Archivo de El Espectador, 22 de mayo de 1959.
El primer laboratorio
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Por JUAN FERNANDO RAMÍREZ ARANGO
El viernes 22 de mayo de 1959, el siguiente titular se robaba la página tres de El Espectador, “El FBI busca laboratorio de drogas heroicas en Colombia: La Habana centro de distribución”. Titular que, visto desde el 2021, plantea un par de interrogantes: 1. ¿Qué eran drogas heroicas? Y 2. ¿En qué parte de Colombia lo estaban buscando?
La primera respuesta se encuentra, por ejemplo, en el glosario del libro Historia de los medicamentos en Antioquia 1900-1940: “Inicialmente se denominaron así a las drogas fuertes que podían en determinado momento salvar al enfermo o reconfortarlo. Pero después de la generalización del uso de la cocaína, la morfina y la heroína, y la constatación de la habituación que producían, se denominaron así a todos los estupefacientes”.
Y la respuesta a la segunda pregunta estaba justo debajo del titular, esto es, Medellín, donde un día antes, el 21 de mayo de 1959, el corresponsal Federico Montoya había redactado la corta noticia, que iniciaba así: “Agentes del FBI llegarán al país dentro de poco, con el fin de colaborar con el Gobierno colombiano en el perfeccionamiento de una investigación que se viene adelantando desde hace algún tiempo, relacionada con el funcionamiento en esta ciudad de un laboratorio donde se fabricaban heroína, cocaína y morfina, productos que luego eran llevados a La Habana y distribuidos de allí a México, los Estados Unidos y otros países del continente”.
Luego de esa introducción, la noticia continuaba bajo el subtítulo “Pequeña historia”: “Hace cerca de un año, dos agentes del FBI adelantaron una investigación especial en La Habana, relacionada con el tráfico de esta clase de drogas, y localizaron a un ciudadano colombiano de quien obtuvieron datos especiales, después de ser detenido, en el sentido de que aquí se fabricaban estas drogas, en un laboratorio clandestino del cual él era uno de los responsables”.
Días después: “Los dos detectives norteamericanos llegaron a Medellín, y con los datos que poseían se dirigieron directamente a una residencia del barrio El Poblado, donde, con la colaboración de las autoridades locales, lograron encontrar buena cantidad de los productos referidos, que eran fabricados en forma subrepticia”.
Además, el compinche del colombiano detenido en La Habana, sería capturado en Medellín. Sin embargo, “al poco tiempo se le dejó en libertad mediante fianza”. Por lo que se anunciaba el arribo de dos agentes más del FBI “para ayudar a la culminación definitiva de la investigación”.
Finalmente, la noticia cerraba con esta información monetaria: “Una libra de heroína tenía un valor de setenta mil dólares, y en un lapso de dos meses los fabricantes elaboraban cinco libras de ese producto, es decir, obtenían 350 mil dólares, lo que los inducía a no trabajar más durante el año para evitar peligros”. Esos 350 mil dólares de 1959, equivalen a 3 155 000 dólares de hoy.
Ahora bien: ¿por qué en la noticia no se mencionaron los nombres de los dos dueños del laboratorio, a saber, el del colombiano detenido en La Habana y el de su socio capturado en Medellín?
Un primer acercamiento a la respuesta de esa pregunta se encuentra en el libro Narcotráfico: imperio de la cocaína, publicado veinticinco años después, en el distópico 1984. Allí, en el capítulo XIII, titulado “La cosa nostra descubre el Caribe”, luego de la transcripción de la noticia reseñada anteriormente, se agrega que el laboratorio estaba ubicado cerca del Éxito de El Poblado. Laboratorio en el que se producía heroína a partir de goma de opio importada del Ecuador, y cocaína con base de coca traída desde los municipios de Tierradentro y El Paso, departamento del Cauca. La fachada era una fábrica de muebles, cuyas operaciones eran dirigidas desde una lujosa mansión vecina. “Igualmente, disponían de un laboratorio comercial legal, que servía de instrumento para la importación de materias primas requeridas en la refinación de la coca y el opio”.
¿Y de la identidad de los dueños del laboratorio qué se dice? “Sus propietarios eran dos hermanos, emparentados con importantes familias de Medellín y Bogotá”. Los autores del libro, o sea Mario Arango y Jorge Child, entrevistaron a uno de los hermanos, “quien se enorgullecía de haber abierto el camino internacional a la droga colombiana”. Se trataba del hermano que estuvo detenido en Cuba, “en la prisión Castillo de El Príncipe, durante casi dos años, hasta que fue deportado por el gobierno de Fidel Castro”. Ante la pregunta de por qué había dejado de traficar, esto respondió: “Yo era narcotraficante cuando era una actividad decente. Hoy no puedo ser colega de estos negros que están metidos en el negocio”.
Veintiocho años después, en el libro Medellín: tragedia y resurrección, publicado en 2012, se ratificaría que los dueños del laboratorio “eran miembros de prestantes familias”. Por eso, “la prensa local, en concreto El Colombiano, prácticamente calló el hecho, que al parecer solo fue publicado en los periódicos de Bogotá”. El Tiempo, sin embargo, le dedicaría mucho menos espacio a la noticia que El Espectador, apenas tres párrafos, bajo el título “Cadena internacional”, donde tampoco se mencionaban los nombres de los implicados, pero se agregaba una novedad: además de heroína, cocaína y morfina, el laboratorio “producía drogas para provocar efectos sexuales”.
En cuanto a El Colombiano, ese 22 de mayo de 1959, desviaría la mirada hacia otro asunto de drogas: la incineración de mariguana por valor de setenta mil pesos en Medellín, aproximadamente cien mil dólares de hoy. Llamarada a la que se le sumaban 3040 matas de mariguana arrancadas en el barrio Zamora, cerca de la estación ferroviaria de Acevedo: “Dicho barrio producía una calidad muy apreciada, conocida como la zamoreña, cultivada a orillas del río Medellín”, cuyo cigarrillo se vendía a un peso.
Así, pues, queda virtualmente resuelta la pregunta de arriba, ni El Tiempo ni El Espectador mencionaron los nombres de los dos dueños del laboratorio, y El Colombiano ni siquiera cubrió la noticia, porque eran hermanos cuyos apellidos pertenecían a prestantes familias de Medellín y Bogotá. ¿Quiénes eran?
En pro de la respuesta, me sumergí en algunas publicaciones locales de la época y encontré algo sorprendente en una que no está en ninguna bibliografía sobre los orígenes del narcotráfico en Colombia: Sucesos Sensacionales, el legendario semanario de crónica roja fundado por el suicida Jairo Zea Rendón, en sus ediciones 66 y 67, publicadas en septiembre de 1957, o sea un año y ocho meses antes de la noticia de El Espectador, ya se había ocupado del asunto en un par de artículos titulados “Moderna fábrica de morfina descubierta” y “La fábrica de morfina y cocaína está sellada por las autoridades”.
La introducción del segundo artículo dice así: “La información publicada al respecto por este magazine constituyó una verdadera chiva internacional en materia de policía a pesar de que los hechos ocurrieron hace bastantes semanas, y gracias a que ningún periódico había dado cuenta del sensacional affaire”. ¿Por qué la prensa tradicional soslayó tanto tiempo la noticia? La última parte de la entradilla del primer artículo de Sucesos Sensacionales arroja la probable respuesta, en la línea de lo señalado en Narcotráfico: imperio de la cocaína y en Medellín: tragedia y resurrección, esto es: “La fábrica era una de las mejores del continente. Fue descubierta por agentes federales de los Estados Unidos. Miembros de la alta sociedad antioqueña complicados”. ¿Quiénes eran?
En el primer artículo, el de la edición 66 de Sucesos Sensacionales, primera en la que sus lectores pagaron veinticinco centavos por cada ejemplar, cinco más que en el anterior, se cuenta que, a fines de 1956, el FBI recibió varios informes con un denominador común: “…el auge escandaloso que tenía el mercado de la morfina, por lo que se iniciaron cuidadosas pesquisas tendientes a establecer el origen de esa anómala situación”. Las cuidadosas pesquisas llevaron al FBI a focalizar la investigación en tres países: Colombia, Cuba y Panamá. En la capital de este último y en la ciudad de Colón, tras varias capturas e interrogatorios, el FBI logró establecer cómo obtenían “la droga heroica que les correspondía distribuir en Centroamérica: (…) la morfina provenía de la ciudad de Medellín”.
A inicios de 1957, por lo tanto, en una acción conjunta entre el FBI y el Servicio de Inteligencia Colombiano, seccional Antioquia, al mando del teniente Gilberto Bayona Ortiz, allanaron una mansión de dos pisos en el barrio Manila, sector de El Poblado, descubriendo en ella “uno de los equipos más modernos y valiosos que para la elaboración de morfina que existía en el continente americano”, y también “grandes cantidades de materia prima y de droga”. Una semana después, en la edición 67 de Sucesos Sensacionales, se precisaron tres cosas: 1. que el laboratorio producía principalmente cocaína: “Debido no solo a que es relativamente fácil de adquirir en Colombia y en algunos países vecinos la materia prima, sino a que el comercio de esa droga es más sencillo y produce mayores utilidades, ya que los narcómanos de Colombia, Panamá, Cuba, México, Perú, etc., la prefieren, en tanto que la morfina es de uso más restringido”. 2. Que, gracias a una información del FBI remitida a las autoridades de Medellín, el laboratorio había sido visitado finalizando 1956 por agentes secretos al servicio de la Inspección de Farmacias, los cuales fueron engañados como si fueran niños: “Al llegar a la casa donde funcionaba la fábrica, los principales comprometidos les hicieron creer fácilmente que lo que allí funcionaba era una pequeña industria de perfumería, y para que no les quedara la menor duda les hicieron oler unos frasquitos con muestras de perfume, logrando así que se retiraran satisfechos con las explicaciones que les habían dado”. Y 3., que el celador y los demás trabajadores del laboratorio también habían sido engañados: “Todo parece indicar que ignoraban el género de productos que se elaboraban en la moderna industria, para la cual se montó maquinaria excelente, aunque en su mayor parte de fabricación nacional, creyéndose que las diversas piezas eran encargadas bajo modelo a diferentes talleres de fundición, mecánica y vidriería”.
Esos tres puntos, esas tres precisiones, sin embargo, eran peccata minuta frente a lo que Sucesos Sensacionales informó respecto a los dueños del laboratorio, quienes, al momento del allanamiento, “ya habían logrado poner pies en polvorosa con rumbo a otro país del continente americano”. ¿Cuál país? Cuba, puntualmente su capital, La Habana, donde fueron detenidos por agentes secretos de Estados Unidos y del servicio de seguridad cubano, “bajo la sindicación de tráfico clandestino de estupefacientes, que también allá se castiga con penas bastante considerables de presidio”. Los sindicados, coincidiendo con el modus operandi descrito en la noticia de El Espectador que abre este artículo, publicada casi dos años después, en mayo de 1959, “permanecían en Medellín tres o cuatro meses de cada año dedicados a la fabricación de alcaloides, y los meses restantes los dedicaban a sus correrías por el continente entregando la mercancía a sus agentes distribuidores”. ¿Quiénes eran los sindicados?
Se trataba de los hermanos Herrán Olózaga, “hijos del distinguido intelectual don Rafael Herrán, fallecido hace pocos meses, y de doña Susana Olózaga, y nietos del general Pedro Alcántara Herrán, expresidente de la república y uno de los hombres más prestigiosos de la historia nacional… Los mellizos Herrán residieron muchos años en la capital de Alemania, donde su señor padre ocupaba el cargo de embajador colombiano y prestaron sus servicios en importantes empresas germanas, algunas de ellas dedicadas a la producción de artículos farmacéuticos o similares. Los mellizos Herrán adquirieron en Alemania una cultura envidiable y obtuvieron vinculaciones de la mayor importancia”. Eso señalaría Sucesos Sensacionales en su edición 66, agregando lo siguiente en la 67: “Uno de ellos es ingeniero químico graduado y especializado en Alemania y el otro es aviador, y vinculado por cierto a muchas personas adineradas que poseen avionetas propias, circunstancias que los funcionarios consideran como muy favorables para el mejor éxito de las delictuosas actividades de las cuales se les acusa”.
Ese segundo artículo dedicado al primer laboratorio de alcaloides de la historia de Medellín y de Colombia, finalizaba con esta promesa: “En vista de que el affaire de la fábrica de cocaína es de interés policivo internacional, y de que podría haber servido de tema principal para las mejores revistas policíacas del mundo, nos proponemos seguir informando a nuestros lectores sobre los nuevos hechos que se vayan presentando en la investigación, sin omitir los nombres de los comprometidos que vayan apareciendo, así se trate de personas de destacada posición económica, social o política, ya que Sucesos Sensacionales no tiene compromisos distintos a los de su orientación en defensa de la sociedad y lucha contra la delincuencia”. Sin embargo, ese legendario semanario de crónica roja, que llegaría a tener 901 ediciones, o sea más de quince años de vida por delante, nunca más informaría al respecto.
Posdata 1: Tendrían que pasar casi cuarenta años para que se tuvieran más datos concretos sobre los hermanos Herrán Olózaga, hasta que, en 1996, en la edición 8 de Innovar, revista de ciencias administrativas y sociales, se publicó el artículo “La prehistoria del narcotráfico en Colombia”. Allí, en la página 90, les conceden un pequeño párrafo, en el que, por ejemplo, se esclarece la fecha en la que fue allanado el laboratorio: el 20 de febrero de 1957, o sea siete meses antes de la primicia mundial de Sucesos Sensacionales. Y por fin se revelaban los nombres de pila de los hermanos: “Tomás y Rafael Herrán, dedicados al narcotráfico desde 1948”, y también la fecha en la que fueron arrestados en La Habana, en Navidad: 24 de diciembre de 1956, “cuando a Tomás Herrán se le encontró en posesión de 800 gramos de heroína”, después de venderle una dosis a Antonio Botano Sojo, un ciudadano cubano al que las autoridades le echaron el guante.
Posdata 2: Nueve años más tarde, en 2005, Eduardo Sáenz Rovner, el mismo autor del artículo anterior, publicaría el libro La conexión cubana, en el que le regala cuatro párrafos a los hermanos Herrán Olózaga. En ellos, en primer lugar, se conoce el valor de los ochocientos gramos de heroína: dieciséis mil dólares. Luego, el día que los hermanos llegaron a La Habana desde Colombia, vía Jamaica: el jueves 1 de noviembre de 1956, junto a dos mujeres colombianas: “También fueron arrestadas… una de ellas había ayudado a introducir la droga en Cuba, la otra era la esposa de Tomás y operaría como courier hacia los Estados Unidos aprovechando que era estudiante universitaria en Filadelfia”. Además, a diferencia de lo divulgado por Sucesos Sensacionales, se apunta que no eran mellizos sino gemelos, y que Rafael era el químico y Tomás el aviador y jefe de la banda, siendo el único que no salió bajo fianza luego de la captura y quien pasó un año tras las rejas, antes de regresar a Medellín. Tiempo suficiente para confesar que en el laboratorio “habían procesado cocaína al menos desde 1952”, y que el opio lo importaban de Ecuador.
Posdata 3: Ayudado por el libro Genealogías de Antioquia y Caldas, Sáenz Rovner describió las ramas más ilustres del árbol genealógico de los hermanos Herrán Olózaga: eran tataranietos de Tomás Cipriano de Mosquera, expresidente de la república, y, a diferencia de lo dicho por Sucesos Sensacionales, no eran nietos del general Pedro Alcántara Herrán, otro expresidente, sino bisnietos: “El abuelo, Tomás Herrán, nacido en el Palacio Presidencial, se casó con una antioqueña, estudió en Georgetown y fue el encargado de negociar el tratado para la construcción del canal en Panamá, firmando el convenio Herrán-Hay, que finalmente no fue aceptado por el Senado colombiano en 1903. Rafael Herrán, el padre, fue cónsul de Colombia en Hamburgo, era esposo de Lucía Olózaga, concuñado de Gabriel Echavarría y tío político de los Echavarría Olózaga, miembros del principal clan de industriales de Medellín”. Dieciséis años después, en 2021, en el libro Conexión Colombia, Sáenz Rovner ratificaría lo señalado en estas tres posdatas y agregaría una cosa más sobre los hermanos Herrán Olózaga: en mayo de 1939, Rafael, dueño de la Farmacia Unión, “solicitó a una fábrica alemana las cotizaciones de cocaína y heroína en cantidades superiores a un kilogramo. Tanto las autoridades colombianas como la policía alemana sospecharon que se trataba de tráfico ilícito”.
Posdata 4: ¿Qué paso con los hermanos Herrán Olózaga? Según el libro La conexión cubana, “no se volvió a tener registro de sus actividades, aunque un agente del FBN, Federal Bureau of Narcotics, se lamentó de que estaban libres bajo fianza y que se tenía información confiable de que habían reingresado al tráfico de drogas”. Y, según el libro Narcotráfico: imperio de la cocaína, al parecer Tomás fue propietario de moteles y empresas alimenticias, se aficionó a la química y “se dedicó a tratar de descubrir una coca sintética de bajo costo sin que se sepa que haya obtenido éxito”.