Número 132 // Diciembre 2022

Editorial UC 132

Las primeras sin cambio

América Latina siempre está afuera del cascarón. Lo suyo son los aleteos, los primeros ensayos, el aire incierto. Nunca el crecimiento a resguardo, ni la tibieza a media luz. Ahora las convulsiones marcan todas las banderas y nos damos cuenta de que cierto consenso ideológico a la zurda no significa tranquilidad ambiente. Las crisis en la vecindad han hecho que Colombia, gobernada por primera vez por una izquierda temida por muchos, sea un ejemplo de estabilidad institucional. Durante la campaña vimos una especie de histeria empresarial que presagiaba lo peor para la economía y el clima político si Gustavo Petro terminaba en la presidencia. La expropiación, la salida masiva de colombianos al exterior, la cláusula Petro para reversar inversiones y contratos, los grandes choques institucionales fueron algunas de las advertencias entre políticos de oposición y algunos gremios y analistas.

Luego de cuatro meses las convulsiones no están a la vista mientras en varios países de la región los malos síntomas y las enfermedades parecen agravarse. El lugar común de la fortaleza institucional colombiana, a pesar de sus líos propios y compartidos, es una realidad al menos en el corto plazo. Hoy en día, para Colombia, las comparaciones son virtuosas.

Comencemos por el paradigma de la inestabilidad, Perú y su ruleta presidencial con una bolita girando y deteniéndose fuera del poder cada veinte meses. Castillo cambió cincuenta ministros en año y medio, sufrió tres mociones de vacancia, acumuló preocupantes acusaciones de corrupción y mostró un gran desconocimiento del manejo político y de los compromisos presidenciales. Al final cometió un inaudito suicidio personal y político. Luego de su fallida carrera hacia la embajada de México vino la acción. En un solo día hubo cierre del Congreso, captura del presidente y posesión de una nueva jefa de Estado. Perú podrá ser un poco anárquico, pero nadie podrá negarle su agilidad. Ahora se anuncian elecciones para el próximo año y hay estado de emergencia en el sur por protestas contra la destitución y paros agrarios y gremiales. El peor escenario: polarización política, revueltas sociales, incertidumbre electoral y partidos sin representatividad.

En Argentina el paisaje no mejora. Hace unos meses, atentado fallido contra la vicepresidenta Cristina K. y apenas hace diez días, una condena en su contra a seis años de prisión e inhabilidad de por vida. “Es un Estado paralelo y una mafia judicial”, dijo la vicepresidenta calificando a sus jueces y a toda la rama. La llamada “grieta”, el nombre que los argentinos dan a la polarización, no ha hecho sino crecer hasta la violencia física. También en la coalición de gobierno hay una guerra de poder. La inflación llegó al 75 % en el último año, la más alta en tres décadas. El precio de los alimentos para los más pobres de las ciudades se duplicó en ese mismo lapso de tiempo. En las calles hay cuatro tipos de cambio y la escasez de las láminas del álbum del mundial acrecentaron la angustia albiceleste. Las calificadoras de riesgo hablan de una inminente bancarrota del país y la salida de los jóvenes hacia Europa es una de las polémicas actuales. Solo Messi podrá salvarlos.

En Chile, el ejemplo regional, el gobierno de Boric sufrió un muy tempranero golpe de realidad: al segundo día de gobierno su ministra del Interior fue recibida a tiros en la Araucanía, la región que juraban defender del autoritarismo de Piñera. Tres meses más tarde la aprobación presidencial cayó al 24 %. Luego vino la gran derrota en las urnas con la negativa al proyecto de Constitución redactado durante más de un año, una de las principales banderas del gobierno. Antes de seis meses el presidente tuvo que sacar del gabinete a dos ministros de su círculo más cercano. La incertidumbre de un nuevo proceso para cambiar la Constitución comienza a cobrarle a la economía. Las previsiones dicen que será el único país en América Latina que no crecerá en 2023. Además, Boric gasta menos de lo que esperaban sus electores y tiene ya reparos de sus “compañeros de lucha”. El presidente se ha visto obligado a mirar algunas líneas del libreto de Piñera.

En Brasil las elecciones terminaron en protestas y cierres de carreteras y la mitad del electorado piensa que Lula se robó la presidencia. Hace veinte años, cuando llegó al poder por primera vez, solo el 10 % desaprobaba su gestión luego de seis meses de gobierno. Lula tiene más años, menos apoyo ciudadano y menos plata para invertir. No gozará de la bonanza por la exportación de materias primas que marcó su primera presidencia y sus rivales más enconados tienen la bancada más grande en el Congreso. Hace unos días sus declaraciones sobre el gasto público hicieron que la bolsa de Sao Pablo cayera 3.3 %, marcando el peor día del año. Y ni Neymar, un bolsonarista confeso, pudo salvarlos.

Venezuela es un capítulo aparte. Una de sus esperanzas económicas es el restablecimiento de relaciones con Colombia. Una de sus posibilidades de una mediana estabilidad política es la intermediación del gobierno Petro para que la oposición vuelva a las elecciones. Por ahora, el signo de la autocracia, la carencia y la violencia sigue marcando el régimen.

Mientras tanto, en Colombia se aprobó una reforma tributaria consensuada, el gobierno tiene mayorías en el Congreso, los empresarios alarmados con la expropiación le venderán tierras al Estado para una reforma agraria. Según previsiones, el país tendrá el mayor crecimiento económico de Suramérica en 2022 y, a pesar de la fiebre de caóticas declaraciones ministeriales, los empresarios empiezan a mirar con menos recelo hacia la Casa de Nariño. En la última encuesta la favorabilidad de Petro creció dos por ciento y llegó al 48 %, veinte puntos por encima de lo que marcaba Iván Duque luego de cien días de mandato. Es muy pronto para descartar los riesgos de un gobierno amparado más en el discurso que por la realidad, amigo de la revolución por decreto, que parece estar seguro de encontrar la paz total a punta de bendiciones y de salvar la selva con helicópteros disfrazados de guacamayas. El Petro presidente apenas empieza a caminar pero todavía no da tumbos.