfico de mujeres y su explotación, y mejorar la imagen del sector y la de la ciudad. Desde 2020, y después de todo tipo de diagnósticos, Ámsterdam prohíbe visitas al sector con grupos de más de quince personas, y grupos de entre cuatro y quince personas requieren un permiso. La alcaldesa (de filiación política progresista), el concejo y la ciudadanía se confrontan hoy alrededor de una propuesta de la alcaldesa de cerrar cien ventanas adicionales en De Wallen y moverlas a un Eros Centrum, un barrio residencial de buen renombre en la periferia. Los renders dan cuenta de un edificio de cinco mil metros cuadrados, con sus cien ventanas y werkkamers (cuartos de trabajo), un café teatro de animación erótica, una galería de arte y una asistencia con trabajadores sociales. Pero el vecindario de destino se levantó en protesta: Not-In-My-Backyard!

Escribo este texto porque hace poco coincidimos en Ámsterdam por veinticuatro horas con tres grandes amigos colombianos: el periodista Alfonso Buitrago, su madre y su hijo. Hizo un frío del putas, y ellos ya habían pasado por Madrid y Berlín. Ámsterdam era su tercer y último destino. Les quedaban tres deseos en este orden: visitar la Casa Museo Ana Frank, hacer el tour de las canales y conocer las ventanas. Cumplido el programa, entramos a la Iglesia Vieja para visitar la tumba de Saskia, pero la iglesia es un museo y nos iban a cobrar. Ojeamos unas publicaciones a la venta en la entrada. Una de ellas nos llamó la atención: contenía en letra bíblica y en sesenta páginas todas las normas que hoy aplican en el barrio respecto a la prostitución, el consumo de drogas, el turismo y demás. Pero en esencia, todo sigue igual en el barrio más viejo de Ámsterdam.

La lógica intrínseca de la regulación es que siempre requiere adaptaciones y mejoras. O sea, más regulación. Justo hoy, cuando escribo esto, la alcaldía ha anunciado que considera imponer, a partir de mayo, regulaciones adicionales. El nuevo paquete tiene la ventaja de aplicarse a tres vicios a la vez. ¡Tres por uno! Se prohíbe el consumo de marihuana en las calles del barrio rojo y se toman medidas para desincentivar la venta y el consumo de alcohol en el sector. Los almacenes y tiendas del barrio —no los bares y restaurantes— ya tenían prohibido vender licor después de las cuatro de la tarde. Ahora las tiendas pueden seguir vendiendo alcohol, “pero las botellas no pueden estar a la vista del consumidor”. Además, se anuncia que si no se respetan las nuevas reglas de fumar, la administración considera prohibir, a partir de ciertas horas, la venta de soft-drugs por parte de coffee-shops e incluso, fumar al interior de ellos.

Con el tiempo, se constata que se mantienen parte de los problemas criminales, se intenta introducir un sistema de registro más fuerte, se hacen strafbaar (castigables) el cliente, el explotador y el practicante de prostitución ilegal, y se pone edad mínima de 21 años para prostitutas.

La prostitución es un oficio legal en Países Bajos, de ahí que esté cubierto por reglas.

La prostitución de ventana únicamente está permitida en diez ciudades (por ejemplo, no incluye Róterdam y Utrecht). Tippelen, o prostitución callejera, únicamente en dos ciudades (Arnhem, Nimega).

Según la Policía, entre el cincuenta y el 85 por ciento de las prostitutas trabajan forzadas, pero solo entre cinco y diez por ciento lo reconoce. Hay indicios de que estos problemas se concentran en escort y trabajo ilegal desde la casa, o sea en sectores menos visibles que las vitrinas. El gobierno considera que un registro nacional ayudaría a hacer estas modalidades más visibles, pero los críticos prevén que quienes no obtengan permiso se lanzarán al sector informal e intentarán escapar incluso a los servicios de salud para evitar sanciones. En Alemania, ante un sistema reciente similar, el 83 por ciento de las prostitutas no se habría registrado.

Fue Charles Baudelaire quien dijo que la prostitución existe por falta de opciones. Ámsterdam sufre de lo contrario: hay tanta prostitución, que la alcaldía está forzada a reglamentarla cada vez más. Muchos extranjeros se imaginan a Países Bajos, o por lo menos a Ámsterdam, como el edén de las drogas, la prostitución, la eutanasia y otras delicias, y no tienen muy claro que sin reglas no hay paraíso. La abundancia de reglas y normas es propia de las democracias avanzadas, y en Países Bajos pretendemos ser campeones en ellas con un modelo sencillo, que se centra en tres principios. Uno: ante cualquier asunto social polémico —prostitución, drogas, eutanasia— y para evitar que este se transforme en un problema mayor y costoso, las autoridades deciden “tolerar”, pero de inmediato regular el fenómeno con un conjunto de reglas, permisos, prohibiciones, y sanciones. Dos: aprovechamos los problemas, transformándolos en negocio. Lo que toleramos pero regulamos es, por definición, legal, y puede entonces alimentar la hacienda pública por cuenta de permisos, impuestos, multas, etc. Tres: respetar la democracia deliberativa, para que haya regulación consensuada.

Parece un win-win for all, y no sorprende entonces que tanta gente de buena intención quiera copiar “el modelo holandés”, ya que parece mostrar que es posible “solucionar” la prostitución, y hasta el consumo. Nuestra fama es mundial, en particular en círculos progresistas, por considerar que debe tratarse de políticas de izquierda. Pero entre los treinta gobiernos que hubo desde 1945, solo uno fue de izquierda y la gran mayoría coaliciones, del centro y con fuerte participación de partidos religiosos. Es cierto que Ámsterdam siempre tuvo alcaldes progresistas, excepto de 2017 a 2018, y la alcaldesa actual lo es de manera explícita. Puede entonces sorprender que sea ella quien está proponiendo desplazar buena parte de la prostitución desde el céntrico barrio rojo hacia la periferia de la ciudad, y recibiendo muchas críticas por actuar bajo la presión inmobiliaria y por la gentrificación que esto puede generar.

Para resumir: en Ámsterdam, si antes hubo más putas que reglas, hoy hay más reglas que putas, y faltan un par por formular. Pero al menos hay una santa patrona: Xaviera Suiza, de nombre real Grisélidis Réal, quien también se hizo famosa escribiendo sobre la misma profesión, y su contribución a la sociedad suiza es tanta, que en 2010, el gobierno nacional decidió hacer un entierro especial para Grisélidis en el Cimetière des Rois, el más prestigioso del país, donde están enterrados, entre otros ilustres, los reyes suizos. Y, no obstante algunas protestas, le destinaron una tumba vecina a la de Calvino.