Número 130 // Agosto 2022

El círculo de la espada de Bolívar

Por JUAN FERNANDO RAMÍREZ ARANGO
Ilustración de Titania

El 24 de junio de 2022, cinco días después de haber ganado las elecciones, Petro concedería la primera entrevista como presidente electo, a la revista Cambio, representada por Daniel Coronell. Allí, pasados dieciséis minutos, luego de manifestar que a su administración no se le demandarán símbolos sino reformas, Petro diría lo siguiente: “Ayer tuve una experiencia que no estaba en mis planes”. Con “ayer” se refería a la reunión que había tenido con Duque para discutir el proceso de empalme entre ambos gobiernos, tras la cual el presidente saliente rompería los protocolos con el fin de llevar a Petro hasta un rincón de la Casa de Nariño, donde había una urna de cristal custodiada por dos soldados vestidos a la usanza de la época de la Independencia. ¿Qué había en esa urna de cristal? “La espada de Bolívar que nosotros recuperamos”. Respuesta que sería replicada inmediatamente por Daniel Coronell: “Recuperar es un verbo generoso, se la robaron”. A continuación, Petro añadiría que era la primera vez que la veía, que estaba desenvainada y que ahora le tocaba guardarla a él, con lo cual se completaba el círculo.

Círculo que se había abierto en 1974, marcado por el número diecisiete, ya que la espada de Bolívar sería robada el 17 de enero, un mes después de que, el 17 de diciembre, se cumpliera un aniversario más de la muerte del Libertador. Además, en la fecha del robo se completaban diecisiete días de haberse levantado el estado de sitio en Colombia, y El Tiempo anunciaba en primera plana esta novedad literaria: “Sale libro de León de Greiff tras 17 años”, poeta que, curiosamente, sería el segundo custodio de la espada de Bolívar durante los diecisiete años que estuvo en poder del M-19.

¿A cuál de los fundadores del M-19 se le ocurrió el robo de la espada de Bolívar? Existen dos versiones: la primera, consignada en “La ruta de la espada”, artículo publicado el 1 de diciembre de 1997, en la edición 813 de Semana, señala que la idea fue de Luis Otero. Y la segunda, la más extendida bibliográficamente, le atribuye la autoría intelectual a Jaime Bateman. Según el libro La espada de Bolívar: el M-19 narrado por José Yamel Riaño, publicado en 2006, Bateman había planeado el robo de la espada desde que dirigía el grupo urbano de las Farc, “pero nunca se hizo, aunque él sí tenía la inteligencia hecha. Esto demuestra que el pensamiento de Jaime ya se planteaba en términos del Libertador y no de Lenin, Marx o Ho Chi Min. No se planteaba en términos del marxismo leninismo, sino de la historia de Colombia”.

La expectativa

Aprovechando, por lo tanto, que Bateman ya tenía la inteligencia hecha, los fundadores del M-19 decidirían que el robo de la espada de Bolívar sería su carta de presentación. Pero antes, como si el M-19 fuera un producto nuevo en pro de una demanda nacional, harían una campaña de expectativa en los principales diarios del país, El Tiempo, El Espectador y El Colombiano. La campaña constaba de cuatro avisos publicitarios que saldrían a la luz en tres tandas, el 15, 16 y 17 de enero de 1974. Estos eran los cuatro avisos: 1) “¿Parásitos…, gusanos? Espere M-19”. 2) “¿Decaimiento…, falta de memoria? Espere M-19”. 3) “¿Falta de energía…, inactividad? Espere M-19”. Y 4) “Ya llega: M-19”.

El martes 15 saldría el aviso 1 en la sección deportiva y el 2 en la de espectáculos. El miércoles 16 saldría el aviso 3 en la sección deportiva y el 1 en la de espectáculos. Y el jueves 17, día del robo de la espada, saldría el aviso 1 en la sección deportiva, el 2 en la de espectáculos, el 3 en la de historietas y el 4, “Ya llega: M-19”, en la portada.

Dos días después del robo, el sábado 19 enero, El Espectador, en un artículo titulado “Campaña de suspenso habían hecho los asaltantes de la Quinta”, señalaría que los ocho avisos del M-19 publicados en ese diario habían sido contratados el 11 de enero, a las diez a. m., por “un individuo de no muy buena presencia, alto de cuerpo, que calzaba sandalias y no llevaba corbata”. ¿Quién era? La respuesta se encuentra en el libro Siembra vientos y recogerás tempestades: la historia del M-19, sus protagonistas y sus destinos, en el que Álvaro Fayad, alias el Turco, otro de los fundadores de esa guerrilla, cuenta que aquel individuo de no muy buena presencia era Luis Otero, quien “se disfrazó de agente vendedor de vermífugos, llenó de drogas un maletín Samsonite, llevó los artes a los periódicos de Bogotá, dijo que trabajaba para los Laboratorios Oscar G y pagó la publicidad en efectivo”. En realidad, el nombre del laboratorio que aparecería como cliente en los recibos del departamento de publicidad de El Espectador no era ese, sino Laboratorios Oskarge, cuyo producto a promocionar era un purgante, el Mevinek de 19 miligramos, denominado M-19 a nivel comercial. En los recibos también aparecería la dirección del laboratorio: carrera 46 # 76-158, de Barranquilla. Dirección en la que vivía una familia de apellido González, “cuyos integrantes manifestaron no haber oído nombrar jamás a la citada empresa”.

¿Cuánto pagó el M-19 por esa campaña de expectativa? Fueron 18 080 pesos solamente por los ocho avisos publicados en El Espectador. Poco más del triple, o sea sesenta mil pesos, por los ocho publicados en El Tiempo. Diario en el que, tres días después del robo, el 20 de enero, Daniel Samper Pizano, en su columna “Reloj”, estimaría de manera aproximada el costo total de la campaña en 250 000 pesos. Sin embargo, una página más allá, en la 5A, Hersán, seudónimo de Hernando Santos Castillo, en su tradicional columna “Detrás de las Noticias”, escribiría que el M-19 se había gastado “más de medio millón de pesos en promover y ambientar el golpe”, cifra escandalosa que superaba el valor en el que había sido tasada la propia espada de Bolívar, esto es, cuatrocientos mil pesos. ¿A cuánto ascendió el monto verdadero? Ocho años más tarde, en 1982, Álvaro Fayad se lo revelaría a la periodista Patricia Lara: trescientos mil pesos, algo más de 163 millones de hoy.

Dado el alto costo y la sofisticación de la campaña, tanto Daniel Samper Pizano como Hersán se preguntarían en sus respectivas columnas si el M-19 realmente era un nuevo grupo guerrillero o acaso “su promotor estaría dispuesto a pagar unos meses de cárcel con tal de sacar adelante la que sería la más espectacular campaña publicitaria en la historia de Colombia”. Hernando Santos va más allá: dice estar convencido de que la promoción es plataforma de lanzamiento de una nueva gaseosa y ve la mano de Ardila Lulle detrás del asunto. ¿Quién había detrás del asunto? A la sazón se especularía con nombres como el del publicista Ricardo Hepp, pero, en 2006, José Yamel Riaño diría lo siguiente: “Con nosotros estaba un compañero publicista que trabajó en Sancho Televisión y era un hombre de mucho reconocimiento en el mundo de la publicidad. Desafortunadamente, no tengo oportunidad de pedir autorización para divulgar su nombre. A él se le dio la idea y el desarrolló el programa”.

El robo

En el libro Escrito para no morir: metáfora de una militancia, de María Eugenia Vásquez, exguerrillera del M-19, donde era conocida con el alias de Claudia, ella cuenta brevemente su participación en el robo de la espada de Bolívar. Participación que comenzaría cuatro días antes, en la madrugada del domingo 13 de enero de 1974, cuando le comunicaron que debía estar a las 7:30 a. m. de ese mismo día en el reloj del Parque Nacional, llevando una revista Cromos bajo el brazo. Una vez allá, la abordaría un hombre que rompería el hielo con esta pregunta viajera: “¿Usted va para el Tolima?”. Pregunta que ella debía responder con el siguiente santo y seña: “No, yo voy para la costa”. A continuación, el hombre la trasladaría hacia un sitio no especificado donde había otras siete personas, todas desconocidas para ella, ya que el M-19 se regía por la técnica de la compartimentación, en la que cada miembro de la estructura era una pieza móvil que no sabía ni conocía más allá de lo estrictamente necesario. Lo estrictamente necesario de esa reunión lo diría Álvaro Fayad, alias el Turco, quien abriría su discurso con esta frase genérica: “Este será un operativo de propaganda armada con alto contenido simbólico”. Después añadiría que el hecho causaría un gran impacto en la opinión pública, por lo que sería la plataforma de lanzamiento ideal para el M-19. Luego haría una pausa con el fin de repartir una hoja, en la cual estaba redactado el comunicado que dejarían en el lugar del operativo. A alias Claudia le bastaría leer el título para deducir que iban a robarse la espada de Bolívar. ¿Cuál era el título del comunicado? “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”. Con el objetivo claro para todos, el Turco los dividiría en tres grupos. Así describiría alias Claudia a los dos compinches del suyo: “A mí me tocó con una pelada muy callada y un muchacho alto, fornido”. A ese grupo se le asignaría la contención externa del operativo: “Los tres estaríamos en la puerta de entrada para asegurar que los del interior no tuvieran contratiempos”. Cuatro días después, el jueves 17 de enero de 1974, sobre las cinco p. m., cuando los demás ya estaban adentro, el grupo de alias Claudia arribaría a la Quinta de Bolívar y se apostaría a la entrada. Desde allí, ella solamente vería el inicio y el final del operativo, esto es: 1) A uno de sus camaradas reduciendo a un celador. Y 2) Al Turco saliendo con la espada de Bolívar: “Lo vi meter la espada por el cuello de su maxiruana”. Mientras tanto, entre 1 y 2, el grupo de alias Claudia solo tendría un pequeño contratiempo, sorteado así: “Cuando un grupo de turistas paisas se acercaba, la otra compañera y yo salimos a su paso diciéndoles que ya habían cerrado y tenían que volver al día siguiente, antes de las cinco. Alegaron un poco y se retiraron. Estuvimos un rato en silencio, no se oía nada…”.

¿Qué pasó adentro? A las 4:30 p. m., entraría a la Quinta de Bolívar el primer grupo, encabezado por el Turco. La orden era que debían dispersarse, a la espera del segundo grupo. Lo harían y comenzarían a circular por el sitio, tanto que llamarían la atención de uno de los celadores, Adán Madrigal, quien un día después le declararía esta línea a la agencia de noticias UPI: “Yo noté algo sospechoso en varios de los visitantes de la Quinta de Bolívar en la tarde del jueves, porque daban vueltas sin detenerse en ningún lugar del museo”. Sin embargo, Madrigal no haría nada al respecto. Rayando las cinco p. m., llegaría el segundo grupo, liderado, según José Yamel Riaño, por un camarada que hablaba inglés, disfrazado de turista gringo: “El señor llegó un poco tarde, casi a la hora del cierre, y solicitó que se tuviera el privilegio con él para que estuvieran unos minutos más. Él no entendía español, y había otro que le traducía. Comieron cuento y les dijeron que sí, que no había problema”. El papel de ese segundo grupo era avisarle al Turco mediante una seña que ya no quedaban visitantes en la Quinta de Bolívar. Pasadas las cinco le harían la seña y comenzaría la acción: primero sacaron a relucir las armas, dos metralletas, una pistola y tres revólveres. Después redujeron al primer celador, Juan Bautista Niño, “mediante un fuerte golpe en la cabeza, causado con la cacha de una pistola”, señalaría El Espectador dos días más tarde. Luego neutralizaron al segundo celador, el referido Adán Madrigal: “Uno de los individuos me golpeó en el estómago y en la cara”, apuntaría El Tiempo al día siguiente. Detrás de Madrigal venía su hijo, Germán Rafael, de 12 años, quien lo acompañaba ocasionalmente en el trabajo: “Chino, no tengas miedo, que nosotros no somos antisociales, somos guerrilleros”. A ambos, padre e hijo, los amarraron con cáñamo y los obligaron a tenderse boca abajo en el piso. El resto del personal estaba en la dirección, haciendo las cuentas del día. Entonces se tomaron la dirección, la aseguraron, siguieron de largo y desembocaron en un corredor rodeado de jardines, fueron dejando atrás la sala de recepción, la sala de música, el costurero, el comedor, el salón París, la alcoba del Libertador, y después de destrozar las guardas de la puerta del salón principal con una “pata de cabra que usaba uno de los asaltantes a manera de bastón, irrumpieron al lugar donde se hallaba la urna que contenía la espada”. El asaltante al que se refería esa cita de El Tiempo no era otro que el Turco, quien le narraría en primera persona a Patricia Lara la secuencia culmen del robo: “Me paré frente a la urna. Me arreglé los guantes de caucho blanco. Tomé la varilla con las dos manos. La dejé caer sobre el cristal… En el silencio del salón, asustaba el ruido de los cristales al romperse… Tuve que romperlos otra vez: por encima no cupo la espada. La saqué por un lado”. También sacaría los espolines y los estribos de Bolívar y se los entregaría a alias Mono Pedro, “el compa que entró conmigo”. Ya de salida, dejarían varias copias del comunicado en la cama del Libertador y reproducirían con aerosol en las paredes interiores de los jardines el mencionado título de esas hojas: “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha”. Comunicado que terminaba con este final abierto, performático: “La espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos. A las manos del pueblo en armas”.

El viacrucis de la espada

El Turco y alias Mono Pedro abordarían un Renault 6 que los esperaba afuera de la Quinta de Bolívar. Era un carro prestado al que le fallarían las luces en el camino: “Sin luces, casi de noche, corriendo el riesgo de que nos detuviera la policía de tránsito, atravesamos Bogotá y dejamos la espada en un lugar seguro”. ¿Cuál era ese lugar seguro? Según “La ruta de la espada”, el citado artículo de la edición 813 de Semana, era un prostíbulo cercano a la calle 22 con tercera. Versión distinta a la que recogería recientemente la revista Cambio, en un artículo titulado “Los trasteos de la espada de Bolívar”, en el que se dice que ese lugar seguro era la casa de un estudiante de ingeniería de la Distrital, llamado Ernesto Sendoya, quien vivía en la calle 26 con quinta. Allí, supuestamente, sería tomada la primera foto de la espada ausente, foto que sería enviada a todos los medios, pero que solamente publicaría la naciente revista Alternativa, en la página 24 de su primer número, la cual iba acompañada por este pie de foto: “Apareció la espada de Bolívar. Está en América Latina”, y por un nuevo comunicado del M-19, que decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Esto es solo el comienzo. La lucha es hasta la toma del poder”. Esa primera Alternativa empezaría a circular el 15 de febrero de 1974, fecha en que se cumplían ocho años de la muerte de Camilo Torres, aniversario que sería conmemorado por el M-19 con la toma de la Universidad del Valle.

De acuerdo con la versión de Semana, la espada permanecería en el prostíbulo hasta marzo de 1974, cuando sería recogida por Jaime Bateman y por otros dos integrantes del M-19, entre ellos alias el Indio. Bateman bajaría a buscarla mientras los demás lo esperaban en un Willys rojo: “Al rato regresó con algo en las manos y les dijo a sus acompañantes: ‘Ya tenemos a la niña otra vez. Estaba donde las putas’. Bateman les mostró la espada, estaba envuelta en una manta y guardada dentro de una tula. El grupo se dirigió entonces al barrio Santafé, a la carrera 16A # 23-35: la casa del poeta León de Greiff”.

Con ese segundo destino de la espada coincide la versión de Cambio. Sin embargo, esa revista afirma que “el maestro León no supo que en su casa se ocultaba la espada del Libertador”, y que los trámites para llevarla a ese lugar se hicieron con el hijo del poeta, el ajedrecista Boris de Greiff. El artículo de Semana, por su parte, asegura que el maestro, amigo de varios líderes del M-19 desde cuando ellos eran simples estudiantes de la Nacional, sí tenía pleno conocimiento del asunto: “El domingo en que Bateman llegó a entregarle la espada no ocultó su satisfacción. En su casa, la limpiaron, luego la envolvieron en la manta, la metieron en la tula y la dejaron encima de unos libros en el segundo piso”. ¿Cuánto tiempo permanecería la espada de Bolívar en la casa del poeta? Tampoco hay consenso entre ambas revistas en ese punto: para Semana se la llevaron de ese escondite días antes de la muerte de León de Greiff, ocurrida el 11 de junio de 1976, y para Cambio días después de esa fecha.

Según la versión de Semana, entre 1976 y 1979, “el paradero de la espada es todavía un misterio”. Tan solo lograrían precisar que estuvo metida en un sofá construido exclusivamente para guardarla, y después dentro de un tubo de PVC. Además, que en ese lapso sus guardianes fueron artistas e intelectuales, de los cuales lanzaron un nombre concreto: el poeta Luis Vidales, quien sería detenido por el Ejército en 1979, luego de que no encontraran la espada en la tumba de León de Greiff. “Aquí no hay poeta que valga”, diría el general Luis Carlos Camacho Leyva, ministro de Defensa de Turbay, ante la infinidad de protestas nacionales e internacionales contra semejante injusticia, encabezadas por Sartre y García Márquez: “Se lo llevaron vendado a las caballerizas militares y allí lo mantuvieron varios días, en el que ha de quedar para la historia como el episodio más sombrío no sólo de la presidencia de Turbay Ayala, sino de su propio destino personal. El poeta no recibió nunca una explicación satisfactoria del atropello”.

En el caso del artículo de Cambio no hay ningún misterio sobre el paradero de la espada entre 1976 y 1979: de la casa de León de Greiff sería trasladada a la de Esmeralda Vargas, compañera sentimental de Bateman, ubicada en la carrera 9 con calle 118, donde ella la ocultaría en la biblioteca, detrás de unos libros, envuelta en papel kraft café. Allá, supuestamente, estaría hasta finales de octubre de 1979, cuando se supo que el F-2 había capturado al Turco. Esa noche la espada cambiaría de manos, pasando a ser custodiada por Valentín Sáez y Elvira Ortiz, “una pareja de contadores muy cercana a la familia Bateman Vargas”, quienes la tendrían durante dos o tres meses, escondida junto a un lavadero, debajo de un colchón y en el baúl de un carro, hasta que, finalmente, engrasada con lubricante automotriz, dentro de un tubo de PVC, la enterrarían en la finca de un consuegro. En los interrogatorios a los que sería sometido el Turco siempre pondrían sobre la mesa el tema del destino de la espada, todas las veces él les respondería con esta frase maquinal: “La espada de Bolívar está en manos de nuestro comando superior. ¡La tiene la organización y la guardará hasta el triunfo!”. Lo cual, según la versión de Semana, no era cierto, ya que la espada estaba enterrada en la finca de “un reconocido político colombiano”, la habían enterrado el Turco, Bateman y Carlos Toledo, otro de los fundadores del M-19. Antes de hacerlo, Toledo les tomaría una foto a sus dos camaradas sosteniendo la espada, foto de la que no hay registro público.

Debido a los problemas que les estaba causando la espada a sus custodios y para garantizar la seguridad de esa reliquia, Bateman decidiría sacarla del país. De acuerdo con el artículo de Cambio, eso ocurriría después de que Esmeralda Vargas le pidiera a la pareja de contadores que le devolvieran la espada. Una vez devuelta, Esmeralda se la entregaría a un funcionario de la embajada cubana. Lo haría en una noche de apagón generalizado en Bogotá, pasándola de un carro a otro en pleno movimiento. Días más tarde, en una valija diplomática, arribaría la espada a Cuba, corría 1980. Allá quedaría bajo la tutela del comandante Manuel Piñeiro, el popular Barbarroja, guardada en un armario de su oficina.

Según la versión de Cambio, la espada permanecería en la oficina de Barbarroja hasta 1985, cuando, a petición del Turco, quien la quería tener más cerca, sería trasladada a la embajada de Cuba en Panamá. Sin embargo, según el artículo de Semana, la espada solo viajaría a Panamá cuatro años más tarde, en el último trimestre de 1989, tras la X Conferencia Nacional del M-19, donde esa organización guerrillera determinaría “dejar las armas, reintegrarse a la vida civil y constituirse en un movimiento político legal”.

Un año y medio antes, el 23 de abril de 1988, Petro, como integrante del M-19, le concedería una entrevista a Daniel Coronell, en aquel entonces periodista del Noticiero Nacional, quien, entre otras cosas, le preguntaría lo siguiente: “¿Ustedes iban a festejar su cumpleaños entregando la espada de Bolívar?”. “Nosotros íbamos a presentar la espada, pero es una espada de Bolívar que se concreta no en el pedazo de metal que le pertenece al pueblo, sino en una propuesta de paz para el país, y en nuestra vocación por construir una nación del tamaño de los sueños de Bolívar. La espada de Bolívar será presentada públicamente, está en Colombia, seguirá en Colombia, en las manos del M-19, en las manos del pueblo colombiano, hasta que en este país se conquisten los objetivos del Libertador, los objetivos de justicia social, de paz para todos, de verdadera democracia”. La espada, por supuesto, no estaba en Colombia, estaba, como se lee en el párrafo anterior, o en la embajada de Cuba en Panamá o todavía en la oficina de Barbarroja. En cualquier caso, tanto la versión de Cambio como la de Semana, coinciden en que la espada estuvo en dicha embajada hasta el 20 de diciembre de 1989, fecha en que iniciaría la Operación Causa Justa, o sea, la invasión estadounidense a Panamá.

De Panamá, otra vez dentro de una valija diplomática, retornaría la espada a Cuba, a la oficina de Barbarroja. Ocho meses después, en agosto de 1990, cuando el M-19 ya era un movimiento político legal y Pizarro había sido asesinado, Antonio Navarro, su nuevo líder, sería convocado a un debate en el Congreso: querían saber por qué no habían entregado la espada. ¿Qué respondió Navarro? “Sabemos cómo llegar a ella, pero no sabemos quién la tiene”. Por eso, en noviembre de ese mismo año, como en los días previos al robo, el M-19 volvería a pagar avisos en la prensa, esta vez buscando la espada. Al respecto, Semana plantearía este interrogante: “¿En realidad no sabían sus dirigentes dónde estaba o, como se llegó a rumorar, los cubanos no querían entregársela a Navarro?”. Además, Navarro estaba corriendo contra el reloj, pues “al parecer la devolución de la espada fue una de las exigencias que hizo el gobierno a los dirigentes del M-19 para realizar la Asamblea Constituyente”.

¿Cómo retornó la espada a Colombia? Según la versión de Semana, promediando enero de 1991, Arjaid Artunduaga, quien había sido el secretario de las conferencias nacionales del M-19, iría por ella a Cuba y la traería al país ingresando por Venezuela: “En una operación sigilosa y clandestina porque no queríamos correr el riesgo de que nos robaran ese zuncho”. El artículo de Cambio, por su parte, arroja una respuesta muy distinta: Otty Patiño, otro de los fundadores del M-19, viajaría a Caracas para entrevistarse con Norberto Hernández, embajador de Cuba en Venezuela, donde le pediría que devolvieran la espada. Hernández se comunicaría con los altos mandos de La Habana y le transmitirían este mensaje de Fidel: solo le entregaremos la espada a Antonio Navarro. Posteriormente, Hernández haría partícipe de la situación al presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, y este se ofrecería para ser el anfitrión de la entrega de la espada. Entonces Navarro se desplazaría hasta Caracas, pediría que invitaran a Gabo, y en una de las casas presidenciales de las afueras, con el nobel de testigo, recibiría la espada de manos de Hernández: “La empaqué y la llevé a Bogotá en el primer vuelo chárter”. Cuatro días después, el 31 de enero de 1991, en una ceremonia especial en la Quinta de Bolívar, coprotagonizada por los hijos de varios comandantes muertos, los de Bateman, el Turco y Pizarro, envuelta en una bandera de Colombia, tras diecisiete años de itinerancia junto al M-19, Navarro entregaría por fin la espada del Libertador.

Posdata 1: El 17 de enero de 1986, exactamente doce años después de haber participado en el robo de la espada de Bolívar, María Eugenia Vásquez, alias Claudia, traería al mundo a su primer hijo. Por eso y porque lo había concebido el 19 de abril, lo bautizaría Simón José Antonio, sí, igual que el Libertador.

Posdata 2: El mismo día que Navarro entregó la espada, el presidente César Gaviria la enviaría al Banco de la República, donde sería guardada en una caja de seguridad. Allá estaría hasta el 7 de agosto de 1998, cuando Andrés Pastrana decretaría su traslado a la Casa de Nariño: “Colocó la espada de Bolívar en su oficina, sin urna, sobre una consola”. Al terminar su mandato, Pastrana la devolvería al Banco de la República, allí permaneció hasta el 24 de julio de 2020, fecha en que retornaría al palacio presidencial a petición de Iván Duque, para celebrar los 237 años del nacimiento del Libertador.

Posdata 3: El 7 de agosto de 2022, antes de tomarle el juramento a la vicepresidenta Francia Márquez, Petro haría una repentina pausa para dar su primera orden en calidad de presidente: “Como presidente de Colombia le solicito a la Casa Militar traer la espada de Bolívar. Es una orden del mandato popular y de este mandatario. Señores de la Casa Militar, traigan la espada de Bolívar, ante el Pueblo, ante el Congreso, ante el Estado”. Palabras que echarían por tierra la negativa de Duque para que la espada estuviera en la posesión de Petro. Cincuenta y seis minutos más allá en esa posesión, se cumpliría la orden, llegaría la espada, acompañada por este coro: “Alerta, alerta que camina, la espada de Bolívar por América Latina”. A continuación, no bien se apagó el coro y la espada se quedó quieta, como si se hubiera completado el círculo, Petro improvisaría esta frase: “Llegar aquí, junto a esta espada, para mí, es toda una vida, una existencia”.