Número 128 // Abril 2022

El reciclador reciclado

Por MAURICIO LÓPEZ RUEDA

Todavía es la madrugada y el espanto de la noche sigue cabalgando el aire denso como una nube vagabunda, la figura de Héctor Hernán Jaramillo Ramírez se hace visible en una de las esquinas de Campo Amor con su particular rengueo y ese particular espíritu de juglar inmarcesible que lo hace canturrear y contar chistes en cualquier explanada, contrariando la gélida oscuridad de esas horas silenciosas y vacías.

Cada martes y cada jueves el hombre sale a recorrer esas calles arrastrando su carrito de reciclaje, deteniéndose en las casas para recoger el material que unas cinco mil personas le han apartado durante toda la semana. A cambio, Héctor les entrega un puntaje, como si se tratara de un juez de reality, fijándose en la cantidad, calidad y limpieza del material reciclado.

Y esos vecinos, que tantas veces lo han visto dando vueltas por el barrio, sonríen como niños cuando lo ven llegar, y lo saludan y lo tratan como a un familiar más, haciéndolo pasar a la sala para darle café, desayuno o almuerzo.

A su vez, Héctor se ofrece para podar los jardines, comprar medicamentos o ayudar a cargar las bolsas del mercado. Es un trueque amistoso y permanente, construido a partir de una iniciativa novedosa, Mi barrio sin residuos, un convenio de reciclaje entre Recimed y los habitantes de los barrios Campo Amor, Cristo Rey y Trinidad, en la Comuna 15, y apoyado por Coca Cola.

Héctor no solo recorre las casas de las personas que han aceptado cambiar sus hábitos de vida para ayudar a cuidar el medio ambiente. También pasa por algunas de las cien tiendas y minimercados aliados a la estrategia, y en donde los puntos que entrega el reciclador cobran valor monetario.

“Hay cinco mil personas vinculadas a la Ruta Verde. Nosotros las identificamos con sellos que ponemos en sus hogares. El reciclador pasa, recoge la bolsa con el material y les entrega puntos. Por cada bolsa pueden ser cinco o hasta diez puntos. La gente los va acumulando mensualmente, dos veces por semana. Luego, Recimed les envía un cupón con el acumulado de puntos a cada persona, a través del correo electrónico o el WhatsApp, o incluso físicamente, y con ese cupón las personas van a las tiendas y los minimercados y los redimen por cosas que necesiten”, cuenta Leonardo Jiménez, director de la cooperativa.

Cien puntos equivalen a mil pesos, pero muchas veces las personas que reciclan no los usan, y prefieren entregarles el beneficio a los recicladores de la cooperativa. A Héctor, por ejemplo, le han regalado muchos de esos cupones, y con ellos, el hombre de cuarenta años de edad y oriundo de Yarumal, norte de Antioquia, completa para el mercado o se empuja una que otra gaseosa para refrescarse en los días de más duro trajín.

“Es un gana gana”, dice el laborioso Héctor, quien vive en el Popular 1 de Medellín, allá en lo alto de la comuna nororiental. Se despierta todos los días a las 2:30 de la mañana y trata de no hacer ruido para que su esposa siga durmiendo. Se prepara los tragos y luego sale, cuando todavía el velo de la noche envuelve la ciudad, a recorrer las calles en busca de lo que muchos llaman basura, pero que para él es su sustento, su futuro, su proyecto de vida.

Los martes y los jueves, días en los que los camiones de Empresas Varias recogen los desperdicios, son los más duros para Héctor y los otros diecinueve recicladores vinculados a Recimed. Por eso madrugan tanto, para cogerles ventaja a los ruidosos camiones, y para adelantarse a la jauría de revoltosos habitantes de calle, quienes, como hienas hambrientas, destruyen cuanta bolsa encuentran para llevarse envases, cartones o plásticos que luego venden por cualquier peso en las empresas de reciclaje del sector, y que en Guayabal abundan.

“Es una competencia. La gente ha ido entendiendo que es mejor que nos esperen a nosotros, porque ya sabemos lo importante que es el reciclaje, y lo importante que es hacerlo bien. En Recimed nos han capacitado, y nosotros capacitamos a los vecinos que nos colaboran. Es una lucha para salvar el medio ambiente, para salvar la vida”, expresa Héctor.

A los ocho años de edad, Héctor se vino colgado de las faldas de su mamá para Medellín. Llegó a vivir donde una tía en Manrique, junto a cinco de sus hermanos, y era tanta la algarabía que armaban en esa casa, que al poco tiempo la tía se colmó por el estrés y los mandó para donde la abuela, en ese mismo barrio.

“Nos tocó ponernos serios, y sobre todo a mí, que cuando cumplí los diez comencé a trabajar en la calle, como vendedor ambulante, porque en cada familia, siempre, alguien se tiene que sacrificar para que los otros sobrevivan”, rezonga el hombre, aunque sin ningún atisbo de queja.

Vendía limones y aguacates en esos primeros embistes callejeros, luego se pasó a vender flores con pasante en las cantinas y bares de las zonas rosa.

Como vendedor ambulante se hinchó las pantorrillas y se llenó de juanetes hasta los catorce años, edad en la que se pegó de su tío Gilberto en las labores de albañilería. Comenzó como ayudante, mezclando cemento y paleando arena, hasta que aprendió a revocar y se siguió de largo hasta la mampostería.

“Era muy teso para eso, pero tampoco me acomodé a ese oficio”, acepta el yarumaleño.

Su hermano Rafael le enseñó electricidad mecánica y con eso se sostuvo hasta que llegó al mundo del reciclaje. Un vecino del barrio lo invitó una mañana a recoger los supuestos desperdicios de la mundanidad, y entonces se dio cuenta de lo insensibles que somos como humanidad.

“No lo podía creer. Lo que la mayoría considera basura, para mi amigo era fuente de sustento, y eso me enganchó. Me gustó la cosa de inmediato, y no quise hacer otra cosa sino eso”, expresa risueño Héctor, quien entre chanza y chanza tira matices de seriedad y sabiduría callejera.

Ese amigo lo presentó en Recimed, una cooperativa de recicladores que surgió en 2006 a partir de un diagnóstico del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, que alertaba sobre la falta de censo y cohesión de la población recicladora de Medellín.

Recimed, además, nació con un componente de multiactividad, en el que se involucran tenderos y vecinos de los barrios por donde pasan las rutas verdes de la cooperativa.

Esa alianza con los vecinos de Guayabal es, ante todo, amistosa, y por eso Héctor es considerado como un allegado, como un primo lejano o un tío que de vez en cuando hace visita.

“Nunca me falta el desayuno, o el almuerzo. Llego temprano y doña Marta me invita a cafecito. Y por las tardes doña Flor me da sudado de pollo. Yo también me comporto bien con la gente. De eso se trata este trabajo, de generar buenas relaciones”, dice el hombre, quien conoció al amor de su vida recogiendo material reciclado.

“Johana se llama mi esposa. La conocí en este negocio. Ella hacía su ruta y yo me ofrecía a llevarle la carreta, y así la fui encarretando, jajajaja”, asegura.

Recimed agrupa el veinte por ciento de los recicladores informales de Medellín, y el cincuenta por ciento de sus asociados son mujeres cabezas de familia. Toda esa mano de obra se gana la vida aportando al bienestar del medio ambiente y, aunque no se note, ayudando a generar tolerancia entre la ciudadanía.

Héctor es padre de dos niñas y sigue viviendo en el barrio Popular 1. En esa montaña repleta de ranchos es feliz, y a veces hasta se para en los miradores a observar la gran ciudad que se extiende a lo largo del valle del río Medellín. Todas esas lomas, calles y recovecos los ha recorrido con su carreta, recolectando materiales que, de otro modo, causarían daños irreversibles a la naturaleza pero que, gracias a él y a sus compañeros, termina siendo reciclado y reutilizado.

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