Número 129 // Junio 2022
A finales del siglo XIX un caballero preocupado por el progreso tuvo la extravagante idea de aclimatar una pareja de camellos y otra de dromedarios en las tierras templadas cercanas a Bogotá. ¿Por qué no cambiar el corcoveo de las mulas por el paso lánguido y seguro de los camélidos? El experimento terminó con tragedias shakespereanas: venenos, abismos, nostalgias. Les dejamos la historia, publicada en el Papel Periódico Ilustrado, del precursor de otro caballero en el siglo XX, exitoso con hipopotámidos en las sabanas del Magdalena.


El camello y el dromedario

Por LIBERIO ZERDA

Tomado de Papel Periódico Ilustrado, 1 de julio de 1885.

El señor D. Pedro Navas Azuero, hombre amante del progreso de su país, quiso aclimatar en él los camellos y dromedarios; á este efecto, hizo venir de la isla de Madagascar una pareja de cada una de estas dos especies, que llegaron á Bogotá en 1881, y causaron un costo de $6,000. El Gobierno nacional de entonces ofreció un auxilio de $2,000 como premio en la Exposición Agrícola por la introducción de estos animales; pero el empresario solamente pudo reembolsar unos $1,500 por derechos de entrada en la exhibición en que los puso. Fueron enviados después á Anapoima, en donde la falta de trato con sus antiguos y naturales dueños, y, sobre todo, del cuidado que exigían sus costumbres, debió de causarles alguna flojedad y tristeza en su nueva vida, y uno de ellos enfermó y se murió, otro corrió la misma suerte, mordido por una culebra; el macho de esta pareja se precipitó por un barranco en busca de su compañera; y queda únicamente la hembra del dromedario, que la representa el grabado adjunto tomado de una fotografía.

El camello y el dromedario son animales del género de los rumiantes sin cuernos, es decir, que tienen la facultad de devolver los alimentos a la boca después de haberlos engullido por primera vez, para masticarlos de nuevo. Aunque de talla colosal, y oriundos del antiguo continente, tienen caracteres análogos á los del género Llama, del Perú, por eso el profesor Gervais ha reunido esos dos géneros en una sola familia, con el nombre de Camélidos. Dice Cuvier de los camellos: “Sus labios gruesos, su cuello largo, sus órbitas salientes, la delgadez de su grupa, la proporción desagradable de sus piernas y sus pies, hacen algún tanto deformes a estos seres; pero su extrema sobriedad, y la facultad que tienen de pasar muchos días sin beber, los hacen de grande utilidad; tienen para este efecto los lados de la panza provistos de células en las que se retiene o se produce el agua”.

Se conocen dos especies de este género, reducidas á la domesticidad desde hace mucho tiempo. El Camello Batriano, ó simplemente camello, originario del centro del Asia; es más grande que la segunda especie ó dromedario; tiene piernas más largas, el hocico más grueso y abultado, el pelo más pardo, la marcha más lenta; su cuello largo es arqueado hacia abajo, la cabeza es pequeña, y el dorso cargado de dos jorobas formadas por la acumulación de grasa; se hace notable por una ancha callosidad debajo del pecho; la hembra dura cargada doce meses. Esta especie habita el Turquestán, el Thibet, las fronteras de la China; se le emplea como bestia de carga, y su paso es más seguro que el del dromedario.

El camello de Arabia es el llamado dromedario; lo caracteriza una sola joroba en la mitad del dorso, como el del grabado adjunto. De la Arabia se ha esparcido en todo el norte de África, en una gran parte de la Siria y en la Persia, y en otros países; es mucho más sobrio y más ligero que el anterior; su pelo es suave y lanoso, y de blanco-gris en la juventud se vuelve con la edad gris-rosado; es de talla menor que la del camello, mide 1 m 70 á 2 m 30. Sin el auxilio del dromedario los Árabes no podrían subsistir, pues con él hacen su comercio y largos viajes a través de arenales desiertos; por eso lo miran como un presente del cielo.

Como bestia de carga puede llevar de 400 á 600 kilogramos, y andar 10 á 12 leguas en el día; y transportando al hombre recorre distancias de 40 á 50 leguas por día. Los dromedarios cargados pueden marchar así de 10 a 12 días continuados; reposan solamente por la tarde; entonces se les quita la carga y se les deja pastar miserables plantas que el desierto les ofrece en sus oasis, tal y son el ajenjo, la ortiga, el esparto y otros vegetales espinosos, de los que toman la cantidad suficiente para 24 horas. El instinto de este animal es prodigioso, pues pasándose de siete u ocho días sin beber, siente a grandes distancias las emanaciones húmedas de las fuentes lejanas, y corre hacia ellas si le son accesibles. En los desiertos del Sahara hay localidades peligrosas para el viajero, por ser el suelo movedizo, y la vacilación ó detención lo sepultarían en sus arenas incoherentes; pero el dromedario conoce el peligro, y para evitarlo, no solamente acelera la marcha, sino que separan los diferentes individuos de la carabana para disminuír el peso sobre la superficie limitada.

No se limitan á esto los servicios de este importante animal: la leche de la hembra es alimento ordinario, y su pelo suave y muelle sirve para hacer telas con que se cubren sus dueños.

La marcha sostenida y la carrera de los dromedarios ha prestado grandes servicios: en la campaña de Egipto, en la conquista de Argel, por los franceses, el General en Jefe montó con estos animales un Regimiento que fue llamado Regimiento de los Dromedarios. Después se les ha empleado para los carros y transportes. El General Carbucia publicó un excelente tratado sobre el servicio de los dromedarios, y reconoce dos razas de ellos: una de formas macizas, empleada principalmente como bestia de carga; y otra de formas esbeltas, que son los Marhi ó Mehari, propios para las grandes carreras.

En la parte media del Shara habitan los Touariks, pueblo nómade de hombres vigorosos, ágiles é intrépidos, pero ladrones; asaltan las carabanas, y los viajeros se ven en la necesidad de comprarles su protección.

Estas tribus hacen prodigios en su temible oficio, en los grandes desiertos, debidos al dromedario, dócil y astuto servidor. “Los feroces padres del sable, dice Mornan, montados en el maravilloso Mehari, franquean en un día distancias enormes, y se ponen por saltos, que no se podrían comparar mejor que los del tigre, sobre la carabana que han presentido de lejos con un olfato verdaderamente prestigioso, y siguiendo frecuentemente la pista”.

El insuceso de la tentativa del señor Navas Azuero, no es una demostración suficiente en contra de la posibilidad de aclimatación del camello y dromedario en nuestras regiones; pues en ellas encuentran, principalmente en el Cauca, en el Tolima y en las llanuras de Casanare, las condiciones de clima y de alimentación suficientes; les faltó á estos animales, según nuestro modo de ver este asunto, el régimen y los cuidados que les prodigan los Árabes: la voz y la presencia del amo que han conocido, influye en mucho en animales inteligentes, privados repentinamente del trato del hombre con quien han vivido y del régimen que les es natural.

Las especies del género Llama, dice Cuvier, tienen una semejanza general en su conformación con los camellos, sin la fisonomía indolente y estúpida de estos. Su porte y sus orejas largas, angostas y muy movibles, anuncian vivacidad en estos animales.

Las Llamas, que son en el Perú lo que los camellos para el antiguo continente, son de talla mucho más reducida, y no tienen joroba: se parecen en su apostura y en lo largo del cuello. Las principales especies de este género son: el Llama, el Vicuña, la Alpaca, y el Guanaco; además de servir como bestias de carga, dan una lana muy fina, con la que se hacen muy buenas telas; tal vez no sería difícil su aclimatación en las altas regiones colombianas, pues viven en las llanuras de los Andes del Ecuador, del Perú, de Bolivia y de Chile, en alturas de 3,000 á 3,500 metros: resisten cargas de 40 á 70 kilogramos, y caminan de 75 á 80 kilómetros por día; el Llama adulto pesa 200 kilogramos, y además de su lana da excelente carne.

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