Sandinista! The Clash
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Por PEDRO VILLA et al.
El 19 de julio de 1979 se cantó en las calles de Managua el himno sandinista que celebraba la caída del dictador Anastasio Somoza. De ahí en adelante las fiestas patrias lo han llamado “el día de la alegría”. Somoza había salido dos días antes en su avión rumbo a Miami acompañado de algunos ministros y su familia. Ya nadie quería al tercero en la línea de sucesión de esa familia que regentó a Nicaragua durante cuatro décadas del siglo XX. Ni el gobierno de Jimmy Carter ni los empresarios ni los intelectuales ni la prensa se tragaban al dictador y para la gran mayoría de los nicaragüenses ese julio significó un triunfo colectivo. El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSNL) había logrado en seis años de guerra dura sacar a los Somoza para siempre.
Augusto C. Sandino fue el inspirador de la guerrilla que veinte años después del ejemplo cubano seguía el rumbo de Fidel Castro y sus hombres. Sandino era la estampa a seguir. Líder de la lucha nacionalista contra la ocupación de los gringos en los años treinta, asesinado por orden de Anastasio Somoza García —padre del Anastasio Somoza Debayle, el viajero a Miami— el 21 de febrero de 1934 en una traición que se concretó en la cárcel de El Hormiguero en las afueras de Managua. Sandino había ido al palacio presidencial para exigir que se cumplieran las condiciones del acuerdo para la entrega de las armas de la guerrilla. Hombres de la Guardia Nacional encargados de custodiarlo lo fusilaron junto con sus dos generales. Dos años después, siendo presidente, Somoza diría que solo obedeció las órdenes de Arthur Bliss Lane, el entonces embajador estadounidense en Managua.
Pero volvamos al himno sandinista. Una de las estrofas, que todavía debe cantar Daniel Ortega, quien ya lleva más tiempo en el poder que Anastasio, dice: “Los hijos de Sandino / ni se venden ni se rinden / luchamos contra el yankee / enemigo de la humanidad”. La revolución sandinista es una de las tres que han triunfado con sus armas en América Latina. En 1980 era una gesta admirable, aplaudida casi unánimemente en la región y vista como un golpe que le daba lecciones al imperialismo que buscaba seguir moviendo ficha desde la CIA y el Pentágono. El sandinismo era una marca apetecida, las cifras oficiales decían que en dos años había bajado el analfabetismo del cincuenta al trece por ciento y las vallas rojinegras anunciaban la erradicación de la polio.
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El 12 de diciembre de 1980, cuando se cantaban los logros de la incipiente revolución impulsada por el FSLN, se comenzó a vender en Londres y Nueva York el cuarto álbum de la legendaria banda punk inglesa The Clash. Sandinista! fue una sorpresa para todo el mundo. Desde el disco anterior, London Calling, la CBS tenía un combate con sus cuatro chicos rudos. The Clash quería que todo fuera un poco por debajo de cuerda y de precio. De modo que para el nuevo álbum engañaron a la disquera y antes de entregar la producción completa le anunciaron que era un álbum triple —¡tres discos y 36 canciones!— y que debería venderse como un álbum doble. Se arreglaron a la brava. Nunca se olvidará que el grupo cedió sus derechos de regalías con CBS para asegurar un lanzamiento de lleve tres y pague dos. Buen gesto al bolsillo de los fanáticos y una manera de reafirmar la famosa frase que repetía The Clash como enseña y telón de fondo para sus conciertos: THE CLASH NOT FOR SALE. La CBS encontró la manera de cobrar la cuenta. Según Strummer, decidieron editar el disco pero no promocionarlo: “Es el estilo de la gente que controla nuestras vidas”.
La sorpresa de los fanáticos, ese rebaño de jóvenes punks que se venía formando de la mano de sus primeros discos, no llegó tanto por los fondos insuficientes como por las formas variadas, lejanas algunas veces, nuevas para los oídos punks casi siempre y llenas de referencias e impulsos de otras calles y otras vibraciones. The Clash quiso mostrar en ese momento que podía hacer lo que quisiera y, efectivamente, así ocurrió. Allí estos sucios punks pasan del funk al soul, del reggae al jazz, del góspel al rockabilly, folk, dub, rhythm and blues, calipso, disco y hasta rap. Los que llevan las cuentas de músicas y países dicen que fueron los primeros en componer y cantar un rap sin haber nacido en Estados Unidos. Sandinista! es en sí una revolución. Los punks en espera del pogo y el grito se encontraron un disco lleno de música incomprensible para el momento. El lenguaje visual y su denso contenido político lograron lo que Strummer y los suyos buscaban, generar en sus “partidistas” ya enganchados, y en los que vendrían, preguntas, movimientos, denuncias y ondas desconocidas. De las 36 canciones solo Police on my back, un bizarro cover de Eddy Grand, sonaba a The Clash. El álbum tomó años para ser digerido por esos tempranos seguidores.
Material gráfico tomado del disco Sandinista!
El disco tiene ese nombre que suena a Latinoamérica y sus luchas de los setenta, pero paradójicamente sus grandes inspiraciones salieron del corazón del imperio, de las calles del Bronx en Nueva York, donde se grabó una parte y se cocinó casi todo. Para sus primeros tres discos un barrio de inmigrantes jamaiquinos al sur de Londres, Brixton, le entregó a The Clash los ingredientes de sus consignas y su furia. Pero desde sus estridentes inicios se respiraba una influencia africana y caribe. Con Sandinista! esas influencias crecieron y encontraron gran variedad. Ahora eran más negros y más gringos que nunca, ahora era el Bronx y no Brixton el que dictaba las formas y las normas. Mick Jones, el segundo a bordo de la banda, cuenta los arrebatos que desató esa aventura en Estados Unidos: “Fue Joe quien dijo, ‘ah, vamos a hacer una canción de rap’. Fue solo porque estábamos en Nueva York. Cuando hicimos The Magnificient Seven, en principio la íbamos a titular Magnificient Rappo Clappers (…) Nos sentíamos arrastrados por todo lo que sucedía. Tomamos lo que estaba pasando a nuestro alrededor”. Magnificent seven fue un éxito ese verano en las emisoras de esta ciudad. No es seguro que todos los fieles de la banda hayan copiado las referencias a Marx y Engels.
En Nueva York generaron estragos. Cancelaron conciertos por exceso de ímpetu en sus fiestas y ensayos y en medio de toda esa ebullición lograron internarse por tres semanas en el legendario estudio de Jimi Hendrix, Electric Lady, en Greenwich Village. Tuvieron que forzar a su disquera para que aceptase la extravagancia, solo la esperanza en las ventas que había dejado London Calling motivó a la CBS a proveer este legendario espacio donde grupos como Led Zeppelin, David Bowie, Rolling Stones, entre otros, habían creado sus grandes obras. Fueron lanzados como sencillos tres temas del álbum: Hitsville Uk, The Magnificent Seven y The Call Up, en los que Strummer les recuerda a los jóvenes su derecho a no escuchar el llamado obligatorio del ejército para ir a matar o a morir. Un llamado muy sonado pero premonitorio frente a la guerra de las Malvinas, pesadilla que vivirían jóvenes ingleses y argentinos en 1982.
Las sesiones de grabación eran largas pero no tortuosas. Se encerraron día y noche y grabaron el disco en tres semanas agitadas. Era necesario relajarse un poco en medio del frenesí creativo. “Los músicos llegaban día y noche a visitarnos al estudio, dormíamos bajo el piano, a todos los poníamos a trabajar”, dice Strummer refiriéndose a Norman Watt-Roy, bajista de los Blockheads que debió reemplazar a Paul Simonon que estaba por Canadá grabando una película, y a otros músicos que se sumaron en el camino. “Construí un oasis en el estudio”, cuenta Strummer, “lo llamábamos el Spliff Bunker (el búnker del barillo), era una habitación separada del cuarto de controles, lejos de la consola, eso garantizó paz y tranquilidad para el ingeniero de sonido con una fuente de inspiración cercana a nosotros”. De ese búnker salieron todas las ideas del disco, entre humo se fue tejiendo esa amalgama, así se grabó Sandinista!
Kingston fue otro de los escenarios de grabación. Allá estuvieron en una gira de conocimiento directo de sus raíces reggae de siempre. Un viaje en el que Mickey Dread fue lazarillo de un grupo de ingleses fascinados y algo perdidos. De allá los tuvo que sacar cuando aparecieron los fierros y otras amenazas: los chicos malos se veían inocentes en esas tierras soñadas. De la aventura quedó, entre otras, Kingston advice, un canto a los jóvenes que no tienen cómo protestar contra las carencias con nada distinto a un arma. Un guiño para nuestra realidad sicarial de finales de los ochenta. Como siempre quedaba clara la necesidad de oponerse: “En estos días, el ritmo es militante / Tiene que haber un enfrentamiento, no hay alternativa”. Esa cercanía con Jamaica y los ritmos afro hace posible llamar a Sandinista! como el álbum negro.
Nicaragua no aparece más que en título pero Strummer al menos sabía qué significaba y años después de Sandinista! daba una explicación para no convertir esa revolución en un simple nombre vendedor y huirle a la ingenuidad de quien mira la guerra desde la barrera del estudio de grabación: “Es una organización política de Nicaragua que, en 1979, consiguió echar del poder a Somoza, el presidente. Washington Bullets es un tópico que ahora mismo, con El Salvador y todo lo demás, está en las primeras páginas de los periódicos. Puede parecer que queramos dar un sermón inglés, diciéndoles a los americanos lo que tienen que hacer; metiéndose en asuntos ajenos, pero pensamos que era algo que debía decirse”. Es un sencillo canto antimperialista más que un sermón, allí están América Latina y sus revoluciones y dictaduras, y Fidel Castro, Allende, Víctor Jara. Y hasta los monjes tibetanos para que no quedara duda de que se miraba a todas partes: world music, world revolution.
No hay duda de que muchas veces la música envejece bien y las revoluciones mal. Así ha pasado con el cuarto trabajo de The Clash y la segunda tanda presidencial de Daniel Ortega que ya casi cumple quince años y se ha convertido en un dictador que podría darle la mano a Somoza.