Centenares de viajeros de origen colombiano, al mostrar sus pasaportes verdes en aeropuertos y cruce de fronteras, han tenido serias dificultades y problemas, han sido mirados con recelo y sospecha, sometidos a exhaustivas requisas de sus equipajes, separados para inquisitorios interrogatorios por su sola condición de ser ciudadanos de ese país. Ser colombiano para muchos es una especie de mácula, una señal que alerta a las autoridades policiales y de vigilancia a tomar especiales medidas.
Esta historia tiene sin embargo un desenlace asombroso debido a que uno de sus protagonistas es de nacionalidad colombiana. Sorpresas te da la visa.
Por ser colombiano
—
Por MAURICIO RESTREPO MEJÍA
Ilustración de Nuevemanuelas
Por una zona boscosa, en medio de enormes pinos y abedules, cuatro hombres se mueven con dificultad, agitados y sudorosos en el atardecer de un verano caluroso, escuchando múltiples disparos y explosiones cercanas que aumentan su preocupación y su cautela al marchar entre los árboles. Se dirigen a Pazeric, un municipio distante a escasos kilómetros de Sarajevo, la capital de Bosnia Herzegovina. Corre el año de 1992 y los crudos enfrentamientos entre serbios, croatas y musulmanes han alcanzado en las últimas semanas su mayor nivel, produciendo múltiples muertos, el cerco de la capital y la creciente angustia de un pueblo que se desangra en medio de una guerra absurda.
Tres de ellos son periodistas en cumplimiento de la peligrosa misión de cubrir el desarrollo del complejo conflicto: Hans Haffner, de nacionalidad alemana, 52 años de edad, un veterano en estas lides que ha viajado por el mundo durante más de tres décadas informando a sus lectores sobre guerras y conflictos armados en los cinco continentes; Eduard Llund, sueco, de 27 años, natural de Malmö, periodista de un pool de medios impresos informativos europeos; y Darío Campos, colombiano, de 44, originario de Medellín, destinado por el periódico para el que trabaja, el Daily Mirror de Inglaterra, país donde reside hace más de dos décadas. Al igual que Haffner, Campos tiene una larga trayectoria cubriendo las guerras de este planeta. Con ellos, en calidad de guía y traductor, camina a la cabeza del grupo, escogiendo las rutas a seguir como gran conocedor de la zona, MIrko Jovric, natural de la región que transitan en esta Bosnia atormentada por la guerra. De padre serbio y madre eslovena, Jovric ha desempeñado múltiples oficios, entre ellos taxista y camionero, lo que lo hace un gran conocedor.
Los comunicadores se proponen llegar a Pazeric con el fin de entrevistar al general Ratko Mladic, máximo jefe de las milicias serbiobosnias quien, según fueron informados, se dirige con sus tropas hacia ese lugar. Para Eddy Llund el más joven de los comunicadores, es su primera presencia en el conflicto en los Balcanes, a diferencia de los otros dos que ya han estado varias veces. La proximidad de los disparos no alcanza a asustarlos aunque toman las precauciones del caso en su marcha hacia el centro urbano donde se supone estarán más seguros. Hace menos de un mes, tres periodistas, un canadiense, un francés y un camarógrafo italiano, perdieron la vida al ser tiroteados por paramilitares serbios, chetniks de feroz nacionalismo que los confundieron con bosnios musulmanes enemigos. Pero ellos saben que este tipo de riesgos hace parte de su oficio: “Se pasan sustos, se viven situaciones complicadas, pero si no quieres pasar por ellas, vete a cubrir mejor el Fashion Show o los movimientos de la bolsa”, le dijo una vez Campos a un familiar cercano que le advertía sobre los múltiples peligros de su profesión.
El guía les indica que un par de kilómetros más allá de la zona boscosa que atraviesan se encuentra la carretera principal que deben cruzar con precaución puesto que es constantemente patrullada por efectivos del ejército serbio y grupos chetniks. Estos, pese a no estar oficialmente integrados a las fuerzas armadas que comanda Mladic, combaten a su favor y son de los que disparan primero y preguntan después. Los chetniks tienen un lejanísimo origen en el tiempo, cuando también con las armas defendieron su Serbia adorada de la invasión turco otomana siglos atrás.
Hacen una breve pausa para tomar un descanso mientras siguen escuchando ráfagas de fusil y disparos esporádicos lo bastante cercanos como para causarles cierta inquietud. Los periodistas cargan bolsos con equipos fotográficos para ilustrar sus trabajos periodísticos y hasta MIrko, el guía, le ayuda al reportero alemán con uno de sus maletines.
“Nací en Sarajevo cuando, pese a ser hoy la capital martirizada de Bosnia, este no era un país sino una de las naciones que conformaban la antigua Yugoslavia, hoy dividida por las guerras. Es decir, oficialmente soy yugoslavo y aún conservo un viejo pasaporte que así lo prueba aunque este país no exista más. Tengo 35 años, me desempeño como taxista y crecí admirando a nuestro líder indiscutido, el mariscal Tito, tras cuya muerte se desataron todos los odios y lo que era nuestro país se despedazó en medio de una guerra terrible. En esos tiempos vivíamos en paz y había trabajo y escuela para todos. Desde que comenzó la guerra y el cerco a Sarajevo, ayudo a periodistas extranjeros a moverse por la región, les consigo lo que necesitan y me gano unos buenos dólares en tiempos en los que el trabajo escasea. Hace más de un año conocí a Hans y me ofreció servirles de guía de nuevo en esta oportunidad. Con mi familia vivimos tres años en Alemania antes del comienzo de la guerra y allí aprendí alemán y algo de inglés, idiomas en los que me comunico con quienes ahora conduzco a Pazeric”.
Cuando reanudan la marcha y MIrko toma la delantera, Haffner, el periodista alemán que lo sigue de cerca, piensa en la larga lista de conflictos armados que le ha tocado cubrir y las peligrosas experiencias que ha tenido que pasar. Treinta años atrás, tras terminar sus estudios de periodismo en una facultad de Stuttgart, su ciudad natal, comenzó a trabajar en el periódico Zeitung de dicha localidad en condición de reportero judicial de noticias locales. Su audacia y valor para enfrentar las situaciones complicadas llevaron a sus jefes a considerar la posibilidad de enviarlo al continente africano a cubrir el conflicto en Angola, donde fuerzas comunistas en el gobierno se enfrentaban a milicias guerrilleras encabezadas por Jonas Savimbi, con el apoyo evidente de los Estados Unidos que pretendía derrocarlo.
Allí comenzó el reportero germano una prolongada carrera que lo ha llevado, a lo largo de tres décadas, por cuanto conflicto o guerra, de mayor o menor calado se haya presentado en el planeta, dándole una desenvoltura y un conocimiento que pocos pueden mostrar. Alto, muy rubio pero con el cabello muy corto, delgado y ágil, Haffner sufre con la alta temperatura en esa tarde veraniega que lo hace sudar a chorros y solo piensa en tomarse un par de cervezas al llegar a Pazeric.
“Mis familiares y mis amigos me dicen siempre que debo estar desquiciado para haber elegido semejante profesión. Bueno: no tanto la profesión sino este ir y venir de guerra en guerra, corriendo el riesgo de que me peguen un tiro o me caiga un obús encima. No intento hacerme el valiente al decir que nunca he llegado a sentir miedo en el ejercicio de mi profesión. Ni siquiera cuando he estado bajo feroces ataques armados donde llueven las balas y las bombas te caen cerca. Son casi treinta años ya y aquí voy, tal vez empezando a pensar en la idea de retirarme a mi cabaña en las afueras de Stuttgart. Creo que eso todavía va a tardar”.
El colombiano por su parte, de complexión pequeña y fornida, camina pensando en lo valioso que sería contactar el general Mladic, mientras observa a la distancia la proximidad de la carretera y salta con agilidad sobre un pequeño arroyo de oscuras aguas.
“Me produce un profundo dolor esta guerra. En varias ocasiones estuve años atrás en Sarajevo. Imagínese que la llamaban La París de los Balcanes porque allí se realizaban conciertos, foros internacionales y múltiples eventos de la cultura. Una ciudad hermosa y tranquila, donde la gente vivía en paz, por encima de las diferencias religiosas entre musulmanes, serbios y croatas. Una vez empezada la guerra se matan entre vecinos y se han producido todo tipo de atrocidades. Con Hans, un guerrero de mil batallas, hemos compartido sustos, experiencias y hotel, lo mismo que incontables cervezas y wiskis en distintas guerras del mundo: Centroamérica, África y ahora nos movemos por este territorio por tercera vez. También, al igual que él, llevo muchos años trabajando para el mismo medio, casi exclusivamente dedicado a cubrir guerras y conflictos. Hace un par de semanas entrevisté a Radovan Karadzic, el líder político de los serbiobosnios y el reportaje fue todo un hit. Me llovieron felicitaciones y elogios de mis jefes. Si consigo hablar con Mladic, el verdadero estratega militar de las fuerzas serbias, la saco del estadio”.
Llund, el reportero sueco apunta con su cámara hacia una hermosa flor de encendido color granate, mientras Haffner y Jovric comparten un trago de la cantimplora del germano y encienden sendos cigarrillos. Jovric les indica con su mano derecha la proximidad de la carretera principal, unos doscientos metros hacia abajo. “Desde aquí podemos estar a no más de cuatro kilómetros de nuestro destino”, dice en un inglés elemental mientras arroja una larga bocanada de humo.
“Quién sabe cuánto más puede durar este conflicto. A nadie parece importarle lo que nos está pasando. Nuestra ciudad, a la que venían los músicos, artistas e intelectuales de toda Europa, ahora está sometida a un duro cerco por parte de los serbios y la gente se está muriendo de hambre. Para completar el drama, con mucha frecuencia, los serbios disparan desde las colinas contra la gente que sale a comprar con qué comer y hasta les lanzan misiles a las personas que hacen cola para comprar la leche o el pan. Han matado y siguen matando a mucha gente. En buena medida me decidí a servirles de guía y a ayudarles a estos periodistas extranjeros para que le cuenten al mundo que Bosnia agoniza lentamente”.
Cuando llegan a pocos metros de la carretera, MIrko les dice que bajen la voz y se oculten tras unos pinos caídos y lo esperen mientras sale a mirar si no vienen camiones militares serbios o hay presencia de tropas cerca. Tras unos minutos, regresa con gesto tranquilo y les dice: “Intentemos cruzar la carretera y seguir por esa zona boscosa hacia el norte. Por allí hay un camino que nos conduce a Pazeric”. Han dejado de escucharse disparos desde hace varios minutos, situación que los anima a ponerse decididamente de pie para continuar el camino. “Pasemos de a uno, con espacio de un minuto”, les orienta Jovric. El sueco es el primero cruzar la carretera. Una vez lo hace de prisa, se recuesta detrás de unos árboles. Haffner se echa atrás su morral y emprende el camino. En el momento en que se reúnen, luego de cruzar la carretera, se escucha un disparo muy cerca, seguido de varias ráfagas y fuertes gritos. Todos miran hacia el sitio de donde piensan que provienen los tiros y antes de que puedan hacer nada, aparecen detrás de los árboles y en distintos puntos, no menos de diez soldados de uniforme gris con distintivos azules y rojos, pertenecientes a la milicia serbiobosnia que les apuntan amenazantes con sus fusiles y gritan con cólera en un idioma que ninguno de los reporteros puede descifrar. Jovric, con angustia y expresión de espanto, les responde levantando las manos y conminando a los demás a hacer lo mismo, repitiendo de manera insistente la palabra ne, ne, que significa evidentemente no, no, en idioma serbio. Los soldados no dejan de gritarles y agitar con nerviosismo sus fusiles.
Uno de ellos, joven y de agresiva actitud, les apunta con el fusil mientras sigue pronunciando palabras que, a pesar de que no logran entender, perciben son insultos y amenazas. Corre el cerrojo del arma y la apunta de nuevo contra el aterrorizado grupo mientras, Mirko sigue con los brazos en alto y gritando con expresión muy asustada: ne, ne. Es un momento de enorme tensión.
Uno de ellos, al parecer el que los comanda, tan joven como todos los demás, pero evidentemente el único que parece calmado, le ordena al que agita el fusil algo y este, pese a responderle unas palabras incomprensibles, deja de gritar y baja la trompetilla del fusil. MIrko se dirige hacia él suplicante y con voz vacilante. Sostienen una conversación que deja a los reporteros en la total intriga. Jovric señala la cámara que todavía sostiene en sus manos Eddy, el periodista sueco, y a continuación les ordena con autoridad a todos: “Muchachos: saquen con la mayor lentitud, con mucha calma sus documentos, algo que les demuestre a estos tipos que son periodistas”.
“Por fortuna ninguno de ellos entendía serbio; el que nos apuntaba insistía a los otros que nos fusilaran de una, pues le resultaba claro que éramos enemigos. El que los comandaba le dijo que se calmara y que iba a revisar nuestra documentación, que no fuera a disparar. Parece que su comandante estaba cerca y lo iban a llamar para que resolviera la situación”.
El joven soldado le recibe a Jovric los documentos de todos y los comienza a revisar con detenimiento. La conversación entre el guía y este continúa, para desconcierto de los demás. Le ordena a otro soldado que porta un equipo de comunicación que le pase el radio y entabla una breve conversación, al parecer con su mando. Jovric les dice a sus compañeros, con tono un poco más tranquilo y sin la evidente expresión de terror en su rostro que mostraba instantes antes: “Está llamando a su comandante, un teniente que los dirige, que ya viene en camino”.
“Pues ojalá se apresure”, dice con cierto sarcasmo y gesto de burla el periodista alemán, “porque si se tarda, estos bárbaros nos van a fusilar aquí mismo”. El soldado lo mira con enojo y le pregunta algo a Jovric, señalando a Haffner. El guía le responde al militar y sin mirar a Haffner le dice en inglés, pero extendiendo su orden a los demás, “quedémonos callados, por favor, para no ir a provocar a estos tipos”.
Tras un largo y pesado silencio y otro intercambio de palabras entre Jovric y el soldado, hace aparición el teniente acompañado de otros doce soldados con iguales atuendos y similares edades, ninguno supera los veintidós años. El teniente es un hombre de físico atlético y gran estatura. Porta tras la espalda un fusil con mira telescópica y en su mano derecha un equipo de comunicaciones. El que comandaba el grupo captor de los periodistas se cuadra solemnemente ante él y parece rendirle un informe, entregándole los documentos.
Con extremada calma, casi con deleite, el teniente comienza a mirar los documentos uno por uno, fijando sus ojos azules y profundos en cada uno de los periodistas. De pronto, su cara parece iluminarse y deja dibujar una sonrisa: separa uno de los pasaportes, lo vuelve a mirar y dirigiéndose al colombiano, le dice con tono tranquilo, en un español aceptable: “¿De manera que eres de Colombia? Ven acá”, sorprendido de escuchar al militar hablar en español, Campos lo mira y le responde de inmediato: “Sí, señor, soy colombiano y con mis compañeros nos dirigimos a Pazeric, donde pensamos entrevistar al general Mladic”.
Los soldados continúan apuntando sus armas hacia los reporteros. El teniente los mira y les ordena dejarlo de hacer. Todos bajan los fusiles y parecen tranquilizarse un poco. El guía aprovecha el momento de calma para dirigirse en serbio hacia el comandante de la tropa, pero este le ordena en tono sereno que guarde silencio y Jovric calla, dando un par de pasos atrás.
De nuevo dirigiéndose a Darío le dice con una sonrisa: “Aquí dice que eres de Medellín. Yo viví varios años en Cali pero alcancé también a conocer esa ciudad que es entre montañas, ¿cierto? Aunque tampoco la recuerdo muy bien porque solo estuve de paso, si acaso dos días. Donde viví por varios años fue en la ciudad de Cali. Colombia es un país muy hermoso”, agrega con una sonrisa el militar.
Convencido de lo delicado del momento y buscando aprovechar la conversación con el teniente, el colombiano le pregunta: “¿Por qué terminó viviendo en mi país? ¿Cuánto hace de eso?”.
Sonrió de nuevo el joven teniente, como evocando buenos tiempos y le dijo: “Mi padre estuvo en Colombia como entrenador de un equipo de futbol en la ciudad de Cali. Yo tenía trece años cuando eso y estuvimos hasta que cumplí dieciocho. La pasamos bastante bien allá, mis viejos, mi hermana y yo. Luego volvimos a Yugoslavia, que cuando eso no se había desintegrado y ya me ve, terminé metido en esta guerra”.
Haffner, que también entendía español, se atrevió a preguntarle: “¿Podemos seguir nuestro camino a Pazeric? Después del susto que acabamos de pasar, es justo continuar el camino hacia unas cervezas allá”.
El teniente revolvió los documentos que seguía manteniendo en sus manos, buscando el del periodista alemán. Al encontrarlo, lo leyó con atención y mirándolo fijamente le dijo: “No es que nos gusten mucho los alemanes por estos lados, mi amigo. Ustedes siempre están del lado de esos malditos de los croatas. De hecho, todos ustedes están corriendo un enorme riesgo al meterse por aquí”.
El teniente da unos pasos hacia Campos y le entrega los documentos de todos, agregando: “Mis hombres los van a acompañar por la carretera hasta Pazeric. Mladic anda bastante lejos de por aquí y no creo que vaya a venir. Tu país es muy bello y nos trató muy bien. Tuvieron suerte de que Milos no les hubiera disparado. Es un loco que ve turcos en todas partes”. Se refería al más agresivo de los soldados que los habían capturado. Y con lo de turcos, se refería a los musulmanes bosnios, sus enemigos en esta guerra. La herida de la derrota de los serbios siglos atrás ante los turcos otomanos en la batalla del Campo de los Mirlos había sido cuidadosamente utilizada por los dirigentes serbios, entre ellos Milosevic, para azuzar el odio.
“Guardo muchos agradecimientos por la gente de Colombia. Tal vez por eso están vivos”, agregó el teniente.
Etiquetas: Colombia , Mauricio Restrepo Mejía , Nuevemanuelas , visa